Fairytale (usuk)

Por Epifania-chan

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"¿Sabes por qué no crees que en la magia? Es porque hubo un tiempo podías verla y sentirla cerca de ti. Pero... Más

Nota
Capítulo 1: La invitación
Capítulo 2: Nuevos amigos
Capítulo 3: El reino de los seres mágicos
Capítulo 4: Soledad
Capítulo 5: Fuego
Capítulo 6: Fantasma
Capítulo 7: Invisible
Capítulo 8: Dulces
Capítulo 9: Miedo
Capítulo 10: Adiós
Capítulo 11: Salto en el tiempo
Capítulo 12: Ilusión
Capítulo 13: Realidad 1/2
Capítulo 14: Realidad 2/2
Capítulo 15: Un paso más cerca de la magia
Capítulo 16: Amigo imaginario 1/2
Capítulo 17: Amigo imaginario 2/2
Capítulo 18: Alas rotas
Capítulo 19: El psicólogo
Capítulo 20: Lastima
Capítulo 21: Convivencia
Capítulo 22: Sinceridad
Capítulo 23: Problemas
Capítulo 24: Recuerdos
Capítulo 25: Una gran cruzada
Capítulo 26: Sonrisa
Capítulo 27: Reencuentro
Capítulo 28: Dos cosas sobre las despedidas
Capítulo 29: La librería
Capítulo 30: Una hermosa vista
Capítulo 31: Paz
Capítulo 32: Despedida
Capítulo 33: Cartas
Capítulo 34: Locura
Capítulo 35: Perdido en la oscuridad
Capítulo 36: La noche en la que las estrellas bajan a la tierra
Capítulo 37: ¿Quien eres?
.
Capítulo 38: Perdón
Capítulo 39: Ultima oportunidad
Capítulo 41: Al final del camino. Parte I
Capítulo 42: Al final de camino. Parte II
Capítulo 43: El juicio de Astreo
Capítulo 44: Un vistazo a la verdad
Capítulo 45: El deseo de una estrella fugaz
Capítulo 46: Un comienzo disfrazado de desenlace

Capítulo 40: Encuentro

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Por Epifania-chan

No fue igual que cuando sus deseos eran efectuados por una estrella; no hubo humo, no hubo estruendo, ni siquiera se sintió mareado; simplemente abrió los ojos encontrándose en un páramo de árboles y piedra, el cual lentamente iba siendo abandonado por el sol a medida que el ocaso avanzaba. El cielo era naranja, casi rojo, como si estuviese en llamas. Las sombras de los árboles y las piedras se alargaban a contraluz, entremezclándose entre sí y creando negras y grotescas figuras.

Aquel viejo y conocido malestar, fue lo que le dio la bienvenida, haciéndole comprender que se encontraba en el mundo de los humanos. Las náuseas, el mareo, la dificultad para respirar; se tapó la boca para así evitar que la tos escapase de su garganta, pero tal era la violencia de sus espasmos que cayó de rodillas al suelo y se sostuvo de una gran roca frente a él, la cual con el implacable paso del tiempo había sido devorada por las enredaderas, alrededor de la cual alguien había plantado todo tipo de flores silvestres.

Levantó la vista con ojos llorosos y divisó letras grabadas en aquella piedra.

"En memoria de..."

No pudo leer el nombre, puesto que una enredadera lo cubría.

Comprendió en ese instante, que la magia del hada lo había transportado a un cementerio, y que las piedras que veía, eran lápidas. Un repentino terror le invadió, obligándolo a cubrir las palabras grabadas con su temblorosa mano.

Sus ojos no podrían humedecerse más de lo que ya lo estaban, pero al dolor físico de su pecho, se le sumó la sensación de que su corazón había sido estrujado y aplastado hasta romperse, recordó su deseo en voz alta, y posterior a este, las palabras de Lukas.

El solo hecho de pensar en aquella posibilidad le destrozaba por dentro, como aquellas personas que evitan acercarse demasiado al fuego por miedo a quemarse, no se atrevía siquiera a imaginar la idea de forma concisa; incluso luchaba contra su mente intentando evitar que esta uniese todos los cabos... simplemente se negaba a pensar que pudiese existir la posibilidad de que Alfred estuviese muerto.

No podía estar muerto, apenas y tenía diecinueve años, le quedaba toda una maldita vida por delante; de ninguna forma podía haber muerto, de seguro el deseo no había sido bien efectuado y por ende, no se transportó al lugar correcto. Bastaría entonces con desplazarse al lugar donde Alfred se encontrase, VIVO. Claro que tendría que tomar un sin fin de autobuses, pero lo valía, eso sí, apenas podía contener las ganas de vomitar en ese momento, le sería imposible hacerlo sobre esa máquina de tortura con ruedas.

—Disculpe —escuchó una sibilante y tenue voz a sus espaldas. — ¿Es usted un admirador? ¿Se siente bien?

Arthur volteó confundido, esforzándose por tragarse el vómito y serenar su respiración.

Parado frente a él, se encontraba un anciano con anteojos de cristales cuyo grosor era tanto que sus ojos parecían enormemente saltones, el viejito de postura encorvada llevaba una pala en la mano, y una maceta con una planta en la otra.

— ¿A-admirador? —Repitió en cuanto fue capaz de serenarse. —Un momento, ¿Cómo es usted capaz de verme?

—Con estas botellas sobre mi cara —Respondió ingenuamente el anciano señalando sus anteojos. Entonces devolvió su mirada a la tumba, arrugando el ceño con disgusto. —Esas estúpidas enredaderas —exclamó acomodándose los anteojos, para luego acercar su temblorosa y huesuda mano hasta la tumba y arrancar, no sin dificultad, las enredaderas que cubrían el nombre del difunto, dejando así el epitafio completo al descubierto.

"En memoria de Alfred F. Jones."

"Toda tu vida la dedicaste a las estrellas,
ahora finalmente te has convertido en una."

Si es que Arthur aún poseía alma dentro de su cuerpo, el leerlo aquello bastó para que esta lo abandonara.

Todo a su alrededor, su pasado, presente, y futuro, parecían cristales resquebrajándose y cayéndose a pedazos, la voz del anciano sonaba como un eco lejano, incluso las lágrimas que se acumulaban en sus ojos nublaban gran parte de su visión, impidiéndole divisar otra cosa que no fueran manchones borrosos de colores opacos.

¿Qué existencia más patética, absurda, lamentable y estúpida podía haber además de la suya? ¿De qué servía vivir tantos años teniendo el tiempo a su disposición si había llegado tarde? ¿Qué podía tener de especial la magia cuando esta se entregaba a un ser tan paupérrimo como él, que había malgastado todos y cada uno de sus deseos de forma egoísta y estúpida?

— ¿Se siente usted bien, joven? —Inquirió alarmado el anciano, al comprobar el terrible estado en el que Arthur se encontraba.

— ¿Cómo murió? —Bien sabía que el conocer aquella información sería como una punzada al corazón, pero necesitaba saberlo.

— ¿No lo sabe? Creí que se trataba de uno de sus admiradores... en fin, quédese a un costado, así puedo plantar esto —Extendió la planta para que Arthur pueda verla, y este reconoció una flor silvestre igual a las que crecían en la tumba.

El británico caminó de forma tambaleante hasta dejarse caer sobre el suelo, el anciano dejó la planta a un lado para buscar un hueco sobre la tumba en el cual aún no hubiese nada plantado, en cuanto lo encontró, comenzó a cavar en él con su pala.

—Mi hermano Alfred, fue uno de esos genios que... —El anciano hizo una larga pausa, en la que parecía, no solo buscar las palabras con las que expresarse, sino que también no romper en llanto, pues en tan solo unos segundos su expresión había adquirido un aire tan amargo como melancólico. —Lamentablemente cruzó demasiadas veces la delgada línea entre la creatividad y la locura.

"¡¿Hermano?!"

Repitió Arthur para sus adentros en estado de shock, observando nuevamente al viejo, y encontrando en él ciertos rasgos diluidos por la edad, de alguien que ya conocía, se trataba, ni más ni menos, que de Matthew.

— Pasamos por muchas cosas difíciles, él dejó la carrera de arquitectura para dedicarse a la astronomía; pero tan solo en su primer año de práctica, hizo un increíble descubrimiento, o tres, no sé cómo funcionan esas cosas. Descubrió tres cometas, que una vez al año, en perfecta sincronía, dan la vuelta alrededor de la tierra, los llamó "Los tres hermanos" en honor a la leyenda de un pueblo británico desde el cual se les puede avistar con mayor facilidad. Pero ya desde muy pequeño Alfred padecía ciertos trastornos mentales, los cuales no hicieron más que empeorar su condición al pasar los años, además de que rehusaba a consumir su medicación, mi pobre hermano terminó sus días en un sanatorio mental.

Mientras que oía el relato de Matthew, Arthur hacía uso de toda su fuerza de voluntad para mantenerse consciente y no perder detalle alguno, no obstante, él "terminó sus días en un sanatorio mental" solo sirvió para romper el último vestigio de voluntad que aferraba al británico a este mundo.

Su corazón se apagó de golpe, y cayó de espaldas al tiempo que exhalaba un último antes de que la vida abandonase, y un segundo después, frente a la horrorizada vista del anciano, su cuerpo se desvaneció en cenizas las cuales fueron arrastradas por el viento.

Finalmente, después de tantos años engañando al tiempo y escapando de la muerte, esta le había atrapado.

No es que tuviese miedo a la muerte, pero sin duda esta distaba mucho de lo que imaginaba; no se trataba de ningún esqueleto cubierto de negros atavíos el cual le hubiese arrancado la vida, tampoco fue como una llama que se apaga, no hubo oscuridad alguna, ni siquiera había cerrado los ojos.

Simplemente cayó de espaldas mirando fijamente al cielo, de pronto el cementerio, los árboles, Matthew, incluso el suelo sobre el que se encontraba, habían desaparecido. Solo estaban él y el inmenso cielo nocturno, abarrotado por infinitas estrellas de todos los tamaños y colores, se veía como una galaxia, o mejor dicho, todo un universo.

Los astros se desplazaban de un lado a otro, algunos rápidos, otros lentos, y Arthur no supo discernir si él estaba ascendiendo, o las estrellas estaban bajando, pero las veía cada vez más cerca.

Hizo el intento de ponerse de pie, y para su sorpresa, no solo lo logró a la primera, sino que se sentía increíblemente liviano, de hecho, se sentía mejor de lo que lo había hecho en toda su vida. Notó entonces, el hecho que no había ninguna superficie la cual estuviese pisando, por ende, flotaba, al devolver su vista al cielo, comprobó que aquellas estrellas antes lejanas, ahora comenzaban a rodearlo.

Tres enormes esferas de luz en particular, que parecían agruparse formando un triángulo, descendieron hasta cegarlo, y generando algo que podría asemejar una explosión de luz.
Arthur abrió los ojos tras unos instantes, y para su enorme sorpresa, las esferas de luz ya no estaban, sino que frente suyo había tres fantasmas de su más remoto pasado.

—Santa mierda... — Fue lo único que pudo decir al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas.

— ¡Tú! —Exclamó Scott mientras que con pasos acelerados se precipitaba hacia él con el puño cerrado en lo que parecía ser un ataque de ira. —Lacra humana, desperdicio de aire... asqueroso pedazo de...

Arthur cerró los ojos, esperando los golpes que ya se venía venir, sin embargo, lo que recibió fue un afectuoso abrazo por parte de sus tres hermanos, lo cuales lo apretaban tan fuerte que apenas y podía respirar.

—Lo siento —Susurró Arthur afligido, casi sin voz, y sin percatarse de que cristalinas lágrimas comenzaban a descender por sus mejillas, entre tanto buscaba la forma de que sus brazos también fuesen capaces de rodear a las tres personas que lo abrazaban. —Lo siento mucho.

— ¡Volviste! —Exclamó Patrick, a pesar de que su voz sonaba ronca y quebrada debido al llanto, esto no enmascaraba ni un poco el entusiasmo que profesaba.

Finalmente Arthur estaba allí, le habían encontrado, después de tantos siglos de ininterrumpida búsqueda, del dolor, la tristeza, y el misterio, por primera vez en muchísimo tiempo, las tres estrellas habían encontrado la paz que ni siquiera la muerte humana pudo ofrecerles.

Esa noche sería históricamente recordada en el mundo humano, puesto que contrario a todos los cálculos y predicciones, sin razón alguna, aparecieran los tres cometas descubiertos años atrás por un joven estudiante de astronomía e iluminaron, por una hora exacta, el cielo nocturno como si de un amanecer se tratase.

Apenas se separaron de ese efusivo e interminable abrazo, Arthur notó que ninguno de sus tres hermanos había sido capaz de contener el llanto, y él mucho menos con respecto a los otros tres, si bien el espectro de las lágrimas permanecía fresco en sus mejillas, ahora expresaban una especie de alegre sosiego, mientras que el menor de los hermanos aún debía taparse la boca, pues no era capaz de extinguir del todo su llanto.

—Ahora, —Dijo Dylan con seriedad— Has de tomar una decisión.

— ¿Cual decisión? —Inquirió Arthur percatándose entonces de que ya no se encontraba rodeado de estrellas, sino que estas se encontraban a una altura considerable, más al bajar la vista comprobó que no había suelo alguno en el que se encontrase parado, es decir, se encontraba flotando en un punto medio entre el cielo y la tierra.

— Todos aquellos que no fueron lo suficientemente malvados para que su alma se disuelva con el viento al morir, deben elegir entre convertirse en estrellas inmortales y eternas, las cuales observamos el mundo humano desde el palacio estelar, donde no existen el odio y las mentiras, o reencarnar en el mundo humano, y vivir nuevamente.

— ¿Acaso sabrán si Alfred...

—La elección de cada alma es sumamente personal, no podemos revelarte su decisión —Explicó Patrick encogiéndose de hombros.

Arthur suspiró con amargura. Su vida había sido más larga que muchos imperios, no poseía demasiados arrepentimientos sobre ella, más los que sí poseía pesaban tanto como si fueran cientos. Se sentía cansado y dolido, la idea de volver a vivir sin más, perdiendo todo lo aprendido y sometiéndose a cometer nuevamente los mismos errores no le ilusionaba en lo más mínimo. Simplemente no era capaz de imaginar una versión de sí mismo que no sea la persona egoísta que siempre había sido. Además, menos aún deseaba perder todos aquellos hermosos e increíbles recuerdos que su vieja mente albergaba.

Al reflexionar sobre todo aquello, tuvo una epifanía: Poco le importaban ahora los grandes tesoros o la magia; los recuerdos, las vivencias, las personas, eran quienes volvían especiales esos elementos, ahí es donde radicaba su verdadero tesoro, en la memoria, y no deseaba perderlo otra vez.

— Seré una estrella —Exclamó con seguridad. —Si pude madurar un poco en estos quien sabe cuántos años, entonces quizá en otros miles de años pueda finalmente convertirme en alguien decente.

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