III

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Sathiel había arrastrado el cuerpo de Victoria, y su presencia quedó revelada ante el grupo de monstruos que se debatían extasiados si debían devorarla de una vez o no, pese a haber destrozado al desventurado inquisidor. Unos vampiros dijeron que estaban satisfechos, pero Furkas, todavía relamiéndose el fluido restante tal y como lo haría un gato, admitió que aún tenía espacio para ella.

      —¡Esperen! —intervino Nikolas—. Nadie se comerá a nadie. —Saltó frente a ella y la contempló. Estaba llena de terror y con el rostro desencajado—. ¡Atrás!

      —¿Es la mortal de la que nos hablaste? —preguntó Eris.

      —Sí, sí es. Pero no le harán nada en tanto yo esté aquí. —Se acercó a ella para desatarla y le susurró al oído—: Si intentas huir, te daremos caza muy fácil, dulce criatura. No está Demian para convencerme de no hacerlo ni de detenerme como la vez anterior. ¿Entendiste?

      Ella asintió muy rápido. En tanto volteaba su cuerpo para arrancarle las sogas que sometían sus brazos por detrás, los monstruos susurraron comentarios, fascinados.

      —Huele bien —dijo Víbora.

      —Es bonita —admitió Erlik—. Pobrecita.

      —Es virgen —dijo Furkas, con su risa de lerdo—. Qué lástima que no me la pueda comer.

      —Al menos es mujer... —opinó Sathiel con mala saña.

      —Dinos, mortal, ¿dónde está Demian? —Nikolas lanzó a un lado el puño de cuerdas y Victoria se sentó y se arrastró sobre su rabadilla con el objeto de contemplarles una vez más, recargada en la base del tronco inclinado. Apretaba su brazo adolorido. Había visto sus rostros: el de Erlik, por su edad, le transmitió dulzura y compasión, y el de Eris, entre fascinado y receloso, conseguía darle ánimos para hablarles sobre Demian. Aquellos seres eran su familia; debía llevarse bien con estos para que no la vieran con malos ojos.

      —D-Demian —rompió en llanto—. Él...

      —Descuida, deliciosa criatura, cuéntanos con calma —la alentó Nikolas—. ¿Dónde está Demian?

      —Se lo llevaron los de la Orden del Alba.

      —¿Él te habló de ellos? ¿Cómo los conoces?

      —Sí, él me habló de ellos. Yo no tengo nada que ver con esa organización.

      —¡Válgame, Zellem! —comentó Sathiel—. La Orden tiene miles de bases, unas más ocultas que otras.

      —¿Dónde lo atraparon?

      —Perdóneme, señor Nikolas. —Cubrió su cara con las manos—. ¡Yo solo quería ir con él al teatro de Bespolenski! Me había invitado a ver la obra de Erzsébet Kárpáthy, en Liddesdale, del otro lado de la frontera, y Bespolenski tenía urdido un plan con la Orden del Alba para atraparlo. Se suponía que nos distraerían con la representación, mientras aquellos esperaban y se alistaban. ¡Se lo juro que no lo sabía! La vimos completa, y después aparecieron estos hombres vestidos como con una toga blanca y armados con arcos con piedras de color ámbar, muy brillantes, y lo atraparon, enterrándole una de esas flechas relucientes en el hombro.

      —¡Por Los Mundos! —expresó Nikolas—. ¡Debe ser la tal Ravenhall de la que nos habló aquel inquisidor!

      —Tío, lo siento; ya nos lo comimos.

      —No se me ocurrió que lo hubieran secuestrado.

      —¡Papá, no puede ser!

      —¡No seas idiota, Bathalpath! —dijo Sathiel—. ¿Buscas a tu hermano y dejas que matemos al inquisidor que te habla de su posible rapto? ¡Ja, ja!

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now