Capítulo 30

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Futuro incierto

Ambos saben que la única razón por la que lograron salir de ese lugar antes que se hicieran las cinco de la mañana es porque la mujer mariposa así lo quiso. No tenían oportunidad contra ella, no había manera de ganar, y lo único que pudieron hacer fue correr como dos ratas aterrorizadas por los caminos que ella convenientemente había trazado.

Podrían intentar dormir un poco antes de ir a clases, pero la verdad es que ninguno logra recuperarse del shock de lo que se habían enterado.

La imagen de Sebas siendo completamente corrompido por la magia maldita de la mujer mariposa los persigue, y la pregunta evidente es saber si eso podría llegar a matarlo.

Ninguno sabe qué hacer, qué decir, qué pensar. Se quedan callados tratando de procesar tantas cosas. Cosas malas. Todo es malo y está yendo a peor, sin que puedan hacer otra cosa más que acelerarlo.

Y aunque Alex hubiera podido comprender algunas cuantas cosas, la verdad es que no siente que pueda servir para nada. El sentimiento de derrota es desolador, la esperanza de un futuro, cuanto mucho demasiado optimista, por no decir que sería como soñar con imposibles.

En medio de aquel silencio, ambos siendo incapaz de romperlo, Alex solo toma uno de los binders que escondía en el cuarto de Sebas, se lo pone y se va a prepararse para enfrentar el día de clase que les queda aún por delante.

Antes de irse, intercambian una mirada que expresa todo lo que aún no se atreven a poner en palabras. Ni siquiera tienen necesidad de decir algo, ambos lo saben, porque es un sentimiento compartido.

Alex llega a su cuarto, y se encuentra que Fede ya estaba despierto. El moreno lo observa un momento y algo de preocupación se escapa en su gesto, pero después de voltea a arreglar sus cosas. Alex no dice nada, lo cual hace que Federico se preocupe aún más, pero no se atreve a preguntarle nada al respecto. Alex se siente un poco mal, pero la verdad no tiene fuerza de hablar de lo que ha acontecido ni mucho menos de cómo se siente sobre eso.

Tampoco quiere tener que mentir. Porque sería más mentiroso de lo que ya es.

El rubio se termina de alistar en completo silencio. Ambos salen, pero ninguno rompe la quietud. Hay tanto silencio desde que volvió del laberinto que lo desespera, sin embargo él por su cuenta no puede decir nada. La verdad es que sí quiere hablar de eso, de lo asustado y devastado que está, de lo desesperadamente que necesita una solución, pero, ¿con quién, aparte de Sebas, podría hablar? Nadie debe enterarse de sus excursiones secretas, y el único con quien puede hablar está mucho peor que él.

Pero eso, ¿sería cierto? ¿Cómo podrían comprobar algo así? Aparte, ¿eso no lo ha afectado a él también? Ha usado magia, hasta invisible se ha vuelto, o lo que sea.

Llega al comedor, se sienta con Sebas. Ambos comen en silencio. Por como sigan las cosas así seguro va a enloquecer.

El sueño comienza a embotarlo. Los golpes que se dieron al correr a ciegas le empiezan a doler, después de bajar la adrenalina los rasguños comienzan a picar. Le arden las piernas, que si bien está acostumbrado a recorrer la cancha durante los partidos de fútbol, no es lo mismo huir para salvar su vida de un ente incierto sin siquiera haberse preparado o usar zapatos adecuados.

Y eso que tiene examen. No puede faltar porque lo enviarían inmediatamente a la enfermería para hacerle una revisión y, si ya de por sí no podría explicar los moretones y rasguños, mucho menos el hecho de que su pecho no es plano.

Le pesan los ojos, así que va a la barra y por primera vez en el año pide un vaso de café.

No es muy fanático de esa bebida, prefiere tomar juguito por las mañanas con el pan, y el sabor lo hace arrugar un poco la cara. Definitivamente no es de sus favoritos, pero al menos reza que la cafeína pueda mantenerlo despierto y espabilado un rato.

El color de un enigmaWhere stories live. Discover now