Capítulo 41

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  Una mariposa que se llamaba Rosé

Alex corre a encontrarse con Sebas y lo sujeta de los hombros. La expresión de terror del castaño es suficiente para alarmarlos. Sus piernas fallan y trastabilla, se sostiene de Alex e intenta regular su respiración.

Él estaba preparado para eso. Sabía lo que iba a pasar y estaba mentalizado para asumir las consecuencias, pero no puede evitar aterrorizarse y temblar de miedo cuando se da cuenta que es demasiado tarde y su destino está respirándole en la nuca.

Ha usado demasiada magia.

—Maldita sea, Sebas, ¡no! —Exclama Alex, dolido, y ya ni siquiera le importa llorar o mantener la compostura—. No, no, no, no, ¡esto no puede estar pasando!, tenemos que irnos, debe haber una manera, debemos encontrar una forma...

—Lo siento...

— ¡No hables! Guarda energía, vamos, tenemos que salir... Fede, sujétalo por el hombro, vamos...

Luego del susto inicial, Sebas puede incorporarse de nuevo. Está debilitado, pero aún tiene algo que hacer, y tiene fuerzas para hacerlo, así que se suelta del agarre de los dos.

—Lo siento, Al.

Sebas se quita los lentes un momento, con manos temblorosas, quiere llorar, pero no quiere sentir la incomodidad de que solo le salgan esas lágrimas pesadas. Se limpia la cara con su franela, para quitarse un poco los restos de sangre. Le duele la cabeza. Vuelve a colocarse los lentes.

—No puedo volver.

—No te hagas de rogar, bro. Volvemos después, con un mejor plan, ya tenemos menos de lo que preocuparnos, conseguiremos otra manera de acabar con la mariposona sin magia... —empieza a decir Alex, tratando de convencerlo, pero Fede lo interrumpe, porque parece que no ha pillado lo que Sebas expresa.

— ¿Qué quieres decir?

Sebas suelta un suspiro, no sabe qué es más difícil: si enfrentarse a Rosé, a su maldición, o tener que explicarle eso a su mejor amigo.

—La maldición... Ya no podré vivir sin magia, y más allá de este lugar, no hay magia —revela, luego de un silencio grave al que le sucede uno peor.

— ¿Y no hay manera de curarte eso, o...?

—Si la hay, no la conozco.

Alex permanece callado, cabizbajo y con los puños apretados de impotencia. Fede no sabe qué más preguntar, al sentir que están frente a un callejón sin salida.

—Sebas... —lo llama por fin Alex, ambos voltean a verlo—. Si no puedes irte de aquí, entonces yo tampoco lo haré —concluye, decidido, pero también aterrorizado.

—No, Al...

—Te dije que íbamos a terminar esto juntos. Pues así será. Y si no vas a volver, yo tampoco, así tenga que usar esa cochina magia hasta quedarme sin alma.

Intenta buscar algo con qué escribir, pero Sebas lo detiene al sujetar sus manos. Lo mira un momento a los ojos y eso es suficiente para quebrar al menor.

—Alex.

—No puedo imaginarme un mundo sin ti, entiende —declara con la voz rota—. No me dejes solo...

Se le rompe la voz y se aleja un momento. Se odia a sí mismo porque se siente como un niñito perdido y llorón, en vez de enfrentarlo con la frente en alto, pero no puede escapar de ese sentimiento de desolación que le hace sentir el pensar en un futuro sin Sebas.

—Aún hay personas allá fuera que estarán contigo aunque yo no esté —le recuerda Sebas, con voz temblorosa pero una sonrisa pequeña y comprensiva—. Es la única forma de que al menos tú puedas volver, aún hay muchas cosas que puedes hacer...

El color de un enigmaWhere stories live. Discover now