«Congeláremos el infierno si eso es lo que quieres, lo quemaremos y encenizaremos si así lo deseas, pero no nos pidas que te excluyamos de el, porque ese es el lugar al que perteneces y pertenecerás siempre, Evania.»
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C A P Í T U L O "1"
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E V A N I A
¿Cómo puede la vida tratarme aún peor que antes?, pensaba que era imposible, pero no, no era así, en realidad, sí podía tratarme peor.
—¡No quiero verte más!—me gritó ella en medio de su histeria, la miré desde el suelo, me había golpeado. Una y otra vez, me dolía el cuerpo, ni siquiera se inmutó al ver la sangre salir de mi labio, de mi ceja o de las heridas que ella me había causado al clavar sus uñas en mis antebrazos—, ¡Eres un desperdicio de persona!, ¡No mereces considerarte mi hija!
Y tú mi mamá. Quise contestarle pero no lo hice, mis labios se volvieron una fina línea y me tragué todas las palabras que quería decirle, estaba cansada de este trato, no aguantaba otro día más. Mi padre simplemente dejó su whisky bruscamente sobre la mesa de cristal y se colocó de pie, me dio un repaso de arriba abajo, no tenía ni una pizca de compasión en su mirada. Vacío. Eso era lo que había en sus ojos. Nada.
—Déjala Danna.—agarró a mi madre y entrelazó sus dedos con los de él, mi madre simplemente negó con la cabeza, me dio una mala mirada que logró erizarme los vellos del cuerpo— Ella no vale la pena, no necesitas gastar tu tiempo en personas como ella.
Mi madre suspiro entrecortadamente, se alejó unos cuantos pasos.
—No quiero verte más en mi casa—me siguió mirando de la misma manera, como si fuera un pedazo de basura que se había colado en su perfección de "hogar y familia", quise reírme sarcástica y burlonamente pero reprimí aquel impulso y solo la miré en silencio queriendo transmitirle que hace mucho tiempo había dejado de sentir algo hacia ella, no había amor ni odio, no había nada—, me tienes harta. No quiero verte, tienes hasta hoy solo para agarrar tus mierdas e irte, o sino yo misma te sacaré a patadas, te he advertido.
Sin más ambos se fueron, no hubo una última mirada ni un último golpe. No hubo nada, solo indiferencia, mi corazón dolió pero sabía que esto me abriría finalmente los ojos.
Susan me miró por el marco de la puerta de la cocina, habían lágrimas en sus ojos y soltó un jadeo al ver mis heridas pero le era imposible acercarse, había impotencia en su mirada solo le sonreí débilmente y como pude me coloqué de pie, hoy me largaría de ese infierno que tuve que aguantar por más de dieciocho años, ahora con veintiún años no seguiría aguantándome estos desquites de mis padres.
Hice una mueca de dolor al sentir el ardor en mis piernas, los latigazos que me había dado no habían sido suficientes para ella, así que hizo más, reprimí mis ganas de llorar y con debilidad caminé hasta mi habitación, sin decir nada Susan ingresó conmigo y comenzó a guardar todas mis cosas con mi ayuda.
