Fairytale (usuk)

Por Epifania-chan

14.8K 2.8K 2.4K

"¿Sabes por qué no crees que en la magia? Es porque hubo un tiempo podías verla y sentirla cerca de ti. Pero... Más

Nota
Capítulo 1: La invitación
Capítulo 2: Nuevos amigos
Capítulo 3: El reino de los seres mágicos
Capítulo 4: Soledad
Capítulo 5: Fuego
Capítulo 6: Fantasma
Capítulo 7: Invisible
Capítulo 8: Dulces
Capítulo 9: Miedo
Capítulo 10: Adiós
Capítulo 11: Salto en el tiempo
Capítulo 12: Ilusión
Capítulo 13: Realidad 1/2
Capítulo 14: Realidad 2/2
Capítulo 15: Un paso más cerca de la magia
Capítulo 16: Amigo imaginario 1/2
Capítulo 17: Amigo imaginario 2/2
Capítulo 18: Alas rotas
Capítulo 19: El psicólogo
Capítulo 20: Lastima
Capítulo 21: Convivencia
Capítulo 22: Sinceridad
Capítulo 23: Problemas
Capítulo 24: Recuerdos
Capítulo 25: Una gran cruzada
Capítulo 27: Reencuentro
Capítulo 28: Dos cosas sobre las despedidas
Capítulo 29: La librería
Capítulo 30: Una hermosa vista
Capítulo 31: Paz
Capítulo 32: Despedida
Capítulo 33: Cartas
Capítulo 34: Locura
Capítulo 35: Perdido en la oscuridad
Capítulo 36: La noche en la que las estrellas bajan a la tierra
Capítulo 37: ¿Quien eres?
.
Capítulo 38: Perdón
Capítulo 39: Ultima oportunidad
Capítulo 40: Encuentro
Capítulo 41: Al final del camino. Parte I
Capítulo 42: Al final de camino. Parte II
Capítulo 43: El juicio de Astreo
Capítulo 44: Un vistazo a la verdad
Capítulo 45: El deseo de una estrella fugaz
Capítulo 46: Un comienzo disfrazado de desenlace

Capítulo 26: Sonrisa

292 57 97
Por Epifania-chan

Alfred tocó varias veces con impaciencia el timbre que había junto a la puerta principal. Arthur podía oír el sonido de una llave abriendo la cerradura del otro lado, pero aun así Alfred no se detuvo hasta que la puerta frente a él estuvo abierta.

Fueron recibidos por un muchacho de cabello castaño y ojos verdes, que si bien se comportó muy amablemente al darle la bienvenida a Alfred, el británico no pudo dejar de percibir la preocupación que nublaba el rostro del anfitrión.

—¿Por qué no respondiste ninguna de mis llamadas?—. Indagó Toris, el dueño de la casa, concluido el saludo, aun sin invitarlo a pasar.

Alfred miró a Arthur a su lado unos momentos, como queriendo decirle "Anda, explícale por qué no recibo llamadas"

—Mi celular ya no funciona desde la tarde, larga historia—. Contestó finalmente encogiéndose de hombros.

—Veras... Sucede que...—. Toris parecía incapaz de terminar ninguna de sus frases debido al nerviosismo, desvió la mirada y se rascó la nuca incómodo. —Ivan... está aquí.

—¿¡Que?!—. Exclamó Alfred sin molestarse en ocultar el desagrado que le causaba saber aquello. —¿¡Por qué lo invitaste!?

—Se invitó él solo.

—¡Pe-pero...

—P-puedes quedarte tú también—. Alegó Toris temiendo haber ofendido a uno de sus amigos, dándose cuenta que ni siquiera lo había invitado a pasar aun. —S-solo por favor, no peleen.

—Paso, no tengo ni las ganas ni el ánimo como para lidiar con Braginski. Mejor dejémoslo para otro día—. Y antes de que tanto Arthur como Toris pudieran decir o hacer algo, Alfred se dio la vuelta dispuesto a irse, no sin antes tomar bruscamente del brazo al británico para arrastrarlo tras de él.

—Vámonos, Arthur—. Le dijo olvidando por unos momentos que él era el único capaz de ver al nombrado.

Aún confundido, Arthur obedeció y caminó durante varias manzanas detrás de Alfred quien todavía no le soltaba del brazo y tampoco había vuelto a mirar ni una sola vez hacia atras.

—¿Adónde vamos?—. Preguntó curioso mirando a su alrededor, mas no obtuvo respuesta alguna.

Entonces el mayor detuvo abruptamente su caminata y luego de unos cuantos tirones logró zafarse del agarre de Alfred, quien se dio la vuelta y lo observó con una furia que Arthur jamás había divisado en los ojos del joven, se dio cuenta entonces de que nunca antes lo había visto realmente enojado.

El británico estuvo a punto de decir algo, pero entonces, la oscura llama en los ojos de Alfred se extinguió, ahogada por las lágrimas que comenzaron a deslizarse lentamente por su rostro. Sin dar ningún tipo de explicación, se dejó caer sentado sobre el cordón de la calle, cubriéndose el rostro con las manos. Pasados unos pocos segundos, por el movimiento de sus hombros y su agitada respiración, Arthur comprendió que el más joven lloraba.

Sin pensarlo demasiado, se sentó junto a él, y pasados unos pocos segundos, contraria a cualquier reacción que hubiese esperado, el muchacho se aferró a él, sosteniéndolo por la camisa, hundiendo su rostro en el pecho del británico, dando así rienda suelta a sus lamentos y sollozos.

Arthur podía sentir el calor del aliento de Alfred sobre su camisa, y como esta era empapada por las lágrimas.

—Ya, tranquilo—. Le susurró dulcemente, sin estar del todo seguro de lo que hacía, mientras que revolvía con cariño los cabellos del muchacho, como solía hacer cuando este era pequeño. —No llores, dime quien fue, y te prometo que le rompo la cara.

El más joven levantó la vista, y Arthur se regocijó levemente al ver que con ojos húmedos e irritados, y el rostro teñido por la tristeza, Alfred aun le regalaba una sonrisa.

—N-n-n-no c-creo que pu-pu-pued-das—. Soltó el muchacho sin poder formular ni una sola frase de corrido debido a la congestión causada por el efusivo llanto.

—¿Acaso estás poniéndome a prueba?

Arthur retiró los lentes que Alfred llevaba, dejando expuestos sus ojos, entonces le acarició dulcemente la mejilla, y secó las lágrimas con su dedo, como si estuviese limpiando una clase de suciedad en la blanca tez del muchacho.

—Mucho mejor así—. Exclamó satisfecho cuando el único espectro que hubo quedado de aquel horrible llanto solo era la irritación en los ojos de Alfred. —¿Sería mucho ahora pedir una sonrisa?

Y si bien aún estaba un poco triste, Alfred no pudo evitar sonreír entre tanto utilizaba la manga de su camisa para secarse la humedad de los ojos, Arthur le hablaba de cierta forma en la que sonaba con toda la clase y solemnidad de un auténtico caballero, pero a la vez era mucho más amable y amigable que uno, había cierta cercanía cálida, como amistad, o familiaridad.

Arthur a su vez sonreía, conforme con haber podido levantar un poco el ánimo del muchacho, y alegre a su vez de que este no haya cambiado del todo, sintió un poco de nostalgia al poder tratarlo nuevamente como si fuese un niño, aunque bien sabía que ya no era uno, y que estas ocasiones no se repetirían muy a menudo.

—Te ves mucho mejor así, por favor, nunca pierdas esa hermosa sonrisa—. Agregó momentos después con solemnidad, no estuvo muy seguro si aquello lo dijo en voz alta, solo lo pensó, o ambas. Pero la reacción que causó en el más joven fue que bajase la mirada avergonzado.

—¿Quieres... contarme lo que sucede?

El semblante de Alfred volvió a entristecerse, y Arthur quiso patearse a sí mismo por haberla cagado.

—Bueno veras... este tipo, Ivan Braginski y yo nos conocemos de pequeños—. Comenzó a relatar el más joven. —Y... siempre nos llevamos muy mal, siempre peleábamos. Pero, de hecho él y yo éramos muy parecidos en algunas cosas, ambos somos huérfanos, a ambos nos gustan las películas, era divertido jugar con él al Cold War, ya que siempre elegíamos bandos diferentes... digamos que hubo un momento en el que llegamos a... entendernos—. Alfred guardó silencio unos momentos, y suspiró profundamente antes de proseguir, aunque ciertamente dudaba de lo que diría. —Incluso me presentó a sus hermanas, y... bueno, él y yo nos gustábamos.

"¿El y tú sé qué?" Quiso preguntar de forma instantánea, no obstante, Alfred también se veía como si fuese consciente de que acaba de confesar una fuerte verdad, entonces decidió dejarle terminar de hablar.

—Bueno, la cosa es que... yo estaba completamente solo, y él me dejó formar parte de su familia.

"Completamente solo"

Esas palabras fueron a parar al corazón de Arthur como si fuesen cuchillos.

—¿No estaba Matthew contigo?

—Esto fue cuando tenía quince años, a Matthew lo volví a ver recién a los diecisiete—. Y antes de que Arthur pudiese preguntar el porqué de aquella separación entre los hermanos, Alfred continuó con su relato. —Bueno, como te decía... Ivan y yo realmente nos gustamos, y me presentó a sus hermanas, y al principio no me llevaba bien con la pequeña, pero... a la larga también llegamos a entendernos. Y... bueno, lo mío con Braginski nunca pasó de la amistad, porque ninguno de los dos tenía el valor de dejar las cosas en claro, y un día llega Natalya, su hermana. Y me dice que yo le gusto y... y...bueno, entonces yo...—. Alfred sonrió amargamente, entonces las lágrimas comenzaron a descender por su rostro. La voz le salía entrecortada, pero no porque no supiera qué decir, sino que su propio dolor le impedía hablar. —Yo estaba confundido, es decir, tú conoces el orfanato en el que crecí, allí las monjas eran muy extremistas con la religión, ¿Recuerdas a la madre superiora? Yo nunca quise hacerle daño a nadie, realmente estaba muy asustado y confundido en ese entonces, solo elegí lo que en ese momento era "más normal".

Arthur comenzaba a hacerse una idea más específica de lo que Alfred se refería, y ciertamente, sintió un desagradable escalofrío al pensar en su niño adorado como un desviado.

—Y bueno... uno simplemente no puede forzar algo que no es, mi relación con Nat terminó muy mal, y con Ivan... las cosas ya se habían arruinado desde hace tiempo. Básicamente todo es igual que antes, no nos soportamos, y cuando nos vemos siempre terminamos a los golpes. Pero... nadie más sabe esto que acabo de contarte, en lo que respecta a Toris, o cualquier otro de mis amigos, ellos solo creen que Ivan me odia porque hice llorar a su hermanita.

—Ya veo...—. Dijo Arthur perplejo ante tanta información.

—Pero, no es que me ponga a llorar cada vez que pasa algo así, solo que hoy... hoy estoy más marica de lo normal. Ha de ser porque me pareció encontrarme con alguien que me recuerda muchas cosas desagradables, y eso me dejó un tanto deprimido.

Si bien Arthur volvió a responder con un vago "Ya veo". Por dentro se dijo a sí mismo: "¿Es que no sabes decir nada más que "Ya veo" maldito inútil de mierda?"

Pensó en que debía hacer, y se sintió extraño al recordar que momentos antes de que Alfred le dijese todo aquello, él lo estaba abrazando, ¿Sentirse extraño? Que definición más errónea, mejor sería decir que se sentía sucio y levemente asqueado.

Alfred volvió a secarse las lágrimas del rostro, y tras sorber el líquido en su nariz, sonrió débilmente.

—Vaya... no debería estar contándote todo esto, es decir... de seguro crees que deberían quemarme vivo o apedrearme hasta la muerte.

—¡C-claro que no!—. Exclamó Arthur conmocionado, aún sin ser capaz de poner sus ideas en orden. —¿Tu... intimaste con un hombre?

—Te dije que solo fuimos amigos. Pero nos besamos... con lengua... por cinco minutos.

—¿No te dio asco?

—Me da asco tener que hacerlo con una chica.

El británico no pudo evitar que de sus labios brotase un sonido el cual evidenciaba la repugnancia que le causaba aquello.

—No voy a negarlo, es extraño y no lo entiendo. Sinceramente me repugna el solo tener que pensar en dos hombres besándose. —Confesó. —Pero... es un tiempo muy diferente al mío. No soy religioso, pero... simplemente no lo veo correcto. No voy repudiarte ni nada por el estilo—. "Te aprecio demasiado como para hacerlo" esas palabras se reprodujeron en su mente con tanta naturalidad que sinceramente temió haberlas dicho en voz alta y que el muchacho las malinterpretara. —Pero aun así no lo veo correcto, tal vez solo sigues confundido, o quizá sea una especie de enfermedad. Tú lo dijiste, solo querías una familia. Yo sé por todo lo que pasaste, creo que solo buscabas cariño, sin importar quién te lo de...

—Por favor, no hables de mí como si estuviese enfermo—. El más joven levantó la vista, dejando ver nuevamente aquella llama en sus ojos, incluso el tono de voz en el que hablaba era diferente. —Por una u otra razón la gente siempre ha creído que estoy enfermo: mentalmente, físicamente, emocionalmente... ya no lo soporto, y si realmente lo estuviese, sabrás de sobra que mi enfermedad eres tú, y no mi orientación sexual. No tienes ni una puta idea de todo lo que tuve que pasar por tu culpa.

Cada una de aquellas palabras le atravesó el corazón cual balas, ¿Quién era para meterse en la vida de Alfred? Se había ido por quién sabe cuántos años, y ahora pretendía aparecerse así como si y opinar sobre su vida. Ciertamente, él también se mandaría a la mierda.

—Entonces dímelo.

—No estoy de humor, ya fue suficiente depresión por un día.

—¡Espera!—. Exclamó Arthur sujetando la chaqueta de Alfred para retenerlo, cuando este estaba a punto de ponerse de pie. —Cuando eras un niño, la noche en que me fui, lo hice pensando que era lo mejor para ti. Y si de alguna forma yo... te hice sufrir, jamás podría perdonármelo, pero debes entender que lo hice pensando en ti.

El más joven volvió a sentarse en su lugar, para escrutarlo con ojos incrédulos antes de responder.

—Por supuesto que sufrí, eras mi mejor amigo, confié en ti más que nadie, ¿Cómo podría ser algo bueno para mí que te alejes? Ni siquiera te despediste, solo desperté a la mañana siguiente y ya no estabas.

—Alfred, yo... no siempre soy capaz de comportarme como el amable y educado caballero que crees que soy—. Confesó avergonzado.

—¿De verdad?—. Alegó Alfred rememorando el hecho de que estaba totalmente convencido de que la persona frente a él podría ostentar el récord Guinness a la mayor cantidad de groserías dichas en el menor tiempo posible.

—No soy idiota, yo veía que tú preferías mi compañía a la de los demás, te aislabas para estar conmigo, les hablabas de mí y todos te observaban con ojos de incredulidad... Y la razón por la cual me fui, como tú dices, sin que te des cuenta, es porque no tuve el valor de despedirme adecuadamente, porque sé que de haberlo intentado no habría llegado a nada. Porque sé que habría bastado con que tú me lo pidieras para que me quedase sin importar nada más, o que habría esperado otra noche en la que te quedases dormido, para llevarte conmigo. De vez en cuando, mi propio egoísmo se convierte en mi peor enemigo, y me obliga a pelear en batallas internas en las cuales por más que la mejor parte de mi salga victoriosa, a tus ojos no soy más que aquella cobarde fantasía fruto de tu imaginación que te dejó solo cuando eras pequeño.

Alfred observaba atónito al británico, sin saber que responder, como si estuviese descubriendo una nueva persona en aquel ser. Ajeno a ello, Arthur suspiró abatido.

—Supongo que lo merezco, ¿Verdad?

—¿Q-que cosa?

—A fin y al cabo siempre he sido egoísta, siempre hice lo que parecía mejor para mí. Ciertamente es irónico, el hecho de que las cosas empiezan a salir mal cuando pienso en otra persona que no soy yo.

No estaba del todo seguro cual era la razón, pero el más joven no pudo evitar sonrojarse al oír aquello.

—¿Ha-hablas de mí?—. Peguntó dudoso y avergonzado.

—¿De quién más podría hablar, idiota?—. Respondió Arthur con obviedad. —¡P-pero no te confundas, yo no soy un desviado!

Alfred puso los ojos en blanco, que manera de matar el momento, aunque la verdad, no era una reacción tan dramática ante la homosexualidad, como se esperaría de alguien proveniente de la edad media.

—El problema no es que te hayas ido—. Explicó. —Bueno, de hecho sí, pero... es decir, me dolió que te fueras así, pero lo que realmente me lastima es todo lo que sucedió después.

Arthur lo miraba expectante, esperando que continuase con su relato.

—Pero simplemente no puedo hablarte de eso, aunque lo intente... Prometo explicártelo un día, solo que no hoy.

—¿Por qué prometes? Tú no me debes nada.

—Bueno... fue bonito tener una conversación real contigo, y también poder oírte decir toda una oración que no incluya ni una sola mala palabra—. Exclamó el más joven, recuperando su alegría natural para luego ponerse de pie, decidido a no dejar que los malos recuerdos arruinasen su buen humor. —Apuesto a que fue todo un reto para ti.

—¡Vete a la mierda tarado!—. Arthur acompañó sus palabras con un leve empujón en el hombro de Alfred, que ni siquiera sirvió para hacer que se tambaleara. —Me doy por vencido contigo, no vale la pena intentar hablar en serio.

—Solo estaba bromeando—. Se disculpó el más joven sin dejar de sonreír. —Deberíamos ir a la estación de autobuses, no sea cosa que nos atrasemos y vaya tan lleno que no haya lugar donde sentarse.

Arthur palideció ante la sola mención de aquel medio de transporte, Alfred nuevamente rió, y compadeciéndose del británico decidió volver en taxi a su casa.

Seguir leyendo

También te gustarán

1.4K 131 5
Itadori por fin se muestra como es, un chico que no puede evitar tener sentimientos, quizás para algunos hechiceros sea fácil ignorar los malos ratos...
195K 23.2K 52
Elladora Black es la hija menor de Orion y Walburga criada para ser una sangre pura perfecta, sin embargo no es lo que planearon. Narcisista, egoíst...
1.2K 157 7
"¡MONSTRUO! ¡ERES UN MONSTRUO!" Gritaba un niño de cabellos blancos, su cara poseía tres arrañazos profundos los cuales seguramente dejarían cicatric...
969 82 3
Advertencias: • Ooc (Out of Character) en algunos personajes • Headcanons • Ships que puede que no te guste • Faltas de ortografía