Epílogo

9 2 0
                                    

Un mago que se llamaba Sebastián

La tarde del viernes 18 de marzo fue un completo caos en el Amelia Mercedes Villarreal. Un alumno no se había presentado a reclamar ninguna de sus comidas, ni había asistido a ninguna sus clases, ni a la enfermería, ni a la administración. Un alumno no estuvo en su habitación, ni en la piscina que frecuentaba.

Un alumno se había esfumado del recinto del Amelia Mercedes Villarreal sin dejar alguna pista de su paradero.

Sus amigos en el salón se habían alarmado, y eran los primeros en salir a revisar dónde podría estar. Su mejor amigo de otra sección también estuvo al pendiente, pero a pesar de ser el que tenía más pistas, nunca hizo nada al respecto más que negarlas.

Porque, de todas maneras, eso no haría la diferencia. Nadie lo iba a entender, solo sería un loco más.

Lo que más alarmó a todos fue la aparición repentina de mariposas negras en el recinto escolar. Nadie sabía de dónde venían, o adonde iban a parar. O bueno, solo dos personas podrían saberlo.

Y ese día se fueron, para nunca más volver.

Eso fue suficiente para clausurar definitivamente el internado. Por fin. Lo que no se dieron cuenta es que ahora era más seguro de lo que nunca había sido.

Lo más duro para Alex fue recibir a los padres de Sebastián esa misma tarde, cuando fueron notificados de la desaparición de Sebastián. De no haber sucedido todo lo que pasó, habrían vuelto a casa, como siempre. Habrían vuelto a clase una semana después. Sebas podría haberse graduado o estudiar un año más en el internado, podría haber crecido, podría haberse convertido en un hombre, y Alex no estaría desolado.

Como un sol débil en un día de lluvia, así fue como los padres de Sebastián encontraron a Alex después de ir al liceo. El rubio hubiera querido decirles que hizo todo lo posible para evitarlo, que quiso buscar soluciones, alternativas. Pero eso no tendría nada de peso al final de cuentas, porque hay un nuevo espacio vacío en la mesa de los Martín y lo que dijera no iba a cambiarlo.

Los del internado tenían un plan de emergencia por si esa situación sucedía, y el último trimestre sería dictado como un liceo cualquiera en otras instalaciones. Alex maldijo por lo bajo cómo pudieron manejar tan bien esa situación, como si siempre hubieran sabido que eso podría volver a repetirse, y aun así presentar sus respetos por la desaparición de su mejor amigo y lavarse las manos sin mover un dedo al respecto.

Volver a casa fue desolador. Esta vez era el único que regresaba a ese suburbio cualquiera con una maleta en la mano, cuando antes había regresado tantas veces junto a alguien más.

Solo.

Alex está solo.

No dice nada al entrar y se encierra en su cuarto, con un vacío en el pecho que no da tregua. Su padre no puede evitar dar la observación innecesaria e insensible de que eso tal vez nunca hubiera pasado si no se les hubiera metido la loca idea de irse a un internado en vez de estudiar como todos los demás. A Alex no le interesa porque ya lo ha pensado demasiadas veces.

Si tan solo no hubieran ido al maldito Amelia Mercedes Villarreal las cosas habrían sido diferentes.

No tiene hambre, y eso le recuerda las veces que le decía a Sebas que no se saltara el desayuno. No puede dormir por la noche, y eso le hace rememorar la vez que el castaño se despertó en medio de una pesadilla porque pensaba que lo había perdido. No puede evitar recordar a su amigo en el suelo, casi muerto. Ni la puerta cerrada que ya no llevaba a ningún lugar.

Abre su bolso y saca el cuaderno que había escondido entre una carpeta. El cuaderno de Josué, que podría revelarle las verdades que Sebas le ocultó si tan solo tuviera algo de magia para hacerlo funcionar.

El color de un enigmaWhere stories live. Discover now