El llamado del mar

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Después de atravesar las cumbres montañosas, el paisaje empezó a cambiar, mostrando a los viajeros un camino cada vez más plano junto con nuevos olores y sonidos.

La temperatura en aquella región era similar a la de Minas Tirith, según recordaba Legolas, pero le resultaba más agradable puesto que la brisa marina se llevaba un poco los efectos del calor abrasador.

Justo cuando el sol realizaba su triunfante entrada en el horizonte, apareció ante ellos en la lejanía la visión de una imponente urbe asentada en una bahía con cientos y cientos de casas pintadas de blanco que se elevaban sobre una ladera hasta llegar al gran castillo que lindaba con el azul océano.

Una presión en el corazón hizo que Tauriel se detuviera en súbito y se llevara la mano al pecho. El aire le faltó por un par de segundos hasta que pudo volver a respirar.

-¿Qué sucede melleth? -inquirió Legolas con preocupación en el rostro, mas sospechaba saber la respuesta.

-Stille nú -la respuesta de la pelirroja fue apenas un murmullo. -No ha sido nada -dijo esta vez con firmeza. Le regaló una sonrisa y retomó la caminata.

Recorrieron el trecho que aún faltaba para llegar a la ciudad, hasta que alcanzaron las altas puertas labradas en madera resinosa y que daban la bienvenida a Dol Amroth. En la cúspide, flameaba enérgicamente el estandarte azul marino y el símbolo de un barco y un cisne blanco que lo contrastaba. Fueron recibidos por los soldados que custodiaban la entrada y que portaban el plateado uniforme de su pueblo.

-Bienvenidos, hermanos del Bosque Negro -saludó quien parecía ser el capitán. Era un hombre bastante alto, fornido, pero de ojos serenos. Su cabello negro le llegaba a los hombros y estaba adornado con varios destellos plateados, signos de la edad del guardián.

-Hantale, mellon nîn... -replicó Legolas colocando su puño en el corazón.

-Permítanme escoltarlos hasta la fortaleza, el Rey Aragorn y mi señor Imrahil están esperando. Síganme por favor.

Cuando las puertas se abrieron de par en par, dejaron al descubierto una ciudad deslumbrante: casas y edificaciones pintadas de blanco. Las construcciones -bloques sobre bloques - y las macetas con flores de distintos colores colocadas en los balcones, le daban a las casitas un efecto pintoresco y ensoñador.

El piso estaba adoquinado, las calles serpenteaban en varias direcciones. Había muchos puentes que cruzaban la metrópolis y conectaban una parte de la ciudad con la otra.

Aunque era bastante temprano el ajetreo era evidente y el bullicio de las voces de hombres y mujeres taladraba sus oídos. La mayoría de negocios ya estaban abiertos y se podía ver a las personas andando de aquí para allá comprando comida y pescado. Otros más se ponían en marcha con dirección a la playa a embarcarse para una nueva faena de pesca que aquel día prometía ser provechoso.

A Tauriel le llamó la atención un comedor en cuyo rótulo se leía "Zwiebel", desde el lugar podía percibir un particular olor que despertaba su apetito.

-¿Qué es Zwiebel? -inquirió la pelirroja.

-Es el nombre de uno de los platos más populares de la ciudad. Las personas vienen desde muy temprano para alcanzar una buena porción. Es un negocio familiar, se levantan por la madrugada para adquirir pescado, que es el ingrediente principal de esta sopa.

-Se nota que el negocio ha perdurado durante los años.

-Así es mi señora -respondió el Capitán, terminando de afirmar la hipótesis de Reindel. -El negocio ha transcendido generación tras generación. Actualmente, quienes están a cargo son la octava generación desde que "Zwiebel" abrió sus puertas.

Tauriel, Hija del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora