IV

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Natalie Twincastle regresó a Great Pulteney Street con Ethan, después de haber vivido con él en Manchester durante unos míseros días, consumiendo las sobras que dejó Lily tras su salida de vuelta a Dreadfulton Hill. Quien viera aquella triste casa de Velvet Place pensaría que sus dueños ocuparían la vivienda para pasar los últimos meses del año, por diversión o lujo. Los dos ahora vivían allí porque aguardaban por Victoria y a los otros vampiros, aunque estos nunca llegaron, y ella se cansó de esperar; le dijo a su amigo que fueran a Bath, sin importar que George estuviese esperándoles con un rifle en las manos. Si continuaban en aquel sitio, se quedarían en la miseria.

      No obstante, Ethan tenía sus propios problemas. Temía enfrentarse a la indiferencia de su padre, a su abandono, y para colmo carecía de la vergüenza de exigirle un trabajo.

      Un día, justo antes de aceptar la ida a Bath, Ethan se enfureció y escribió una misiva a su padre, llena de reclamaciones, además de contarle allí su calvario a manos de sir Abraham. En las líneas se quejó de su poco interés para rescatarlo. La carta había quedado muy larga, porque también contemplaba la manutención de la morada de Velvet Place, el beneficio por la muerte de su esposa Lily y otros valores que a él también le correspondían. No quiso amenazarlo con demandarle, pero poco le faltó. A los dos días recibió una respuesta y esta no le convenció mucho. Lord Stephen respondió de manera muy lacónica: «Qué bueno que te hayas escapado, hijo. ¿Quieres trabajo? Puedes trabajar para mí en la empresa de Dover, que ya tendremos pronto una sucursal en Londres, otra en Bristol y una más en Liverpool.»

      Por el orgullo que le inspiró el papel, y por la furia que lo hizo arrojarla al fuego, Ethan estuvo próximo a quedarse en Manchester a morirse de hambre, con la ironía de pudrirse entre múltiples muros ornamentados de bronce.

      —¡Los infiernos se traguen su negocio de coches! —gritoneó a los aires—. ¡Ese dinero es el de mi esposa! ¡Me pertenece! —Y como si estas palabras lo hicieran sentir culpable, se corrigió, con un tono más amable, triste—. Yo la amaba, no era ella para mí lo que su condenado y malnacido padre le hubiera representado en un contrato inmundo. Me ha dejado en la ruina, y piensa que soy desechable. —Intentó secar sus lágrimas con los dedos—. Él siempre buscó ese objetivo para mí, y supongo que lo consiguió. No le importo... Y lo único que tenía, que quería, lo perdí...

      —Sé lo que sientes... —repuso Natalie.

      —¿Cómo vas a hacerlo? A ti no te negaron tu propia herencia, y tampoco lo hicieron los sucios abogados de alguien.

      —Me quitaron mi propia herencia, sí. No es un caso similar; en el mío fue por la ley, y en el tuyo los notarios de Twincastle y sus firmas. Sin embargo, sé lo que es soportar injusticias. De alguna manera, aunque no me creas, puedo entenderte. Ahora escúchame: debes regresar conmigo y reclamar lo que es tuyo. No puedes darte por vencido. —Ethan asintió aquella tarde con la cabeza gacha y las mejillas húmedas, pero se dejó convencer por Natalie. Pronto hicieron las maletas y Velvet Place quedó vacía otra vez.

      Cuando ambos llegaron a la vieja casa de Bath, en el número 67 de Great Pulteney Street, Natalie se dio cuenta de que ella y Edward eran consideradas personas desaparecidas, por lo que la ley estuvo ahora de su lado. La servidumbre no se había ido el tiempo que estuvo ausente. Las indicaciones habían sido claras de su parte, y las criadas, en especial la nodriza, Mary Lynn, fueron leales a la palabra de su ama. Pero Mary Lynn, al ver a Edward sano, no evitó descolorarse y caer en su sillón, para desmayarse acto seguido.

      La noticia del regreso de Natalie les concernió a las autoridades, como ya se había dicho, y a los días llegó un abogado viejo de patillas largas y blancas para anunciar cómo quedarían las circunstancias con la repentina muerte del amo. La servidumbre lo sabía por una carta oficial enviada desde Blackfort, pero Natalie no conocía los detalles ni le había generado auténtico interés.

      —Es increíble la tragedia que ha sucedido allá en Dreadfulton Hill —dijo el anciano—. Pero al final usted es la beneficiaria que indica el testamento. Así que, si me hace el favor, debe firmar aquí, y aquí...

      —¿Cómo murió? —preguntó Ethan, tras encontrarse con la cara indiferente de su amiga—. ¿Sabe usted los detalles?

      —El pobre joven no tenía ni los treinta años —dijo, presionando su sombrero contra la pechera blanca, como lamentando los sucesos—. Fue extraño, verá... —Suspiró y se preguntó si sería buena idea dar detalles enfrente de la señora. Y, entonces, habló más bajo—: Según cuentan, su sangre se echó a perder y cayó al suelo, retorciéndose como un montón de alambres. El hombre que diseccionó su cuerpo encontró líquido negro, viscoso, en lugar de sangre roja, coagulada. Murió de la nada, sin antecedentes de otras enfermedades. Aunque se cuenta que estuvo bajo mucha presión después de refugiarse a causa de un crimen por el cual lo buscaban, antes de que unos campesinos irrumpieran en su casa y expulsaran a su señor padre. Y por lo que sabía, George Twincastle no era un hombre vicioso.

      —Ya está —dijo Natalie.

      —Siento mucho su pérdida, señorita Twincastle. Yo seré su abogado desde hoy. Arreglaré sus papeles, y la herencia será muy pronto enteramente suya.

      —Ésta siempre ha sido mi casa.

      —En efecto, querida señora. Si me disculpan. —El hombre se calzó su sombrero y recogió su bastón.

      —Quédate conmigo, Ethan. —Natalie le había apretado el brazo con cariño—. Tengo un plan para que recuperes lo que es tuyo, pero deberás olvidarte de tu orgullo y confiar en mí.

      —Si dices que es la única manera.

      —Lo es. —Ella sonrió y se dio la vuelta para seguir con su vida, como si nada hubiera ocurrido.

      —Eh, Natalie...

      —Dime, Ethan.

      —¿Siempre supiste que la muerte de George la había provocado el hechizo del tal Zellem, o te acabas de enterar y no sientes nada por ello?

      —Te veo después, Ethan. Iré a alimentar a Edward.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora