Juegos salvajes

By MariaRihers

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Lionel es un chico cuyo pasado lleva tatuado en su piel. Literalmente. Los errores de otros, más concretament... More

Prólogo
¿Compañeros de cuarto?
La fiesta
Sueño y realidad
Charla a media noche
La fiesta de bienvenida (Parte I)
La fiesta de bienvenida (parte 2)
Buenas noches
Resaca
¡Que comience el juego!
Primer día de clase
Un simple hola
Intenciones
Aléjate de él
Ojos negros
Desgastandonos
Al cuerno
Los ojos del dragón
¿Decisiones tomadas?
Amigos de la infancia
Mi lugar favorito en el mundo
Haciendo arder el cielo
Tentación constante
Me gustas
Gracias por quedarte
Lo haría por ti
Sentimientos
Sentimientos II
Niña desordenada
Carta blanca
Touché
Ojos rojos
Confesiones que liberan el alma
La destrucción de Lionel Eisen
Adelanto capítulo 36 (Leed "nota autora" del final)
¡Nota importante!
Relaciones
Nota :v

Monstruo

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By MariaRihers


¿Qué estábamos haciendo?

Cleo era del tipo de persona que por más que tuvieras claro algo podía hacerte cambiar de opinión con solo una mirada. Eso había hecho conmigo, así que mi idea inicial de ignorarla hasta que se fuera de nuestra habitación, estaba claro que no iba a funcionar.

En cuanto salió del baño hecha una fiera, con tan solo una toalla alrededor de su mojado cuerpo, supe que estaba perdido. Verla desafiante, sin importarle nada más que entender el porqué de mi comportamiento y arrebatándome aquel porro sin medir las consecuencias, era todo una obra maestra. Y entonces fue cuando se acercó a mí lo suficiente para que el aire no corriera entre nosotros y demandándome una respuesta, aunque seguro que no la que yo iba a darle. Tuve ganas de hacerle todo lo posible e imposible en ese instante y cuando estuve a punto de lanzarme a por ella cual león a por su presa, me detuve dándome cuenta de cuan primitiva era mi necesidad. Hubo unos segundos en los que me planteé que es lo que debía decir o hacer, lo que no pude ver venir era mi propia mano, la cual cobró vida propia y acarició su piel haciendo que mis dedos ardieran si, pero de necesidad de seguir tocándola. Percibí el olor de su pelo que tenía un ligero toque a rosas y mientras me distraía con él, ahora era su mano la que acariciaba con sumo cuidado mi rostro y finalmente se enredaba en mi pelo. No pude -ni quise- impedirme disfrutar de ello, por lo que la atraje con necesidad a mi y cerré los ojos perdiéndome en todas las sensaciones que me hacía sentir. Cada uno de mis sentidos estaba al límite, ella los ponía al límite.

Ambos nos habíamos perdido en el otro hasta el momento en el que el hijo de la gran puta de Pablo decidió llamar a la puerta.

Desde entonces tan solo siento como arde la piel que recorrió con sus dedos Cleo y el vacío que se instauró en mi pecho cuando tuvo que separarse. Y por si eso no fuera suficiente tortura, ella había invitado entrar a Pablo, el mismo Pablo que tiene el don de romper todo aquello que me importa de verdad. Dejándonos a solas, se fue a arreglar para después volver a irse, pero esta vez con él. Ese pensamiento no era muy sano para mi enferma mente, y por más que me sienta idiota al reconocerlo, el hecho de haber sentido esto y que se vaya con otro, y más con ese otro, escocía casi como si le echases alcohol a una herida.

Ya habían pasado unos minutos desde que Cleo se metió en el baño y sinceramente no pensaba aguantar estar más rato con este gilipollas.

—Creí haberte dicho que no quería volver a verte por aquí —gruñí en su dirección mientras que acercaba a mi boca el porro que había recuperado del suelo.

—No tenía intención de entrar pero Cleo me ha invitado —contestó defendiéndose a la vez que andaba mirando las cosas de mi compañera de cuarto.

—Te dije lo que pasaría si volvías a aparecer por aquí —el tono amenazante junto al hecho de que me estuviera levantando hizo que Pablo se girase hacia mí, mirándome sin saber que esperarse. Le di una última calada antes de dejar el porro en el cenicero y fui avanzando con paso firme hasta él.

—No quiero problemas, Lionel, solo vengo a recogerla y en cuanto esté nos iremos —volvió a tratar de defenderse sin darse cuenta de que no me importaba en absoluto la excusa que utilizase ya que pensaba divertirme un rato. Él había hecho daño a la persona que más he querido en esta vida y merece pagar por ello.

—Pablo, Pablo... ¿Tengo pinta de que me importe lo que quieras? —dibujé una amplia sonrisa en mi boca y en cuestión de un par de pasos más acabé frente a él. Ambos éramos de la misma estatura, sin embargo aunque él fuera al gimnasio todos los días yo me había metido en más peleas de las que puedo contar así que Pablito tenía todas las de perder.

Al verme tan cerca de él decidió retroceder un paso tropezándose en la cama de Cleo, pero antes de que cayera en ella, lo agarré por el cuello de su camiseta sosteniéndolo durante unos segundos. Por unos muy breves instantes pensé en pintar las paredes con su sangre pero sabía que eso no era una opción, yo no era así. Dejando atrás esa breve laguna, lo miré como trataba de soltarse de mi agarré y en ese momento intervino la última pieza de este puzle.

— ¡¿Qué estás haciendo, Lionel?! —exclamó Cleo a mi espaldas mientras venía corriendo a separarnos. Pude sentir el roce de su brazo con el mío al chocar, como los días anteriores ''accidentalmente'' —¡Suéltalo! —demandó pensando que así iba a lograr su objetivo. Por más que quisiera hacerlo estaba tan sumamente fumado y cabreado por todo lo que ha destruido ese cabrón que no quería hacerlo.

—No puedo —confesé con toda la tranquilidad del mundo —Se merece todo lo que le haga.

—Lionel, por favor, esto no está bien —trató de persuadirme mientras que ponía su mano sobre la mía, la cual tenía agarrado el cuello de la camiseta de Pablo. En cuanto este último se dio cuenta de la circunstancia que se encontraba, trató de librarse por su cuenta y cuando bajé ligeramente la guardia para girarme hacia Cleo, intentó pegarme un puñetazo, llegando tan solo a rozarme la barbilla. Eso fue la gota que colmó el vaso y entonces ya no hubo quien controlase a la fiera, por lo que me lancé a por él sin escuchar nada más que la sangre fluyendo por mis venas y obligándome a golpearle por todo lo que hizo.

—¡Para! —oí como gritaba Cleo pero ya no podía detenerme. Ya era muy tarde.

Comencé golpeando su cara, esa asquerosa cara que hizo que Mónica se fijase en él. No pude contar los golpes que le propicié pero con cada uno de ellos sentía como respiraba con cada vez mas fuerza. En cuanto comencé a sentir su sangre en mis nudillos ese fue el instante de que sentí varios brazos tratando de separarme de él mientras que luchaba contra ellos para seguir con la misión que me había impuesto. Me revolví, traté de pegarles a ellos para que me soltasen y lo que conseguí a cambio es que, entre varios, me redujeran tumbándome en el suelo.

— ¿Qué has hecho? —esa era la voz de Cleo, la voz que hizo que volviera a la realidad. En ese momento dejé de luchar por liberarme y abrí mis manos en señal de que no iba a hacer ninguna estupidez pero las fuerzas de las rodillas que me mantenían en el suelo no me daban tregua.

Alcé entonces la cabeza para ver como mi compañera de cuarto iba corriendo hacia Pablo, quien estaba tumbado en su cama.

—¿Pablo? —preguntó con preocupación tiñéndole la voz —¿Me oyes? —insistió y por su reacción supe que no. —Vas a estar bien —le aseguró sin embargo, al verla, pude ver como un par de lagrimas rebeldes caían por sus mejillas.

Casi como si una fuerza sobrehumana me hubiera poseído en ese momento, conseguí librarme de los chicos que me tenían agarrado y en cuanto me incorporé decidí ponerles el freno.

—El próximo que me toque acabará en la morgue —hablé claro y conciso haciendo que todos entendieran el mensaje.

Me acerqué al sitio donde se encontraba Cleo y el desmayado de Pablo, y en cuanto vi la cara de él y la expresión de terror de ella, no pude evitar preguntarme que es lo que había hecho.

—Nosotros no hemos visto nada —dijo uno de los chicos que habían logrado reducirme. Obtuvieron un asentimiento de mi parte en respuesta.

—No puedo creerme que eso sea lo que te importe. ¡Podías haberlo matado! —habló la chica que se encontraba limpiando con unas gasas la sangre del rostro de Pablo.

—Se lo merecía.

—Tu no eres quién para decir eso.

—Claro que lo soy, el se merecía cada golpe que se ha llevado esta noche.

— ¡¿Con qué derecho te crees para decir eso?! —volvió a alzar la voz Cleo haciendo que mi paciencia volviera a llegar a su límite.

—La persona que tuvo que volver a juntar los pedazos de la chica que destrozó este hijo de perra. No voy a justificarme, me alegro de esto, quizás así aprenda que lo que se da se recibe —hablé con una mueca de desprecio mientras que miraba al desmayado. No me atreví a mirarla a ella pues creo que su expresión acabaría por estropearme el momento, por lo que girando sobre mis talones, puse rumbo a la puerta. Necesitaba aire.

—Pensaba que tu eras mejor que esto, mejor que las historias que cuentan sobre ti. Ahora me doy cuenta de que eres exactamente el monstruo que cuentan.

No me giré a mirarla, no me atrevía ya que sentía que de alguna manera la había herido, la había traicionado aunque realmente no lo hiciera. Sus palabras escocieron lo suficiente como para que una amarga sonrisa se dibujase en mis labios y negué con la cabeza para mí mismo. Que pena que ella esté cayendo en su juego y no se dé cuenta de que trataba de salvarla del monstruo real, del que no hay leyendas sino verdades.

—En cuanto se despierte quiero que se largue de aquí. Y dile que como vuelva juro que acabaré con él de una vez por toda.

Este era el último aviso que le daba, si aun así era lo suficientemente imbécil se merecería todo lo que le hiciera.

Con esas palabras di por terminada la conversación y me fui de ahí todo lo rápido que pude al único lugar que sabía que podía hacerme sentir mejor.

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