Lucas condujo más rápido de lo que en su vida lo había hecho, pero por cada kilómetro que avanzaba sentía que retrocedía el doble, y parecía —no, la verdad es que así era— que el tiempo estaba en su contra. Algunas cosas nunca cambiaban, aunque Aura pronto dejó de notarlo. Pronto comenzó a dejar de sentir cómo se le escapaba la energía, más a cada efímero segundo que pasaba, y dejó de estar consciente de cómo su figura, casi irreal, empezaba a desvanecerse y a transparentarse cada vez que las luces del camino se colaban por la ventanilla del auto. La muchacha alzó una mano hasta tocar los haces de luz y contempló, con aire ausente, cómo estos ya no rebotaban en la palidez de su piel, sino que la atravesaban como la ilusión evanescente en la que se estaba convirtiendo. Dentro de poco sería, en todo sentido, un fantasma.

Ya no era como lo había sido al principio, eso estaba claro. Ya no se sentía mareada y, cuantos más minutos pasaban, dejó de sentir también aquella extraña debilidad que solía acompañarla.

Al final todo lo que quedó era la sombra de una chica cuyos sentidos se adormecían conforme el reloj avanzaba. ¿Eso era realmente morir? No estaba tan mal, se dijo Aura.

No supo con exactitud cuándo fue que el pueblo apareció frente a ellos. La siguiente vez que abrió los ojos el auto de Lucas se detenía frente a la antigua tienda de Sabrina.

La puerta del copiloto se abrió de repente.

—Ya estamos aquí. —Su voz carecía de emoción. Eso, o era ella la que no podía notarlo. No estaba segura.

Se bajó del auto envuelta en una bruma y sus movimientos mecánicos la llevaron hasta la entrada, donde empujó la puerta de vidrio y madera sin tener resultado.

—Deja, yo lo hago.

Era la segunda vez que decía eso. Y Lucas, casi sin fuerza, abrió la puerta.

Ambos entraron sin prestarle atención a los objetos que en primera instancia los habían asombrado; no parecían tan impactantes al segundo vistazo. Sabrina continuaba tras el mostrador de cristal, estudiando el viejo libro como si no hubieran transcurrido más de unos instantes desde que la habían abandonado... Quizás así había sido.

—Eso fue rápido —comentó la chica—. ¿Lo tienen?

Lucas se apresuró a sacar de su bolsillo el anillo de plata en lo que le tomaba llegar hasta donde la pelirroja se encontraba y lo dejó de golpe sobre la vitrina. Sabrina lo contempló durante un momento, como si pudiese leer la historia que había en él y asintió, para luego tomar la joya entre sus pálidos dedos.

—Supongo que serás tú —dijo mirando a Lucas. Como él no dio señales de entender lo que decía, agregó—. Supongo que serás tú quien lo lleve. —Levantó la cadena en su mano, y él no dudó un segundo e hizo un gesto afirmativo con la cabeza—. Tienes que saber... que no sé cuánta de tu energía consumirá para mantenerla aquí.

A Lucas no pareció importarle, pero para Aura fue como si despertara de un sueño que no quería soltarla.

—No tienes que hacerlo...

—Las consecuencias no me importan. No está en discusión.

No pudo rebatirlo.

En cuanto Sabrina tomó el colgante entre sus manos, parte de la energía de la chica pareció volver a ella. Pasó el anillo a través de la cadena, dejando que se deslizara por esta hasta topar el dije. Cerró los ojos y comenzó a murmurar algo que Aura no pudo entender, pero que, aun así, parte de ella pareció reconocer. Pronto la cadena comenzó a relucir al igual que el anillo, y la piedra negra del dije brilló como si tuviera estrellas dentro. El efecto fue inmediato. Luego de un parpadeo las blancas luces del lugar se apagaron y todo lo que quedó para iluminar la estancia era el débil resplandor violáceo que emitía la piedra.

A través de las Sombras © [MUESTRA] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora