Capítulo 3

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Epifanía

Ese último día del mes comenzó tan normal como siempre para Sebastián. Su nueva rutina le choca un poco todavía, pero está seguro que es cuestión de tiempo.

Inspira con fuerza. El sonido del lavamanos mal cerrado y la gota goteando le había resonado en los tímpanos toda la noche. Tiene que ver qué hacer con eso, o no podrá aguantar mucho más.

Su uniforme planchado, y sus lentes limpios. Se peina un poco, y ya está listo para salir. Aún va en buena hora, y Alex ya debe estar esperando.

Hay silencio en el pasillo, por lo general los alumnos no permanecen mucho tiempo por ahí, y tan temprano por la mañana varios se permiten unos minutos de pereza antes de alistarse. Sebastián cuenta las líneas de la cerámica del suelo; son treinta y tres en total, antes de dar la vuelta y salir al comedor.

El choque entre el silencio del pasillo y el barullo del gran salón no deja de molestarlo. Lleva sus manos a las orejas, algo aturdido. Levanta la vista, buscando la melena rubia de su amigo, lo capta, marca su camino y se dirige a él procurando no separar su vista del suelo. Escucha los platos resonando, de algunos alumnos que desayunan. Un muchacho asqueroso habla con la boca llena, el sonido le causa repulsión. De todas formas no son muchos, ya que aprovechan de ir a desayunar lo más temprano posible, cuando hay menos gente.

— ¿Qué cuentas, Sebas?

—La gotera me tenía loco —confiesa, dejando su bolso en la silla. Alex ya ha escogido la comida de él, el mismo sándwich de siempre, y se sienta.

—Agh, eso sí que es fastidioso —concede el rubio, terminando de comerse el pan.

Luego de un silencio mientras desayunan, intercambiando miradas, Sebas le pregunta a su amigo.

—Oye, Al, ¿te atreverías a entrar en el edificio prohibido?

—Mirá, no te voy a decir que no me intriga porque sí, sí lo hace. Pero no sé, jaja. Me da algo de miedo, no lo niego.

—Esa es solo la incertidumbre. ¿Y si supieras lo que hay ahí?

— ¿Entonces pa' qué voy a entrar? —se ríe.

—Buena respuesta.

El comedor empieza a llenarse con más personas, y entre ellos llega Federico. Alex siempre procura levantarse y huir de la habitación antes de que él se despierte.

Ya sin ninguna razón para estar en el comedor, ambos se encaminan hacia el patio central del complejo académico, donde se sientan a esperar como siempre. Hacen sus teorías acerca de lo que hay más allá de las escaleras del cuarto edificio, mientras miran con curiosidad el lugar, que irradia un aura intangible lo suficientemente fuerte como para acobardar a cualquiera.

—Y si entrara y muriera ahí adentro, ¿alguien iría a recoger mi cuerpo? —pregunta Alex, con evidente temor.

—Si es que consiguen un cuerpo.

—Ay.

Alex hala uno de sus rizos, como un resorte, pensativo.

—Y... ¿Y si fuera en realidad una zona en cuarentena con un virus mortal?

—No creo que un virus irradie tal aura —replica el castaño—.Tiene toda la pinta de ocultar algo paranormal.

— ¿Y los virus no son algo bastante paranormal de por sí?

—Es biología, no magia. Además, ¿por qué guardarían un virus potencialmente letal en un colegio cualquiera de un país tan equis como el nuestro?

—... Pues sería un golpe inesperado; Hollywood se sentiría ofendido de que Nueva York no sea el epicentro de una masacre mundial —dice Alex, convencido.

—Buen punto —concede el castaño, acomodándose los lentes.

—Aunque tampoco es que diga que prefiera ser el epicentro de un desastre mundial.

—Pero qué preferirías: ¿un virus o un demonio?

—Ninguno, no jodas —se ríe Alex, negando.

—Mira —dice Sebas cambiando el tema—, ahí anda el acosador tuyo.

—Como si me importara.

El timbre suena, anunciando el inicio de la jornada. Los rezagados corren con una empanada en la mano a medio comer, y el par de amigos se despide para ingresar a aulas diferentes.

Sebas observa una vez más el misterioso edificio, preguntándose qué hay más allá que hace que todos le tengan miedo.

El día pasa sin nada que decir. Muchos se siguen asombrando de sus conocimientos acerca de los temas de la clase, y suelen pedirle que le explique algunas cosas. Se junta con los intelectuales, donde consigue un buen grupo y se llevan bien; siente que son igual de raros que él, o al menos pueden aguantar su peculiar forma de ser.

Además, les gusta los videojuegos, ¿qué más pedir?

En las charlas se asoma una y otra vez la premisa del día Memorial; una tradición del último día de octubre donde se rendía homenaje a las personas que habían fallecido para no condenarlas al Olvido, el peor de los infiernos según la tradición. 

Sin embargo, se había banalizado tanto en casi todo el mundo esa costumbre con el paso de los años, que ahora solo funcionaba como excusa para hacer una celebración, mucho más considerando que estaban en un internado lleno de jóvenes revoltosos con ganas de aprovechar su juventud; solo que, en esas condiciones, no hay posibilidad alguna de hacer una fiesta —sin alcohol, claro está—, justo en temporada de exámenes.

Así que, como todas las tardes de los lunes, Sebas se alista para ir a la piscina a nadar un rato. Le gusta estar bajo el agua braceando, es como callar un rato el mundo y sentir su cerebro descansar.

Alex lo ve desde las gradas, pero de cuando en cuando se da una vuelta por el campo de fútbol a jugar un rato. No se atreve a acompañarlo en el agua, odia usar traje de baño, así que prefiere permanecer en tierra firme y darle al balón.

Ambos se liberan de las tensiones un rato, y esa noche deciden reunirse para celebrar el día Memorial como tanto estaban diciendo los demás; eso consiste en agarrar la Canaima de Sebas y ver algunos animes con temática gore y paranormal. Alex se queda a dormir en la cama extra, aunque no se desvelan en eso porque tendrán clases al día siguiente.

Pero, antes de cerrar los ojos, una presencia aparece.

Una mariposa negra se posa frente a Sebas, y vuela entre ellos con evidente diversión.

Se posa sobre uno de los libros de ocultismo de Sebas.

Y brilla.

...




El color de un enigmaWhere stories live. Discover now