Blasfemias

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Algunas veces pensé que el placer sensual que compartíamos era la consecuencia de tener una amistad sólida como una roca. Ya no había lugar para especulaciones, mis pensamientos y mis divagaciones habían pasado a ser tangibles. Ya no tenía la necesidad de suponer que entre ella y yo había amor.

Habia descubierto al fin algo insólito; cuando miraba fijamente a Monique, parecía que Mathilde me quería saltar a la yugular. Entonces, comencé a charlar y tocarle la mano, el brazo y la pierna. Mi mediocridad de persona estaba cayendo en un pozo, pero lo valía. Mathilde ya no reclamaba abrazos y consuelo, me decía que había descubierto que me gustaba Monique.
Me reía desde adentro... Pero fingía para ver el desespero en su lindo rostro.

Con el propósito de ignorarme, Mathilde se le ocurrió hacer una pequeña huerta en el terreno del fondo. A veces le alcanzaba una latita de cerveza y le daba un abrazo, porque intuía que era todo lo que realmente quería.

Una mañana de domingo ella salió a regar sus vegetales y a plantar bulbos. Aparentemente se había agachado  demasiado y terminó sufriendo un ataque de lumbago, cuando la oí gritar de dolor ella estaba arrodillada en la tierra.

El dolor era intenso y no podía pararse. La cargué entre mis brazos y la coloqué boca abajo en el sofá. Le froté la espalda con un ungüento desinflamante.

—Demetrius, eres un médico nato —me dijo.

—¡Ja! Claro que no —repuse— , a duras penas soy un Data Entry.

—No sé, si viste que planté un pino en el porsche, con el correr de los meses crecerá y será agradable sentarse a la sombra.

—Me gusta el aroma a pino.

Mathilde tenia las rodillas y las manos llenas de tierra húmeda. Fui a buscar una toalla y un balde con agua y jabón.

—Hacía tanto tiempo que nadie había cuidado de mí con tanto cuidado y ternura.

—No pienses así, Mathilde, te puede dar depresión.

—Demetrius, ¿Estás enamorado de Monique?

—¿Qué?

—¿Te gusta?

—Sí... No, no de ese modo.

Su voz se extinguió. Inmediatamente oí su respiración profunda. Yo permanecí mirándola a los ojos, poniendo la mente en blanco para evitar emitir una carcajada.

—Demetrius, me inspiras lástima. Me preocupo por tener la casa inmaculada de limpia, que no le falte ningún botón a tus camisas y que no te falte la comida en la mesa —dijo la rubia lanzando una mirada de resignación.

—Esta bien... Lo diré, te lo confesaré...

La rubia se enfureció y dijo:

—No me toques nunca más. No me busques para dormir o hacer el amor.

Mathilde se enrojeció violentamente y me lanzó por la cabeza la lata de cerveza que estaba en la mesita ratona. Yo seguí sentado sin hacer ningún gesto, aguantandome la risa. Tenía la miraba fija hacia el televisor que estaba apagado.

—¡Sos un subnormal! —chilló, mientras intentaba incorporarse para ponerse de pie.

Caminé hacia una de las ventanas y observé que el cielo estaba gris como el humo. Ella caminó como pudo y se recostó en su cama dejando su puerta entreabierta. Me acerqué al pie de su lecho y vi que tenía los ojos dilatados por la fatiga.

La rubia insistía con que no acercara a ella. Hasta que no aguanté la risa y le dije que había percibido que ella estaba celosa y que había estado rozando a Monique a propósito para que ella termine encolerizada, entonces Mathilde lanzó una buena dosis de blasfemias que le devolvió el color a sus mejillas y el resplandor a sus ojos color mar.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora