V

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—¡¿Acaso quiere que creamos que un hombre salió de la oscuridad y entabló conversación con usted?! —preguntó el juez, furioso.

      No pretendo hacerles creer nada —repuso con calma—. He jurado decir la verdad y nada más que la verdad, así que ahí tienen.

      —Que el cielo nos socorra —comentó, y refregó su frente sudorosa—. Continúe. A esta sesión todavía le queda mucho tiempo. Después deliberarán —se dirigió a sus colegas—, ¡lo que tengan que deliberar! —Su rostro reticente revelaba ironía, y también una pretensión de deslindarse de la fantasía que contaba Bloody V.

Al poco tiempo de su regreso, dos criados anunciaron su llegada a Dreadfulton Hill, a la par que, ambos hombres, asustados, izaban antorchas como si del emprendimiento de una revuelta se tratase

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Al poco tiempo de su regreso, dos criados anunciaron su llegada a Dreadfulton Hill, a la par que, ambos hombres, asustados, izaban antorchas como si del emprendimiento de una revuelta se tratase. Pudieron haber cogido unas farolas, pensó Victoria, no llegarían tan lejos, mucho menos en un bosque encantado, pero el desesperado semblante de los criados era como la confirmación de la supersticiosa realidad de Blackfort.

      Hubo regaños, más vociferaciones e incluso bofetadas. Lord Stephen había estado tan ofendido que sus ojos despedían humo y su boca fuego. Ante la mirada de algunos invitados que se acercaban a la puerta principal, deseosos de coger cada grupo su diligencia y abandonar los terrenos de Dreadfulton Hill, Victoria había sido jaloneada del rodete por parte de sir Abraham, y conducida así por las escaleras, la galería y hasta su habitación, donde aquel villano la lanzó sin consideración al centro de su alcoba. Ya en una relativa intimidad, sir Abraham espetó sus últimas condiciones. Victoria, que apenas se recuperaba de la caída, ahí hincada y adolorida, escuchaba y se sobaba su cabellera.

      —¡Y trabajarás desde el amanecer con la servidumbre!

      —¡¿Por qué?! ¡No me sentía bien! Además Ethan no puede enamorar ni siquiera a un perro.

      —¡Me importa un condenado infierno si no te gustan tus pretendientes! Así vivimos los Twincastle; el matrimonio es un trámite para nosotros. Y ni en cien años, cuando llegue un hermoso rey a prohibírnoslo, podrá quitarse el significado de lo que tú crees que es amor. No vendrá el príncipe azul y te montará en su hermoso corcel, ¿me oíste? Ya déjate de estupideces, de novelas baratas para débiles. Tu función, escúchame bien, condenada gitana, tu única función es casarte con ese cobarde para que yo pueda emprender un nuevo negocio, ni más ni menos. Si deseas tu libertad, que ni sabes qué es, entonces lárgate, pero te morirás de hambre, padecerás frío, enfermedades, y necesitarás venderte para que puedas subsistir. ¿Tienes una maldita idea de cómo es la vida en Londres? Allá solo hay asesinos, violadores, libertinos e inmundicia.

      —Eres horrendo, ¡que un rayo te parta! —le decía llorando, mientras se arrastraba en su lecho de tormento y desprecio—. No mereces el aire que respiras, ¡tirano! ¡canalla!

      —Y tu vestido... —masculló—. ¡Levántate que lo estás ensuciando! No es que me importe el trabajo de los miserables criados, pero me sale caro el presupuesto de lo que ellos utilizan en sus labores.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now