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Luego de que los inquisidores se apoderaran de la situación, se llevaron a Victoria de vuelta a Inglaterra

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Luego de que los inquisidores se apoderaran de la situación, se llevaron a Victoria de vuelta a Inglaterra. Demian, en cambio, quedó en un letargo momentáneo, producido por la influencia que el mineral había ocasionado en su organismo.

      «Regresaré. —Escuchó su propia voz como dentro de un sueño, cargada de un eco que evocaba a un pasado muy lejano—. Regresaré por ti. Lo juro.»

      Estas palabras no se las había dicho a su querida mujercita, sino a un jovencito de ojos alicaídos, labios gruesos y un rostro simpático, como si estuviese por reírse de una broma, y de nariz amplia, recta y prominente. Demian adoraba los atributos de su amigo. A veces se mofaba, o le llamaba por un apodo que aquel despreciaba, porque recordaba a los muchachos que le hacían burla; pero esto, lo sabía bien Fingal, era un detalle que a Demian le agradaba hacer más por cariño que por malicia. Y Fingal tampoco era su nombre preferido, sino que al misterioso postillón le agradaba remarcárselo, acaso con una intención pícara. Todo lo soportaba de su parte, pues Demian no era un payaso más de los que se aprovechaban en su colegio, sino su compañía, un consuelo venido del Cielo para soportar la muerte reciente de su hermana Isola, de nueve años.

      La amistad entre el muchacho y el vampiro, revelado así después por este último para entretenerle, duró solo un par de años. Pero aquel periodo tuvo que terminar porque, una noche, tras haber tenido lugar un incidente de rumores vampíricos que se habían propagado en el colegio de Fingal, en la Portora Royal School de Fermanagh, Nikolas tuvo que emprender el plan de abandonar la isla de Irlanda, la cual le había servido a su círculo durante una década entera como refugio, gracias a sus verdes campiñas y extensos páramos. Demian tuvo que confesarles todo: lo amaba, no podría abandonarle, que aunque era muy joven y acaso había cierta ilegalidad en sus actos, adoraba divertirlo, animarlo, y lo cuidaría si era necesario.

      —Quizá me pudiese llevar con usted algún día —le decía Fingal, en los jardines más ocultos de su colegio—. Me gustaría conocer muchos países, de los que he leído desde muy pequeño: Grecia, Francia, Inglaterra... Sobre todo este primero. Sin embargo, amigo mío, correría yo el peligro de que me tuviese que convertir en una criatura de la noche y que, a su vez, abandonara mi anhelo de volver a ver a Isola. Como bien sabe, hasta le escribí un poema.

      —Lo lamento, querido mío, pero así son las cosas. He cometido un error, y, a decir verdad, lo he cometido tantas veces que ya he perdido la cuenta. Unas han sido por capricho, otras por amor.

      —¿De qué tipo es esta?

      —Por amor.

      —¡Oh, señor Demian! —Lo abrazó el joven—. Lo extrañaré siempre. Haré poemas sobre usted, quizá una novela; pienso escribir un libro entero algún día. Sé que lo haré, y será vendido en muchas librerías. Piense en mí a donde vaya.

      —No me hagas llorar, mi Fingal adorado, que cometeré otra tontería. No será la primera vez —repuso, removiendo una gotita de su ojo izquierdo.

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Where stories live. Discover now