Más allá del oeste

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Tauriel se separó de su padre después de un prolongado abrazo, giró en 180° buscando a su esposo, empapado de lágrimas, y lo abrazó. Ambos sentían una felicidad indescriptible por la bella noticia. Serían padres de dos hermosos elflings. Thranduil y Elrond observaban con sentimientos encontrados a sus hijos. 

-¡Te amo tanto! -dijo Legolas sonriendo con vigor, elevando y girando por los aires a la elfa. Su vestido flameaba al son de la brisa. 

-Y yo a ti mi amor, y yo a ti -dijo cuando estuvo en el suelo nuevamente. Ella comenzó a repartir besitos cortos y tiernos en la boca del elfo rubio. 

-Es una ocasión para celebrar, ¿no creen? -preguntó el medio-elfo. 

-Sin duda -respondió su hija. 

-Esta noche haremos una gran cena íntima, solo para la familia. 

-Suena estupendo -dijo Thranduil- ¿dónde será?

-En el Salón de las Estrellas, amigo mío. Tauriel y Legolas ya estuvieron allí una vez; pero lo que hemos preparado para ustedes y para nuestra despedida, es simplemente fenomenal. 

Sus rostros se iluminaron ¡el Salón de las Estrellas! Era un lugar mágico, así lo recordaban los futuros padres. Aquella noche que estuvieron ahí, había sido inolvidable. Sabían que la ocasión sería agridulce, mañana mismo debían partir ya hacia los Puertos Grises. 

Se adentraron por los fantásticos corredores del Reino de Imladris, admirando cada detalle como si fuera la primera vez. Elrond les mostró sus habitaciones, donde desempacaron y se cambiaron sus ropas para usar algo más ligero. 

-¿Dónde están todos? -inquirió la elfa al no ver a sus hermanos ni a su primo. 

-Han salido al bosque, ya deben estar por llegar -le respondió poniendo un rostro inocente. Casi arruino todo, me pidieron que no dijera nada

La pelirroja volvió a su habitación y se encontró a Legolas mirando el paisaje a través de la ventana. Al percatarse de su presencia, dirigió su atención a su bella esposa y sonrió al contemplarla. El vestido conche vino resaltaba en su blanca piel, pero lo que más le encantaba era el volumen de su vientre. Tauriel se veía extremadamente adorable con dos elflings creciendo dentro de ella. El embarazo la hacía lucir más hermosa a los ojos del elfo.

-Siempre he dicho que no hay lugar que pueda deslumbrarme más que Rivendel. Es que es tan mágico -dijo acercándose al rubio, tomando su mano. Éste la condujo nuevamente a la ventana y ambos admiraron el esplendor del valle.

Frente a ellos estaban las imponentes montañas que rodeaban el lugar y las poderosas cascadas que las adornaban.

El nuevo rey de los elfos del bosque giró su cabeza para observar a su reina, ella seguía hechizada mirando el horizonte. Una de las cosas que amaba de Tauriel, era su fascinación por los bosques, por las cosas verdes y por las estrellas; que de seguro brillarían mucho esa noche.

-El lugar que siempre me deja anonadado y encantado son tus ojos -expresó con voz dulce.

Ella regresó la mirada y se estremeció al chocarse con los ojos azules de Legolas cargados de ternura y devoción. Sonrió y se acunó en el pecho de su amado, quien la abrazó delicadamente. Y así, continuaron deslumbrándose ante el encanto de Imladris.

Tauriel se cayó dormida. Últimamente le daba mucho sueño y no era raro que se durmiera cada vez que pudiera recostar la cabeza sobre algo. Legolas estaba a su lado, velando su sueño. Extendió su mano y tocó su vientre, acariciando suavemente sobre la tela de la bata. Sintió un sobresalto en su corazón, una breve emoción al imaginarse el momento en que nacieran. El fruto del gran amor que se tenían.

Tauriel, Hija del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora