Tauriel, Hija del Bosque

By emivelez29

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Adoptada por el Gran Rey de los Elfos del Bosque. Siempre quiso saber quiénes fueron sus progenitores. Perdi... More

Mi infancia
Y pasó el tiempo...
¡Por fin!
¿Le gusto?
No es posible
¿A quién le pertenece?
El embriagador azul de sus ojos
Parece que alguien está celosa
Pero ella es mi guardiana
Donde nadie podrá quitármelo
Mi noche...
La corte
Un pequeño tropiezo
Mi corazón tiene dueño
Perdí mi oportunidad
Me dejaré llevar
La elfa pelirroja
Una importante decisión
Una esperanza resurge
Inusual despedida
La compañía
Noche estrellada
¡Te equivocas!
No le des esperanza
Mereth Nuin Giliath
Barriles de contrabando
Tras él
Vuelve
Vaya vista
Lo voy a salvar
La desolación de Smaug
Vaya vista II
ÂMRALIMÊ
Desterrada
Profunda tristeza
La Batalla de los Cinco Ejércitos
Adiós
De vuelta a casa
"Calurosa" bienvenida
Un nuevo amigo
Sobornados
Cartas
Te encontré
Buscando respuestas
Descansos problemáticos
La guerra del anillo
¿Hacia dónde?
Una bomba contra el tiempo
No hay dos como yo
Mi último aliento
Rivendel
A la luz de las estrellas
Recordando viejos tiempos
Una noche memorable
Mirkwood
Celos
Encuentros otoñales
Cuarenta y ocho horas
A solo un día
Te amaré por la eternidad
Entre el bosque y las estrellas
Cariños en la bañera
Vas a estar bien, mi vida... ¡sorpresa!
Eres mía
Más allá del oeste
Emergencias nocturnas
La noche más larga
Itarille y Samir
Hasta las últimas consecuencias
Adiós a la corona
Namárië
Hogar
Promesas
El llamado del mar
Utúlien aurë!

La estrella vuelve a brillar

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By emivelez29

Legolas ordenaba varios documentos que se encontraban esparcidos en su escritorio. Después de dos días sin dormir, el cansancio al fin le pasaba factura. Se sentía física y mentalmente agotado, apenas y podía concentrarse en lo que hacía.

El sonido de las puertas lo tomó por sorpresa, alzó su vista y se encontró con una visita inesperada: Anniroth y Dorthanion, antiguos consejeros de su padre se acercaban con prisa a su escritorio; y ahora, por decisión propia Legolas pensó que merecían un descanso, por lo que les había relevado de aquel cargo, mas ellos insistían en realizar pequeños comités con él para tratar asuntos políticos; y otras veces, sólo para saber cómo le estaba yendo en su rol de rey.

-Anniroth, Dorthanion -sonrió con calidez-. No esperaba verlos por aquí, ni tan temprano -dijo en un tono algo irónico.

Pero no recibió respuesta, los rostros de los elfos estaban en un gesto serio, en una expresión dura que no emitían sentimiento alguno.

-Tampoco nosotros, pero la situación lo ha ameritado, su alteza -sentenció Dorthanion.

-¿Malas noticias?

-No... -hizo una pausa y tomó aliento-. Durante siglos, compartimos con tu padre consejos en cuanto a tomar decisiones que implicaban el bien común de nuestro Reino. Thranduil depositó en nosotros una profunda confianza, porque perseguíamos intereses similares: un reinado pacífico y fructífero. Y así fue, pues a pesar de la oscuridad que se cirnió sobre nuestro Bosque, los Sindar vivimos en paz bajo el estricto y riguroso cuidado que tuvieron los guardias encomendados en la labor de patrullar el Bosque Negro.

-Tengo en muy alta estima la ayuda que durante tanto tiempo prestaron a mi padre. Felizmente, aquellos oscuros días son parte de un amargo recuerdo que todos deberíamos dejar atrás. Aunque el mal continúa existente en Arda, puedo asegurar que está controlado por los guardias del Reino. Ya no es necesario armar tantas estrategias ni reunirnos en consejo para decidir asuntos militares. -Dijo Legolas, aun sin entender qué rumbo pretendía llevar esa conversación.

-En parte tienes razón, su Alteza. La oscuridad ya no es tan profunda como en antaño, sin embargo SIGUE presente -recalcó Anniroth-. No podemos confiarnos del todo, ni bajar la guardia. Lo pudimos vivir hace dos noches, seguimos siendo vulnerables al enemigo. Y hay conductas imprudentes que no pueden ser pasadas por alto.

-Un momento, ¿a qué te refieres?

-Mi señor, con todo el respeto que la Familia Real merece, en especial usted, queremos expresar nuestro total sentido de rechazo y desacuerdo ante los precipitados actos de Tauriel.

Legolas hizo un intento por mantener la calma, consideró eso como una falta de respeto, sobretodo porque la mencionada era su esposa y, no se encontraba presente en aquel momento para poder presentar una defensa ante tal descarada afirmación.

-En primer lugar, ella es su reina y deben dirigirse a ella como tal. Segundo, deberían respetar la delicada condición en la que se encuentra. Tercero, creo que no entiendo, ¿con que autoridad han venido hasta aquí para formular quejas contra mi esposa? ¿Acusándola de qué?

-De violar el protocolo a seguir ante ataques enemigos y, poner en riesgo innecesariamente a los miembros de la Familia Real.

Legolas soltó una risita burlona.

-¿Te refieres así a la elfa que estuvo dispuesta a arriesgar su vida por su gente? ¿La misma que trajo a mi hijo sano y salvo? De hecho, la única que lo hubiera logrado.

-Los guardias de este Reino están perfectamente entrenados para actuar en situaciones como las de esa noche, ¿no es eso lo que dijiste? Ella es la Reina de este Bosque, sus días de Capitana de la Guardia quedaron atrás, harías bien en recordárselo.

A Legolas le hervía la sangre, ¿pero quién se creía para hablarle de esa forma? La conversación comenzaba a ponerse acalorada.

-Se trataba de la vida de nuestro hijo, nadie hubiera impedido que actuara de esa forma, ni siquiera yo -gruñó entre dientes.

-Ahí está el problema -Dorthanion le apuntó con su dedo-. No estás cumpliendo con tu papel de rey correctamente. Te muestras débil y permisivo ante sus impulsos, estás olvidando que el que manda eres tú y no ella. A Tauriel le hace falta entender que debe estar sujeta a las órdenes que su rey, señor y esposo le den. No es permisible que una elfa de tal alcurnia se salga con la suya de esa manera.

-¡Es suficiente! -explotó-. No voy a permitir semejante atropello contra mi esposa. Ustedes no la conocen como yo. No voy a mentir, tampoco estuve de acuerdo con su imprudencia, pero después entendí que no había nadie mejor que ella para traer de vuelta a mi hijo, ¿entienden lo que eso implica? Era la vida de nuestro hijo la que estaba en juego. Ni tu, ni tu -dijo señalándolos- ni yo que soy su esposo pueden ni tienen el derecho de imponerle a que se limite a ser una bendita elfa vestida elegantemente, que solo sirva de adorno en las fiestas y celebraciones.

"En sus venas corre la sangre de una guerrera, de una elfa intrépida que se aventura en descabelladas situaciones. Yo no soy nadie para borrar su esencia. Maldita sea la hora en la que tuvo que asumir esta responsabilidad, sé cuanto le ha costado acostumbrarse a esta nueva vida, pero se está esforzando por hacerlo. No pretendan que cambie, eso sería tan egoísta de su parte. Y si viniera el fin del mundo a este Reino, puedo asegurarles que no irá corriendo a esconderse ni refugiarse. Ella estaría en la primera fila, dispuesta a morir por los suyos.

Los elfos guardaron silencio durante un momento, anonadados ante la explosión de emociones de su rey. Pero Dorthanion no se amilanaría ante la imagen soberbia que Legolas le estaba mostrando. Para él, Legolas era solo un cachorro fingiendo ser un feroz león. Le llevaba varios siglos y conocía a la perfección sus puntos débiles.

-Es así como tu madre encontró su fin. No hizo caso a las peticiones de tu padre de permanecer en la seguridad de esta fortaleza. Se infiltró en las filas. Insistió en ir Gundabad y Thranduil no tuvo el valor de detenerla y... ya sabes lo que pasó después. ¿Es eso lo que quieres para Tauriel?¿Es eso lo que buscas para tus hijos, que se queden huérfanos? -Dorthanion había tocado en lo más profundo del corazón de Legolas, reviviendo una herida que él ya había sellado.  

Un silencio profundo se hizo en la sala. Ni siquiera se oía la respiración de ninguno de los presentes. La tez del elfo rubio pasó de estar colorada a un tono pálido. 

¿Cómo se atreve a hablar así? ¿No son los elfos los seres más sabios de Arda? ¿Acaso no son los más piadosos y serenos? Pensaba Legolas, aturdido. Era la memoria de su madre, la de su reina la que estaban profanando. Pero entonces vio el trasfondo y le pareció que aquellas palabras no eran del todo malas. Catwen se había ido... por su imprudencia, por su valentía, por el azar de la vida, por estar en el lugar y en el momento inapropiado o simplemente se fue porque aquella era su hora de partir. De lo que estaba seguro era de que su madre jamás se hubiera arrepentido de la decisión de participar en la batalla, mucho menos miró atrás pensando en que no volvería. Su madre tenía un objetivo claro: pelear por quienes amaba.

Era lo mismo que Tauriel había hecho, pelear por quienes amaba. Por gracia de los Valar y quizá por la templanza de su esposa, ella seguía luchando por vivir. Pero, ¿acaso podría hacerle frente a todos los horrores venideros?

Y sus hijos... casi perdía a uno de ellos. Pero, seguían a su lado. Era algo que habían cosechado con mucho esfuerzo, mucha lucha y años y años de paciencia. Aquel tesoro no podía escapársele de las manos al igual que la arena entre los dedos.

No, eso no era lo que quería.

El silencio duró varios segundos, pero para Legolas era como si se hubiera sumergido a través de las puertas de su mente.

-No, eso no es lo que quiero...

***

Poco a poco, las cosas volvían a la normalidad; al menos para la mayoría.

Los elfos continuaron con su ritmo de vida: lenta e intensa. El rey ofreció un sentido homenaje para honrar a quienes habían muerto aquella fatídica noche y, prometió que aquellos incidentes no volverían a ocurrir.

Gran parte de su tiempo era dedicado a atender asuntos políticos, pasaba largas horas leyendo y firmando pergaminos. Aquello le dejaba un mínimo espacio para poder velar por sus pequeños hijos. Los rasgos físicos de Itarille y Samir se marcaban más a medida que crecían. Legolas podía jurar que cada día se veían más bellos, los sentía más suyos.

Cuando la noche caía, su destino era el salón de emergencias donde se encontraba Tauriel. Pasaba la noche en vela; acariciando su mano; susurrando bonitas palabras que, aunque no sabía si ella podía escucharlas, le traían calma y esperanza de que pronto despertaría.

En estos últimos días, la condición de la elfa había mejorado: su tez recuperaba color y su respiración comenzaba a ser estable. Las sanadoras le indicaron que era una muy buena señal. Y aunque su corazón ardía en deseos de tenerla de vuelta, había una sombra que se cernía dentro de sí.

El doctor le explicó a Legolas que la daga había perforado y rasgado órganos internos vinculados al proceso de reproducción en el cuerpo de Tauriel y que, a pesar de que la herida cicatrizara por fuera, por dentro todavía quedaría afectada. Un embarazo implicaba poner en riesgo su vida y la del bebé.

¿Cómo le explicaría eso a la elfa de su vida, a la madre de sus hijos, al ser que más amaba en el mundo? No se creía capaz de encontrar las palabras precisas para comunicar tan devastadora noticia.

Varios días habían transcurrido desde aquella tragedia. Esa mañana Legolas despertó con espíritu renovado, y es que no era cualquier día. Esa noche se celebraría el Mereth Nuin Gilliath.

Itarille y Samir dormían con Reindel, por lo que muy temprano en la mañana pasó para ver cómo estaban. La agenda de el resto del día estaba copada, pero aquella vez había establecido su prioridad: su familia.

Tocó a la puerta y en menos de tres segundos, esta se abrió. Quien lo recibió fue una de las elfas del servicio. Le saludó con una profunda reverencia y Legolas se limitó a sonreirle. Allí dentro estaban dos elfas más sentadas, cada una con los bebés, amamantándolos. El elfo sintió tremenda vergüenza y desvió su vista rápidamente hasta dirigirla donde Reindel.

-Lo lamento -dijo un poco avergonzado- creí que todavía estarían dormidos.

-Han despertado temprano hoy -respondió Reindel. -¿Cómo está? -preguntó, refiriéndose a Tauriel.

-Se encuentra mucho mejor, es probable que despierte pronto -dijo sonriendo, haciendo que se le formaran huequitos en sus mejillas.

-Cuánto me alegro escucharlo. Te aseguro que deben extrañarla mucho -miró a los pequeños.

El elfo se miró los dedos. Él mismo la estaba extrañando con todas sus fuerzas; un nudo se formó en su garganta. Reindel se dio cuenta de lo que pasaba.

-¿Todo listo para la fiesta de mañana? -preguntó, desviando el tema. Aunque el dolor todavía estaba dentro del corazón de Legolas, sabía lo mucho que le ilusionaba al elfo la fiesta de la Luz de Estrella. Desde que tenía memoria, el elfling era uno de los primeros en despertarse cada Mereth Nuin Gilliath. Podía ver en sus ojos que aquella chispa seguía ahí.

-Puedo asegurar que sí. He pedido que los preparativos se vigilen con más cuidado y que la celebración sea más especial que otras veces. Es la primera vez que Itarille y Samir asistirán. Quiero que sea memorable... Tauriel hubiera querido lo mismo.

-Hey -dijo Reindel acercándose más a él hasta tomarlo de las manos- tú mismo dijiste que pronto despertará. No creo que ella quisiera que asistas a la celebración con tu corazón opacado de tristeza. Quizá Tauriel no esté presente esta vez, pero estará aquí -dijo colocando una mano en su pecho, a la altura de su corazón y la otra en el de Legolas.

-Todo esto es muy difícil -dijo él, cerrando sus ojos y frunciendo el ceño. -Esa noticia...

-Hay que aceptar todo lo que nos ocurre Legolas, sea bueno o malo. La vida no sólo está llena de momentos dichosos, felices y prósperos. También habrán momentos turbulentos, grises y hasta oscuros; fatales y angustiosos. Pero depende de ti convertirlos en un impulso para seguir adelante. Para hacerte fuerte.

El elfo tomó las manos de Reindel, las elevó hasta su boca y depositó un tierno beso en ellas.

-Gracias -susurró. -Volveré luego, hay asuntos que debo atender.

-Ve con calma, tus hijos están en buenas manos.

-Lo sé.

Dicho esto, inclinó su cabeza y se dispuso a salir; habían tantas cosas que hacer que no tenía idea de por dónde empezar.

Decidió que lo primero que haría sería visitar el campamento apostado al sur del Reino, hacía mucho que solo recibía reportes e informes, pero esta vez quería ir él personalmente. Acompañado de tres guardias más emprendió el no tan largo viaje hacia la frontera sur, rumbo a lo que antes había sido Dol Guldur.

Durante el viaje pudo apreciar que el Bosque mejoraba considerablemente, el solo hecho de poder viajar con tranquilidad en un sendero despejado por esa zona significaba muchísimo.

El sonido de las ardillas jugueteando y de los pájaros cantando se colaba por sus puntiagudas orejas, hace mucho que no se detenía a escuchar aquellas agradables melodías propias de la naturaleza, y eso se le recordaba lo hermoso de su hogar.

Al atardecer, cuando el sol ya se ocultaba entre los árboles y los animales huían a su refugio, avistaron una silueta conocida en frente.

-¡Phillip! -exclamó Legolas, entusiasta.

-¿Acaso mis ojos han caído en un hechizo? ¡Pero si es Legolas HojaVerde! -le respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

El elfo desmontó de un salto y se acercó a su amigo de la infancia. Ambos llevaron su mano hacia el pecho, realizando el característico saludo de los elfos. Aún así, Legolas no resistió el impulso de abrazarle, no se habían visto en mucho tiempo.

-¡Felicidades, amigo mío! Te has convertido en un honorable rey, escuché que tus hijos nacieron en perfectas condiciones.

-Gracias, hermano. Ellos y Tauriel son mi vida entera.

-En realidad no sé cómo se siente; tú sabes, sigo soltero y sin hijos -bromeó, -pero no dudo en que lo que sientes hacia ellos es uno de los sentimientos más puros y nobles que un ser pueda sentir.

-Estás en lo correcto, y estoy seguro de que no tardarás en experimentarlo -concluyó.

-Sí, no me apresuro -respondió. -Además, estando aquí no hay mucho tiempo de nada... no, no me quejo -dijo levantado sus manos cuando se dio cuenta de lo que había dicho. -Me gusta mi trabajo, muchísimo; pero, para cumplirlo debo centrarme solo en entrenar, patrullar y combatir al enemigo.

Legolas sintió una pequeña punzada en el corazón. Sus amigos, elfos con los que creció debían vivir esa vida alejada de los demás, alejados de sus seres queridos, sin la oportunidad de encontrar al amor de su vida. Aislados de las comodidades que se ofrecen en la fortaleza y, sobretodo, vulnerables ante los ataques del mal. No... las cosas no deberían ser así.

-Pero cuéntame, ¿qué los trae por aquí? - de pronto Phillip interrumpió sus pensamiento. -Hemos sido puntuales y muy ordenados en enviar los respectivos informes de nuestra zona de patrullaje.

-Así es, lo cual aprecio y encomio. El motivo de mi visita es simplemente eso, una visita. Quería saber cómo estaban. Esta es una de las fronteras que casi no acostumbro venir pero, decidí que hoy sería una buena oportunidad.

-Ya veo. Puedes estar tranquilo amigo, desde el último incidente hemos reforzado la zona. Confía en este grupo; daríamos nuestra vida por defender a nuestra gente, en especial a ustedes.

Legolas sonrió y palmeó su hombro.

-Te lo agradezco mucho.

Después de esa breve charla, los elfos avanzaron hasta el oculto campamento en donde se encontraban los demás guardias. Todos se sorprendieron a ver al rey acompañado de sus centinelas, escoltándolo.

El elfo de cabellos rubios no mostró ninguna formalidad, estaba con sus amigos de toda la vida y no quería ser tratado especialmente solo porque ahora fuera su monarca. 

Se sentaron sin ningún cuidado en el césped, como en los viejos tiempos. Charlaron animadamente, recordando tantas y tantas anécdotas de sus aventuras y también travesuras. Uno de los elfos repartió un apetitoso bizcocho de manzana.

-¿Recuerdas cuando los gemelos de Rivendel se embriagaron con el vino de tu padre? -dijo entre risas Alërnor, uno de los amigos de Legolas.

-¡Cómo olvidarlo! Éramos unos jovencitos, ¡apenas teníamos 450 años! -contestó Legolas riendo.

-Y luego Philip los echó al Lago, jamás olvidaré sus caras al salir.

Todos estallaron en carcajadas recordando ese gracioso momento. Lo que no querían recordar fue el castigo que Lord Elrond les impuso después... un mes entero de empleados de él y de la pequeña Arwen.

Legolas quiso pasar la noche allí, se negó a la insistencia de sus amigos por querer armar una carpa para que pudiera dormir más cómodo. Quiero dormir al aire libre había dicho. Después de eso, nadie más tuvo ánimos de contrariarlo. A la mañana siguiente, supo que ya era hora de marcharse; aunque, no quería hacerlo, se había divertido mucho junto a sus amigos. Se despidió afectuosamente, prometiéndoles que pronto obtendrían una gran recompensa, o más bien sorpresa por su fiel servicio.

Su retorno fue más rápido que su ida. Arribó al palacio poco después del mediodía.

El bizcocho que Phillip le repartió lo había saciado y sentía ganas de comer un poco más. Los preparativos continuaban para la celebración de esa noche; elfos iban y elfas venían.

Y entonces recordó que se olvidó de una reunión que debía atender aquella tarde. Fue hasta su despacho a toda prisa; no sin antes pasar saludando a Itarille y Samir.

Se trataron los asuntos con prontitud, firmó varios documentos y escuchó varias peticiones hechas por varios funcionarios de alto rango.

Aunque no lo demostraba, Legolas empezaba a detestar el trabajo y la responsabilidad que le suponía la corona. No es que no pudiera asumir el cargo, claro que podía. El problema eran sus sentimientos. Sentía que estaba perdiendo tiempo valioso que podía ser aprovechado junto a su familia, junto a su esposa e hijos. Ese tiempo no podría ser vuelto atrás: ver crecer a sus hijos; enseñarles a hablar; enseñarles a montar; salir a pasear a por el bosque; ver las estrellas por la noche; calmar sus pesadillas; contarles cuentos... y bueno, tantas cosas que se perdería por cumplir con su deber.

También estaba Tauriel, cada vez se veían menos. El tiempo que podía utilizarlo para hacer cosas juntos como antes ahora debía ser agendado. En esos momentos, ella lo necesitaba más que nunca. A Legolas le golpeó hondo saber que ahora estaba en una reunión en vez de estar en la sala de emergencias aguardando porque despertase. Pero no, estaba allí.

Sus ojos se cristalizaron sin que se diera cuenta. Tampoco notó que la reunión había concluido y que se encontraba solo en aquel salón. Dejó rodar sus lágrimas, las cuales cayeron en sus muslos. No sabía por cuanto tiempo más tendría que soportar aquello. Debía hacer algo para cambiarlo, pero ¿qué? ¿Quién podría suplantarlo en su puesto? Si su padre se llegaba a enterar de que había cedido la corona a alguien más, de seguro jamás se lo perdonaría.

Llevó sus manos hacia sus ojos y apoyó su cabeza en el respaldar de la silla. Suspiró. Y así estuvo un buen rato... pensando y buscando una salida.

Y de la nada, la solución a su angustiosa pena apareció en su cabeza como un rayo iluminando una noche lluviosa.

No, no es eso lo que quiero.

***

Frente al espejo, terminó de acomodar su traje. Se dio un último vistazo antes de pasar por la habitación de Reindel.

Allí, ella lo esperaba junto a los pequeños bebés que habían sido engalanados con unos preciosos trajes distintivos de la realeza. Se veían simplemente preciosos. Legolas sonrió tiernamente al verlos y sintió como su corazón se encojía de amor por ellos.

-Pero qué bellos -susurró cuando los tuvo en sus brazos.

-Son hijos de su padre -dijo Reindel, con afectuosa sonrisa.

-Y también de su madre -dijo él, haciendo honor a la belleza de su esposa.

-¿Listos?

-Más que nunca -respondió.

Deseaba tanto que Tauriel estuviera allí. Que los viera con esos trajecitos, tan lindos y pequeños. Pero sonrió, sabiendo que recuperaría todos aquellos ratos que estaban perdiendo.

Cuando el rey junto a sus herederos llegaron al Salón Principal, se dio por iniciado el Mereth Nuin Gilliath. Las melodiosas y firmes voces de los elfos se escucharon por todo el lugar, cantando canciones a las estrellas y a la mismísima Elbereth.

Poco después, los ánimos se fueron encendiendo y las copas de vino fueron repartidas y tomadas como agua. Los elfos estaban locos por el vino.

Entonces Legolas supo que era hora de abandonar discretamente la celebración y dirigirse a visitar a su amada elfa.

-Me disculpas con los demás, ya me voy.

-Como usted ordene, mi señor -respondió Feren.

El elfo salió con precaución de la vista de los demás y se escabulló por las escaleras para llegar hasta la sala de emergencias.

-Buenas noches -saludó, entrando lentamente en la habitación.

Los demás elfos se inclinaron y mantuvieron silencio.

En la primera camilla estaba ella. Acostada, en estado de absoluta paz.

-Vayan, suban a la fiesta. Apenas está comenzando lo entretenido.

-Debemos quedarnos...

-Yo me quedaré cuidándola. Vayan.

-Pero mi señor...

-Es una orden. -Aquella frase, lejos de ser dicha con autoritarismo, la había dicho con consentimiento.- No me supone ningún cargo cuidar de mi esposa. Vayan y diviértanse.

Ellos se miraron entre sí y finalmente, accedieron a dejar a la reina en cuidado de Legolas.

Cuando estuvieron solos, el elfo arrastró una silla y la posicionó al lado de la camilla donde estaba postrada Tauriel.

La observó unos segundos y tomó su mano. Acarició con las yemas de sus dedos el interior y exterior de la aterciopelada mano de la elfa.

-He llegado, elleth nîn.

No recibió respuesta, pero tampoco la esperaba. Se sentía ansioso por verla despertar, mas sabía que eso no dependía de él. El silencio y la débil luz proporcionada por las velas eran su única compañía, mientras realizaba su vigilia de todas las noches; en todas suplicando poder ver esos preciosos ojos verdes que tanto le fascinan.

Agotado por el cansancio, cayó preso del sueño.

Tauriel se veía tan bella y de perfil, apreciando el horizonte a través del gran balcón rodeado por las flores del verano.

Al percatarse de que estaba siendo observada se dio media vuelta, extendiendo su mano al elfo que la miraba con devoción.

Sin dudarlo él aceptó y se unió a ella en un abrazo mientras volvían su vista al imponente mar.

Cuando Legolas buscó su rostro para poder besarla, ella se desvaneció, desapareciendo como la brisa marina en medio de sus brazos y el desconsuelo lo invadió por completo.

Y lo único que pudo hacer fue llorar y llorar.

Otra vez esas pesadillas...

-Legolas...

Pero él se negaba a responder.

-¡Legolas!

Sus ojos se abrieron de golpe y se llevó tremenda sorpresa. Los restregó con fuerza para saber si lo que veía no era una alucinación. En cuanto enfocó su vista supo que no, no era un sueño, todo era real.

-¡Oh Elbereth! ¡Mi amor! Has vuelto -dijo acercándose para abrazarla. -Has vuelto -repitió eufórico al sentir el calor de su amada esposa rodearlo. Con poca delicadeza empezó a repartir cortos besos en los labios de Tauriel, mojándolos y quitando la sequedad que había en ellos... cuánto anhelaba esos labios.

-Me alegra mucho estar de vuelta, mi amor -dijo, recuperando fuerzas. -Itarille y Samir, ¿dónde están? ¿Cómo están?

-Ellos están muy bien, gracias a que su nana jamás se rindió. Están muy orgullosos de ti, yo también lo estoy, todos lo estamos.

Tauriel sonrió y su rubor no escapó a la vista del elfo.

-Esa noche... hubieron bajas, ¿no es así? -el silencio del elfo confirmó lo que ella sospechaba. -¿Cuántos? -quiso saber.

-Treinta y dos, además de heridos.

-Qué barbarie. Se pudo haber evitado todo eso...

-Sshh -siseó haciendo firme su agarre-. No hay porqué angustiarse. No puedes cambiar lo que sucedió, ni siquiera se te ocurra decir que es tu culpa. No teníamos idea de que eso pasaría, mucho menos aquella noche. Y quienes ya no están, partieron con la tranquilidad de saber que lucharon, hasta el último aliento por defender su hogar.

-¿Crees que hice lo correcto? -buscó en sus ojos alguna respuesta.

-Creo que hiciste una locura -sentenció. Tenía que decirlo, casi moría del susto, de la rabia, de la preocupación. Y todo por la testarudez de cierta elfa que tenía en frente.

Tauriel se hizo al silencio, las palabras de su esposo fueron como mil agujas entrando por su cuerpo.

-¿Una locura, dices? -preguntó, con la voz entrecortada.

-Sí, en todo el sentido de la palabra. Ya no sabía en que maldito idioma hablarte para que me hicieras caso. Se supone que somos un equipo, ¿no? Los esposos lo son, pero insistes en hacer lo primero que se te viene a la cabeza. Así no nos podemos ayudar, no nos podemos proteger.

-Disculpa, pero lo hicimos Legolas. Trabajamos en equipo.

-No -y su expresión se volvió más dura-. Tú armabas un descabellado plan en esa cabecita, te apresurabas a cometer una tontería y ¿que otro remedio tenía yo que ir tras de ti para que no te mataran? 

¿Qué? ¿Realmente estaba escuchando lo que estaba escuchando? ¿Legolas hablando de esa forma? Ese no era él.

-Sé defenderme perfectamente sola, por si no lo recuerdas. Además, ¿se te ocurría otra mejor idea para que no acabaran con nosotros? o, ¡¿habrías TÚ podido traer de vuelta con vida a MI hijo?! ¡Yo creo que no!

-¡Casi haces que te maten! Tauriel, por poco se me va la vida cuando vi cómo la daga se incrustaba en ti, cuando se llevaron a nuestro hijo, cuando fuiste tan terca en insistir en venir con nosotros ¡y lo peor! ¡Que saltabas por ese acantilado! -Legolas se llevó ambas manos a su rostro, cubriéndolo y ocultado las lágrimas que se amontonaban en sus ojos.

La elfa tragó grueso. Quizá si hubiera pensado un poco antes de actuar, no le habría dado tantos dolores de cabeza a su amado Legolas; pero probablemente Samir ya no estuviera con ellos. Pensaba en que, los últimos meses habían sido tan tranquilos para ella, sin necesidad de pasar riesgos innecesarios, sin aventuras ni escapadas. Había estado en la seguridad de la fortaleza y de algún modo Legolas tenía una preocupación menos.

Pero ahora, sin una gran sandía en su estómago y con la misma intrepidez de siempre, Tauriel había hecho gala de sus habilidades y le había dado honra al título que una vez portó: Capitana de la Guardia del Reino del Bosque. Imprudente, terca, obstinada, temeraria. Era algo que no le podían quitar.

Sin embargo, debía recordar quién era ahora. Era la esposa del rey de los Elfos del Bosque, lo que la convertía en reina. Era madre de dos hermosos elflings, el mejor regalo que Legolas le dio. Al ser esposa, madre y reina tenía inmensas responsabilidades que cumplir, y toda su terquedad debía ser sustituida por la sensatez, mesura y prudencia.

No quería volver a actuar precipitadamente. Quería aprender a conservar su esencia, pero al mismo tiempo cumplir con su rol de progenitora, esposa y soberana. Lo iba a lograr. 

-Lo... lo lamento Legolas -una pinta de culpa acompañaba su voz. Y las siguientes palabras salieron casi arrastradas de su interior. -Te prometo que no volverá a pasar, no volveré a ser imprudente.

Legolas la miró con ternura, en esos momentos Tauriel parecía una pequeña elfling arrepentida por haber desobedecido las órdenes de su adar. 

-Melleth, no soy quien para prohibirte nada. Es como si quisieras quitarle lo salvaje a un huargo, ¿crees que es posible?

-No lo sé, quizá si lo domas.

-Pero yo no te quiero domar Tauriel. Yo te amo, eres mi esposa no una sumisa ni mucho menos. No quiero que dejes de ser quien eres mi estrella, pero tengo tanto miedo y pánico de perderte. Me volvería loco.

-Legolas, vivimos en la Tierra Media... no sabes en qué momento nos pueden volver a atacar. Es algo con lo que tenemos que aprender a vivir.

-No me quiero arriesgar Tauriel, otra vez no.

-¿Y qué podemos hacer? No podemos ocultarnos bajo tierra, no podemos subir a los cielos ni adentrarnos en el mar para estar a salvo.

-Pero... ¿y qué tal si lo cruzamos? -Legolas lo soltó, así de simple. Aquella idea venía rondándole por la cabeza desde que Tauriel quedó embarazada y después de la discusión con los antiguos consejeros de su padre supo que eso era lo que quería hacer... viajar hacia el oeste, hacia Valinor.

Los ojos de la elfa se abrieron grandemente, ¿era lo que estaba pensando?

-¿Cruzar el mar? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

-Sí -la expresión del elfo era vivaz, que si tuviera la oportunidad de partir esa misma noche lo habría hecho.

-¿Por qué? -no es que la idea no le ilusionara. Tauriel también anhelaba viajar a través del mar, era algo con lo que soñaba despierta pero... ¿tan pronto?

La elfa notó que la sonrisa que Legolas tenía se iba descomponiendo y descubrió al mirar a sus ojos que el elfo llevaba mucho tiempo conteniendo sentimientos que apenas estaban saltando a su vista.

Y se sintió terrible.

Creía que todo marchaba bien.

¿Qué era lo que estaba atormentando el corazón de Legolas?

-Hay tantas cosas...

-Puedes contármelas todas, apostaría mis dagas a que has estado esperando todas estas noches porque despertara.

-Tienes toda la razón -se inclinó y la besó.

Incluso sus besos sabían a tristeza.

-Adelante mi amor, estoy para escuchar todos y cada uno de tus miedos -atrapó aquellas manos que tantas sensaciones le provocaban entre las suyas y Legolas sintió toda la confianza y tranquilidad de que por fin podría desahogarse.

Los papeles se invirtieron, era Legolas quien ahora parecía un pequeño elfling contándole a su nana todo lo que sentía por dentro, sin dejar escapar ningún detalle.

-Cuando eres un elfling sientes el deseo de seguir el ejemplo de tus padres... bueno, en mi caso nunca fue así. Madre y padre apenas se veían un par de minutos durante el día. Ni qué decir de mí, no tengo muchos recuerdos de una infancia feliz junto a él y no es porque haya sido un mal padre, él tenía muchas responsabilidades como rey.

"Las cosas no mejoraron cuando, -Legolas hizo una pausa al sentir ese dolor en el pecho que le causaba recordar a su nana -cuando mi madre se fue de nuestro lado. Prácticamente fui criado por las elfas de servicio. Intenté de mil y una forma acercarme a mi padre, pero él siempre estaba ocupado. Mi vida estaba perfectamente planeada, un matrimonio forzado con alguien que no amaba y finalmente, convertirme en rey del Bosque Negro. Hasta que apareció en mi vida un rayo de esperanza. Llegaste tú, mi amada. 

Tauriel hizo más fuerte el agarre y sonrió con ternura.

-Pero a pesar de aquel hermoso sentimiento que estaba creciendo en mi interior, no podía defraudar a mi padre, no quería decepcionarlo. Yo sé muy bien cuán importante es este Reino para él y cuánto les costó protegerlo y convertirlo en un lugar digno para nuestro pueblo. No pude rechazar la responsabilidad que confió en mí, pero siento que mi prioridad es otra Tauriel.

-Legolas, yo comprendo perfectamente que debas cumplir con tu deber. Yo entiendo que a veces tengas que ocupar la mayor parte del día para atender los asuntos del Reino, es que eres el rey.

-No, no. Me llena de felicidad saber que cuento con tu apoyo, pero yo ya no estoy dispuesto a sacrificar el tiempo que puedo dedicarle a mi familia por el trabajo de todos los días. Quiero estar con ustedes cada segundo, cada minuto; poder estar ahí cuando Itarille y Samir digan sus primeras palabras, quiero enseñarles a usar el arco, quiero contarles la historia de cómo su madre y su padre se enamoraron y como lucharon por ser felices. No quiero que pasen los años y ellos no quieran acercarse a mí o, peor aún, que no conozca los gustos de mis hijos. Quiero disfrutar a mi esposa, observar cada gesto, cada movimiento, escuchar su dulce voz, besar sus exquisitos labios y sentirla mía cuando yo quiera. ¿Me comprendes? Quiero ser feliz y mi felicidad está junto a ustedes.

-Oh Legolas -sollozó -claro que te comprendo cariño. Y estoy dispuesta a apoyarte en todo lo que desees. Iremos contigo adonde sea que vayas. Solo que, te pido que no permitas que los errores de tu padre definan quién eres. Tú y solo tú eres el dueño de tus elecciones y siempre puedes elegir hacer lo que es correcto. Me tendrás todos los días de tu vida a tu lado, por más que para siempre. Te amo.

-Te amo, por más que para siempre. Me llenas de un sosiego inexplicable.

-Tus alegrías serán mis alegrías y tus tristezas serán mis tristezas -le miró con devoción-. Ven aquí. 

Tauriel se movió con cuidado hacia un costado de la cama para que Legolas pudiera recostarse junto a ella. Sintió una fuerte punzada en el vientre y reprimió un gesto de dolor.

-¿Qué me pasó? -inquirió ella levantado su bata a la altura del pecho para observar las gazas sobre su zona íntima.

Al elfo le tomó desprevenido aquella pregunta, la situación del vientre de Tauriel era delicado. Recordó las dolorosas palabras del doctor al contarle el diagnóstico. No podrían tener más hijos, ¿Cómo le explicaba eso? La verdad es que no se había preparado para informarle tal terrible noticia. Por otro lado, Tauriel merecía saber lo que sucedió, tenía el derecho, sí, todo el derecho.

Pero no ahora. Escogería un momento adecuado, cuando ella esté más tranquila.

-¿Legolas?

-Un corte, mi amor. Te pondrás bien pronto, te lo prometo. Pero ahora debes descansar.

Dicho esto Legolas la rodeó con sus brazos y recostó su cabeza junto a la de ella.

-Qué bien me hace tenerte cerca y sentir tu calor -dijo, en tono muy bajo -Incluso el dolor físico desaparece. Me haces bien, Legolas.

Él tomo su delicada mano entre las suyas y la atrajo hasta sus labios. Hizo un tenue contacto entre la piel de sus mejillas y luego la besó, dulcemente.

Al abrir sus ojos, recorrió el rostro de Legolas con su mirada y paseó más allá, hasta su ropaje. Su ceño se arrugó y su boca se entreabrió. Algo andaba fuera de lo común.

-Pantalón plateado, camisa de lino fino, ¿qué estamos celebrando?

El elfo rió, Tauriel aun estaba desorientada en el tiempo y en el espacio, pero era una gran observadora y una especie curiosa. Cómo le encantaba. 

-¿Acaso lo has olvidado? 

-Oh, déjame pensar... -ahondó en sus pensamientos. Era un poco difícil pensar ahora -No me digas que, ay, ¡por todas las estrellas! Es Mereth Nuin Gilliath, ¿no? ¿Me lo he perdido? No puede ser... ¿qué haces aquí? No deberías estar aquí, no mereces perderte la celebración. 

-Calma, calma -Legolas acarició su cabello en un intento por apaciguar la ansiedad de Tauriel.

-¿Cómo me pides eso? Deberías estar en las terrazas, observando las estrellas, cantando canciones y disfrutando del ambiente. Legolas, te estás perdiendo lo mejor. 

-No estoy de acuerdo contigo. La mejor forma de celebrarlo es estar aquí, disfrutando que tengo de vuelta a mi esposa. Creí que no despertarías, me angustié mucho así que no me pidas que me separe ahora de ti. No quiero volver a hacerlo. 

-Esta fecha es muy especial...

-No sería tan especial sino estoy contigo. 

-Siempre encuentras la forma de salirte con la tuya, ¿eh? Bueno, como quieras -dijo fingiendo estar resentida.

-Aún estás débil, no quiero más sobresaltos ni emociones fuertes por esta noche ¿de acuerdo? Debes descansar.

-Mañana a primera hora quiero ver a Itarille y Samir, por favor.

-Como desees melleth.

-Cántame.

Legolas se aclaró la garganta, pensando en una canción que le permitiera a Tauriel dormir plácidamente. Entonces una vino a su mente tan clara y nítida.

Oh dulce Adeline,
¿por qué te escondes bajo las estrellas?
Muéstrame que no estoy soñando,
déjame apreciar tu belleza.

Oh dulce Adeline,
No corras, espera por mí.
Caminemos juntos por el sendero perlado
Quiero besar tus labios carmesí.
En tu piel de seda estoy perdido.

Oh Adeline, la noche se aleja
No permitas que despierte
No te vayas de mi lado.

Oh dulce Tauriel,
Duerme tranquila entre mis brazos...

Una lágrima escapó, rodando por su mejilla. La respiración serena de su amada le indicó que se había entregado al sueño. Cerró los ojos y agradeció en silencio porque ella estaba de vuelta y juró también en silencio que ya nada en el mundo la volvería a poner en riesgo, no mientras él viviera.

Besó su sien y se acomodó mejor a su lado para poder descansar. Pronto, Legolas se unió a Tauriel en un dulce y merecido sueño.

Continuará...

Hola a quienes todavía siguen este fic a pesar de todo este tiempo sin actualización, en serio me siento terrible por haber dejado pasar tanto tiempo. No pondré excusas, solo quiero pedirles disculpas y agradecer de todo corazón cada mensaje y cada comentario que me dejaron animandome a actualizar.

La verdad es que no dejaré este fic por nada del mundo (la universidad es horrible) pero mis ganas de escribir son muchas,  solo les pido paciencia.

Deseo que les haya gustado y bueno, espero entregarles el siguiente capítulo pronto.

Mil gracias a todos, nos leemos en los comentarios ♥

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