Capítulo 35

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Lo que le pasa al oso

—Sí que es complicado.

Luego de la confesión de Alex, Fede no es capaz ni de poner sus pensamientos en orden. Es decir, no está molesto con él, ni tampoco le tiene asco o algo por el estilo. Solo que, le da algo de miedo.

Le da algo de miedo decir ahora algo que lo incomode, que se le escape un «ella» sin querer por recordar que no es cisgénero, o no poder dejar de mirarle las tetas. Que, lo peor, había empezado a dejar de usar la cosa esa que se ponía para que no se le notara el pecho, y eso lo tiene mal.

Peor es pensar que en algún momento tuvo pensamientos no muy amistosos sobre el rubio y eso le había hecho dudar de todo en ese entonces. Ahora las cosas son diferentes, pero la calidad de sus pensamientos no platónicos no ha cambiado y eso lo hace sentir como un puerco incomprensible.

Que venga, le gusta un chico. Que para rematar tiene tetas.

Aunque, además de raro, también tiene un poco de curiosidad. ¿Qué se siente ser de esa manera, ver el mundo desde esa perspectiva? Todo eso se escapa de su universo de ideas, de todo lo que conocía.

No han vuelto a hablar desde entonces. Él tratando de entender lo que está pasando, y Alex no se atreve a acercarse de nuevo, temiendo lo peor con su silencio.

Pero esa noche, Fede rompe la distancia.

—Oye, Alex... ¿Estás despierto?

El mentado se queda de piedra luego de ser pillado en medio de su podcast nocturno donde se culpaba del error que había cometido al contarle, pero se siente aliviado de escuchar que le había llamado por su nombre y con el pronombre correcto, como siempre.

Reúne el valor y se atreve a contestar.

—Estoy dormido.

Ambos sonríen, con una sensación de déjà vu compartida.

Pero de repente el aire se torna pesado. Alex juguetea con sus rizos, la ansiedad haciéndole pensar lo peor. Fede siquiera puede poner sus pensamientos en palabras. No sabe muy bien tampoco qué quiere saber, pero es inevitable no tocar el tema después de todo.

— ¿Y entonces qué ibas a decir...?

—Yo quería preguntar si...

Ambos farfullan a la vez, luego sueltan una risa nerviosa. Al menos al reconocer en el otro la angustia de mantener esa conversación de cierta forma los alivia.

— ¿Qué ibas a preguntar? —concede Alex y se sienta en la cama.

—O sea, de pana, no sé un coño, de..., tú sabes. De eso. Y no quiero tampoco preguntarte algo que te haga sentir mal —confiesa el moreno, sintiéndose torpe, pero reconociendo que así suele sentirse la mayor parte del tiempo cuando está con Alex.

—Aws, en serio sí te preocupas por mí, no puede ser —suelta el rubio dando pequeños aplausos de emoción.

El moreno farfulla un par de groserías y él se ríe. Eso resulta tal vez demasiado familiar para los dos.

—Bueno, hacemos algo. Tú me preguntas algo y yo te digo si me incomoda o no.

—Mm... Ok, me parece justo.

Fede también se sienta en la cama y se apoya en la pared. ¿Por dónde empezar? No tiene ni la más mínima idea, aunque sí bastante curiosidad.

Alex se sorprende a sí mismo emocionado de querer hablar. Aparte de Sebas y Juancho, no había nadie más que conociera ambas caras de su vida ni con quién pudiera hablar tan abiertamente de eso. La verdad es que sí lo necesita un poco, y Fede sería el primero en conocerlo desde esa perspectiva, lo cual se le hace extraño y emocionante en partes iguales.

El color de un enigmaWhere stories live. Discover now