II

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En Old Bailey el juicio continuó y se convirtió en uno de los más especiales de la historia. Bloody ocupó un día más para contar el final de su trama, hasta que Natalie la relevara de nuevo.

      De vuelta a los sucesos que le incumben al lector, la Orden del Alba había realizado la operación gracias a Victoria y Dilmitri, pero esto no bastó para que no la tratasen mal, igual que al verislavo; la amarraron y subieron a una carreta y se la llevaron de vuelta a Inglaterra, pese al llanto que derramaba y sus constantes llamados al Sr. Vampiro.

      Ya rendida, encargada a uno de los inquisidores más inexpertos, al fondo de la paja del carro, Victoria se quedó absorta en el pardo y nuboso firmamento, en tanto recordaba por retazos la historia del monstruo. Primero pasó por su mente «la ejecución suprema» y se imaginó a Demian atado a una cruz, mientras el fulgor de la mañana lo destrozaba igual que a sus padres. Más lágrimas vertió en la paja por él. Se preguntó si tendría miedo o si sabía que iba a morir.

      Jamás disfrutaría de otra noche al lado de su Demian Bathalpath.

      El inquisidor que viajaba en el pescante, uno joven y asustadizo, le pedía indicaciones para llegar a su casa de Blackfort; estaba perdido. Victoria lo ignoró, como presumiendo lo dolida que estaba, así que se limitó a señalar caminos aleatorios. Se mofó sin que el conductor se percatara.

      —Por ahí —le decía—. ¡No, es por allá!

      Reconoció los linderos del bosque de pinos y el precipicio de la colina donde se encontraba Dreadfulton Hill, ahí donde había conocido a Nikolas. Pensó en este y recordó que los colegas de Demian serían su opción para intentar recuperarlo, por lo que gritó como desquiciada aquel nombre, y sobresaltó al cochero, preparándose para, un instante después, saltar del carro.

      El inquisidor le había ordenado que se callase, pero Victoria lo ignoró una vez más y corrió con los brazos atados a su espalda. Perdía el control, a veces se trompicaba y casi caía de bruces, aunque se mantuvo a trote con la intención de ocultarse en las profundidades. A causa de las caídas tuvo el infortunio de haberse lastimado un codo. El sujeto la perseguía con una espada, y la rastreaba a través de la pineda por medio de minúsculas pistas. Veinte minutos duró la persecución: ella se sostenía en los troncos y daba vueltas, en tanto aquel buscaba sin provecho.

      —¡Salga de ahí, señorita! ¡Debo llevarla con su padre!

      Qué inesperado había sido lo que a continuación acaeció sobre el perdido inquisidor, pues a su lado cayó la imponente figura de un Nikolas desesperado, que parecía haber gastado mucho tiempo en una tarea complicada. El mortal se había quedado quieto, pasmado y tembloroso. Apenas retrocedía este algunos pasos, el ser de cejas pobladas lo seguía; y llenó aquel sus pulmones, engrosando las aletas de su nariz, como si degustase la esencia de su miedo.

      —¡¿Q-quién es usted? ¿De dónde ha salido?

      —¿Piensa utilizar esa espada contra mí, amigo?

      —No... Yo... —Miró el filo de su arma y la empuñó, decisivo, pero su inquietud lo delató—. Atrás, monstruo; ¡atrás, criatura de la noche! Yo conozco a mi Señor. Vuelva a las profundidades del averno. ¡Que su alma arda en los fuegos fatuos, hijo de Satanás, adorador de las tinieblas!

      —Uno: mi alma no puede arder ahí.

      —No dé un paso más.

      —Dos: no soy hijo de ningún Satanás. Soy hijo de Zellem; él es mi señor.

      —¿Zellem? ¿Y ese quién es?

      —Tres: soy adorador de la noche; creo en su eternidad. Y tú, inquisidor, arroja esa espada si no quieres que te haga sentir el peor dolor de tu vida.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now