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Capítulo 6.

Ryan.

Sábado, finales de enero.

La ética profesional se reduce a cenizas cuando esos seres vivos llegan a mí, lamen mi cara, mueven sus colas y luego me llenan de afecto.
Es imposible no crear lazos con aquellos pacientes que me visitan cada semana y depositan en mí su confianza para esperar una pronta recuperación.
Me enamoro fácilmente de cada animal que entra en la consulta y luego se marchan felices con las galletas que les doy como premio por ser tan buenos conmigo a los ojos de Connor, el veterinario a cargo que está evaluándome.
Debido a eso, recibo ronroneos y ladridos que solo significan: ¿Tienes un poco más para mí? ¡Sé que tienes más galletas en el cajón!

Esos son días considerados buenos, magníficos. Pero no es así todo el tiempo. La vida sería muy fácil si solo estuviéramos administrando medicamentos y luego los viéramos irse a casa sin complicaciones.
Pero no es así. Cuando tienen enfermedades al corazón y no existe nada para poder arreglarlo. Tienen cáncer y no hay cura para ello. Tienen artritis y los medicamentos simplemente no funcionan, no importa cuanto intentes solucionarlo, no hay nada que puedas hacer.

Es difícil tener que decir Adiós. Y lo es más, el sentir que has fallado como profesional, y que las opciones se han reducido a cero.
Es por eso que está mañana me he sentido como si estuviera a punto de desmoronarme.
Kevan era un lobero irlandés de 10 años, tan alto como los Gran Danés, tan bonachón y gentil. Tenía cáncer, y aunque intentamos hacer todo lo posible para que su calidad de vida fuera más llevadera, sabíamos que llegaría el final.
Las galletas en el bolsillo de mi delantal fueron reemplazadas por el papel que indicaba las instrucciones a seguir y la jeringa que daría fin a su vida perruna.

Cuando entré en la habitación, los ojos de Kevan se encontraron con los míos, y supe que él estaba listo para partir. En cambio su familia, no.
Yo no. Pero tenía que ser fuerte, soy el profesional a cargo y las lágrimas debía guárdalas para después. Así que continúe con el procedimiento contándoles que no dolería, que él se dormiría gradualmente hasta que su corazón dejara de latir.
Y fue lo que ocurrió, comprobé con el estetoscopio y Kevan tras una larga lucha, nos había dejado.

En innumerables ocasiones había asistido a Connor, explicándoles a los familiares presentes que ocurría con su mascota mientras mi colega administrava la eutanasia.
Pero esta vez fue diferente, he sido yo quién lo he hecho. Y se siente diferente, muy diferente. Kevan fue mi primer paciente y ahora se ha marchado, y aunque intento pensar que así es el ciclo de la vida, cuesta aceptarlo.

Al terminar mi turno al medio día, vuelvo a casa. Estaciono el coche dándome cuenta que también está aparcado el de mi tío Lucas. Había olvidado por completo que hoy es su cumpleaños y la casa debe estar llena de nuestros familiares y amigos.
En otras circunstancias me habría sentido feliz por compartir con él y los demás, pero hoy mi estado de ánimo está por el suelo. Ni siquiera me cambié de ropa al salir de la clínica veterinaria, apenas se llevaron a Kevan al crematorio, también me marché.

Y ahora estoy aquí, aún sentado dentro de mi auto, con mi cabeza llenándose de preguntas ¿Y si tal vez hubiéramos cambiado la medicación? ¿Y si hubiéramos llamados a otros especialistas?... No, joder no. Sé que su enfermedad tenía fecha de caducidad.
Mientras me martirizo con estos pensamientos, alguien toca con sus nudillos el vidrio del copiloto. Es papá.
Quito el seguro y él se desliza en el asiento.

-Hola ¿Todo bien? Te he visto estacionar por las cámaras de seguridad y creí que llevabas mucho tiempo aquí —Dice e inmediatamente hago un intento de sonrisa.

-Lo siento, necesitaba unos minutos a solas.

Sus ojos —que son reflejos de los míos — Caen en mi rostro y luego en mi atuendo.

𝐓𝐖𝐈𝐓𝐓𝐄𝐑 𝟑 - 𝐍𝐇 𝐁𝐘 𝐍𝐀𝐓𝐇🥀Where stories live. Discover now