· 10: Catorce días ·

10 2 17
                                    

KYLE


Salgo de casa no muy decidido y voy hacia el retiro, donde me esperan Miriam y Sevda. Le dije a Miriam que prefería no ir, pero no puedo competir contra su cabezonería. Nadie le gana a eso.

***

Una vez en el parque las veo hablar a lo lejos. Conforme me voy acercando más nervioso me pongo. Cuando ya estoy llegando a ellas, Sevda me ve y gira su vista bruscamente hacia nuestra amiga. Desde aquí veo cómo gesticulan y cómo se enfada. ¿No sabía que venía?

—¿Kyle? —me pregunta cuando llego a su lado —. No sabía que venías.

Y al decir eso mira con enfado a Miriam, que se encoge de hombros y me saluda haciéndola caso omiso.

—¡Vamos a las barcas!

Ambos la seguimos sin rechistar y sin soltar una sola palabra. Incluso ni cuando llegamos a la eterna cola nos quejamos. Simplemente nos ponemos en último lugar y esperamos. Creo que ninguno estamos con fuerza suficiente como para quejarnos.

—Bueno, pues ya solo quedan 14 días para que te vayas —Miriam me mira triste—. ¿Tienes pensado hacer algo a modo de despedida?

Niego con la cabeza.

—Tampoco tengo a nadie de quien despedirme, no va a cambiar mucho la cosa —digo sin apenas pensarlo.

Levanta la cabeza y veo cómo mi amiga niega desaprobando mi afirmación.

—Nos tienes a nosotras —agarra a Sevda, que me mira obligada por su amiga.

—Ya... —digo desconfiado.

Y es que a Sevda no la tengo, en la página en la que estamos de la historia ya no somos ni amigos. Porque no podemos serlo. Solo nos hacemos daño. Por un momento mi mirada y la de Sevda se cruzan, sus ojos están oscuros, como apagados. Su mirada alegre se ha ido. Se ha apagado ella entera. Igual que yo, ella era el enchufe que me mantenía con brillo.

Cuando por fin nos va a tocar suena el teléfono de Miriam.

—Ahora vuelvo —Tras decir eso se aleja de nosotros para atender la llamada.

Mientras, nosotros dos nos quedamos mirando a cualquier sitio que no sea el otro. Yo miro al suelo, y ella mira hacia el agua. Ni el suelo ni el agua son interesantes, solo evitamos mirarnos y hablar.

***

Cuando llegamos al principio de la cola y el trabajador se acerca a nosotros para subirnos a la barca, automáticamente miramos a nuestra amiga, que sigue hablando. Nos hace con la mano un gesto de que ya mismo viene y que mientras entremos nosotros. Y no muy seguros lo hacemos.

El hombre da la mano a Sevda para ayudarla a entrar en la barca sin que se caiga. Yo le sigo y entro sin ayuda.

Ambos miramos de nuevo a nuestra amiga que sigue hablando por teléfono.

—¿Estáis listos? —nos pregunta el señor de la barca.

—No no, un segundo, que mi amiga ya viene —respondo inquieto.

Y tal y como he hecho antes, miro a Miriam, pero cuando agudizo mi vista me sorprendo al no verla. No está donde antes estaba, ni unos metros más alejada. Ni siquiera se encuentra en nuestro campo de visión.

—Lo siento —el señor empuja la barca y nuestras miradas se cruzan a la vez.

—Miriam nos ha hecho una encerrona —dice Sevda, como si fuera algo nuevo para mí.

Solo 20 días (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora