XVI (Fin de la tercera parte)

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Las últimas semanas sir Abraham estuvo condenado a la cama con uno que otro hueso roto, además de su orgullo, desde luego, pues estaba tan herido por el intento de venganza de su propia hijastra, que parecía ahora que con su odio quería fundir las paredes solo con mirarlas.

      La lluvia entraba por la ventana en aquellas tardes de tristeza en las que el viento era ya la única música que se reproducía dentro de los vacíos corredores de Dreadfulton Hill. El tiempo, cada vez más tétrico, llenaba de soledad al miserable caballero; su esposa ya no estaba con él, ya no sintió su presencia y tampoco soñó con ella. Pronunciaba su nombre en momentos de poca lucidez, pero, conforme recobraba su estado de conciencia, sir Abraham gritoneaba.

      Todo hombre codicioso que comienza acompañado termina solo algún día.

      George Twincastle era su único amigo, un pésimo enfermero y una compañía nefasta, pero al menos sabía cumplir órdenes; era un sujeto tan conectado con su propio rencor, que a veces se veía como reflejado en él, y esto le desagradaba mucho más. Sir Abraham ya se veía a sí mismo como un fracaso, tal vez pensando en que la muerte le tocaría algún día en aquel palacete tan característico de los cuentos de espantos.

      —Todo sería más fácil, papá —dijo George con su endiablada voz—, si dejaras curarte con la sangre de Lily.

      —No... —musitó, con el rostro pegado a las almohadas, ya frías y húmedas—. Me niego.

      —¡¿Entonces para qué diablos la tienes allá abajo, maldita sea?!

      —Porque es lo último que nos queda. Es lo último que queda de mí.

      —¡Ah! Nunca entenderé esto. —Tomó la bandeja de alimentos, con los contenedores medio vacíos. Dio cinco pasos en dirección a la puerta, y sir Abraham, que lo miraba alejarse, en tanto lo contemplaba y se imaginaba alguna visión relacionada a sus resentimientos, fue testigo de cómo George dejó caer los trastes y se quedó estático.

      —¡Ea! ¿Qué has hecho, pedazo de inútil?

      Aquel no contestó.

      —¡George! —Intentó recargarse en sus almohadas, pero lo detuvo un dolor infernal en la columna—. ¡George! ¡¿Qué demonios?! ¿Qué te ha...?

      La figura de su hijo cayó de una manera muy extraña, cual si su cuerpo se hubiese torcido al caerse, y sus ojos, los de un muerto ya, apuntaron él.

      Pero nadie respondió a su llamado.

      No le quedó otra opción más que contemplar aquel rostro aterrador, provisto de unos ojos blancos, hinchados, sangrantes y vacíos. Su boca se abrió por última vez y exhaló un gemido escalofriante. Sir Abraham no quiso verlo, y, sin embargo, el cuerpo combado de su hijo se convirtió en su nueva pesadilla.

Cuando los pechos de Mary Lynn, la nodriza, dejaron de tener leche, el pequeño primogénito de los Twincastle prescindió este alimento sin problema

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Cuando los pechos de Mary Lynn, la nodriza, dejaron de tener leche, el pequeño primogénito de los Twincastle prescindió este alimento sin problema. A pesar de lo que se dijese en los diarios, el desarrollo del bebé había transcurrido con suma normalidad. Edward siempre sonreía cuando lo tenía en brazos. Incluso le cantaba y este escuchaba con atención. Parecía que el Edward rezongón y berrinchudo pertenecía solo al pasado.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now