Fairytale (usuk)

By Epifania-chan

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"¿Sabes por qué no crees que en la magia? Es porque hubo un tiempo podías verla y sentirla cerca de ti. Pero... More

Nota
Capítulo 1: La invitación
Capítulo 2: Nuevos amigos
Capítulo 3: El reino de los seres mágicos
Capítulo 4: Soledad
Capítulo 5: Fuego
Capítulo 6: Fantasma
Capítulo 7: Invisible
Capítulo 8: Dulces
Capítulo 9: Miedo
Capítulo 10: Adiós
Capítulo 11: Salto en el tiempo
Capítulo 12: Ilusión
Capítulo 13: Realidad 1/2
Capítulo 14: Realidad 2/2
Capítulo 15: Un paso más cerca de la magia
Capítulo 16: Amigo imaginario 1/2
Capítulo 17: Amigo imaginario 2/2
Capítulo 18: Alas rotas
Capítulo 19: El psicólogo
Capítulo 20: Lastima
Capítulo 21: Convivencia
Capítulo 22: Sinceridad
Capítulo 23: Problemas
Capítulo 24: Recuerdos
Capítulo 25: Una gran cruzada
Capítulo 26: Sonrisa
Capítulo 27: Reencuentro
Capítulo 28: Dos cosas sobre las despedidas
Capítulo 29: La librería
Capítulo 30: Una hermosa vista
Capítulo 31: Paz
Capítulo 32: Despedida
Capítulo 33: Cartas
Capítulo 35: Perdido en la oscuridad
Capítulo 36: La noche en la que las estrellas bajan a la tierra
Capítulo 37: ¿Quien eres?
.
Capítulo 38: Perdón
Capítulo 39: Ultima oportunidad
Capítulo 40: Encuentro
Capítulo 41: Al final del camino. Parte I
Capítulo 42: Al final de camino. Parte II
Capítulo 43: El juicio de Astreo
Capítulo 44: Un vistazo a la verdad
Capítulo 45: El deseo de una estrella fugaz
Capítulo 46: Un comienzo disfrazado de desenlace

Capítulo 34: Locura

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By Epifania-chan

Locura

Nombre femenino

1. 1.

Trastorno o perturbación patológicas de las facultades mentales.

2. 2.

Acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria.

La única razón por la cual no lloró, era que ya no le quedaban más lágrimas para hacerlo. Por alguna razón, se contempló a si mismo años atrás, levantándose de su cama para descubrir que su amigo ya no se encontraba allí. Recordó el miedo y la desolación que le invadieron junto con el dolor y la tristeza. Inconscientemente se llevó la mano al pecho, rozando con sus trémulos dedos la zona donde se supone estaba su corazón. Como si desease comprobar si era el mismo sentimiento de aquella vez, o si se sentía diferente.

En cierto modo no era lo mismo, y no solo por la intensidad de su angustia, sino también debido a que se dio cuenta de que su yo más joven había peleado más que su yo adulto ¿Podrían ser acaso dos personas diferentes? Recordaba haberse dejado caer de una ventana totalmente convencido de que volaría, que aún después de eso seguía creyendo, había sido necesario que Lukas llegara a su vida para que dejase de creer en Arthur; ahora que tenía la prueba fehaciente de que no había sido abandonado por segunda vez en sus manos, se sentía totalmente derrotado incluso antes de haber hecho algo. Tal vez la niñez sea entre muchas otras cosas, la etapa de nuestra vida en las que cosas imposibles pueden resultar posibles. O tal vez los adultos son mejores en reconocer una causa perdida antes de invertir su tiempo en ella.

No había ya forma alguna de encontrar a Lukas —se lamentó— Y se debía a una estupidez suya.

—No había forma de encontrar a Lukas...—. Repitió, entonces una extraña idea germinó en su cerebro. —Pero sabía dónde podría encontrarse Arthur.

Recordó aquella tarde en la galería de arte, parado frente al cuadro de aquel carismático pintor francés; y al pensar en todo aquello una sonrisa casi demente se apoderó de su rostro.
Comenzó a reír, primero de forma tenue, luego con ganas, finalmente se le salieron algunas lágrimas debido a la risa.
Decía la leyenda de la caja de Pandora, que no se sabía si la esperanza era un mal o un bien, Alfred no podría discernir cuál de estas dos cosas era, pero si podía asegurar que ante todo la esperanza era una tortura.
Pasó un largo rato antes de que dejase de reír completamente, aunque no sabía bien porque lo hacía, tal vez se debía a la pequeña esperanza que había resurgido en su interior, o a que lo que realmente deseaba fuese llorar, solo que se le habían terminado las lágrimas para ello; sea como fuese, ya no tenía tiempo ni de reír ni de llorar, porque había algo mucho más importante que debía hacer.

Tomó su computadora e introdujo en el buscador el nombre de aquel cuadro.
Según las palabras del mismo pintor, este había sido inspirado en un pequeño poblado inglés, y ahora sabía que se encontraba situado en el condado de Sussex oeste.

Podría decirse que algo cambió en él, al día siguiente pidió una licencia indefinida en la universidad, en una semana vendió todas sus posesiones, y cuando se presentó en su trabajo, lo hizo con el único fin de renunciar al mismo. Cuando Gilbert y Mathias intentaron disuadirlo de esta idea y le preguntaron a que se debía su determinación, el solo se echó a reír para responder: —"Creo que solo me he vuelto loco".

El último contacto que tuvo con aquella vida, fue cuando telefoneó a Matthew para despedirse, pues no sabía cuándo volvería y sin mayores explicaciones cortó.
Bastó esta llamada para que Matthew tomase el primer avión con destino a Estados Unidos que saliese. No obstante al llegar a donde su hermano vivía se encontró con un departamento vacío que se alquilaba, y fue el mismo casero quien le explicó que Alfred se había mudado.

Mientras que el joven canadiense, caía de rodillas llorando debido a la angustia que le causaba el hecho de desconocer el estado de su hermano, Alfred bebía una taza de café al tiempo que observaba inexpresivo por la pequeña ventanilla de forma oval, como el avión en el que se encontraba se alzaba cada vez más sobre los cielos.

Se preguntó cómo reaccionaría Arthur al subir a un avión, y si su miedo sería comparable al de los autobuses. Con aquella divertida imagen en su mente, cerró los ojos y se dispuso a intentar dormir. Sorprendentemente, después de tantas noches en vela, fue capaz de sumirse en un profundo sueño reparador, donde se encontraba con Arthur en la noche, debajo de una hermosa lluvia de estrellas.

Tal vez fuese debido al cansancio acumulado durante la semana, pero la verdad es que a pesar de que Alfred deseaba ver el nocturno paisaje urbano desde la altura, conformado por miles de luces, durmió durante el transcurso de todo el viaje, y fue necesario que una bella azafata le sacudiese el hombro al tiempo que lo llamaba, para que despertase.

Su equipaje se resumía únicamente a una insulsa maleta con ruedas que arrastraba detrás de sí; Alfred salió del aeropuerto arrastrando los pies, con una mano en el interior del bolsillo de su sudadera, y la otra sosteniendo la maleta. Cerró sus ojos y suspiró el húmedo aire de la tierra en la que se encontraba, Inglaterra lo recibía con sus verdes llanuras y su cielo grisáceo, con la promesa de miles de luces brillantes y misteriosas escondidas detrás de esos dos colores tan diferentes. Su siguiente acción fue desdoblar el mapa turístico que llevaba en su bolsillo para analizarlo con detenimiento, buscando así que ruta tomar para llegar a aquel pueblo.

Su primer medida fue tomar un taxi en el cual, pese a su estado de ánimo, no le fue difícil mantener una amigable charla con el conductor, quien le reveló que el pueblo que buscaba era bastante rustico y no poseía un acceso fácil.
El taxi lo acercó lo más que pudo a la estación de autobuses del pueblo siguiente, ya que la de allí se encontraba deshabilitada por unos días debido a un accidente ocurrido hace poco, Alfred aprovechó el largo viaje para fijarse en la rustica arquitectura de aquel lugar, y como se amoldaba a la vegetación, dando la impresión de que pequeños vestigios de ciudad habían sido salpicados sobre toda aquella fauna.

Debido a la venta de sus cosas, el joven poseía más dinero del que necesitaba, así que dio una cantidad inusitadamente grande al chofer, diciéndole si podría conformarse con ello ya que no poseía libras esterlinas, el chofer le respondió que no había problema y le deseó suerte.

A medida que caminaba hacia adelante con el mapa turístico como único guía, Alfred veía sus ilusiones tanto o más descoloridas que el cielo sobre su cabeza.
Se sentía perdido... no solo por encontrarse en otro país, y en otro continente, sino en el sentido de que no sabía que hacer o cómo comportarse, se cuestionó incluso si realmente tenía un lugar al que regresar.

Si existe algún Dios real, entonces este lo sonrió finalmente, pues luego de pasar al menos una hora haciendo dedo en la ruta, pasó un anticuado camión vacuno el cual se dirigía en la misma dirección que él, y le propuso llevarlo hasta allí en la caja.

Con cada kilómetro que avanzaban, Alfred veía el largo camino de cemento que dejaba atrás, desde el cielo grisáceo, las siluetas de montañas que se percibían en la lejanía, los árboles que decoraban la calle de cada lado. Con la intención de distraer su mente para no pensar, comenzó a tararear vagamente una canción que había oído en algún lugar. Pasado un largo rato tarareando únicamente la melodía, comenzó a recordar la letra de la canción, por ende decidió cantar.

"little bird little bird

Are you really come with me?

Little bird little bird

Will you lend me your wings?

Oh my dear little bird

You really will allow

That someone like me see the world?

Oh m dear little bird

It's just a dream?

Little Bird Little bird

Lend me your wings

I would like to fly before I wake up

I would like to cross the sky

But if you my dear little bird

You do not want to grant me that wish

I will come in another time

I must wake up little bird

But when I fall asleep

I will dream that we fly together

little bird little bird

Dont cry for me

Little bird little bird

do not miss me

Little bird little bird"

Para su pesar, descubrió que se trataba de aquella nana que Arthur solía cantar de vez en cuando, y no por eso dejó de cantarla.

Tan sumergido estaba en sus propios pensamientos, que solo al pasar junto a un pequeño montículo el cual levantó una considerable cantidad de polvo, se percató que el pavimento había quedado atrás, y la calle por la que el camión avanzaba ahora era totalmente de tierra.

***

Despertó abruptamente de una horrible pesadilla, solo para descubrir que se encontraba terriblemente mareado y cansado, apenas y poseía las fuerzas para mantenerse consiente, el sabor a vomito que aún se mantenía en su boca se mezclaba con el metálico sabor de la sangre. Aquel ataque no había sido como los anteriores, varios días habían pasado y aún no se recuperaba.

Había permanecido inconsciente un día entero, Lukas lo había llevado a cuestas. La brisa avanzó impasible robándole a los enormes arboles sus bellas hojas, y las hadas que conformaban aquel viento rieron traviesamente al haber cumplido su cometido. Arthur no necesitó demasiado tiempo para comprender donde se encontraba, al fin y al cabo había vivido allí más de cuatrocientos años.

Con sus casi nulas fuerzas, siquiera consideró realizar el intento de ponerse en pie, el cielo azul oscuro del anochecer poblado de miles de estrellas sobre su cabeza abarcaba todo su campo visual. El aire traía consigo el salado aroma del océano, junto con el placentero sonido de las olas meciéndose en las cercanías.

Si había agua salada cerca, pensó que lo más probable era que Lukas también debía de estar cerca, ese infeliz le debía unas cuantas explicaciones.

En efecto, el noruego se encontraba cerca, Arthur vió como aquella conocida foca se acercaba a él, y tras comprobar que había despertado, se escabulló detrás de unas rocas para remplazar su piel fócida por ropajes humanos. Minutos después, quien había considerado su amigo toda la vida se acercaba a él con semblante impertérrito.

Lukas se sentó junto a él, y con un cuidado y delicadezas que contrarrestaban fuertemente con su idiosincrática frialdad le ayudó a sentarse, apoyándole la espalda en una roca para que así se mantuviese erguido.

Arthur guardó silencio debido al dolor de su garganta, aunque también con el fin de que Lukas explicase por sí mismo porqué lo había llevado a aquel lugar, cuando Arthur le había manifestado efusivamente su deseo de vivir y morir en aquel otro mundo.

—Come—. Fue lo único que salió de la boca de su amigo mientras le acercaba un pequeño gajo de manzana finamente cortado.

Arthur se negó, pues temía que aquello le lastimase más aún la garganta, o que seguramente le haría vomitar, expulsando así lo poco que quedase en su estómago.

—Come—. Volvió a ordenar Lukas acercando aún más la fruta al rostro de su amigo, este le dio un pequeño mordisco y luego de tragar con dificultad comenzó a sentir como sus fuerzas se reestablecían.

Al percatarse de esto, tomó la manzana con sus propias manos y terminó comérsela, luego de diez minutos fue capaz de ponerse en pie.

—¿Por qué me trajiste aquí?—. Cuestionó al comprobar que el malestar de su garganta había aminorado.

—Para impedir que te mueras—. Respondió Lukas mientras que se cruzaba de brazos con total tranquilidad y convicción.

—Recuérdame el momento en el que te di permiso de entrometerte en mi vida—. Alegó Arthur con fastidio.

—No voy a dejar que te suicides por un estúpido capricho, te dije que los humanos envejecen absurdamente rápido. Te advertí que no era bueno involucrarse, que...

—¡Yo soy un humano!—. Le interrumpió el británico en un ataque de ira el cual por poco le arrebata las pocas fuerzas que había recuperado.

Lukas suspiró, pero Arthur notó que no fue por exasperación, sino por cansancio, porque estaba cansado de todo, de su eternidad y de todo lo eterno como también de lo efímero. Comprendía perfectamente a su amigo, porque él era igual, ¿Por qué entonces a Lukas le resultaba tan difícil entenderlo?

—Eras—. Le corrigió sin molestarse siquiera en levantar la voz. —Eras humano, eras mortal, o mundano... pero renunciaste a ello ¿Recuerdas?¿O el peso de los siglos que llevas encima nubla tu memoria?

—No tenías derecho de arrancarme de allí, elegí vivir y morir en ese mundo sin importar que pasase un día o un año.

—¿No has agobiado ya demasiado al pequeño?

—¿Disculpa?—. Inquirió el inglés confundido ante aquellas palabras.

—Alfred ha sufrido un infierno por tu causa—. Explicó Lukas. —¿Sabías que se lanzó de un edificio cuando era pequeño, porque estaba desesperado por volver a verte?

—¿Cómo sabes eso?

—Porque yo me encargué de que te olvidara, era lo mejor para ambos...

Arthur enmudeció totalmente, por más que miles de oraciones se aglomeraran en su cerebro, estas se veían incapaces de salir de su boca debido a la sorpresa.

—Cuando me hice pasar por psicólogo, el me lo contó todo, incluso a mí me partió el corazón, fue necesario destruir su mente para que dejase de pensar en ti. Lo llevé a un sanatorio mental, le puse los electrodos en la frente.

—No sigas—. Ordenó Arthur convirtiendo su mano en un puño, a medida que las lágrimas caían de sus ojos, sabía que si continuaba escuchando aquello, le sería imposible no perder la compostura.

—Le receté pastillas que afectaban su razonamiento, le vi llorar del dolor de cabeza, viéndose incapaz de leer palabras simples. Sé que es horrible, pero era lo mejor para él, piensa que tú fuiste el causante de esto.

—¿Yo?

—Si no hubieses interferido en su vida, nada de esto habría sucedido. Pero necesitaba asegurarme de que él no te buscase, y que tú lo olvidaras.

—¿Por eso tuviste que torturar psicológicamente a un niño huérfano? ¿Por qué temías que me buscase luego de que me fui de su lado como un vil cobarde? ¿Qué mágicamente encontrase los medios para viajar a Inglaterra, claro porque el sabría perfectamente donde encontrarme, y viniese aquí? ¿Esa es la razón?

—¡Lo hice por ti!—. Exclamó Lukas sin levantar la voz, aunque se notaba en su semblante el arduo esfuerzo que mantenía por no llorar. —Porque se lo que es apegarse a un ser humano... y... verlo crecer, envejecer y morir mientras que tú sigues igual, y... y se lo horrible que es, es un dolor que jamás desaparece, lo ves, lo oyes... lo sientes todo el tiempo, de pronto cada felicidad, cada cosa digna de admiración... se vuelve amarga, porque sabes que es algo que el ya jamás podrá ver, o experimentar. ¡Eres mi mejor amigo con un demonio, no quería que tuvieses que pasar también por esto!

Aquella confesión no sirvió para otra cosa más que provocar que Arthur perdiese el poco autodominio que le quedaba y se lanzase sobre el otro con la intención de asestarle tantos golpes como fuesen posibles.

—¡Eres un enfermo, infeliz, egoísta, y manipulador!—. Gritaba con cada puñetazo que lograba darle, con cada uno, se sentía más débil. No obstante, tal era su ira, que no podía detenerse, el tan solo recordar el dolor con el que Alfred le contaba su pasado, y que ahora Lukas le enseñase la otra cara de la moneda, y tuviese el cinismo de jactarse de haber actuado de tal forma con el único fin de proteger a su amigo, hacían que el solo ver el rostro magullado de golpes de aquel ser le produjera nauseas.

Sabiendo que Arthur aún se encontraba débil, y que responder con un ataque físico podría empeorarlo, Lukas no juzgó prudente atacarle también, mas tampoco estaba dispuesto a tolerar aquellos golpes, por ende, en cuanto tuvo la pequeña oportunidad de zafarse del agarre que el otro mantenía sobre el cuello de su camisa, corrió desvistiéndose hasta donde se encontraba su piel fócida y una vez la tuvo puesta, se lanzó al agua.

Esto no sirvió de mucho, ya que sin pensárselo dos veces Arthur comenzó a adentrarse en el agua cada vez más profundo, hasta que el agua helada le llegó a la altura de los hombros, no obstante, el británico parecía no inmutarse.

—¿Dónde estás Lukas?—. Preguntó en un tono demencial mientras se adentraba lentamente en las profundidades. —¡Cuando te vea te arrancaré la piel para hacerme un abrigo, y luego haré lo mismo con tu piel humana!—. Amenazó.

—¡Vuelve a tierra, tú no sabes nadar!—. Se aventuró a gritarle Lukas enseñando su rostro humano por la boca de su piel fócida, al verlo, Arthur comenzó a avanzar en su dirección, hasta el punto que terminó totalmente hundido en el agua.

Sabiendo que se ahogaría, Lukas nadó hacia el con la intención de llevarlo hasta la orilla, no obstante el británico se aferró fuertemente a su cuerpo impidiéndole todo movimiento.

—Me voy a ahogar, y mi cadáver recorrerá por siempre los mares, como buen pirata—. Exclamó el británico, aferrándose a él con más fuerza. –Y adivina que: tú vendrás conmigo.

A pesar de su constante lucha, Lukas se veía totalmente incapaz de librarse de Arthur, y bien sabía que no era bueno cansarse, pues esas fuerzas las necesitaría para llegar a la superficie.

De pronto, tanto Arthur como Lukas sintieron una fuerte mano sosteniéndoles con fuerza del cuello de las camisas, al levantar la vista, ambos se encontraron con su amigo Vlad, que sin decir mucho los arrancó del agua para arrastrarlos a la orilla.

A pesar de que Arthur se sentía casi tan débil como al principio, se arrastró en la arena con el fin de llegar hasta donde se encontraba Lukas, para continuar propinándole golpes, sin embargo, Vlad los separó al instante, poniendo una mano en el pecho de cada uno.

—¿Qué sucede con ustedes dos?—. Preguntó estupefacto ante semejante muestra de violencia entre dos amigos.

—No te metas en esto murciélago—. Le aconsejó Arthur de mala manera haciéndolo a un lado.

Lukas volvió a suspirar de aquella forma que denotaba su cansancio.

—Lo sabe—. Fue lo único que dijo.

—¿Todo?—. Inquirió Vlad, aún más sorprendido.

—Todo.

—¿Qué?—. Cuestionó Arthur, temiendo que su otro amigo también estuviese metido en aquello.

Vlad le dio la espalda por unos minutos, al tiempo que se masajeaba las sienes.

—Lo siento... lo siento mucho Arthur—. Susurró sin siquiera atreverse a mirarlo. —Pero debes olvidarlo todo.

Y tras decir esto, volteó hacía Arthur, clavando en el sus refulgentes ojos rojos los cuales poseían la capacidad de hipnotizar.

—Olvida a Alfred —continuó— al mundo de los humanos, olvida todo aquello. Perteneces aquí, con tus amigos.

—Pertenezco aquí—. Repitió Arthur inconscientemente, viéndose totalmente perdido en aquellos ojos.

—Y de aquí ya nunca te irás.

—Nunca—. Repitió. 

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