Itarille y Samir

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La mañana transcurrió rápido. El doctor revisó por cuarta vez a la reina y a los recién nacidos. Constatando que no necesitarían más chequeos, felicitó nuevamente a los soberanos, deseando que sus hijos crecieran rodeados de mucho amor y se convirtieran en seres de bien.

Recibieron también la visita de sus amigos más cercanos; Namrod, junto a Odys y su bebé que ya aparentaba la edad de un niño humano de un año y medio. Quedaron hechizados con la belleza y delicadeza que desprendían los príncipes.

Los nobles y elfos con alto prestigio en el Reino tampoco se perdieron la oportunidad de ver de cerca a los herederos de Mirkwood. Los guardias y guerreros de gran renombre también hicieron acto de presencia en la habitación real.

Feren, quien había sido la mano derecha del antiguo rey Thranduil por muchísimos años, y también en varias ocasiones se había hecho cargo del cuidado de Legolas, se emocionó grandemente al poder contemplar que el linaje del respetado Oropher continuaba creciendo.

Por su parte, Itarille y Samir se comportaron en todo momento a la altura digna de ser los nuevos príncipes. Era como si disfrutaran viendo la cara ridícula y tierna que los elfos ponían cada vez que los cargaban. Oh sí, toda la atención para nosotros. Quizá pensaran. Pero sus pequeñas e inexpugnables mentes memorizaban cada facción, como escogiendo él me agrada, él no; o ella me agrada y ella no.

No importaba, debían dejarse mimar por su pueblo. Les gustara o no, serían el centro de atención por incontables años y, a medida que crecieran debían acostumbrarse a eso.

Los elfos del Bosque Negro vivían días dichosos.

Las visitas acabaron, para alivio de Legolas y Tauriel. No es que no les agradara; simplemente se sentían cansados por la noche anterior. Pero el día no acababa y más de la mitad de los elfos aun no habían visto a los elflings de cerca. Poco después llegó Reindel, trayendo noticias de una gran celebración que se estaba preparando para esa misma noche, antes de la puesta del sol.

-¡Es una locura! Cuando pude darme cuenta, decenas de elfas estaban congregadas en el salón principal colocando adornos y acomodando mesas y sillas. Los elfos cargaban los manteles, bueno, ya se han de imaginar. Y todavía no terminan, quieren que sea una fiesta de lo más grande -dijo excitada, se le había contagiado la energía de los demás.

-Es increíble, sabía que la llegada de nuestros bebés sería un gran motivo de felicidad, pero jamás imaginé que la celebración llegaría a tan gran escala -dijo Tauriel, avergonzada.

-Es tiempo de que conozcas a tu pueblo. Cuando el joven Legolas nació, este palacio estuvo en algarabía por largo tiempo. Lo recuerdo bien -continuó, su mano derecha se posó en su barbilla- fue una época llena de sosiego. Thranduil y Catwen no habían sido más felices -la elfa miró a el elfo rubio que la observaba nostálgico-. Imagino que esa misma felicidad o mucho más es la que ustedes sienten en este momento y la que todos sentimos -les sonrió.

-Tienes toda la razón Reindel -dijo Legolas- jamás habíamos estado más felices -regresó su mirada al pequeño Samir, dormido entre sus brazos- es algo que no alcanzamos a describir con palabras.

-Cuando somos felices hay que disfrutarlo -les recordó- así que pónganse sus mejores galas. Hoy vamos a celebrar la llegada de nuestros adorados bebés -y esa última oración de Reindel encendió en sus corazones una fulgurante chispa.

La elfa abandonó la recámara dejando a la familia real sola. Legolas depositó a los bebés en su cama y ayudó a Tauriel en la tarea de elegir el atuendo para los elflings. Entre los tantos regalos que habían recibido, optaron por un muy elaborado vestido verde limón para Itarille y un pulcro trajecito marrón para Samir.

Tauriel, Hija del BosqueWhere stories live. Discover now