Hogar

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TAURIEL POV

Mis silenciosos pasos atravesaban el sendero que durante incontables años había recorrido una y otra vez. A veces lo hacía sola, cuando después de un largo día de entrenamiento, me escabullía y emprendía mi caminata sin rumbo fijo. Otras veces lo hacía en compañía de los miembros de la Guardia Real. Mi mente aún recuerda con claridad las sonoras carcajadas provocadas por las bromas del grupo.

El camino tuerce ahora a la izquierda y asciende serpenteando hasta llevarme hacia el gran haya que se alzaba majestuoso por encima de todos los demás árboles. Sus ramas se abrían en distintas direcciones y estaban cubiertas por una gruesa capa de musgo. Me toma breves segundos llegar hasta la copa y encontrarme con una fascinante visión frente a mí.

Eryn Lasgalen en todo su esplendor. El verde de los árboles hacía contraste con las diferentes tonalidades de naranja y magenta del atardecer; en cualquier momento el manto oscuro de la noche tomaría su lugar en el cielo y junto con él, la luna y las estrellas. Un paisaje lleno de matices y colores.

La brisa alborotó varios mechones de mi cabello, dándome así la bienvenida o más bien, la despedida. El Bosque lucía tan sereno y a la vez tan lleno de vida porque podía escuchar a cada uno de los pequeños insectos y su canturreo; las hojas siendo agitadas por el viento; allá lejos a los venados bebiendo agua de algún riachuelo.

Y aquello me daba una sensación de calma y sosiego. Tantos años disfrutando de las maravillas ocultas en los rincones más recónditos de mi hogar y aun así, siempre hay algo nuevo que apreciar. Jamás deja de sorprenderme.

Tengo cientos de anécdotas ocurridas en cada metro que compone este lugar y creo que no me alcanzará el tiempo para recordarlas todas. Pero hay una que vale la pena sacar a luz...

Busco un lugar en concreto en el horizonte, en aquel acantilado, aquella noche igual que esta de hace algunos años. Legolas y yo, recostados en el pasto, admirando las estrellas ajenos al mundo. Ese primer beso y todo lo que pasó después.

Sin embargo, hay un recuerdo mucho más lejano y triste que regresa a mí. Se remonta a mis primeros años de vida y de cómo fui abandonada aquí, a merced de las tinieblas. Esa soy yo y así es como se fue moldeando mi personalidad... las cosas nunca fueron fáciles para mí.

Este Bosque ha sido testigo de cómo he forjado mi vida, de cómo fui objeto de la compasión del gran rey Thranduil, de cómo crecí, de cómo conocí a seres tan increíbles como Reindel, de cómo me enamoré de Legolas, de cómo luché para vencer cada uno de los obstáculos que se me presentaron, de cómo he llegado hasta aquí.

Y todo se reduce a este momento.

He caminado por aquí algunas veces, más allá del Bosque, acercándome a la noche... justo como ahora. Y una vez más me preparo para ver al mundo desvanecerse frente a mí y disfrutar de cómo la luz clara invade todo el aire.

Allí están, los titilantes puntos en el firmamento que anuncian la llegada de la noche y todo se sume en el incesante ruido de los grillos y las cigarras.

No importa adónde vaya o qué tan lejos me lleve el camino; la imagen, los sonidos y olores del Bosque perdurarán para siempre en un lugar importante de mi memoria. La mitad de mi corazón se quedará aquí.

La brisa nocturna vuelve a soplar, esta vez con más fuerza.

Incluso el aire que inhalo se siente más puro y fresco acá arriba. Dejo que mis pulmones se llenen por completo y exhalo con lentitud, deseo sentir la esencia del Bosque dentro de mí una última vez. 

Los minutos pasan y cada vez la hora de partir se aproxima más y más. 

Mis ojos se mantienen fijos en el manto oscuro de la noche que se engalana con miles de brillantes estrellas. Casi de inmediato puedo distinguir a Cepheus, cinco puntos en concreto sobre el cielo que pueden ser apreciados con facilidad y que al unirlos en una línea imaginaria forman una estrella gigante. 

Tauriel, Hija del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora