Capítulo 10

21 4 27
                                    

Sombras

Alex no esperaba entrar esa noche al edificio prohibido del Amelia Mercedes Villarreal para recibir la paliza psicológica de su vida.

El espejismo de Sebas lo guio a una trampa que pretendía jugar con su estabilidad mental. ¿Por qué o para qué? No era una respuesta que él supiera, y después de todo, poco iba a importar.

Como una cruda parodia del espejo de Oesed de Harry Potter, aquel laberinto de espejos no le mostraba la realidad, pero sí podía ahondar en los profundos rincones de su mente. Rincones que él prefería no explorar, que él ignoraba todo el tiempo que podía.

Y así fueron enfilándose uno a uno sus temores ignorados, sus sombras arremolinándose en recuerdos que él había preferido olvidar para ahorrarse el dolor. Las miradas de decepción, de traición, de extrañeza y de burla. Todo el tiempo había querido decirse a sí mismo que la opinión de sus padres no le importaba tanto, pero al final de todo, es una mentira.

Hubiera querido tener su apoyo y compañía.

Hubiera querido sentirse escuchado y comprendido.

Hubiera querido dejar de sentirse tan solo.

Trata de seguir caminando por aquel pavoroso lugar, apenas viendo a través de las lágrimas cómo los espejos le muestran aquello que jamás podría tener. Cómo parecen decirle que es lo que se merece. Se siente vulnerable por dejar que le afecte, pero a la vez es injusto que quién sea que estuviera detrás de esa tortura emocional le eche sal en la herida.

Las mariposas empiezan a aparecer a su alrededor, era lo que había estado iluminando la estancia con aquella luz mortecina. Intenta correr por los enrevesados pasillos tratando de no voltear a los espejos. Tiene que detenerse porque las mariposas son demasiadas, cubre sus ojos, completamente aterrado; la idea de que el polvillo de sus alas pueda dejarlo ciego es algo que teme desde pequeño, y allí arrinconado en medio de un enjambre su pánico solo aumenta. Intenta seguir caminando, a ver si pilla la salida por pura chiripa, pero solo choca con los espejos en cada esquina, aparte de escuchar el desagradable aleteo de las mariposas y sus frágiles alas chocando incesantes por todo su cuerpo.

No puede seguir caminando en medio de esa nube de mariposas, se pregunta si era posible que muriera en ese momento. Si alguien lo encontraría, si es el final. Se agacha, pidiendo clemencia en un grito lastimero, mareado y con náuseas. Se encoge en el suelo, en posición fetal tratando de protegerse.

Entonces, cuando piensa que todo está perdido, sintiéndose más solo, pequeño, insignificante y asustado, escucha una voz familiar.

— ¡Al!

El castaño se arrodilla a su lado. El rubio tiembla, pero al menos ambos lucen ilesos, físicamente hablando. La oscura luz de las mariposas alejándose los ilumina, en los espejos solo quedan los reflejos de ellos dos.

El castaño observa la pulsera, como el color azul resalta en el dije, pero no necesita ver eso para saber que el rubio está triste, a juzgar por las lágrimas que no dejan de salir de su mirada rota y perdida.

Ya más aliviados al haberse encontrado por fin, se ponen en pie, y emprenden el camino fuera del edificio prohibido del Amelia Mercedes Villarreal.

...

Los siguientes días, el sol que era Alex parecía apagarse a una velocidad fulminante, así como las piedritas brillantes que Sebas le había dado de protección y se tiñeron de un oscuro color. Incluso Federico era capaz de notarlo, y de pillar al rubio despierto a altas horas de la madrugada. Parecía tener pesadillas muy seguido, o el sueño que solía tener el rubio, ya de por sí ligero, se interrumpía demasiado y con brusquedad.

El compañero de cuarto de Alex no podía no sentirse intrigado por el extraño comportamiento del rubio esos últimos días; mientras más se acercaban las vacaciones y todos festejaban por el descanso y la temporada festiva, el catire parecía más deshecho, ¿se habría enfermado? ¿Había pillado un resfriado con el frío de diciembre? Eso no tenía sentido, si nunca dejaba de usar suéter. Pero tampoco valía la pena preguntarse por eso.

Aun así, hasta se abstuvo de molestarlo durante ese tiempo. Igual, con el sueño irregular no tenía energía ni para jugar fútbol con los demás, mucho menos para responder sus puntas.

Alex no sabe a qué le tiene más miedo; si a las pesadillas catastróficas de lo que le esperaba en casa ese fin de año, si una discusión, si tal vez lo echarían de casa, o si tendría que tragarse su orgullo y usar la ropa femenina que su madre escogería para él y aguantar todo con una sonrisa falsa. 

O a los traumas que él notó dentro de sí después del incidente en el edificio prohibido.

Pensó que estaba bien, que llevó todo a la perfección y que estar seguro de sí mismo era suficiente para ir contra el mundo. Pero ahora no está seguro de nada. Tantos sentimientos reprimidos afloraron desde entonces y no sabe cómo reaccionar a eso, o cómo buscar ayuda.

Sebas no puede sentirse más avergonzado y arrepentido de aquella excursión. Las cosas estuvieron tensas entonces, aunque el castaño se haya disculpado en cada oportunidad. Puede imaginar el dolor innecesario por el que hizo pasar a su amigo después de que él le haya contado un poco de lo que vivió y ni siquiera sabe cómo ofrecerle algo de ayuda.

El castaño soltó la mariposa del frasco, como si con ello pretendiera prometerles a Alex y a sí mismo abandonar su idea idiota de buscar la magia, por miedo a que les hiciera daño de nuevo.

El día de irse a casa llegó por fin. Muchos alumnos comentan animados qué harán en vacaciones. Alex quiere parecer interesado en lo que le dicen sus compañeros de salón, pero le duele no poder compartir sinceramente su entusiasmo. Se dirigen en fila para montar los autobuses de vuelta al edificio de visitas donde en teoría deben estar los familiares de todos para buscarlos e irse a casa. Fue un golpe bajo para el rubio ver el edificio a lo lejos donde sus padres no se dignaron ni a pasar a ver cómo estaba y cómo le había ido esos tres últimos meses lejos de casa.

Ya allá, los padres de Sebas lo saludan con cariño, prácticamente los que estuvieron al tanto de él todo ese tiempo, y como obviamente sus padres no pasaron por Alex, se va con ellos. Se tarda todo el tiempo del mundo en casa de Sebas. No tiene apuro en volver, o al menos la está pasando mucho mejor con su amigo y su familia, y no sabe qué esperar cuando tenga que ir a su casa.

Después de jugar un rato Tekken (donde se nota que el castaño se está dejando ganar a ver si eso le sube los ánimos al catire), ya se hacía demasiado tarde para retrasar lo inevitable. Pero antes que Alex se prepare para salir, muerto de la ansiedad, Sebas lo detiene.

—Oye. La verdad lamento todo lo que ha pasado —se sincera—. No debí obligarte a ir conmigo. No quería que te pasara nada malo y, en serio lo lamento.

—Sebas, no...

—Sé que estás pasando por una situación difícil, sé que esto es difícil para ti. Pero igual si necesitas contarme, dime. No soy bueno consolando y me cuesta entenderlo, pero haré el intento al menos. Si quieres puedes llenar mi buzón de mensajes, si eso te hace sentir mejor. Ven cuando quieras, tampoco es como que esté muy ocupado.

Alex sonríe y deja rodar un par de lágrimas al sentirse un poco menos solo; sabe que Sebas seguramente ha pensado y repensado un montón todo lo que dijo.

—Y no agradezcas nada —se le anticipa el mayor—. No he sido un buen amigo, solo trato de mejorar.

El rubio asiente, con una pequeña sonrisa. Las sombras se han iluminado un poco.

...


El color de un enigmaWhere stories live. Discover now