Capítulo 33

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Las palabras de Josué

— ¿De verdad crees que funcionará? —pregunta Alex, observando a su amigo, sin mucha fe en aquello.

—Tiene que funcionar.

Es de noche, Alex se ha quedado en la habitación de Sebas. Van a intentar hacer magia con las pulseras, a ver si el cuaderno reacciona de alguna forma, y les da las anheladas pistas que necesitan.

Después de todo, las pequeñas runas de conexión en las hojas pillan sentido. Si van a utilizar una runa para destapar la verdad, algo debería salir de las páginas marcadas. No saben qué, pero esperan que la magia contenida en las pulseras sea suficiente.

—No me gusta que vayas a hacer magia otra vez —confiesa Alex, después de un rato de silencio mientras Sebas termina de acomodar las cosas—. ¿Y si lo hago yo esta vez?

—No —responde Sebas, tajante—. Nunca hemos hecho algo así, cualquier cosa podría pasar y tú aún tienes salvación.

— ¿Qué quieres decir?

Sebas suspira, siente el picor de las lágrimas agolpándose en sus ojos. El nudo en su garganta le complica hablar, pero tiene que decirlo, así que respira hondo y habla.

—Soy el único que ha hecho magia de nosotros. Soy al único que realmente le interesaba y que emprendió esta locura. No debí haberte arrastrado conmigo, y no quiero que te pase nada. Me da miedo que te pase algo, porque será mi culpa, y no puedo vivir con eso —se le escapa una lágrima, sus manos tiemblan cuando se la limpia—. Ni siquiera deberías estar aquí.

De ser sinceros, ninguno de los dos hubiera imaginado las consecuencias reales de todo lo que habían hecho. Que sí, desde el principio sabían que podría ser peligroso, pero jamás pensarían que lo fuera tanto.

Sobre todo Alex, que no sabía ni estaba muy interesado en la magia, quien a pesar de seguir a Sebas allá donde tuviera que ir, siempre le advertía que eso podría ser peligroso. Y joder, que debió hacerle caso, que cruzar el umbral del edificio prohibido es algo de lo que va a arrepentirse por el resto de su vida.

Pero si hay una cosa que jamás podría perdonarse es que Alex tuviera que pagar por algo que ni siquiera hizo. No se merece eso.

—No me voy a ningún lado —responde el rubio, decidido—. Eres... mi mejor amigo, eres mi hermano, la familia más real que tengo. Y no puedo quedarme de brazos cruzados mientras veo cómo te hundes y cómo te enfrentas a algo más grande que tú. No puedo, y no lo haré. Sé que cosas malas podrán pasarnos, pero... No me voy de aquí, no importa lo que digas.

Sebas ya no puede detener las lágrimas. Odia toda la situación, estar envueltos en aquel problema sin más que una frágil esperanza para hacerle frente, odia que Alex sea tan asquerosamente bueno, se odia a sí mismo por no haber sabido cuándo alejarse de todo aquel desastre.

—Lo siento...

—Hey, escucha una cosa. Ninguno de nosotros sabía que esto iba a pasar, ¿ok? De haberlo sabido no te dejaba entrar en ese lugar ni que te pongas de rodillas. Pero las cosas son como son, y se acabó. Solo nos queda continuar hasta donde podamos. Empezamos esto juntos y lo acabaremos juntos, ¿vale?

Sebas permanece en silencio, asimilando las palabras de su amigo. Se siente mal por todo, pero él tiene razón. Alex suspira y continúa hablando.

—No te voy a mentir, tengo miedo de todo esto —suelta, abatido—. Tengo miedo de lo que puede pasar, de cómo esa mariposona juega con nuestras mentes. Y está bien tener miedo, no jodas, más bien, ¿cómo no tenerlo? —se le escapa una risa nerviosa—. Pero, de la misma forma en la que te preocupas por mí, me preocupo yo por ti. Que algo te pase, y me sentiría peor si no hiciera nada de mi parte para ayudarte.

El castaño se siente un poco sorprendido de escuchar eso. Que sí, Alex todo el tiempo estaba demostrando que le importa, y tienen tantos recuerdos juntos donde se acompañan y apoyan que es algo innegable. Pero, al fin, siente que lo comprende.

—No me imagino cómo sería el mundo sin ti —finaliza el rubio y desvía la mirada, apenado.

El castaño tampoco podría imaginarse cómo sería la vida sin Alex. Las pesadillas ya le han dado una idea, y no le gusta en lo absoluto. Así que, sea lo que sea hay que intentarlo. Asiente con energía y coloca las pulseras sobre el cuaderno. El rubio nota el cambio de ánimos del castaño y sonríe en respuesta, se mantiene expectante.

Sebas agarra uno de sus carboncillos y dibuja en la contraportada de la libreta una runa. Es similar a la runa de invisibilidad, el hexágono, y el ojo en el centro, pero sin la equis, es la conclusión a la que llegaron, y esperan que no sea algo diferente.

Escribe un vocablo extraño, de aquel idioma misterioso.

Da tres toques en el centro del ojo, y en el último toque pronuncia la palabra extraña, similar pero diferente a la que debió haber pronunciado la primera vez que cruzaron el umbral del edificio prohibido del Amelia Mercedes Villarreal y se convirtieron en nada.

Entonces, no ven nada. El cuaderno queda en blanco.

Excepto algunas páginas que tenían una marca.

Ambos se observan, sorprendidos de que haya funcionado. El cuaderno por fin estaba en español, y Josué hablaba directamente con ellos.

"La única manera de que hayas llegado a esta parte es porque sabes de la magia, sabes la verdad del edificio prohibido del Amelia Mercedes Villarreal.

O simplemente eres Érebo y me terminaste descubriendo"

— ¿Érebo? ¿Ese no es de la mitología griega? —pregunta Alex, que ya podría creerse hasta que tendrían que luchar con un dios antiguo para poder vivir.

—Sigamos leyendo.

"Bueno, de todas formas si eres Érebo o no, ya no importa

Quien quiera que seas que estás leyendo esto, te voy a contar cómo vencer a Rosé."

—Un montón de nombres y no deja nada claro. Puro hablar paja, a ver si dice algo claro algún día —se queja Alex, indignado.

Sebas continúa leyendo por su cuenta, hojeando las páginas salteadas. Tal vez si se borraba la marca volvería a ser el mismo cuaderno de antes, así que deben tener cuidado, debió haber usado un marcador, mejor. Tampoco tiene idea de cuántas veces podría usar la magia de las pulseras, por lo que se le ocurre una idea.

—Dijiste que no podíamos dejar pistas —le recuerda el rubio con una ceja alzada al ver a Sebas tomándole fotos con su teléfono a las páginas del cuaderno.

—Lo guardaré en una carpeta segura, no te preocupes.

Luego de asegurarse de tomar todas las fotos que necesita, decide comprobar su hipótesis e interrumpe el trazo de la runa. Efectivamente, el cuaderno vuelve a estar como al principio. Le devuelve la pulsera a Alex, que ya tiene que marcharse a su dormitorio antes que sea el toque de queda.

—Mañana me pasas las fotos, para ver qué lo qué con esa cosa.

Sebas asiente y se despide de su amigo. Alex se va, pero no puede evitar preocuparse. Es exactamente el mismo sentimiento que tuvo la noche cuando llegó la mariposa y brilló en la habitación de Sebas. Quiere confiar en que nada va a pasarle, incluso se ha traído consigo el cuaderno, pero eso no es suficiente. Tiene un mal presentimiento, no le gusta sentirse así de ansioso.

Aquella noche habla poco con Fede. El moreno puede notar que algo lo tiene distraído, pero no se anima a preguntarle qué le pasa. Tal vez es algo personal, aunque, si lo piensa bien, siempre es algo personal. Conocer a Alex es algo más difícil de lo que parece, y aun así, lo sigue intrigando.

Algo está escondiendo. Algo ha estado escondiendo siempre.

...

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El color de un enigmaWhere stories live. Discover now