Capítulo 12

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Regalos

Sebastián se siente un poco más aliviado. Las reuniones familiares no son ni por lejos su pasatiempo favorito; las normas sociales son algo que sigue siendo un misterio para él pero que todos saben por instinto, tampoco sabe muy bien de qué hablar con el resto de su familia, todos se sienten tan lejanos; aunque puede decir que ha mejorado considerablemente con la terapia y el que sus padres por fin lo entendieran y aceptaran sus particularidades.

Ese fin de año, al igual que la anterior, ha sido muy diferente. Menos ruido, menos reuniones sociales por compromiso, menos pólvora; mucho menos sofocante para él. Solo había ido por la noche a donde sus abuelos, donde no estaba tan mal; se encontró con su primo Miguel con quién podía hablar de sus temas favoritos de magia y exorcismos (que en terapia le habían dicho que era una hiperfijación, y muy pocos soportaban verlo hablar tanto de un tema específico, al parecer), lo que estuvo perfecto.

Luego de eso pasaron a esperar que se hicieran las doce en la casa de sus vecinos, la familia Zavala. La familia de Alex.

Llevaban toda la vida en el mismo vecindario, podría decirse que eran cercanas entre sí, pero después de Alex y el Amelia Mercedes Villarreal el ambiente parecía haberse enrarecido entre ambas familias, las dos con opiniones encontradas del asunto; al punto que el mismo Sebastián podía notarlo.

Sin embargo, no dejaría que nada de eso afectara su amistad con Alex. No ha sido el mejor amigo del mundo, y eso lo sabe; incluso se pregunta a menudo cómo el chico no se cansa de él y sus rarezas. Sin embargo, de verdad que quiere intentar tener una buena amistad con él. No es muy bueno demostrando sus sentimientos, tampoco había tenido muchos amigos antes, pero el rubio ya parece saber la magia de leerle la mente porque siempre sabía todo y esperaba que él le contara con una paciencia que no parece tener nadie más.

Por eso, la primera tarde del nuevo año, Alex no pudo evitar preguntarle si estaba bien.

—Lo siento. Es que no puedo dejar de sentirme culpable por lo que pasó en el edificio prohibido.

Directo y sin más rodeos dejó salir ese pensamiento obsesivo que le tenía dando vueltas desde entonces. Su psicóloga le había hecho ver que su honestidad es una buena cualidad suya, siempre y cuando aprendiera a encontrar las mejores palabras para decir la verdad. Él quiere aprender a hacerlo, pero no está seguro de cómo.

Alex parece sorprenderse un poco, no esperaba que su pregunta casual diera pie a una probable conversación profunda con el castaño en ese momento. Pone en pausa el juego y se voltea a verlo con interés. Sebas a veces envidia un poco a Alex porque siempre parece saber qué decir y qué hacer en esos momentos, quiere ser un poco como él.

—Oye, no pasa nada, ya eso pasó, ¿sí? —intenta calmarlo—. Tú no fuiste quién me hizo eso, no fue tu culpa. Tampoco me obligaste a nada, fui por mis medios sabiendo que algo podría pasar.

—Pero nunca debimos haber ido ahí —repone, arrepentido—. Nunca debí dejar que fueras a ese lugar, yo tampoco debía ir allí, para empezar. Todo es mi culpa por esta... estúpida obsesión, o lo que sea —si ya era raro ver a Sebas expresando sus pensamientos, más lo era utilizando una palabra como esa.

Sebas juguetea con la sábana de su cama entre sus manos, la aprieta. Alex puede notar que está nervioso, y es comprensible, él no está acostumbrado a decir lo que siente o a mostrarse tan vulnerable. Respira profundo y trata de pensar bien sus palabras.

—Hey, está bien que te guste algo, que te interese y quieras saber más, bro; incluso si es la magia o todo este enigma tan intrigante —le concede el rubio, que no podía negar, era algo que despertaba su curiosidad a pesar de todo lo malo. Sin embargo, continúa—. Pero, tienes..., tenemos, que andarnos con más cuidado, ¿sí?

El color de un enigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora