XII

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La historia que Ezequiel había contado ante la corte causó furor, indignación y mucha sorpresa. Ya la reputación de sir Abraham era la de un abusador, un hombre que no gozaba de salud mental. Y luego de un grito de protesta de Leicester, el jurado, que ya se había enfrascado en una discusión airada, recomenzó una nueva etapa de análisis. Los presentes se sujetaban sus sombreros y permanecían en silencio, pellizcaban sus manos enguantadas y volvían a apretar las empuñaduras de sus bastones.

      Qué escandaloso había sido el testimonio.

      La protesta del fiscal se debía a una presentación de evidencias que demostraban más servicios de aquel susodicho; no obstante, la relevancia de las pruebas no demostró otro argumento entre los hombres empelucados, y no se dijo más de él. Ruthven tuvo que bajarse. Por consiguiente, los carceleros que se aproximaron a la vampiresa le retiraron las cadenas y esta regresó al estrado. Por orden de Lockwood se constató que su palabra recuperaba su validez. Detrás, sobre unos balcones privilegiados, los redactores de columnas desplazaban su pluma con rapidez sobre el papel.

      —Señorita Twincastle —continuó Holderlock tras los insustanciales alegatos de Leicester—. Ya vimos como sociedad, como londinenses e individuos críticos que, si bien usted ha utilizado a veintiocho hombres como alimento, dos de ellos miembros de la aristocracia, la hipocresía ha manipulado la realidad. Ciertas personas se han servido de su reputación para esconder trapos sucios. Las autoridades no han demostrado su interés (y jamás lo harán) en llamar a un juicio a un hombre como sir Abraham Twincastle. —Se recargó de nuevo en la madera, junto a la acusada, y frotó las yemas de sus dedos—. Entonces, ¿podría hablarnos de las consecuencias que un maltrato así ocasionó en usted? Y siga su historia, por favor.

      —Sí. Mi padrastro, entre muchas otras cosas, se sirvió de mí para cometer otros agravios. El padre Ruthven lo narró muy bien, pero él no supo lo que sucedió dentro de mi cabeza. Y es que durante aquella noche no podía yo concentrarme ni en mis lecturas; fue un absoluto tormento...

 Y es que durante aquella noche no podía yo concentrarme ni en mis lecturas; fue un absoluto tormento

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Victoria sostenía en sus manos un grueso volumen de historias que disfrutaba desde niña. Luego de la caída del sol, la joven tuvo un raro episodio de nostalgia, de estos que eran tan naturales en su mejor amiga. Y no sabía por qué, pero se sentía de menos años. Quería abrazarse, sacudirse de frío y sollozar en silencio.

      Dejó a un lado el libro. Las regresiones proyectaron en su mente imágenes de hace años y de hace horas: un martillo que abría boquetes en la mesa, uno tras otro; se figuró a algún perro que ladraba con ferocidad, y los alaridos le causaron respingos. Después volvió a la consciencia, con el pulso agitado; de repente creyó que a su lado había una criatura a punto de atacarla.

      Otra vez Demian subvino a su memoria. Se preguntó otra vez por él: dónde estaría y si estaba dispuesto a olvidarla.

      Un llamado a la puerta interrumpió sus agridulces y forzadas cavilaciones. Reconoció la sutileza de los golpeteos, pues su amiga, que la había despertado luego del desmayo, se había encargado de sus cuidados. Era una ironía, una gracia del destino que, ya habiendo estado cerca de la muerte, ahora aquella arropara su cuerpo y le diera cuidados en su habitación, además de comunicarle recados y noticias.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now