VIII

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El diario de Wilhelmina Kedward (segunda parte)

Victoria cubrió su boca y divagó, pensando en la cruel situación que su madre vivió en aquel callejón de Bath, así como también en su hipotético padre. Se hacía mil preguntas sobre su relación: los dramas que hubieran pasado juntos, lo que sucediera después de aquel encuentro, pero se dispuso a continuar con la lectura.

      No obstante, antes de retomar el diario, la puerta recibió un par de golpecitos.

      —¿Vicky? Soy Ethan, ¿ya puedo deshacerme del agua?

      —Ni siquiera me he aseado, Ethan. —Su voz estaba resquebrajada.

      —¿Estás bien? ¿Puedo pasar?

      Quería contárselo a alguien. Esta vez sí necesitaba un poco de compañía, así que, a pesar de su poco aprecio por Ethan Collingwood, lo dejó entrar. El rubicundo muchacho la observó con detenimiento y tocó su hombro para consolarla. Victoria desistió, sollozó y permitió que el joven apretase su mano.

      Ethan se sentó a su lado sin articular una sola palabra, y se quedó allí, paciente, por si a ella le apetecía hablar. Ya no insistiría o la trataría como a su deliciosa pretensión, se dijo. La manera en que había comenzado a tenerle simpatías lo despojó de todo pensamiento impuro o impertinente.

      Al final, ella inspiró y se observaron.

      —Acabo de conocer a mi madre.

      —¿A tu madre? ¿A qué te refieres?

      —Aquí... —Señaló el libro—. ¡Aquí está su diario!

      —Vaya... ¿No la conocías? ¿Sir Abraham jamás te dijo cómo era tu madre?

      —No.

      —Eso me parece imperdonable. ¡Increíble que jamás te hayan dicho nada y escondiesen su diario de ti! —Apenas dijo estas palabras, se levantó y cerró la puerta de la habitación; temía ser escuchado a través de las buhardillas vacías—. ¡De verdad no concibo que los Twincastle te hayan hecho tanto daño!

      —Gracias...

      —¿Hay algo que pueda hacer por ti?

      —Ethan... —dijo, como hastiada de sus ofrecimientos—. ¿Qué podrías hacer por mí?

      —P-pues —balbuceó mucho más—. Yo podría escribirle a tu amiga.

      Victoria lo miró con suspicacia.

      —¿A Natalie?

      —Sí; de vez en cuando sir Abraham me da el trabajo de repartir la correspondencia en esta casa. Luego de que me reprendieran por haber dejado a Lily sola en aquel palacete, pues me han dado ciertas tareas, y he leído la dirección desde la que escribe ese canalla de George Twincastle.

      —¡Es fantástico! Tú podrías... —Se incorporó y organizó ideas en sus dedos, contándolas. Se tardó como dos minutos en pensar—. ¡Tú podrías enviarle una carta para decirle a Natalie que ayude a los vampiros!

      —¿Q-q-qué vampiros, Vicky?

      —No te asustes, Ethan; ellos son buenos, al menos los cercanos a Demian Bathalpath.

      —¿Demian Bathelpud?

      —Sí... Él... ¡Ay! —Se golpeó la frente—. ¡Diablos! Ethan, allá afuera hay un mundo que ignoras, que no conoces. Hay vampiros provenientes de Verislavia, un país de Europa del Este bajo el yugo de dos imperios distintos. Aparecieron después de que una malvada bruja hiciera un hechizo para, no sé, querer vivir para siempre; esa historia no me la pudo contar Demian.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora