Juegos salvajes

By MariaRihers

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Lionel es un chico cuyo pasado lleva tatuado en su piel. Literalmente. Los errores de otros, más concretament... More

Prólogo
¿Compañeros de cuarto?
La fiesta
Sueño y realidad
Charla a media noche
La fiesta de bienvenida (Parte I)
La fiesta de bienvenida (parte 2)
Buenas noches
Resaca
¡Que comience el juego!
Primer día de clase
Un simple hola
Intenciones
Monstruo
Aléjate de él
Ojos negros
Desgastandonos
Al cuerno
Los ojos del dragón
¿Decisiones tomadas?
Amigos de la infancia
Mi lugar favorito en el mundo
Haciendo arder el cielo
Tentación constante
Me gustas
Gracias por quedarte
Lo haría por ti
Sentimientos
Sentimientos II
Niña desordenada
Carta blanca
Touché
Ojos rojos
Confesiones que liberan el alma
Adelanto capítulo 36 (Leed "nota autora" del final)
¡Nota importante!
Relaciones
Nota :v

La destrucción de Lionel Eisen

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By MariaRihers

Capítulo dedicado a Lena_S02 porque me ha obligado y para que disfrute un poco antes de que le explote el cerebro de tanta universidad y a Mika1232. Espero que os guste :3

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Por primera vez me había atrevido a decir aquellas palabras en voz alta. Claro que me había martirizado con ellas mentalmente desde hacía tanto tiempo que parecía sonar más como una leyenda que como la gran verdad que era. Y, aun a sabiendas que no había una explicación lógica, no sentí liberación al confesarlo sino el más puro terror de perder todo lo que estaba creando con Cleo.

—No puedes culparte de algo de lo que no eres responsable —la voz de Cleo sonaba tranquila, calmada y serena pero sus ojos me decían algo completamente diferente. A pesar de que tratase de parecer relajada y comprensiva sabía que su yo curioso trataba de atacar cabos y comprender el porqué de mis palabras.

—Claro que puedo, no he exagerado, Cleo, sino que he confesado mi mayor pecado. Creo que mereces conocerme en todos los aspectos y es por eso por lo que voy a contarte la historia que me hizo ser quien soy.

Al escucharme sus caricias en mi piel se detuvieron por un instante para después volver pasar las yemas de sus dedos por mi costado. Su mirada seguía fija en mí, observándome con detenimiento, tratando de que nada escapara a sus ojos y sin pronunciar palabra dio pie a que desease contarle esto más que nunca.

—Hace algunos años mi madre sufrió depresión causada por su trabajo. Su jefe era un machista de libro, sus compañeros la machacaban, la marginaban e incluso llegaban a agredirla verbalmente. Más de una vez trató de poner una denuncia pero nunca llegaba a entregársela a recursos humanos. Hasta que un día al volver a casa simplemente entró a casa y subió corriendo las escaleras para encerrarse en su cuarto y llorar como nunca lo había hecho. Tiempo después de enteré de que fue porque sus compañeros le pintaron la palabra ''puta'' en el parabrisas simplemente por diversión.

Tomé una gran bocanada de aire tratando de calmar los demonios de mi interior y la voz de mi cabeza que me pedía detenerme para no tener que volver a revivirlo. No miré a Cleo desde el momento en el que abrí la boca, no podía permitírmelo si quería que supiera la verdad, que se diera cuenta que parte de mi estaba perdida hacía mucho tiempo. Por eso seguí hablando, seguí arrancando esas palabras desde lo más profundo de mí a pesar de sentir que con ellas traicionaba lo único que me quedaba de mi madre.

—Mi madre no volvió a ser la misma. Pasaron los días, las semanas y cada vez estaba más muerta que viva, mi padre trató de hablar con ella, de llevarla a especialistas, psicólogos, lo que necesitase pero nada podía ayudarla. Traté de animarla, de sacarla de casa, de simplemente hablar con ella para que olvidase su infierno personal pero ella se negaba y se volvía a encerrar en su cuarto. Supe entonces que mi madre se había ido aunque su cuerpo siguiera ahí. Me costó mucho asimilar todo lo que estaba ocurriendo, las clases dejaron de importarme, mis amigos también y terminé aislándome completamente del mundo, decidiendo que eso era lo mejor para no acabar como ella.

Era incapaz de no perderme en mis recuerdos con cada letra que pronunciaba ya que el rostro de mi madre antes y después de aquel suceso venía a mi constantemente.

—Fue la última semana de enero cuando ella decidió que ya no aguantaba más y se tomó un bote de pastillas de mi padre, las cuales le habían recetado para su dolor de espalda. Recuerdo que ese día mi padre estaba trabajando, y yo le fui a llevar su sándwich favorito para así aunque sea poder verla y cuando entré estaba tumbada en la cama, parecía estar durmiendo. Cerré la puerta tras de mí, dejé el plato en su mesilla de noche e intenté despertarla pero no fui capaz. Ya no volvió a abrir sus ojos nunca.

Un inmenso nudo en la garganta hizo que esas últimas palabras se me atragantasen y que tuviera que sacudir la cabeza para borrar esa horrible imagen de mi mente. Cleo seguía teniendo los ojos puestos en mí y cuando pude reunir las fuerzas necesarias para corresponderle, me di cuenta de que sus ojos brillaban como nunca lo habían hecho y era porque trataba de aguantar las lágrimas para no hacerme sentir peor. ¿Cómo podía ser tan generosa conmigo como para hacer algo como eso?

Volví a tragar duro para seguir con lo que había empezado.

—Ese día mi madre murió y mi padre se apagó con ella. Comenzó a encerrarse en sí mismo como lo había hecho mi madre y supe que tarde o temprano acabaría por irse también. Me intenté preparar día a día, traté de mentalizarme, de ser frío, de no dejar que me afecte, pero eran mis padres así que no fui capaz. Con el tiempo mi padre fue a peor, comenzó a meterse a páginas webs extrañas, a foros a través de los que amenazaba a esa empresa y finalmente a videos de YouTube en los que explicaban como hacer bombas caseras. En ese momento supe que esto no iba a acabar bien y traté de hablar con mi padre diciendo que no había solución para el dolor que él sentía, que no podía hacer más que tratar de vivir y su única respuesta fue que lleva muerto desde que mi madre se suicidó. Aquello cambió mi forma de ver la vida, de entender las cosas, me hizo ser el chico de hoy.

La mano de Cleo, en algún momento de mi historia, se había entrelazado con la mía y la apretaba con fuerza haciéndome sentir que estaba ahí, que verdaderamente estaba ahí para mí.

—En octubre, el catorce de octubre más concretamente, mi padre se había pasado varios días en el garaje y cuando salió pude deducir, por lo que encontré en su vieja mesa, lo que tenía en mente; volar la empresa para hacerles pagar por lo que hicieron. Me sentí dividido en ese entonces; tenía ganas de que lo hiciera, de que esos hijos de la gran puta pagasen lo que le habían hecho a mí, a mi padre, a mi madre, a nuestra familia. Y por otro lado estaba lo que sabía que era lo correcto; detener a mi padre para que no matase a nadie, que no acabase con gente inocente y que siguiera a mi lado. El problema es que aunque yo estaba dividido mi padre tenía la decisión tomada. Me vio en el garaje y tras discutir durante lo que parecieron horas, mi padre agarró aquel chaleco lleno de explosivos y se largó. Fue la última vez que lo vi y sé que, inconscientemente o no, no le impedí hacerlo porque quería que los responsables de todo el dolor que sentía murieran.

Las lágrimas de Cleo se habían escapado de sus ojos dibujando líneas casi invisibles por sus mejillas y supe que yo era el único culpable de ello. Sabía desde el principio que al contarle esto, al contarle mi pasado, ella no podría seguir conmigo, no podría mirarle la cara a un ser que es el causante de tanto dolor y tantas muertes de personas inocentes. Pero sentía la necesidad de hacerlo, de abrirme con ella como jamás había hecho, aunque eso hiciera que todo se viniera abajo. Ella se merecía mi sinceridad, se merecía conocer mi pasado.

—Lo siento tanto —dijo con una voz entrecortada, dolida y sobre todo desgarrada que toda mi piel se erizó. —No me puedo ni imaginar lo terrible que debió de vivir eso y mucho menos el contármelo.

—No llores, por favor. No quiero que llores por mi culpa —mi corazón latía desbocado y un enorme peso recayó sobre mis hombros por ser el único causante de hacerla sentir mal.

—No estoy llorando por tu culpa, estoy llorando por la culpa del mundo que te hizo vivir esto. Tu no te lo merecías, ni tu padre, ni tu madre, nadie se merece tu historia. Nadie merece sufrir como tú has sufrido —No me di ni cuenta de que mientras ella hablaba mis pulgares se dedicaban a secar cada una de sus lágrimas, como si con ello pudiera borrar su dolor. Por un momento dejé de sentir el vacío que mi historia traía consigo y me perdí en hacerla sentir mejor y me di cuenta de que ella me estaba enseñando a vivir de otra manera, de una que no creía posible. Estaba aprendiendo a que el dolor de los demás es igual de importante que el de uno mismo, estaba aprendiendo que si ella sufría por cualquier cosa yo sería capaz de hacer arder el mundo y con ello me di cuenta de que sería capaz de hacer por Cleo lo que hizo mi padre por mi madre; hacer pagar a todos aquellos que le hicieran daño. Y ¿en qué me convertía eso? Quizás en un loco desalmado o quizás simplemente en una persona enamorada.

—No soporto verte llorar, por favor... —mi voz sonaba más apagada de lo normal y el tono era completamente de súplica, realmente necesitaba que sus lagrimas se detuvieran antes de que mi corazón siguiera encogiéndose hasta convertirse en polvo.

—Tienes que entender que no pasa nada, que todos lloramos, Lionel, nadie es de piedra aunque se niegue a ver la realidad. Y aunque me temo que sé la respuesta, ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste llorar y dejar salir todo ese dolor de tu pecho? —sentí su mano apoyada en mi pecho desnudo, justo a la altura del corazón.

Esa pregunta acarreó más cosas de las que debía y rebusqué en mi memoria en busca de ese momento exacto. Recordé entonces el momento en el que me encontré a mi madre en la cama, el instante justo en el que me di cuenta de que no volvería a ver sus ojos y descubrí que no había llorado entonces a pesar de lo que pensaba mi engañada mente. No logré llorar cuando la encontré, ni siquiera cuando la sostuve en mis brazos, tampoco cuando se lo conté a mi padre. Siguiendo la línea temporal de mis recuerdos llegué al momento del atentado que provocó mi padre y cuando supe que no volvería a verlo de nuevo y me di cuenta de que tampoco había dejado salir las lágrimas. Ni siquiera cuando tuve frente a mi a los familiares de sus víctimas. ¿Qué estaba mal conmigo?, ¿Cómo podía superar esos momentos sin siquiera dejar salir parte del dolor? Y como si se encendiera una bombilla en mi interior encontré la respuesta; no superando nada, dejando que los sentimientos, los pensamientos y los recuerdos se queden en un lugar oscuro y desolado de mi pecho, enterrándolo con toneladas de malos comportamientos, actitudes nefastas y carácter de mierda. Así es como había vivido hasta Cleo.

Ahora que ella estaba aquí esa enorme caja cuyo nombre podía ser perfectamente ''La destrucción de Lionel Eisen'' amenazaba con reventar y con llevarse gran parte de lo que soy pero sobre todo de lo que he sido.

—Nunca.

Y tras el asombro de sus ojos, tras sentir su cuerpo incorporarse, tras apretar mi mano con más fuerza, tuve los labios de Cleo sobre los míos con tal necesidad que sentí que ardían. A pesar de esa necesidad no descuidó la sutileza, ni el cariño cuando me besó tratando de demostrarme el remolino de sentimientos de su interior, un remolino creado por mí. Y joder si lo sentí. Su lengua no tuvo impedimento alguno en colarse en mi boca, en luchar con la mía como si de ello dependieran nuestras propias vidas y cuando Cleo volvió a abrir los ojos para mirar directamente a los míos sin romper nuestro beso, supe que algo había cambiado.

Me di cuenta de que quería perderme en esos ojos todos los días, en el parpadeo de sus pestañas, en su ceño fruncido, en su voz suave y a veces más ruda que la de un roquero, ni que decir de sus mejillas rosadas y sus labios color carmín.
¿Qué no haría yo por esa boca que con cada beso me regala vida?

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