VIII

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El terrible evento ligado con las emanaciones que sacó por primera vez Victoria había tenido consecuencias tan nefastas, que Sathiel quedó trastornado hasta la noche siguiente, cuando este ya se encontró mejor. Ambos vampiros se conciliaron y ella no insistió más. Victoria consideró que, si tales recuerdos sobre su pasado eran tan dolorosos para él, entonces no los volvería a tocar, al menos no como creía que lo había hecho. Todavía no tenía mucha noción de semejante técnica.

      Cazaron como era del diario, y de las emanaciones no se volvió a hablar sino hasta unas noches después. Sathiel decidió que era tiempo de un descanso, pero una vez que volvieron al entrenamiento, con la idea de continuar con otra de las reglas vampíricas, él cambió de parecer a la última hora y prefirió intentar de nuevo las emanaciones, esta vez con un sentimiento distinto.

      Se hallaban en el sótano ahora.

      En una pared había un candelero viejo de tres velas y cubierto de herrumbre y telarañas.

      —Vas a quitar la tapa de tu ataúd y te vas a acostar —ordenó Sathiel. Ella obedeció, y luego cargó las faldas de su vestido, que había pertenecido en otra ocasión a una ladrona despiadada—. Ahora te vas a relajar. —Sathiel se acercó al borde y enroscó en este sus descarnados y magros dedos de picudas garras—. ¿Ya?

      —Sí, Maestro.

      —Trata de no pensar en nada triste —pronunciadas estas palabras, Sathiel llenó sus ojos de fluido negro y expulsó un alarido de placer, como si hubiera olido a una víctima nueva. Colocó sobre el vientre de la yacida una mano y comenzó a exhalar un vaho caliente y extraño—. Relájate, piensa solo en el placer, en lo que te gusta, en tus deseos más ocultos, en lo que quisieras probar pero tu lógica jamás te lo ha permitido. No hay reglas. Eres capaz de cualquier desenfreno; sin consecuencias, sin juicios de por medio.

      Victoria cerró sus ojos y escuchó las palabras del Maestro, que se traducían como ecos absorbidos por un vórtice de luz en una inmensidad acuosa. El sótano empezó a llenarse de luces doradas y platinas, como chispas que surgían de un fuego invisible. De pronto, a la joven la invadió un fuerte impulso de libido que percibió desde su estómago. Era como la sensación que una vez Demian le hubiera depositado en la mano, pero ahora propagada por su abdomen, en ingentes corrientes todavía más intensas que las de aquella vez. Su cuerpo se retorcía por su cuenta, su espalda volvía a arquearse y la piel de sus piernas comenzaba a arder. Quería arrancarse toda prenda: el calor escocía, la tela le agobiaba y deseaba desatar una lujuria que jamás hubiera percibido en su vida.

      —Esta es la emanación del placer —dijo la voz gutural de Sathiel. Los iris de Victoria brillaron como dos esmeraldas. El cuerpo del monstruo flotó y se dispuso sobre ella—. Aprendiz mía, amante, ángel de mi cielo...

      —¿Sí, mi Maestro? —También escuchó diferente su propia voz.

      —Entrégate a mí. —Mostró sus puntiagudos incisivos. Acarició los rizos oscuros de la muchacha, y se los puso detrás de las orejas—. Eres mía. ¡Sólo mía!

      —Sí... —Su semblante delató una actitud hechizada y perversa. La personalidad de Victoria desapareció por un momento para darle espacio a otra persona, a otra criatura. Y, a lo largo de todo el entorno, la joven escuchó las melodías ejecutadas por una orquesta melancólica: un violín, cuyas notas parecían lamentarse, produjo un parsimonioso arpegio; a lo lejos, un chelo hacía un sonido pesado, zigzagueante y dulce, y, en conjunto, clavicordios y arpas acompañaron el fondo—. Esa música. ¡Es hermosa! —Su mirada se perdió en el techo, como queriendo encontrar el origen de las armonías.

      —Son nuestras emanaciones, querida. ¡Estamos unidos en una sola exposición! Ahora, vamos a divertirnos.

      Con sus picudas garras rasgó su falda y extrajo una de sus torneadas piernas, curvilíneas, aceitunadas y bien proporcionadas. Sathiel, sin cambiar ni un poco sus ojos demoníacos, posó la pantorrilla de su amante sobre uno de sus hombros y recogió su esencia con el olfato: una tela etérea, como compuesta de diminutas luces, asemejada a una fina galaxia, se desprendió de la piel de la joven y acudió a la nariz del monstruo, quien gozaba el poder absorbido, y que parecía llenarlo de más poder.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now