II

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Sir Abraham se hallaba recostado, con el hombro vendado. Sufría de un dolor tan agudo que apretaba los dientes cada vez que se acordaba de él. Sus colegas con mayor rango, unos inquisidores líderes que defendieron Dreadfulton Hill, lo habían llevado a su alcoba, y ahora tenía indicaciones de no abandonar la cama, con tal de dormir el resto de la noche. Claro que maldijo a sus hombres por el fracaso y la muestra de cobardía durante el asedio, porque muchos de ellos y sus subordinados se habían ocultado en los bosques, mientras Ethan Collingwood, de quien esperaba menos, estuvo en su lecho de postración, pidiendo por ayuda a los demás para sacarle de allí.

      La noticia de su hijo y la captura de los vorloks se debatía en su interior; no sabía si estar contento por tener a dos monstruos poderosos con él o maldecirse por no haber evitado la tragedia de Orson. Se torturaba por esto y por la humillante derrota en el duelo, pese a saber que no tendría nunca oportunidad contra un ser sobrenatural tan dotado como aquel. Incluso revivía las voces. Volvía a ver la cara sonriente de Sathiel, y oía sus mofas, tan vibrantes y vívidas. Pensó en el futuro de su familia, en su descendencia, en Orson una vez más, y buscó en su interior qué sentimientos acudían a torturarlo. ¿Sería culpa, sería tristeza, o acaso una ira inconmensurable?

      Escuchó el rumor de unos pasos en el rellano y la puerta se abrió tímidamente. Ethan se asomó, creyéndolo dormido, pero al haber advertido a su patrón con el ceño fruncido bajo un atisbo del amanecer decidió penetrar en la estancia. Llevaba un frasco rojo en las manos. Sir Abraham adivinó el contenido, y abrió los ojos como un caballo asustado.

      —No tomaré eso. ¡Malditos, malditos!

      —Patrón... Yo... Ya lo hice y, pues, sería buena idea que usted también. Debe recuperarse más rápido, para que pueda acudir al funeral de Orson por la mañana.

      No fue orden de sir Abraham. Furkas y Eris, que habían sido trasladados a un sótano —paralelo al que resguardó a Victoria en sus horas de muerte—, estaban atados con cuerdas reforzadas de Cristal de Aurora, y sus carceleros los alimentaban con alimañas. Ethan, por ser uno de los más cercanos al terrateniente, tenía derecho de entrar allí para pedir una extracción de sangre. Con esta se curó todas sus lesiones.

      Cuando Ethan intentó acercarle el frasco, sir Abraham manoteó la dosis, que se esparció por el piso. El joven se limitó a ver el charco con unos ojos tristes, más que resentidos, y suspiró en lugar de quejarse.

      —Prefiero sentir este dolor de los mil demonios que probar algo salido del cuerpo de esos seres horrendos y nefastos... ¡Lárgate! ¡No vuelvas a traerme basura!

      El día se vino cargado de nubes grisáceas, pardas, que apenas dejaban caer sus melancólicas gotas. El viento se alocaba y mantenía el clima entre seco y húmedo. Sir Abraham se levantó con un bastón, en tanto injuriaba a la criada que lo ayudaba, al cocinero que le daba la sopa fría, al día y al mundo entero.

      Una vez que sus gruñidos cesaron, se mantuvo en un estado taciturno, como si su cabeza se hubiera sumergido en centenas de pensamientos que solo Dios podría saber, y los sirvientes y demás gente que estaban a sus órdenes lo miraron con miedo, diciéndose entre ellos teorías sobre su comportamiento. En el momento en el que volvió a moverse, ya acabado su ensimismamiento, sir Abraham apoyó su peso en el bastón y se dirigió a ver a Orson, a pesar de las recomendaciones.

      —¿Dónde dicen que lo tienen? —preguntó sin especificar, y cuando una de las criadas adivinó a qué se refería, le pidió seguirles.

      Sir Abraham Twincastle miró ahí, en una caja improvisada, el cuerpo del pequeño Orson Twincastle, y de nuevo no supo qué sentir. No le salieron lágrimas, y tampoco volvió a imprecar. Solo se dio la vuelta, agradeció a la mujer que le había pedido que la siguiera, ordenó que se remachara la tapa y que lo enterraran así. Después, se sentó a leer un libro cerca del fuego, como en un domingo cualquiera.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora