—No puedo creer que a estas alturas de la vida tengamos que ver tremenda barbaridad, Enriqueta —gruñe sin poder ocultar su cara de asco.—¡Mira, mira el degenere de tu hijo! ¡Que vergüenza!.

La mujer pone los ojos en blanco y avanza, esquivando a la mujer que se mueve sin abrir siquiera los ojos, posicionándose al lado de un hombre vestido de Elvis Presley. 

—Ay por favor, no necesito tus sermones, Alfredo.

Éste gruñe en respuesta, justo cuando Juan se aproxima a estos, viéndolos apenado a la vez que intentándo inútilmente arreglar su aspecto físico. Alfredo lo observa ceñudo. Lo apunto con el dedo.

—Y tú, tú eres el causante de todo esto.

Juan trago seco.

—Yo solo quería que Alejandro pasará un momento divertido después de mucho tiempo estresado. Jamás me imaginé que iba a hacer esto. Créame que no estuvo en mis planes —se defiende, aceptando la culpa sin sentirla.

Alfredo chista sus dientes.

—¡Por supuesto! Nunca está en tus planes...

—Basta —interviene Enriqueta.— Juan tampoco tiene la culpa de las decisiones de nuestro hijo.

Alejandro ya esta muy grandecito.

—Claro, ya salió la alcahueta a defender a estos bastardos degenerados.

Enriqueta suelta un suspiro tratando de calmar la ira en su interior.

—Lo que tenemos que hacer es sacar a nuestro hijo de ese cuarto y regresarnos a México.

—Como si fuera eso posible —gruñe en respuesta y la señala. — tú muy bien sabes cómo es Alejandro. Siempre que lo desee va hacer lo que se le venga en gana. Y tú, tienes gran parte de la culpa por alcahueta, por dejarlo que siempre se salga con la suya.

—No voy a entrar en discusiones por quién tiene o no la culpa. Hay que buscar soluciones, no culpables. Al menos hay que intentarlo —ruega Enriqueta, en tono de voz dolido. —Llevame dónde está —le pide a Juan.

—No le va abrir —responde cambiando su expresión a una más suave.—he echo de todo para que salga.

Enriqueta no cedió y Juan al ver la determinación en sus ojos, asiente.

—Esta bien, vamos.

Dejaron a Alfredo quien no tenía la menor intención de seguirlos y avanzaron, esquivando a algunos  personas aún inconsciente en el suelo.

—Alejandro, hijo. Soy mamá, por favor abre la puerta —pide, alzando su refinada voz, pero no hubo respuesta, siguió tocando sin darse por vencida. —abre la puerta por favor. Soy mamá. Vengo a llevarte a casa.

Nada. Silencio completo.

—¿No han intentado abrirla, no sé, cambiar la cerradura? ¡¿Algo?!.

—Señora está puerta tiene un mecanismo que solo se puede cerrar por dentro. Usted porque cree que la llamamos.

—¡Por dios! ¡Que se meten para caer rendidos y sin posibilidad de reaccionar! —Juan esquiva su mirada. Enriqueta vuelve a insistir con tocar la puerta. —¡Alejandro, abre ya está puerta! Trae un objeto contundente, romperemos la cerradura.

—Señora, si hacemos eso la puerta automáticamente se bloqueará y entonces estaríamos fregados porque nadie tendría la posibilidad de abrir.

Enriqueta lo observa indignada.

—¡¿Es en serio?! —cuestiona ya alarmada. Juan asiente. —bueno entonces ayúdame hacer ruido para que alguno de allá dentro se despierte.

—Fue lo que estuvimos haciendo ayer todo el día —cuestiona luciendo lamentable. —por eso lo llame.

—Pues tú fuiste el que incitó a mi hijo a venir aquí, así que haste responsable y ayuda.

Tras las duras palabras, Juan empieza a tocar la puerta con todas sus fuerzas mientras hacía todo el escándalo posible. No se escuchó ni un susurro pero tampoco se dio por vencido.

Lo cierto era que el alboroto no llego a oídos de los presentes quienes se encontraban profundamente dormidos, amontonados uno sobre otros con Alejandro en medio del hacinamiento siendo el único que se encontraba sudando debido al peso y la cantidad de cuerpos alrededor de él.  Aún estaba respirando, sin embargo su respiración es un poco más lenta que la del resto.

Enriqueta y Juan continuaron tocando la puerta.

—¡Abran la bendita puerta! Alejandro, hijo. Abre. Soy mamá. Alguien que por favor abra.

Cualquier persona podia escuchar a kilómetros lo contundentes toques y gritos que estos provocaban. Sin embargo, no había ninguna respuesta al otro lado. La desesperación crecía en el interior de ambas personas crecía puesto que no era normal que ninguno de los presentes en aquella habitación no saliera a curiosear el alboroto, que ni siquiera dieran signos de vida.  Las minutos pasaron y poco a poco empiezan a cansarse, sus toques ya no son tan contundentes, con sus bocas secas, sudorosos y sin una gota de esperanza. Estaban a punto de rendirse, hasta que la manija del seguro de gira y la puerta se abre, sorprendiéndolos.

Enriqueta dio dos pasos hacia atrás huyendo de la mujer y del olor a humedad, orín y otro olor fétido de excremento que inundó sus fosas nasales y provocó que su estómago diera un vuelco.

Enriqueta intentó no mirar la desnudez de la mujer que tampoco  los miraba, es más, sus ojos se encontraban desenfocados, sin ninguna clase de emoción, que penas podía mantenerse de pie o parpadear. Enriqueta contuvo las ganas de vomitar al ser testigo de cómo la mujer hecha fuera lo que sea que tuviera dentro mientras se mantenía tirada en el suelo.

Dejando atrás a la chica, Enrique escanea con la mirada  hasta que sus ojos se abrieron aterrorizados de su hallazgo, suelta un grito ahogado de espanto y corre hacia el interior, ignorando el hedor hasta llegar en donde su hijo se encontraba con Juan pisándole los talones quién le ayudó a quitar a las personas alrededor, estás cayeron al suelo y ni siquiera se quejaron al caer. Enriqueta abraza al cuerpo pálido y escuálido de su hijo, sintiendo la baja temperatura de su cuerpo. Sus ojos empezaron a temblar y se apresuró a comprobar su respiración, aunque estuviera respirando no le dio ningun alivio en su corazón.

—Esta ardiendo en fiebre —murmura para si, pero Julio la escucha y se apresura a medir la temperatura, comparándola con la suya, comprobando así las palabras de la mujer.— Alejandro, hijo, despierta, abre los ojos mi amor. Por favor, por mami—pide, con la voz temblando, sin dejar de acariciarlo. El mencionado abre un poco los ojos, no los suficientes para que estos lleguen a revelar la iris de sus ojos pero fue suficiente para alertar a su madre. —¡Llama a una ambulancia y trae un poco de agua! ¡Rápido! —exclama alarmada costandole hablar. —Amor por favor, no te vayas, resiste mi amor. ¡Llamen a una ambulancia!.

Juan maldice y se apresura a llamar a una ambulancia, pero no alcanzó a marcar cuando Alfredo, desde el umbral de la puerta y mirando la escena con una expresión imperturbada, lo detiene con su celular en el oido. 

—Ya estoy llamando. Tú ve por el agua.

Juan sale disparado y al poco tiempo regresa con una vaso lleno de agua al cual entrega. Enriqueta lo agarra con las manos temblorosas y vierte un poco en sus labios resecos.

—Por favor hijito, por favor abre los ojos. No te mueras por favor, ¡No te mueres!.

Alfredo gruñe, creyendo absurdo el comportamiento de su mujer.

—¡Nadie va a morir mujer, así que deja de ser tan dramática! —exclama Alfredo, poniendo los ojos en blanco.

Los Cambios En El AmorWhere stories live. Discover now