Fairytale (usuk)

Par Epifania-chan

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"¿Sabes por qué no crees que en la magia? Es porque hubo un tiempo podías verla y sentirla cerca de ti. Pero... Plus

Nota
Capítulo 1: La invitación
Capítulo 2: Nuevos amigos
Capítulo 3: El reino de los seres mágicos
Capítulo 4: Soledad
Capítulo 5: Fuego
Capítulo 6: Fantasma
Capítulo 7: Invisible
Capítulo 9: Miedo
Capítulo 10: Adiós
Capítulo 11: Salto en el tiempo
Capítulo 12: Ilusión
Capítulo 13: Realidad 1/2
Capítulo 14: Realidad 2/2
Capítulo 15: Un paso más cerca de la magia
Capítulo 16: Amigo imaginario 1/2
Capítulo 17: Amigo imaginario 2/2
Capítulo 18: Alas rotas
Capítulo 19: El psicólogo
Capítulo 20: Lastima
Capítulo 21: Convivencia
Capítulo 22: Sinceridad
Capítulo 23: Problemas
Capítulo 24: Recuerdos
Capítulo 25: Una gran cruzada
Capítulo 26: Sonrisa
Capítulo 27: Reencuentro
Capítulo 28: Dos cosas sobre las despedidas
Capítulo 29: La librería
Capítulo 30: Una hermosa vista
Capítulo 31: Paz
Capítulo 32: Despedida
Capítulo 33: Cartas
Capítulo 34: Locura
Capítulo 35: Perdido en la oscuridad
Capítulo 36: La noche en la que las estrellas bajan a la tierra
Capítulo 37: ¿Quien eres?
.
Capítulo 38: Perdón
Capítulo 39: Ultima oportunidad
Capítulo 40: Encuentro
Capítulo 41: Al final del camino. Parte I
Capítulo 42: Al final de camino. Parte II
Capítulo 43: El juicio de Astreo
Capítulo 44: Un vistazo a la verdad
Capítulo 45: El deseo de una estrella fugaz
Capítulo 46: Un comienzo disfrazado de desenlace

Capítulo 8: Dulces

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Par Epifania-chan

Era un día inusualmente soleado para estar en invierno, todos los niños jugaban a las escondidas, Matthew odiaba ese juego, puesto que nunca nadie lo encontraba, de hecho a veces y hasta se olvidaban de él, una vez por ejemplo estuvo tres horas en un contenedor de basura debido a eso, pero aun asi, jamas se rehusaba a jugar, era demasiado tímido para sugerir algun otro juego. El niño corría de un lado a otro buscando un buen escondite que no estuviera ocupado, hasta que tropezó con la raíz salida de un gran árbol.

—¿Estas bien Matt?— Escucho una voz desde lo alto, al levantar la vista, Matthew vio a su hermano sentado descuidadamente en la rama más alta del árbol, entonces pensó en como no se había percatado antes de su ausencia, Alfred había estado muy distraído todo el dia, hablando y riendo solo, incluso cuando salieron a jugar, lo primero que hizo fue alejarse del resto de niños, ¿Que había estado haciendo todo el dia? ¿Como se había subido a un árbol tan alto?.

—¿C-cómo te subiste ahí?— Preguntó Matthew preocupado, esa altura era peligrosa.

—Lo siento, no llego a escucharte— Respondió Alfred casi en un grito, mientras arrugaba la nariz.

  —¡¿C-cómo te subiste ahí?!— Repitió Matthew, no estaba acostumbrado a levantar tanto la voz.  

—Arthur me ayudó— Dijo su hermano sacudiendo sus pies de atrás hacia adelante. —¿Quieres que te ayude a subir también?

—¿Quién es Arthur? ¿Acaso es un niño nuevo?— Volvió a preguntar Matthew intrigado, normalmente, cuando llegaba un niño nuevo, el resto les daba una especie de bienvenida, o al menos asi habia sido cuando ellos llegaron.

—No, es mi nuevo amigo, pero es magico, asi que solo yo puedo verlo.

—¡No te creo!— Exclamó el pequeño canadiense pensando que su hermano solo se burlaba de él.

—De hecho, esta parado junto a ti en este momento— Volvió a decir Alfred observandolo con una sonrisa. Matthew sintio un escalofrio recorrer todo su cuerpo.

—¡D-deja de jugar, y bajate de ahi, es muy peligroso!

—Arthur dice que eres encantador— Respondió su hermano ignorando totalmente sus palabras.

—Me gustaría decir lo mismo, si solo pudiera verlo— Respondió Matthew un poco avergonzado.

—Te dije que esta parado junto a ti, te esta saludando.

Al escuchar eso Matthew miró a ambos lados, mas no había nadie cerca, aun así se sentía extraño, como si algo no estuviera bien, decidió no seguir con aquello y dejar a su hermano en paz con su nuevo amigo, aunque este no fuera real. 

—¿Por qué no dejas que te vean?— Preguntó Alfred una vez que Matthew se fue.

—Porque no pertenezco aqui— Dijo Arthur mientras trepaba nuevamente al árbol.

—Cierto, eres ingles.

—Exacto— Respondió Arthur sonriendo, preguntándose como seria su país en la actualidad, Alfred le contaba cosas de la actualidad, como avances tecnológicos entre otras cosas, Arthur no podía creer que todo aquello no fuera producto de la magia. Al parecer ese mundo  había cambiado mucho mas de lo que él pensaba, no era su culpa haberlos subestimado y hasta rebajarlos, en tanto tiempo en compañía de seres mágicos, Lukas, su amigo, le había contagiado un poco de su aversión a los humanos.

El resto de la tarde se la pasaron jugando y explorando totalmente alejados del resto de personas. La noche cayó sin que se dieran cuenta y todos los niños fueron llamados para cenar. Al verle aparecer en el comedor, varios niños se sorprendieron, ¿donde había estado todo el dia? Una presencia tan... estrambótica como la de Alfred era difícil de pasar desapercibida cuando faltaba.

—¡La sopa esta horrible!— Se quejaba el pequeño mientras revolvía su cuchara en aquel recipiente lleno de líquido viscoso con sabor a verduras, varios niños le dieron la razón.

—No se ve tan mal— Respondió Arthur encogiéndose de hombros, estaba seguro de haber tenido que ingerir cosas peores en su vida.

—No voy a comerlo— Concluyó el pequeño de ojos azules alejando el plato y cruzándose de brazos. Aquella escena que pretendía ser totalmente seria se vio arruinada por el fuerte rugido de su estómago implorando por comida, Arthur contuvo una risa.

Esa noche, Alfred no solo se llevó un regaño de las monjas, sino que se fue a dormir temprano y sin nada en el estómago.

—No es justo, no es justo, no es justo— Repetía en susurros mientras daba vueltas en su cama, el hambre no le permitía conciliar el sueño.

—Alfred despierta, tengo una sorpresa para ti— Susurro el inglés moviendo levemente su hombro creyéndolo dormido.

Alfred se sentó en su cama y lo miró con los ojos brillosos, amaba las sorpresas, Arthur sacó una pequeña bolsa de tela atada con cuerda y se la entregó. 

—¿Qué es esto?— Preguntó el pequeño confundido examinando la bolsa.

—Abrela.

Al abrirla, miles de colores chillones asomaron contrarrestando totalmente con el marrón de la bolsa, eran todo tipo de dulces, tantos que no entendía como cabían en aquella pequeña bolsa ¿Acaso era mágica? Seguramente, todo lo relacionado con Arthur solía ser mágico.

—Woh...— Alfred dejó la exclamación a medias, estaba tan hambriento que parecía hipnotizado observando los dulces. —¿Puedo darle uno a Matthew?— Pregunto luego de sacudir la cabeza volviendo en sí.

—Claro, pero come uno primero. 

Al ver al niño acercar un pedazo de chocolate a su boca, Arthur pensó que tal vez podria engañarlo, era un buen plan, la próxima vez traería dulces mágicos hechos por sus amigos en la colina, son tan deliciosos que nadie jamás podria rechazarlos, menos aún un niño, y cuando Alfred probara uno, instantáneamente sería encadenado por la eternidad a la tierra de la fantasía.

—Este tiene miel de maple, así que lo guardaré para Matt— Decía el pequeño mientras dividía los dulces en varias porciones para repartirlas entre sus amigos, obviamente quedándose él con la mayor parte. —Y este para ti.

Al decir eso, partió por la mitad el chocolate que estaba comiendo y se quedó con la ya mordida, mientras le entregaba la otra mitad a Arthur. 

—No tengo hambre, quedatelo— Respondió sonriendo, ¿Como había pretendido engañar a ese pequeño para arrastrarlo a su mundo? se sentía culpable. Suerte que esos dulces provenían del mundo humano. Además, ¿Como planeaba llevarselo? Alfred tal vez no tenía una familia completa, pero si tenia gente  que lo queria y se preocupaba por el, ademas de que el pequeño podria mostrarse triste o enojado de vez en cuando con la realidad que le tocó vivir, pero tampoco parecía demasiado interesado en el mundo del que Arthur venía. Tal vez esto no era buena idea después de todo.

—¿De dónde los sacaste?— Preguntó Alfred interrumpiendo sus pensamientos mientras volvía a llenarse la boca con chocolate.

—Es un secreto— Respondió Arthur apartando la vista sonrojado. La verdad es que aprovechando su invisibilidad ante los seres humanos el solo había ido a ver a una joven monja cambiarse la ropa, y casualmente, encontró que ella tenía dulces, pero definitivamente no iba a decirle eso al niño. 

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