Capítulo 9

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Conexión de hermanos

De noche, frente a la ominosa vista de la escalera de emergencia que da al edificio prohibido del Amelia Mercedes Villarreal, Alex se pregunta si un regalo valdría la pena como para entrar de nuevo allí. También se cuestiona qué clase de regalo quiere darle Sebas ahora.

En teoría, algo mágico busca con todo eso. Es innegable. La curiosidad y el miedo permanecen en partes iguales en la mente de Alex, y aún no puede imaginar cómo sería perderse ahí solo como le pasó a su amigo.

Caminan por los oscuros pasillos, ingresan al salón de clases abandonado de la última vez, y repiten el hechizo de invisibilidad. Luego, comienzan su exploración.

Alex permanece atento a cualquier cosa que pudiera surgir de improviso, y Sebas observa bien el camino para tratar de grabárselo de memoria. Logra volver al salón donde consiguió el cuaderno, el salón de computación número tres, pero sospecha haber tomado una ruta diferente a la de la vez anterior.

Se sientan en medio del silencio, no hay nadie más en los alrededores. En medio de la absoluta (o aparente) soledad, Sebastián saca su pulsera bajo la luz de la linterna del teléfono y la vuelve visible.

—Eh... Sebas... ¿ya puedo preguntar qué se supone que estamos haciendo? —Cuestiona Alex entre susurros, regañándose a sí mismo por nunca preguntar lo suficiente antes de las exploraciones—. No quiero invocar a nadie ni a nada ahora... Mucho menos hacerle un amarre a alguien...

—Ya verás. No es nada malo, no te preocupes.

—No sé cómo me pides que no me preocupe en este lugar... —refunfuña el rubio entre dientes.

El castaño saca unos dijes que había preparado. Ambos tienen una pequeña inscripción hecha con tinta y resguardada con plástico. Aparte, un signo parecido a la lemniscata, el símbolo de infinito.

—Dame tu pulsera un momento.

El rubio saca el brazalete de su tobillo y le quita el pedacito de tirro con el signo de invisibilidad, por lo que se vuelve visible. Sebas lo toma, y le inserta el dije. Hace lo mismo con la suya propia.

—Ahora, voy a intentar hacer algo que no había probado antes —anuncia, y Alex se asusta. Espera que no suceda algo de lo que vayan a lamentarse.

El castaño saca un libro de su bolso, lo ilumina con la linterna para poder leer y pone los brazaletes sobre uno de los pupitres, uno al lado del otro. Toma aire y suelta un suspiro.

Alex observa todo, en completo silencio. Puede notar que su amigo está concentrado aunque no pueda ver más que el libro iluminado flotando en el aire.

Luego Sebas coloca los brazaletes, uno sobre el otro, en forma de ocho. Alex se espanta un poco porque solo ve las pulseras moviéndose, sin notar la mano de su amigo.

Entonces Sebas pronuncia una palabra que Alex no comprende. Siente que presencia alguna exhibición de magia propia de cualquier libro de fantasía; un poco menos impresionante que las descripciones de cualquier novela o el CGI de las películas, pero no menos sorprendente para él.

Entonces, Sebas toca ambos brazaletes en los dijes, y se iluminan por un segundo, como un par de luciérnagas.

Guarda el libro, y cuenta.

—Hice una runa de enlace y salió bien —Sebas no puede ver su cara pero por su voz nota que está sonriendo—. Había leído que las runas son más duraderas si se escriben, dibujan y pronuncian, pero no me había atrevido a intentarlo.

Un fantasmagórico brazalete se aproxima a él, puede entender que Sebas se lo está devolviendo. Detalla el nuevo dije, ahora de un peculiar tono amarillo, por lo que alcanza a ver gracias a la débil luz.

El color de un enigmaWhere stories live. Discover now