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Armin se había encerrado en una de las habitaciones de huéspedes con un carácter que a Victoria no convencía; se le veía inseguro desde la petición para ir a las montañas. Tenía aquel la misma aura de ofensa que cuando lo conocieron. ¿Qué pensaría sobre ellos? Acaso era un viaje muy desgastante, de más de un año, y que no valía la pena por la cifra que se le pagaría. Por supuesto, los Vanirios eran peligrosos.

      Se levantó en silencio, con cuidado para no despertar a Demian, que dormía con la clásica postura de un finado, y atravesó el rellano hasta la puerta del húngaro. Allí dudó unos segundos y quiso regresarse, pero su mano fue más veloz que sus decisiones.

      Un minuto después, una voz tímida ofreció el paso.

      —Es usted, madame. —Armin tenía el rostro sostenido sobre la palma de la mano. Miraba a un rincón incierto de la recámara—. Es un poco tarde.

      —Señor, Vámbéry, perdone la interrupción; le he visto un tanto preocupado con la idea de que nos lleve hasta los Vanirios.

      —Va usted al grano. —Fingió que repasaba su manuscrito. Victoria miró el papel y se encontró con una serie de papeles que tenían cuentas y cifras, y no un texto sobre Bujará—. Es un poco complicado llegar a los Vanirios, si le soy sincero.

      —Todavía es necesario que nos lleve en ataúdes. Si pudiera, por favor, escondernos en esas cajas unas cuantas millas más...

      —El norte está custodiado por muchos húsares, madame —farfulló. Suspiró y pareció liberarse un poco—. Había creído que les dejaría en Brankovan, que estaría muy pronto de vuelta en el camino hacia... allá...

      —Pero, ¿se iría por sobre el Mar Negro? ¿No las aguas estarían custodiadas por ellos? Supongo que si se va por Vodania llegaría, ¿no es así?

      —No creo. Tal vez no sea así... Cruzar esos montes llenos de soldados y espías podría ser una tarea complicada. Pero ya no debería estar aquí, señora Kedward. —Se levantó, y con su cuerpo intentó convencerla de que saliera de la habitación—. Le he dicho a Bathalpath que los llevaría hasta la cueva que usted busca. No me interesa qué busquen allí; no es asunto mío.

      —Para que usted no se sienta así, señor Vámbéry, podría acordar una suma exacta. Dígannos cuánto es suficiente y buscaré malhechores; los cazaré, para que así podamos estar en sana paz.

      Armin le tomó de un brazo, sin aplicar fuerza, y la dirigió a la puerta.

      —¿Por qué sería tan importante que estemos en sana paz, madame? —preguntó irritado, todavía con un atisbo de afán cortés—. ¿Le preocupa mucho lo que yo piense de ustedes? No, para nada. Es absurdo, ¿no es así? Vamos, no se preocupe. Yo me arriesgaré y haré que no se crucen con ningún soldado ruso. —Llegaron al umbral. Ella estaba afuera y él adentro, con la intención de cerrar ya—. Van a llegar enteritos.

      —Pero... —Victoria impidió que la dejase hablando sola—. ¿En serio hay tanto peligro para viajar allá? —Pensaba en los temores de Demian—. ¿Hay muchos soldados?

      —No. Todo estará bien. Buenas noches, madame Kedward. —Atrancó la puerta.

      Victoria no quiso darse por vencida. Había una situación que el erudito le estaba ocultando. La seguridad de aquel último recorrido y la tranquilidad entre sus iguales eran factores imprescindibles para ella. Recordó sus antiguas lecciones con Sathiel, en una época lejana en que era muy ingenua, e intentó de nuevo la táctica que la había hecho sumergirse en las penas del malvado monstruo.

      «Preocupación. Dolor. Miedo.»

      Se recargó en la pared y comenzó a concentrarse en Arminius.

      «Zozobra. Miedo. Desidia.»

      Sus emanaciones tardaron en hacer efecto.

      Pronto cayó en medio de visiones que se relacionaban con ella, como en la ocasión anterior; se hallaba cerca de la casa de Lansdown Road, veía a su madre detrás de los heliotropos y esta no la escuchaba, o Edward lloraba en los brazos de Natalie, que lo arrullaba y caminaba, errante, hacia el final de un pasillo. Abrió los ojos y se dio cuenta de que no estaba soñando. Frente a ella, una figura muy parecida a su amiga se había perdido detrás del muro tapizado, ahí donde iniciaban las escaleras. Escuchó los llantos del bebé desde la primera planta, y se dio cuenta de que Armin también los había oído.

      Corrió a ocultarse en los escalones, pero Armin ni siquiera se dignó a correr el pestillo. Con sus habilidades de vorlok, regresó y reptó hacia el marco, y pudo oír que el erudito se había echado en su cama. Ahora manejaba su instinto tal como quería, pues ya percibía el hedor de Armin como si fuera este su próxima víctima. Cerró sus ojos de nuevo y se concentró más.

      «Pena. Preocupación. Arminius Vámbéry.»

      Esta vez la realidad se deformó como en un sueño. Por lo que dedujo, Armin estaba cerca de quedarse dormido. Ahora, Victoria desapareció del pasillo y llegó a un sitio totalmente diferente, soleado, en el que la luz no podía destruirla. La rodeaba un campo enorme. Armin, vestido de turco y de una edad similar a la actual, andaba con un burro, llevándolo de las bridas. De pronto, el campo se cambió por su oficina: lo vio acostado y agitado, mientras parecía presa de pesadillas. Tal despacho no se le parecía al de la casa de Krov, en Brankovan, lo que inquietó a Victoria.

      Se acercó al escritorio, liso, limpio, y del cual comenzaron a aparecer hojas, unas sobre las otras, de la misma manera con las que brotarían los hongos si se les pudiese ver nacer en segundos. Victoria las iba tomando conforme saltaban a su mano, y las leyó.

      «—Estimado Lord Collingwood... —leyó. El texto estaba escrito en una carta, bajo el membrete.»

      «—...los vorloks y yo hemos atravesado la frontera astro-húngara y nos dirigimos a Rumanía. Cuando lleguemos a Viena le daré más detalles de cuánto tiempo tardemos en llegar a Bucarest... —decía otra.»

      —Oh no... —musitó entre sollozos. Cubrió su boca, horrorizada.

      El Arminius Vámbéry que estaba acostado en el diván despertó y era como si este hubiera podido verla, aunque se suponía que no estaba ahí presente. El hombre se levantó exaltado y quiso cogerla, pero una vez que le atizó un manotazo, la visión se deshizo y Victoria regresó al pasillo. De repente, frente a ella, la puerta se abrió y apareció Armin con una bujía en mano. Aquel tenía la cara aperlada, como si llevase horas de malos sueños; ella notó así que las emanaciones pudieron haber ralentizado el tiempo.

      —¡Madame! ¿Cómo...?

      Victoria no hizo caso de él y huyó a su recámara. Azotó la puerta detrás de sí y escuchó cómo Armin trataba de forzar el cerrojo y tirar la puerta. Los ruidos despertaron apenas a los vampiros, dormidos en camas aparte, y ella sacudió a Demian, que apenas se desperezaba de manera antinatural, no como lo haría un humano común. Su rostro pálido y pétreo se movió hacia la trastornada joven y cayó en cuenta segundos después de que su sueño había sido perturbado.

      —¡Señor, Bathalpath! Nos han... Es una...

      —¡Madame! ¡Madame, por favor abra la puerta!

      —¿Qué sucede? ¿Es Armin el que quiere tirar la puerta?

      —¡Debemos huir por la ventana, señor Bathalpath!

      Erlik saltó con una acrobacia gatuna y se posó cerca de ellos, en cuatro patas. Había gruñido, tenso, hacia el alboroto que armaba el erudito.

      —¡Es una trampa! Rápido. —Se adelantó a la ventana y quiso abrirla, pero no pudo. Imprimió una fuerza sobrehumana y destrozó el cristal. Los postigos también saltaron con la violencia de sus puñetazos—. Nos han engañado. ¡Salte!

      Los vorloks, sin entender una fracción de lo que sucedía, confiaron en Victoria y los tres saltaron. El disparo de una escopeta destrozó después el picaporte; sin embargo, tanto Erliot Krov como su huésped miraron con estupefacción la huida de los vampiros, que se habían ido flotando entre las sombras.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now