XII

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La llegada de un amargo amanecer fue inexorable. Los tres vampiros se refugiaron en la antigua cabaña de Sathiel. Como quedaba todavía un tiempo antes de que se metiesen en los ataúdes, los vampiros decidieron compartir las vivencias. Ella complementó su historia con algunas de las anécdotas agradables y horribles que compartió con Sathiel, y que, para sus adentros, no pudo ella comprender si sentía un amor o aversión por aquel que se hacía llamar Maestro; después de todo, se dijo, aprendió mucho de él. Demian escuchó atentamente las historias, y se guardó sus pensamientos.

      —Todavía no puedo creer que usted sea una vorlok como nosotros —decía Demian al cabo de una de las tantas narraciones de su mujercita, todavía muy cargado de amargura—. Agradezco su presencia tras el crimen del que fue víctima, pero, siéndole muy honesto, me duele que usted viva esta vida, si se le puede llamar así. Para usted sería más difícil; estaba acostumbrada a su vida de mortal.

      Victoria no respondió; reflexionó demasiado y agradeció el comentario.

      Para romper un poco la frialdad de la conversación, Demian decidió hablar de su desagradable experiencia, a la que Victoria reaccionó con suma efusividad; los terribles actos de la condesa Ravenhall provocaron en ella ira y tristeza. Ardió en deseos de devorarse a Charlotte, pero se calmó con la irónica narración de Demian. Y él le dijo, además, que el terror estaba ya en el pasado. El vampiro se convenció de que ya no sufría más pesadillas o recuerdos en los que fuese azotado por la maniática inquisidora. Pero lo decía con duda, porque, después de irse todos a dormir en los sarcófagos, habiéndose abrazado el uno al otro, la memoria de Demian Bathalpath hizo de las suyas.

      «Oh, mi pobre chiquillo. —Demian sentía su presencia—. Te encontraré y haré que te arrepientas por haberme abandonado.»

      Y revivió, una vez tras otra, la muerte de su hermano. Nikolas gritaba por ayuda, pero no podía hacer nada al ver que su mano se deshacía antes de tocar la suya.

      Al caer de nuevo la noche, los tres vorloks abandonaron su lecho mohoso y regresaron a Blackfort con la misión que ya fraguaba Victoria con mucha inteligencia; como ella conocía bien el pueblo y la mansión de Dreadfulton Hill, sugirió a sus aliados que después de la medianoche sería el momento perfecto para atacar. Aunque, bien lo remarcó: el rescate debía ser sigiloso y no un asedio. No sabía cuántos inquisidores habría allí debido a los últimos sucesos.

      Victoria resaltó la astucia de sir Abraham al ser un hombre impredecible y con un eterno plan en sus manos, por lo que la violencia estaba descartada. No habría venganza, y esto se lo repitió incluso a sí misma, que deseaba atentar contra la vida de su padrastro; pero la muerte reciente de Nikolas fue suficiente para evitar un inútil derramamiento de sangre. Todos, por más excitados que estuvieran con respecto a este tema, pusieron los pies en la tierra al considerar que no era tiempo. Por el momento, se reservaron sus emociones y se limitaron a cazar simples criaturas rastreras.

      Con amplios saltos, el trío de monstruos llegó sin más problema al pueblo, y, al hacerlo, Victoria tuvo un presentimiento, pues al notar cierto cambio en Blackfort, decidió parar. Sus acompañantes la cuestionaron.

      —Algo no está bien —repuso.

      —¿No crees que estén con vida? —preguntó Erlik.

      —¡Miren! —Victoria señaló una de las casas—. Tienen espadas en las puertas, con forma de cruces. Y creo que esas son rocas de Cristal de Aurora, ¿cierto?

      —Es posible que no estén con vida —sentenció Demian con frialdad, como si ya se lo hubiera pensado.

      —Pero estos pueblos —decía Erlik— son supersticiosos y por eso es común encontrar este tipo de decoraciones, ¿no?

Bloody V: Réquiem de Medianoche ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora