CAPÍTULO XVIII

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Aquella mañana de viernes, antes de que los primeros ruidos que anunciaban que la ciudad comenzaba a despertar, antes de que las estrellas desaparecieran y el alba se asomara por el horizonte, cuando las luces de la ciudad aún estaban encendidas, ...

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Aquella mañana de viernes, antes de que los primeros ruidos que anunciaban que la ciudad comenzaba a despertar, antes de que las estrellas desaparecieran y el alba se asomara por el horizonte, cuando las luces de la ciudad aún estaban encendidas, el demonio ya se hallaba caminando por las aceras de concreto sin que nadie lo viera.

Stephan sonrió. No estaba solo, sin embargo, porque sus sombras lo acompañaban. Ellas siempre lo acompañaban. Y él caminaba, caminaba con un rumbo fijo, sin sentir el frío del invierno, sin que le afectara que el aire gélido de la estación pinchara su piel como pequeñas agujas. Él solo sonreía, porque faltaba poco, y eso hasta las sombras lo sabían.

El muchacho caminaba por la vereda con una idea grabada en la cabeza. Esa era la idea que lo hacía reír, como generalmente lo hacía todo lo que lograba causarle dolor a la gente.

De pronto un ruido quebró el silencio: el zumbido del motor de un auto que se acercaba, con los neumáticos rodando por el concreto. Y Stephan pudo escucharlo kilómetros antes de que el conductor entrara en la carretera. Iba en su dirección, eso seguro. No necesitó más que pensarlo para que las sombras obedecieran su voluntad. Unas tras otra zigzaguearon por el cemento con la rapidez del rayo hasta llegar al único auto que se veía por la calle a esas horas. Cuando las sombras estuvieron allí el demonio pudo ver lo que ellas veían, y ellas sintieron lo que él sentía; sabían lo que quería.

En menos de una fracción de segundo el conductor, un hombre cuyo único error fue levantarse temprano esa mañana, quedó ciego por la oscuridad y no vio la curva que tenía enfrente. Intentó frenar, pero fue en vano, porque el auto ya había salido de la carretera y yacía volcado a un lado del camino.

 Intentó frenar, pero fue en vano, porque el auto ya había salido de la carretera y yacía volcado a un lado del camino

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Horas más tarde la noticia del accidente apenas le hizo mella. Cuando llegó a la universidad nadie lo vio, y nadie lo haría, porque las sombras lo ocultaban mejor que cualquier ilusión. Así se escabulló hacia uno de los pasillos menos transitados del campus, uno que permanecía oscuro y en desuso, uno por el que solo pasaban los estudiantes de una carrera en particular... Una que apenas se impartía, pero que contaba con las personas que él necesitaba.

La muchacha pasó no mucho rato después, a su lado, sin llegar a verlo. Tal como él lo había planeado.

Entonces las sombras se arrastraron tras ella y antes de que la chica doblara la última esquina y se perdiera de vista, las sombras la alcanzaron. La muchacha, de espaldas a él, se detuvo despacio, y Stephan vio cómo su cuerpo se balanceaba ligeramente mientras entraba en el trance. Poco a poco ella se volvió y caminó el tramo que la separaba del demonio. Al acercarse él pudo apreciar cómo sus ojos se habían vuelto casi tan negros como su cabello, tanto que parecía como si sus iris fueran pura sombra.

A través de las Sombras © [MUESTRA] [EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora