Capítulo 20

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Señales

Nuevamente una pesadilla, se están haciendo recurrentes. Se asusta un poco, a veces ni siquiera lo dejan dormir por más cansado que esté, y solo empeoran. Sebas se incorpora en la cama, y frota sus ojos, se siente agotado apenas al despertar, ¿qué quedará para el resto del día?

Soñó que podía volar. Tenía alas o algo así; no lo vio, pero pudo sentirlo. Volaba, y luego lo atraparon, no podía moverse, el dolor incluso se sentía vívido, como si le clavaran agujas en la espalda, o en lo que podía suponer que eran sus alas. Después, cuando el dolor cesó y quedó libre de nuevo, pudo ver y sentir cómo desaparecía.

Primero sus alas, y quedó suspendido en el aire hasta empezar a caer, pero justo antes de chocar con el suelo, él mismo se volvió polvo y se despertó alterado. Había llorado. Tal vez no sería mala idea decirle a Alex que fuera a dormir una noche en la cama vacía a ver si con compañía se calmaba.

Se dirige al desayuno, donde se encuentra con Alex que ya había escogido su desayuno. Algunas cosas nunca cambian.

Piensa un momento si comentarle de la pesadilla que tuvo esa noche, porque desde siempre le habían dicho que cuando uno tenía una pesadilla había que contarla para que no sucediera, pero es tan surrealista que duda mucho que se vuelva real. De todas formas, al final decide comentársela.

—No crees que pueda ser algo así como una señal, ¿no? —Pregunta el rubio y luego da un sorbo a su jugo—. Digo, conozco unos... desagradables insectos alados, que tienen que ver con todos los misterios de ese dichoso lugar al que no hemos vuelto desde lo que pasó en diciembre.

El castaño sí lo había llegado a pensar. Incluso, aquel sueño le hacía recordar un poco a la mariposa que él tuvo encerrada todo ese tiempo. ¿La habría hecho sentir tan mal el tiempo que la dejó encerrada? Nunca le clavó nada, pero tal vez pasó mucha hambre. Bueno, ya no había más qué hacer, ya la había soltado.

—A veces extraño la magia —confiesa Sebas, viendo a la mesa—. Pero sé que es muy arriesgado volver y no es como que tenga tiempo para hacerlo de todas formas —aclara antes de que Alex pudiera decir algo para contradecirlo.

El rubio ya se lo veía venir. Sabe que para el castaño la magia y todas esas cosas son algo importante para él, no puede esperar menos que eso.

Entonces, recordando que había adelantado bastantes tareas los días que estuvo de reposo y que tiene algo de tiempo libre, le promete que continuará traduciendo el cuaderno durante esos días. Eso parece animar un poco al castaño, ambos siguen intrigados por lo que sea que aquel extraño había escrito, y volver a avanzar despierta su curiosidad.

Sebas se va a la clase más tranquilo. Micaela y un par de amigos más lo reciben sentados en los pupitres de siempre, le sonríen, y hablan de cualquier cosa. Nuevamente, se destaca por sus notas prácticamente impecables, le explica matemáticas a algunos del salón y nadie sospecha que lleva algunos días durmiendo mal por las pesadillas.

Las cosas siguen tan normal como siempre.

Va a los entrenamientos de natación, y al menos la primera parte es la que más disfruta, cuando solo tiene que bracear de un lado a otro a lo largo de la piscina. El frescor del agua, el silencio de estar rodeado de ella, la sensación de respirar fuera a cada braceada, la potencia y coordinación de las patadas, son pequeñas cosas que lo calman y silencian sus pensamientos. Calla el mundo un rato y lo pone en pausa.

Le hace recordar cuando era más pequeño y descubrió la natación. Agradece intensamente que sus padres le hayan inscrito de pequeño a ver si le gustaba, porque sí que le encanta. También el que lo hayan suscrito al uso de la piscina en el internado; aquellos que la usan periódicamente (por lo general los que practican natación) deben firmar un documento para comprometerse a contribuir al mantenimiento de la piscina, que es un costo extra a la mensualidad. Los demás tenían derecho a usarla en contadas ocasiones, y no es obligatorio en clase de educación física.

El color de un enigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora