Cuarenta y ocho horas

752 30 14
                                    

El frío y helado viento matutino entra sin piedad por mi ventana haciendo que abra mis ojos con pesadez. No acostumbro a moverme mucho mientras duermo pero por alguna extraña razón estoy desarropada. La fina bata que cargo puesta no es suficiente para calentarme.

Siento mucho pereza por lo que en vez de cerrar la ventana, me cubro con mis sábanas hasta el cuello. Me acuesto de lado y contemplo la oscura mañana que se alza sobre el bosque.

Me acurruco más y me sumerjo en un mundo de pensamientos. Madre, quisiera saber más de ti. No es justo que te hayas ido por mi culpa... porque sí, yo soy la culpable de que hoy ya no estés aquí.

Si yo no hubiera nacido muchas cosas serían distintas ahora mismo. Quizá mi madre estuviera casada con mi padre, ambos felices gobernando en Rivendel. Madre se hubiera cuidado y con la ayuda de la medicina élfica habría concebido un hijo sin dificultad.

Pero tuve que nacer yo. Yo no pedí venir a este mundo, mucho menos al precio que tuvo que pagar una elfa tan joven, para quien su vida apenas comenzaba. Soy un error.

¿Por qué te tuviste que ir madre? ¿y... si todo hubiera salido bien? ¿si aun ahora estuvieras aquí con nosotros, conmigo? A sólo unos días de la boda madre y tú no estás aquí.

Es difícil, siempre ha sido difícil pero ahora lo es más. No estuviste cuando comencé a decir mis primeras palabras, tampoco cuando di los primeros pasos. No pude contarte sobre mi primera ilusión, sobre mi primer amor y tampoco estarás para ayudarme a acomodar mi vestido ni cuando pronuncie el 《sí, acepto》.

-Tauriel, amor disculpa la puerta estaba.

Maldigo para mis adentros, no he escuchado la puerta.

-Legolas -susurro cubriendo mi rostro con las sábanas.

-¿Te sientes bien? No has bajado a desayunar, nos preocupamos por ti.

-Sí, sí. Estoy bien.

-Tauriel, ¿qué ocurre? -dice tirando de las sábanas.

Forcejeo con él pero es inaudito y al final estoy despojada de lo que me cubría. Me incorporo, vuelvo a tomar las sábanas para tapar mi cuerpo.

Legolas me observa atentamente y su expresión cambia. Apresurado se sienta en la cama y toma mis manos.

-¿Por qué lloras Tauriel? Dime qué sucede. Detesto verte así.

No estoy consciente de que las lágrimas habían salido sin mi autorización.

-No es nada -reprimo mis sentimientos.

-¿Que no es nada? No bajas a desayunar y ahora te encuentro llorando. Dime qué es lo que sucede.

-Estoy en mis días y me siento sensible. Es todo.

Suspira y se acerca un poco más. Toma mi rostro entre sus manos y me hace mirarlo.

-No quieras mentirme estrellita. Te conozco bien mi vida, sé que hay algo más que no quieres decirme. Recuerda que soy tu prometido, dentro de unos días seremos esposos y sabes que puedes confiar en mí, contarme qué es lo que te aqueja. Yo haría hasta lo imposible por dibujar una sonrisa en tu rostro. Anda, cuéntame.

Sus palabras me transmitieron calma y seguridad. -Es que ayer, mientras me probaba el vestido no pude evitar pensar en ella.

-¿En tu madre?

Asiento. -Nunca pude conocerla. A veces creo que no debí haber nacido.

-Sshh. No repitas eso nunca más -me ordena con severidad- Tauriel, estoy seguro de que tu madre jamás quisiera escucharte decir eso. Sé cómo te sientes, yo también perdí a mi nana.

Tauriel, Hija del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora