Eternos finales © ✔️Libro #0

Dawn_Maviz által

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«Sping_off de RF» Ella sufrió mucho después de varios sucesos despiadados. Poco a poco fue creciendo y conoci... Több

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PREFACIO
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Sping-off - 1.0 ~JANEK~
Sping-off - 1.5 ~JANEK~
Sping-off - 2.0 ~JANEK~
Sping-off - 2.5 ~JANEK~
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[S.O 1.0] Synanth
[S.O 1.5] Synanth
[S.O 2.0] Synanth
[S.O 2.5] Synanth
[S.O 3.0] Synanth Final
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[23∆]
[24∆] Capítulo Final
[Agradecimientos]
[Aclaraciones]

[Epílogo]

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Dawn_Maviz által

Los buenos siempre son los primeros en caer

Notita: Esta parte fue editada completamente, nada del viejo epílogo quedó aquí por lo que algunas escenas fueron cambiadas y a otras se les agregó más contenido. Nada de esto afecta la secuela ni la historia en sí, sólo hubo corrección.

(...)

Otoño, luego vendría invierno. Un nuevo tiempo se acercaba, o eso es lo que quería creer los ojos que miraban las hojas color del atardecer naranja que caían de los altos árboles. Le gustaba. Era lo más hermoso que podía ver durante toda su vida, simple, sí, pero lo simple para su persona lo catalogaba como extraordinario.


Necesitaba la calma al menos por una vez, ya había pasado por mucho durante el año pasado. Lo bueno es que aquello ya iba a tener su victorioso final.

Un crujido oyó al tener los ojos cerrados y dejar que los aires tocaran su rostro como si de un objeto suave se tratase. Era cómodo, limpio, sereno, y hacía olvidar cualquier preocupación. Así era el elemento, solo significaba buena ventura para todo aquel que lo recibiera. Pocos conocían ese concepto, pero el individuo lo conocía a la perfección y se entendía con el mismo. Amor le tenía.

El aire se vio removido cuando sintió la presencia de algo físico, por su olor y aura, sabía de quién se trataba. Pues claro, ¿cómo no deducirlo si se trataba de su propio padre?

—¿A qué has venido? —cuestionó su llegada a su alcoba tan repentina, no hablaba con el hombre desde hacía diez días. Desde que acabó la guerra con el reino del sur, la distancia entre los últimos Fire era constante.

No le respondió, el hombre parecía meditar lo que hablaría. Ya era normal verlo tan absorto de cualquier situación, excepto las de suma importancia, como la situaciones en su reino. El rey Fire se mantenía ocupado con todo lo que se atravesara en el camino, y solamente era para alejar su mente de esa persona que irremediablemente carcomía su ser en cada segundo. Quería apartar ese nombre, esa esencia, esa falta, ese querer. Comenzó a odiarse por tener tal sentimiento puro y molesto.

Era Nate Fire, no se podía dar el lujo de sumirse a una mujer. Eso es lo que se podría decir, pero era Nate Fire, el hombre más noble que pudo existir.

El rey de ojos azules rió tan por lo bajo que su hijo se cuestionó si tenía una contracción, había pasado tanto tiempo en el que lo había visto sonreír. Estaba más acostumbrado a verlo enojado que consideró que no era normal que mostrara un sentimiento alegre.

—No —zanjó de inmediato el príncipe de Fawer —. El puesto del rey todavía no es para mí.

Aunque su padre no haya mencionado nada, sabía por su comportamiento corporal que venía a eso, conocía al mismo en esa parte y sabía que no vendría personalmente a su propia alcoba solo para hacerle compañía. Estos dos sabían cómo entenderse sin siquiera hablar, y por mucho que detestaran ser tan predecibles el uno con el otro, por otra parte era una ventaja.

—No puedo ser rey, no puedo seguir —esta vez habló Nate —, mis días en serlo ya acabaron, Harchie. Mi objetivo nunca fue reinar y eso tú lo sabes —le recordó sabiamente.

Harchie lo sabía, nunca se le iba a olvidar esa conversación que tuvieron ese día, el día en que su madre fue asesinada por el mismo. El rencor revivió como el fénix entre las llamas. De alguna forma había podido cerrar ese fuego ardiente de venganza que tenía en su ser, pero con solo la última frase de su padre, encendió la llama más fácil de lo que había sido apagarla. ¿Cuál era el sentido de masacrar a toda la miseria del mundo si, en el trayecto, se le arrebataba su propia madre? La mujer no pudo ser buena amante ni esposa, pero ese defecto se rellenó con el hecho de ser madre. Con él lo fue, la mujer lo quiso demasiado, más de lo que mostró a las personas. El joven Fire sabía que su madre lo quería, a su manera, pero lo apreciaba.

A Harchie Fire le daba igual que su madre fuera la peor persona con todos.

—Lo sé, lo sé —tranquilizó su padre al palmear su hombro como cual mejores amigos fueran, Harchie detestó ese afecto descarado —Tu alma no está del todo limpia y puede que nunca lo esté, pero desde que naciste estuviste preparándote para gobernar y eso te hace mucho más acto que yo. También crecí como tú, también me eligieron muy joven para este puesto, y yo nunca lo quise. Mi destino no es ser rey, es ser un libertador —recalcó serio, hizo que su hijo lo mirara los ojos al estar de frente. Ambos tenían el color de los cielos en sus púpilas, ninguno de los ojos resaltaba más que el otro, eran perfectamente iguales, pero sus portadores para nada lo eran. Harchie era orgulloso y terco. Nate era noble y decidido. Tan diferentes como iguales —Tú, Harchie Fire, eres la misma ercanación de un soberano —declaró con orgullo.

Harchie abrió los ojos por sorpresa ante tales palabras, el enojo que lo había consumido se despojó al mirar por primera vez los ojos de su padre desde que invadió su privacidad. No entendía por qué ese hombre lo seguía viendo con orgullo, como su hijo. Odiaba la idea de compartir sangre y sentimientos con él, lo odiaba con toda su alma, lo aceptaba. Nate Fire era el hombre que más odiaría en su vida y que jamás perdonaría. Apretó los puños a sus costados, tanto fue la fuerza, que sus garras hicieron aparición y se clavaron en sus palmas sin cuidado alguno, su sangre manchó la alfombra blanca de su habitación quitando la pureza del limpio color.

Le dejó el camino fácil, eso golpeaba su orgullo más veces de lo que fue en la batalla pasada, tampoco iba a perdonar tan deplorable acto. Pero sabía que Nate, su padre, jamás se equivocaba con sus acertaciones, debía aceptar que el sujeto era sabio y astuto para convencer.

—Sé un mejor rey que tu padre —sentenció el mismo hombre que lo crió y le arrebató lo que más apreció.

Harchie miró tan profundamente a su padre a los y asintió.

—No te confundas, te seguiré odiando por el resto de nuestras vidas. Seré la única persona en este mundo que conozca al verdadero Nate Fire, hijo de Nerack Fire, descendiente de un gran linaje de reyes con un apellido imponente, mi padre —terminó adusto —El hombre más idiota de este mundo.

—Lo tendré presente.

⪰+⪯

El carruaje no se pasaba ninguna roca del camino y eso hacía que a quién transportaba por su altura se golpeara con el techo de este incontables veces. Irritante. Ya llevaba tres días en lo mismo, solo hubo dos noches en los que su cabeza pudo descansar de esos molestos movimientos, lo bueno es que era el último día en el que harían el bendito viaje incómodo. No quería venir, claro que no, pero por hacer favores y obedecer a su superior --sobre todo obedecer--, le era prohibido negarse.

Aunque seguía sin entender para qué iba a una coronación.

—¿Era necesario que viniera? —preguntó por milésima vez en lo que llevaba de viaje. Admiraba a su superior por su estatura correcta para ser transportada en el vehículo, y se odiaba por ser tan alta.

—Ya te lo dije, Lizian. Eres mi mano real, debes acompañarme en cada viaje —le recordó paciente. La reina de Jumbel solo tenía su vista en el paisaje rural que pasaban, muchas casas estaban siendo reconstruidas luego de un año en el que fueron destruidas. Todo se estaba estabilizando al menos, y las construcciones también eran apoyo del reino Kathyn.

—Siento que soy un estorbo, fuera sido mejor que me hubiera quedado en Jumbel —se quejó aburrida e irritada.

—Lizian —nombró como si fuera una especie de regaño.

—Vale, vale, su majestad —se rebajó ante el regaño. Nadie más que ella le tenía una fobia a los reyes.

—Esta coronación será interesante, Nate —susurró para sí misma con media sonrisa apenas notoria en sus labios. Se negó al decir que venía al ver al propio rey, e inventaba la excusa de que asistía a la coronación solo por respeto cuando era claro que le emocionaba otro objetivo.

⪰+⪯

—Harchie Fire, ¿jura proteger y cuidar al reino Fawer por el resto de tus días? Este juramento es válido hasta que se rompa en su totalidad y el castigo por ello es la muerte. —resaltó el rey de ojos azules que pronto habría de ser reemplazado.

Gente estaba aglomerada en la sala del trono, apenas y sí había espacio para todos. Los reyes de los demás reinos estaban en primera fila siendo los privilegiados en el momento, por suerte. La gobernante de Kathyn estaba junto a la de Jumbel, ambas tenían cierta tensión, pero no llegaba a más de incomodes por tanta cercanía.

El rey pelirrojo era el que estaba más incómodo que todos porque tenía que cargar a su pequeña heredera y primogénita, el problema era que esta yacía dormida en su hombro y la niña pesaba más de lo que su cuerpo mostraba. Más de uno se querían ir del evento improvisto.

—Lo juro —declaró arrodillado. Los nervios interrumpían todo pensamiento coherente ante la situación, tenía pensado su discurso, pero no sabía si lo diría tal cuál lo había pensado. Tener a tanta gente viéndolo y esperando recibir un rey digno, lo agobiaba. No quería cometer ninguna estupidez.

—Levántate —ordenó el rey otra vez regente al coronarlo. La corona cambió de diseño cuando se anunció la coronación del nuevo rey. Antes era completamente turquesa y tenía fragmentos filosos de hielo, más ese hielo era rodeado por llamas congeladas por el mismo haciendo una especie de lazos que terminaban en una joya roja en el centro, ahora era naranja y las llamas se expandían más que el elemento gélido y estos eran pequeños cubos con cierta forma rectangular, la joya roja ahora era azul.

Harchie miró a los presentes y se pudo notar que sus manos estaban sudorosas y las piernas le temblaban peor que un animal recién nacido, aunque podría decirse que estaba naciendo un nuevo rey. El joven respiró profundo y soltó todos los nervios que lo abrumaban y logró tomar la seriedad que distinguía a su apellido.

—Yo, Harchie Fire, hijo de Nate Fire y nieto de Nerack Fire, mejores reyes que han tenido este reino, me comprometo a cumplir con su legado —empezó a decir —Es como decía mi abuelo, ser rey te hace tener una carga lo bastante grande como para volverte loco, eso si no seréis lo suficientemente cuerdo. Nunca lo conocí, pero mi padre me contó muchas historias de él ¿qué si lo admiro? No. Era un hombre como muchos otros al cual se convertirá solo en un nombre los próximos cuarenta años, y luego un recuerdo en setenta, para luego terminar olvidado. Los reyes nunca se recuerdan luego de un siglo, ningún gobernante será alabado en mil años, solo perdurará su legado. Por ello, que sea hijo de un linaje de hombres fuertes y dignos de ser líderes no me hará el mejor o peor que ellos. Os daré lo mejor de mí, valoren lo que en el futuro podré hacer, perduraré por mi pueblo y ustedes también perdurareis por mí y por ustedes. En unión. La unión es lo que hacéis fuertes a las personas, los que los hacéis avanzar es la esperanza de la fraternidad, no un rey, un líder, un elegido. Nada de ello, solo la fe en sí mismos. Véanme como su aliado, no como su rey. Yo tengo fe en todos vosotros y ¡Juro que os haré perdurar en cada derrota!

⪰+⪯

Por fin, por fin podía tenerla. Tan cerca, tan cerca, su olor, su esencia, sus caricias, ahora lo tenía todo para él. Todo de ella le pertenecía, cada fragmento. Ella también lo tenía a él para toda la vida, eso sí que era un juramento eterno entre ellos. Entre el calor de ambos cuerpos se sentía la promesa del amor, de la compañía, entre los besos se sentenciaba la lealtad, entre sus manos se sellaba los lazos, y entre sus respiraciones jadeantes se hacían uno solo.

—Te amo, Nate —claro que no estaba preparada para que esas dos palabras salieran de su boca, fue tan solo un impulso, pero después de un año sin tenerlo, esa frase se sintió más poderosa que cualquier poder existente.

Los ojos azules la miraron por un breve segundo para luego pegar sus labios tan anhelados a los suyos con total perfección.

—No te marches jamás de mí, solo estoy para ti y tu para mí. Te amo, Eri Fire, te amo…

De ese encuentro se pudo hacer más que el amor en un pequeño paro del tiempo. De allí se creó la marca de la mujer. La marca de su futuro.

⪰+⪯

Siete primaveras, siete inviernos, siete años concluyeron el eterno final. La primavera apenas estaba comenzando a llegar, al polvo blanco tan solo le quedaban unos días para dejar de ser visible y desaparecer, pero no tardaría mucho en volver a venir. Era como las aves, nunca dejaba pasar un año para volver.

Las hojas de césped comenzaban a hacerse más altas y más fastidiosas si se quería dormir en el mismo suelo, los insectos cada vez extendían sus hogares y con ello traían la plaga para algunas flores, estas no iban a durar mucho si no se era cortado ese verdoso descuidado. Nuevos tiempos se acercaban y no se sabía si eso era bueno. El ambiente estaba demasiado calmado como para que fuera normal.

—¿Por qué tiene que ser tan intolerante? —cuestionó arrancando una de las flores que ya había sido marchitada. Tenía que reprender a su cuidador cuánto antes si no quería que todas las girasoles se pudrieran.

—Heredó tu carácter de mal humor, Eri. Nadie querrá ser su amigo si sigue así —bromeaba en su comentario, pero temía que fuera hacerse cierto.

La reina suspiró cansada y se dejó caer en el césped ya crecido para admirar el cielo despejado y tan azul que a sus ojos irritaba ver. Pronto comenzaría hacer calor.

—Aquel que es Fire, tal y como su apellido, tendrá un carácter como el fuego; tan potente y devastador —musitó.

—Acabas de inventar eso —acusó sonriente. Estaba a su lado, con sus piernas estiradas para poder estar estirado al menos un rato, las cosas en el reino estaban tranquilas, pero estar sentado en una silla todo el día traía sus consecuencias —Pues, déjame decirte que le fuego tiene su calor, en el fondo es cálido y se puede tocar. ¿Por qué crees que luego de apagar el mechón de una vela el exterior te quema, pero el centro desaparece todo rastro de ardor? Es simplemente cálido.

Ella sonrió ante la metáfora que su pareja habló con tanta inspiración, amaba esa parte de él, la parte en la que le buscaba el sentido a todas las cosas y las simplificaba para que se pudieran entender a pesar de que algunas veces eran obvias. Ese hombre tenía un argumento para todo.

—Eso lo inventaste —acusó obviando el sentido de sus palabras.

—Tú también lo hiciste, ambos somos inventores —declaró dejándose caer a su lado.

⪰+⪯

El destello rojo pasó con la velocidad que le regaló el viento por cada árbol sin darle el daño alguno, para eso era ligera y fácil de transportar por su cuenta, al tener un cuerpo ligero no significaba que no tenía fuerza, no, al revés, era bastante resistente y fuerte como para sujetar una espada en sus manos y aun así correr con la agilidad de una pluma. Era grandiosa.

Como un depredador entre las sombras, ya tenía a su presa en la mira y ya había cálculado en qué momento atacar. No pasó ni un minuto cuando se lanzó al otro destello rojo en ataque.

El otro destello rojo había enseñado bien a su herencia, el orgullo por ello era de a gusto presumirse, pero todavía le faltaba pulir sus destrezas a la hora de hacer un ataque sorpresa. El hombre le había hecho creer a su retoño que lo había sorprendido con su accionar, y como ella venía desde atrás de su espalda, este se agachó y el impulso con la que lo iba atacar ella, no logró retener porque todavía no dominaba la velocidad con la que iba. No sabía usar frenos. La de cabellos rojos se estampó contra el suelo con la fuerza que se le fue ortogaba del viento, su cara recibió un buen golpe.

Sintió demasiado dolor ante ese descuidado movimiento, sabía que su padre engañaba mucho y tenía que aprender a no dejarse engañar por el mismo.

—¡Esto debe ser una broma! —exclamó al levantarse tan estrepitosamente para encarlarlo —¡Es trampa! —acusó con base.

—Suficiente, princesa sarnosa. Has perdido, acepta la derrota —aconsejó limpiando sus manos del polvo que había caído en ellas cuando su hija pasó encima de sí, pero no logró tocarlo.

Indignada, lo asesinó de mil formas con sus ojos dorados.

—¿¡Cómo!? ¡Eso no fue una derrota! ¡Me hiciste tropezar! —volvió acusar y esta vez repiqueteó sus pies contra el suelo como si este tuviera la culpa de su descuido.

—Tienes catorce años y te comportas como una niña insolente.

La joven cruzó los brazos más calmada.

—Idiota —murmuró.

—¿Disculpa?

—Ya basta los dos, están asustando a Huben —los regañó su reina. Llevaba a su segundo hijo en brazos, este tenía tan solo cinco años de edad cuando ya veía la guerra entre su hermana y padre.

—Ya no debería ser tan asustadizo.

El pequeño hombrecillo de cabello negro, herencia de su madre, eso, y sus ojos violetas, se acurrucó en el pecho de la misma, pero cuando vio a su papá de inmediato quiso que este lo cargara. Jerek no estaba acostumbrado a tenerlo en sus brazos porque hacía años que no cargaba a un bebé.

—Más tarde tenemos que ir a Jumbel —anunció Kano y eso fue lo que provocó que el buen humor del hombre desapareciera. No se sentía a gusto las visitas hacia el reino vecino.

—¿Para qué? Ve tú a visitar a la reinita de Jumbel, no veo por qué debo ir allí —espetó.

—Tú nunca quieres ir a ninguna parte, tarado —le insultó su primogénita sin miedo.

—¿Estás sangrando o qué? Últimamente estás muy irrespetuosa —acusó molesto.

De inmediato el rojo de su cabello pasó a sus mejillas, completamente llena de pena y ofendida por tal comentario de su padre. Era una indignación que dijera eso.

—¡Imbécil!

—Nirelle, cuida tu lenguaje —reprendió su madre —.Bien, me encargaré del asunto que tiene Ishani conmigo, pero ustedes se encargarán de Huben —ordenó poniendo al niño en brazos de Jerek sin importarle que este se quejara en el intento —. Más les vale que no le encuentre llorando, ¿de acuerdo?

Esa mirada violácea de la mujer instintivamente hacían que los dos pelirrojos le obedecieran sin quejas, quién se atreviera a retar Kano definitivamente estaba condenado.

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—¡Harchie! —exclamó esa voz llena de anhelo en cuanto vio a su primogénito en el salón del trono todo hecho un hombre.

Indudablemente su hijo había cambiando tanto como física y mentalmente. Tenía un aspecto completamente maduro al verlo  solamente, su cabello ahora le llegaba a los hombros y ciertamente le recordaba a su propio padre, los ojos azulejos no habían cambiando para nada su color y eso era hermoso, no era como el fueguito azul que correteaba por allí con unos orbes de doble color. A simple vista podían verse azules, pero cuando se estaba lo suficiente cerca, tenía los ojos de plata.

Harchie era muy alto, tanto como él, su cuerpo era fornido, pero acorde a su anatomía. Se veía que entrenaba para todo caso y era hábil en el combate, con solo verlo podía sacar muchas conclusiones. En especial la que predijo hace ya once años.

Nate Fire, otra vez a su vista. No lo veía desde hace un año, seguía con el mismo aspecto desde la última vez, aunque ahora se le podía divisar  una visible barba en su mentón, justo como la suya. No se sabía quién de los dos era el hijo y el otro el padre porque portaban la misma juventud y estilo. Algo muy irónico para el joven rey de Fawer.

—Nate —pronunció serio —. Cuánto tiempo.

—Cuánto tiempo —corroboró caminando hacia él. Solos estaban, ya que la reina se estaba encargando de un asunto de ambos, él no la acompañaba porque repentinamente recibió la visita de su hijo mayor. Ya se encargaría luego de reprender a la otra condición.

—Sigues igual, de viejo —rió por su propia broma.

—Y tú de amargado. Te pareces a tu abuelo —mencionó ya a dos pasos cerca —¿A qué viene esta visita repentina? —preguntó muy sonriente, más de lo que Harchie estaba acostumbrado sinceramente.

—Tenía que ver… —pausó tomando en cuenta lo que diría —Nada, solo quise dar una visita —terminó aunque no se convenció de su respuesta. Sin embargo, a Nate no le importó.

—Has crecido bastante, tienes la edad en la que me casé con tu madre —comentó nostalgico —Ya pasó mucho de eso… ¿no hay alguna chica dispuesta a ser la reina de Fawer? —preguntó siendo juguetón.

—No estoy interesado en buscar una reina, ¿de acuerdo? —espetó con cierto desdén.

El rey de Jumbel rió a carcajadas sin ningún tabú en hacerlo frente a su hijo, ya había olvidado esa fachada de ser serio con cualquiera que le hablara. Que se riera a carcajadas una vez en la vida no tenía nada de malo, además, quería enfatizar el momento con su pequeño ya que el ambiente estaba algo tenso entre los dos. Nate sabía que nada de lo que ocurrió en el pasado se iba a remediar, tenía en cuenta que su hijo lo odiaría para siempre. Al menos recibió su visita, no tuvo que ir él mismo a buscarlo, eso era un avance de parte del menor.

Pero Harchie no solo vino por una visita cordial.

—Fuiste un buen rey, ¿sabes? —empezó a decir —Muchos te extrañan y otros se han mudado para acá a pesar de que no seas rey y no te hayas casado con la señora Eri. Siempre me he preguntado cómo lo hiciste, ¿cómo hiciste para hacer que todo el mundo te amara?

Esas preguntas más bien sonaban como una interrogación a un acusado por tan grave crimen, solo que este acusado no tenía nada que ocultar y sabía cómo manejar la actitud reacia de su visitante.

—Solo fui yo, Harchie —dijo con simpleza —. Solo yo… nunca me gané el odio de nadie. Fui y seré justo con todos, nadie es más que nadie y nadie nunca lo será. Solo soy un sujeto que supo ganarse a la gente sin usar la manipulación y el engaño —concluyó sonriente —Harchie, sé a que viniste. Ya lo vi en tus ojos —de repente, los ojos azules del rey regente se tornaron por un breve instante en rojos escarlatas —, no te voy a detener. Ya lo esperaba, sinceramente. Esto fue mi culpa, yo te hice así —señaló a su joven rey —. No voy a enmendar mis errores, no voy a rogar, no voy a decirte qué hacer. Ya lo tienes decidido, así que… solo termina —respiró profundo y nunca quitó esa mirada determinante del joven Harchie Fire, asesino del rey regente.

La luz tenue de las ventanas del castillo iluminaron en su máximo esplendor pese a lo poco que duró la escena, para los ojos azulejos de plata, fue eterno.

El objeto de plata salió de su escondite y ansioso, cortó el elemento suave y mortal para el ser humano, y, de los mismos seres más allá de lo normal. El metal desgarró la piel blanda del sabiondo de su destino y final.  La sangre sagrada del eterno mestizo salió disparada de la herida y en el arma empezó a manchar las botas negras de ambos hombres, tornándolas en un escarlata aterrador y desgarrante, gota a gota se fue profanado el suelo de rojo. Las piernas simplemente flaquearon cuando la luz tenue empezó hacerse más escandalosa en cuanto a destrucción de eternos se trataba, el cuerpo del rey regente no se resistió a nada cuando este se dejó caer al duro fragmento. El líquido cálido no paraba de salir del agujero abierto y tampoco se trataba de tapar porque no tenía caso y las ganas de vencer a la venganza, no existían.

El hijo miró cómo al padre se le gastaba hasta el último aliento, y verlo pudrirse en su propia sangre lo hizo salir de su trance por lo que había hecho. Miseria, miseria, miseria, solo eso se podría decir de un hijo que nunca perdonó.

Rey regente se estaba quedando sin vida, la luz lo estaba consumiendo y volviendo polvo poco a poco. Bien dicen que de polvo eres y de polvo te irás. Irónico para la ocasión. No podía hablar, apenas respiraciones se podía oír, Harchie veía cómo los suspiros por querer respirar iban bajado de nivel con cada segundo, cada respiración, cada parpadeo, y cada arrepentimiento.

Ira.

Odio.

Venganza.

Desprecio.

Engaño.

Nada de eso sintió el rey regente, sabía de su destino, sabía que su muerte llegaría por su propia sangre. Sabía de dolor. Sabía de la venganza. Sabía del odio. Pero es algo que nunca él pudo emplear porque la vida lo cambió, ella lo volvió noble. El destino le dio su perfecto final.

—No es tu culpa… no es tu culpa —logró decir extraordinariamente pese a que casi deja de respirar. Los ojos azules de su niño lo miraban y cuando sus palabras llegaron a su corazón, este soltó un grito desgarrador que llegó a los oídos de la persona que más amó al hombre que nunca pudo perdonar.

La brisa recurrió a los dos cuerpos después de que uno de ellos soltó el grito que lo dictaminaría todo, luego de que el elemento fue calmado, la furia presente obligó a las nubes tapar la luz que poco a poco consumía el cuerpo casi sin vida del suelo.

No podía creerlo. Tenía que ser una basta mentira.

Nate no se podía estar muriendo.

—No, no, no, no, no, no —murmuró reacia a la situación. Las lágrimas cayeron en el rostro de su amor eterno al momento de que estas fueron invocadas.

Harchie quiso hablar, pero la reina de Jumbel lo iba a matar allí mismo sin importarle que su padre moribundo estuviera presente. Él lo traicionó, lo intentó matar, casi estaba por morir, ¿no era sensato acabar con su vida también? No, al fin y al cabo era el hijo de Nate. Su mayor adoración, ella no podía matarlo aunque quisiera. Se detuvo antes de hacer lo mismo que hizo el joven.

—Lárgate —pronunció —¡LÁRGATEEEEEH! —le gritó con desespero, y el alma escapando de su cuerpo cuando Nate finalmente se le fue el brillo de la vida de los azules.

La luz tenue hizo aparición otra vez cuando la nube dejó de interponerse en el sol e iluminó las botas ensangrentadas del cuerpo, de seguimiento empezó a convertir en polvo sus piernas para luego seguir con el resto de la anatomía. Derrumbe, solo derrumbe del alma y corazón sentía la reina. Tanto dolor se acumuló cuando de su aliento dificultoso, él dejó en claro algo importante antes de convertirse en polvo.

—N… no… fue… fue… s… su… culpa —insistió —Ne… cuida —no continuó porque su voz se unió con las motas de polvo y junto con la luz, empezó a unirse con su contorno. Tan solo había quedado su traje en los brazos de la mujer con quién nunca se casó, pero que más amó de verdad.

Otra vida perdida.

Otra pérdida.

Otro dolor maldito.

Otra marca.

Otra crueldad de su vida.

La última gota de sangre la tenía su propio hijo en sus manos, este se alejaba del reino, tuvo suerte de que Ishani Aka tan solo era Eri Fire porque si no, sería también el polvo que acompañaría a Nate por la eternidad.

—¿¡POR QUÉ?! ¿¡POR QUÉ TÚ!?

Gritos, los gritos no pararon ni una sola vez ese día…


⪰+⪯

El suspiro que soltó se distinguió en el gélido ambiente, ya el invierno había abrazado todo los reinos en cuestión de meses. El tiempo pasó demasiado rápido desde esa pérdida. No podía aceptar la idea de que el tiempo seguía pasando, las personas seguían viviendo, el ciclo de la vida seguía, pero ella no avanzaba desde ese día.

Velaron al antiguo rey por más de tres meses, sí que existían bastantes personas que amaban a a ese hombre porque no hubo ni un solo día en el que su nombre no fuera recordado. Quién no pensará en Nate Fire era un simple fantasma. Inexistente.

Las flores de jardín no fueron cuidadas jamás, todas ellas se marchitaron días después de que la muerte nuevamente llegó a Jumbel. Su cuidador responsable abandonó la tarea en cuanto el dolor le había llegado. La reina no era la única que sufría.

Ishani Aka no hablaba con nadie, no atendía a su pueblo, no le importaba nada. Tenía algo qué cuidar, algo importante, pero la pena de una mujer viuda no la dejaba continuar. Poco a poco se estaba destruyendo en su propio dolor.

—¿Sabes por qué era tan fría con él? —les dijo a sus compañeras que no se apartaban de ella ni por un segundo.

—Su majestad —dijo Lizian. Ella no sabía cómo tratar a la reina, trató y trató de hacérsele, pero la mujer también algunas veces se mostraba agresiva, y no sólo con ella, sino con todos.

—Yo lo amaba con toda mi alma, por supuesto que lo quería a mí lado. Pero no lo quería perder, no lo quise amar con tanta fuerza porque no soportaba la idea si llegaba a perderlo. Y véanme ahora… volví a caer —las miró con aquellos ojos sin vida.

—¿Qué es lo qué harás ahora, Ishani? —le preguntó su hermana. Esta tampoco se alejó, no sentía pena ni lástima, más bien su cercanía se basaba en curiosidad. Desde que tuvo la conversación con Naomi, sabía que había olvidado algo importante y trataba de encontrarle la razón. De alguna manera se sentía en un limbo, vagaba de aquí para allá buscando una respuesta.

Y la consiguió.

La reina sacó una daga de las mangas de su traje. El objeto medía más que su brazo, el filo era aterrador que con sólo verlo ya te cortaba. Sólo una cosa pasó por las presentes que observaban a la mujer que cada vez se perdía de la cordura.

Kano no la iba a detener. Su curiosidad era mayor. Casi confirmaba algo.

Lizian era lo demasiado cobarde como para siquiera hablar.

—Hacer lo que debía hacer hace mucho tiempo -le respondió a su hermana -, no se interpongan—les advirtió.

Ambas se quedaron quietas.

—Si ese es el camino que tomas, pues adelante —la animó Kano —Sé una cobarde y huye.

Manipulación. Claro, una última opción podía hacer cambiar de opinión. Pero nadie nunca supo qué fue lo que cruzó por la cabeza de la reina.

El filo de la daga quedó a centímetros de su cuello, el sudor recorría su frente y partes de sus cuerpo cuando se detuvo de repente. Ningún recuerdo apareció como para que fuera la razón  que la detuvo. Nada vino. Nada pensó. Nada sintió. Nada cambió. Tan sólo fue el instinto de querer vivir.
Levantó su mirada al cielo azul y recordó ese color en el ser que más amó. Podría jurar que vio al Nate en ese cielo iluminado, pero eso era simplemente absurdo.

Jamás lo traería de vuelta.

Cerró y abrió los ojos nuevamente, quitó la daga de su cuello. En vez de eliminar su vida, decidió desgarrar la palma de su mano, la apretó en un puño y la sangre comenzó a caer como si fuera arena.

—No vale la pena hacer esto —dictaminó —Haré mi juramento. Yo, Ishani Aka, con los anteriores nombres de Eri y Gindy Kenji. A partir de hoy juro eliminar a cada vampiro, monstruo, y cualquier ser maligno que no pertenezca a la raza humana. Lo juro por el nombre de Nate Fire, Varely Kenji, Synanth Aka, Ezra, Nathanien. Y por ti, Rufel Kenji —declaró con una voz fría y para nada relacionada con su sufrimiento —. Me convertiré en la propia meta de Nate, yo seré la libertadora.

Soltó el objeto filoso en el suelo nevoso también marcado con la sangre divina. Ahora sólo quedaba que aquella fuera absorbida.

Este juramento solo se desvanecerá el día en que tenga que morir.

⪰+⪯

Reino Hylgen.

—Su majestad, ha nacido su hijo.

El hombre sonrió con sastifacción.

—Perfecto. Ahora pongo mi carta especial en la mesa —concluyó —La era de la salvación empieza.

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España. Año 1976.

—¡Mamá! ¿Quién es esa señora de la imagen? —preguntó el curioso niño al estar en el museo de historia con su madre. Veían el cuadro de una mujer sentada en un trono con una mirada fruncida y severa, le daba escalofríos al infante.

—¿Ella? Pues según la leyenda, fue una reina que pasó por mucho... para poder llegar a su meta —le explicó.

—Fue una tonta que no vio más allá de sus posibilidades hasta ahora —intervino una mujer misteriosa que estaba a su lado. La madre se asustó y se llevó a su pequeño lejos de aquella persona. —Puede que hayan pasado los siglos, pero mi juramento nunca cesará, no mientras muera... —el frío del lugar se intensificó, pero a ella no le importó —No olvidaré mi juramento… después de todo yo no moriré, es como dices tú, "los buenos siempre son los primeros en morir” y yo no soy buena...

Fin.

Ay, Dios. Ahora sí moriré jsjssjsjsjsjs....

Habrá un extra de agradecimientos y explicaciones... Estén atentos ;)

Olvasás folytatása

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