Hidromiel. ✔

By itswolowizard

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Luzbel sabía, entre muchas otras cosas, que tenía terminantemente prohibido enamorarse de un mortal. No era u... More

Hidromiel.
Prólogo.
Canto I.
Canto II.
Canto III.
Canto IV.
Canto V.
Canto VI.
Canto VII.
Canto VIII.
Canto IX.
Canto X.
Canto XI.
Canto XII.
Canto XIII.
Canto XIV.
Canto XV.
Canto XVI.
Canto XVII.
Canto XVIII.
Canto XIX.
Canto XX.
Canto XXI.
Canto XXI (Parte 2)
Canto XXII.
Canto XXIII.
Canto XXIV.
Canto XXV.
Canto XXVI.
Canto XXVII.
Canto XXVIII.
Canto XXVIII. (Parte 2)
Canto XXIX.
EXTRA.
Canto XXX.
Canto XXXI.
Canto XXXII.
Canto XXXII (Parte 2)
Canto XXXIII.
Canto XXXIV.
Canto XXXV.
Canto XXXVI.
Canto XXXVII.
Canto XXXVIII.
Epílogo.
Absenta.

Canto XXXIX - Final

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By itswolowizard

AAAAH, CUÁNTO TIEMPO, NO OLVIDEN DEJAR AQUÍ SU RESPECTIVO YA LLEGUÉ:

Tomense su tiempo para leer este capítulo porque ESTÁ MUY LARGO Y HABRÁ MUCHAS EMOCIONES, JIJI



**


En el inicio, cuando Luzbel cayó a las oscuras fosas del Infierno, lo primero que vio fue un lugar lúgubre plagado de decadencia; había gritos y lamentos por todos lados. A cualquier rincón al que mirara, solo encontraba caos y almas arrastrándose para salir de su castigo eterno, y ahí, en medio de la agonía y del caos, se prometió que, de alguna u otra forma, haría pagar a Remiel Arcángel por haberlo traicionado.

Aquello era una promesa. Una de las más antiguas. Y había ido adquiriendo más peso con el paso del tiempo, por lo que ahora la deuda parecía infinita ya no solo por lo que Remiel había hecho recientemente; eso solo era un pequeñísimo grano de arena en una montaña que crecía desde el Exilio de Luzbel, y ahora el Diablo, finalmente, había puesto su bandera en la cima de esa montaña.

Remiel, por su parte, apenas alcanzaba a distinguir el lugar en el que se encontraba; era grande, pero cerrado. Las paredes estaban hechas de un material similar a la roca volcánica y el aire era muy pesado, pues la respiración del arcángel se había vuelto más lenta; sabía que podía deberse al lugar en sí, o al hecho de que Samael lo tenía atado con cadenas de oro que quemaban en su piel, y que lo estaban debilitando al punto de sentirse débil, vulnerable... mortal.

Como fuera, lo que más le importaba en ese momento era que no tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido desde que fue arrebatado del Cielo, lo único de lo que estaba seguro era de que se encontraba en una prisión, pero no en una cualquiera, sino en una que, debido a su manufactura, solo podía pertenecer a un único lugar: el Infierno.

Suspiró, y esa simple acción le dolió; el mareo se había apoderado de él y sus extremidades dolían; sus brazos estaban extendidos a los lados, elevados hacia arriba. Su cuello seguía rodeado por una pesada cadena de oro que Samael sostenía con superioridad y una sonrisa dibujada en sus labios que jamás había visto en él, pero era siniestra.

Era la sonrisa de alguien que, por fin, tenía lo que quería.

Remiel Arcángel sabía que no lo había llevado ahí para tener una larga charla, y a pesar de eso —aunado al miedo que el Rey del Infierno inspiraba y que aumentaba cuando estaba en su territorio—, Remiel quiso pretender que se estaba tomando las cosas con calma, aunque sabía que nada bueno iba a terminar de ese encuentro.

—Con que esto es a lo que llegas por un mortal — El arcángel comentó, con la voz muy débil; sentía que las palabras eran su único escudo, la única forma de no sentirse tan vulnerado como estaba.

Samael hizo la cabeza a un lado, escrutando en el rostro de su hermano como si pudiera percibir el miedo a través de su voz.

—Es una de las razones — el Diablo admitió —. Pero tengo motivos más personales.

—Por supuesto — dijo —. Casi olvido que has estado alimentando el rencor que me tienes desde el Génesis — hablaba lento y pausado; el aire seguía sofocándolo —. Ya pasaron eones, y yo...

— ¿Hiciste lo que debías? — Inquirió —. ¿Por el Paraíso? ¿Por la Creación? ¿Por Dios? — Elevó una ceja —. ¿En dónde está Dios ahora? No veo que esté moviendo un solo dedo para salvar a su hijo más leal, y no lo hará. ¿Por qué salvaría a un ángel si tiene un millón más?

Remiel sintió un nudo formándose en su garganta, pues aunque siempre supo que el amor de su Padre era selectivo, tuvo que obligarse a ignorarlo y acatar sus órdenes sin cuestionarlas porque creía que, si se esforzaba lo suficiente, entonces Dios por fin lo reconocería, pero sobretodo, que lo amaría, porque al parecer, la finalidad de los ángeles no se limitaba únicamente a servir: tenían que ganarse el amor de su Padre.

Y el único que lo había logrado sin tener que esforzarse, era Samael.

Porque aunque ahora la relación entre Dios y el Rey del Infierno estaba llena de roces, en el principio, el hijo al que Dios más amó, fue el mismo que inició una rebelión en su contra.

—Tú tuviste lo que todas las Jerarquías de ángeles querían — Remiel, quien había llegado a ese lugar convencido del destino que le esperaba, finalmente comenzaba a quebrarse —. Padre te amó como a ningún otro ángel, y tú simplemente... No pudiste arrodillarte ante Él. No pudiste ser el hijo que esperaba que fueras, y ante sus ojos todos nosotros solo éramos nada al lado de ti.

— ¿Esperas que sienta pena por ti? — Preguntó burlón —. No es culpa mía que el amor de tu querido Padre tenga un precio, y culparme de las decisiones que tú tomaste no hará que venga a salvarte.

—Ya lo sé — respondió con pesar —. Maldición, claro que lo sé. ¿Quién vendría a un lugar como este por alguien como yo?

Samael ejerció presión en la cadena que rodeaba el cuello de Remiel. El arcángel emitió un gemido que se apagó en el instante que sintió el metal quemando más su piel.

— ¿No es eso irónico? Te salvó una vez, y cuando finalmente obtuvo de ti lo que quiso, simplemente te desechó.

No había manera en la que Remiel pudiera rebatirlo, porque desde el comienzo, el rumbo de las cosas lo había llevado a estar en ese lugar. Y quiso estar molesto, quiso sentir la misma rabia que el Diablo sentía por Dios, pero estaba demasiado adolorido y cansado para eso, y lo único en lo que podía encontrar consuelo, era en que todo lo que había hecho hasta este momento, había sido parte de algo grande.

Al menos, en algún momento, la Legión de Ángeles y Dios reconocerían que Remiel, aquel al que proclamaron «Traidor», se había sacrificado a sí mismo para lograrlo. Y esa sería su recompensa, ¿no es así?

—Esto no va a terminar bien — el arcángel expresó, agotado —. Sabía que no iba a terminar bien para mí, pero tampoco lo hará para ti.

—Estás muy seguro de eso.

—Todo esto va más allá de ti o de mí — acotó —. Lo que hagas conmigo no va a cambiar lo que ya está hecho — levantó la mirada, con absoluta certeza de lo que dijo después en una lengua que el Rey del Infierno entendía demasiado bien; la de los demonios —: Tú vas a perder.

Tras escucharlo, Samael tomó el rostro de Remiel y lo miró fijamente; el arcángel quiso alejarse, pero las cadenas se lo impidieron.

—Repítelo — demandó.

—Toda... esa rabia que tienes... — jadeó —. ¿Crees que matándome... hará que desaparezca? — Intentó respirar, tomar algo de aire, y aunque el agarre de Samael se lo dificultaba, no se detuvo —. ¿Crees que todo... va a mejorar?

— ¿Matarte? Por supuesto que he querido hacerlo desde hace eones — Samael habló a regañadientes —. Pero tú mereces algo peor.

El Rey del Infierno soltó al arcángel, y este finalmente logró respirar un poco. De un momento a otro, las cadenas en sus muñecas cayeron al suelo emitiendo un ruido metálico. La que rodeaba su cuello se mantuvo firme. Entonces, Remiel se dio cuenta de que la debilidad que sentía había desaparecido un poco, pero a pesar de eso, no tenía la fuerza suficiente para defenderse; las heridas que había obtenido al quitarle a Lucas la marca seguían frescas. Incluso si intentaba hacer un movimiento, no había manera en la que pudiera mantener un ritmo para luchar contra Samael.

— ¿Qué... qué haces? — Se alarmó, cuando Samael colocó la mano extendida sobre su cabeza.

— ¿Sabes lo doloroso que es arrancarle las alas a un arcángel? — Preguntó —. Son una parte vital, y hay una fuere conexión con ellas que es difícil de describir.

Samael hizo que Remiel se pusiera de rodillas, luego, se situó detrás de él y colocó las manos sobre las alas del arcángel, muy cerca de su raíz.

—Te dije que iba a arrancarte estas alas con mis manos.

Lo siguiente que Remiel sintió, fue cómo sus alas eran arrancadas a un ritmo tan lento que gritar casi destruye sus cuerdas vocales.

Sentía la sangre líquida bajando por su espalda, pero el dolor experimentado superaba cualquier otra sensación que hubiese tenido jamás. Ni siquiera lograba pensar en nada, su mente estaba completamente en blanco, adormecida por el suplicio que Samael le estaba proporcionando, porque la acción que llevaba a cabo se sentía eterna, y no le permitía a su hermano sentir un poco de paz.

No obstante, escuchar los gritos y súplicas de Remiel, para Samael parecieron no ser suficientes, y asegurándose de que el arcángel no dejara de sentir ese dolor un solo segundo, lo sometió a algo que, para Remiel, fue todavía peor; una de las manos de Samael se situó en su coronilla, y murmuró un par de palabras que Remiel no logró escuchar por encima de sus gritos.

Algo de lo que muy poco se hablaba, era que el Rey del Infierno tenía la capacidad de buscar entre las memorias de cualquiera su culpa más grande y sacarla a la superficie. Comúnmente, esas culpas eran los motivos por los que ciertas almas terminaban en el Infierno, y Samael las usaba a su favor para hacerles revivir esa culpa de la peor manera posible.

Y lo que apareció frente a Remiel cuando Samael apartó la mano, fue su culpa más grande: Florence de Berteau estaba frente a él, mirándolo con una sonrisa de satisfacción, repitiéndole una y otra vez: "Esta bruja que te amó tanto va a ser tu pesadilla el resto de la eternidad. Yo soy tu Infierno, mon amour."

Remiel le gritó que se callara, y también intentó buscar en aquella ilusión a alguien que lo ayudara, que detuviera el dolor de sentir cómo sus alas estaban siendo arrancadas por el Diablo, pero ella no lo escuchó, se limitó a mirarlo y repetirle una y otra vez lo mismo, como una letanía, y cuando finalmente las alas de Remiel terminaron tendidas en el suelo, cubiertas de sangre y suciedad, sus gritos apagados se entremezclaron con las risas de la mujer que alguna vez traicionó.

El arcángel, superado por el dolor, estuvo a punto de derrumbarse en el suelo, pero Samael sostuvo su cabello con fuerza y lo detuvo; lo hizo echar la cabeza hacia atrás, y se acercó a su oído para susurrar:

—Abraza ese dolor que acabas de sentir, Remiel, porque volverás a sentirlo el resto de la eternidad — prometió.

En un principio, el dolor que sentía hizo que Remiel no comprendiera del todo las palabras de Samael, hasta que, cuando el Diablo se marchó, el arcángel volvió a estar de rodillas, con sus alas siendo arrancadas una, y otra, y otra vez...







***









Uno de los días que el Rey del Infierno tenía más grabados en su mente, fue aquel en el que hizo el intento de enseñarle a Lucas a usar una espada, y que al final, concluyó con algo completamente diferente.

No obstante, debido a las circunstancias recientes, aquel día estaba grabado en la mente de Samael como si estuviese tallado en piedra, pues incluso recordaba con gran detalle las expresiones de Lucas, el tacto de su piel bajo su mano, sus respiraciones agitadas y la manera en la que pronunciaba su nombre en medio de gemidos muy bajos.

En ese entonces, Lucas había dejado el alcohol por decisión propia. Por darse cuenta de que, de pronto, comenzaba a beber más que un poco, y sin embargo, se veía ebrio debajo de Samael; su cara estaba caliente, sus ojos llorosos, y se reía. Tenía la sonrisa más deslumbrante, y verlo hacía sonreír a Samael, porque por fin sentía que estaba haciendo las cosas bien con él.

Por fin sentía que lo estaba haciendo feliz.

Dijiste que me enseñarías a usar una espada, y en lugar de eso te pusiste duro cuando puse el filo en tu cuello — comentó el mortal ese día, pasando suavemente la yema de sus dedos por el cuello de Samael —. No sabía que te excitaban esas cosas.

El Rey del Infierno soltó una risa, y recorrió la cintura de Lucas con su mano.

Vamos, LuLu, como si no supieras lo adorable que te ves intentando molestarme.

Lucas estaba sobre él, con los brazos entrelazados sobre su pecho y la barbilla descansando encima su mano. Sus piernas, por otro lado, no tenían fuerza para levantarse, pues además del duro entrenamiento al que Samael lo había sometido, también se enfrascaron en otra actividad muy agitada que lo había dejado completamente agotado.

¿Te gusta hacer esto conmigo? — Las palabras salieron de la boca de Lucas antes de que siquiera pudiera procesarlas.

Samael sonrió, sin comprender por qué de repente le preguntaba algo como eso.

No obstante, ni siquiera el mismo Lucas sabía por qué había soltado eso en un momento así, pero tenía la repentina necesidad de saberlo, de comprender por qué con ninguna otra persona se había sentido amado en el aspecto romántico hasta ese grado, de entender por qué un ser como Samael —cuya simple naturaleza iba más allá del entendimiento de cualquiera— lo sostenía en sus brazos como si fuera algo muy preciado, y por qué lo besaba como si nunca lo hubiese hecho antes.

¿Esa es la clase de preguntas que sueles hacer después de tener sexo? — Samael inquirió, en un tono burlón, aunque también sorprendido por escuchar una pregunta así viniendo de Lucas.

Imbécil — el mortal le reprendió, soltando una risa baja. Luego, descansó la mejilla sobre su mano, esperando que Samael no notara que se sentía ligeramente avergonzado por haberlo preguntado —. Es solo que sigo un poco sorprendido por todo esto. Digo, he salido con muchas personas pero esto es... nuevo.

Ya veo — masculló, pasando sus dedos entre su alborotado y suave cabello —. Vas a decirme que jamás se te cruzó por la cabeza que el Diablo iba a enamorarse de ti.

Dudo mucho que a alguien se le cruce por la cabeza algo como eso, Sami — apuntó —. Aunque, en parte, me pregunto cómo no me di cuenta antes si tienes todos los perniciosos atributos que solo un demonio tendría.

Cariño — Samael tomó su mentón para hacerle levantar un poco la cara. No pudo evitar maravillarse viendo ese hermoso color verde en los ojos de Lucas —. ¿Cómo ibas a notarlo si estabas demasiado ocupado follando conmigo?

El mortal arrugó la nariz.

Me estoy arrepintiendo de no haberte cortado el cuello.

¿Quieres intentarlo de nuevo? — Mientras hablaba, hizo que sus manos descendieran por la espalda baja de Lucas, como una forma de hacerle saber que había altas probabilidades de que su entrenamiento concluyera de la misma forma.

No sé — vaciló —. Convénceme. — Tuvo que morderse el labio inferior para no sonreír.

¿Vas a hacérmelo difícil?

¿Cuándo te lo he hecho fácil?

«Sí», una vocecita decía en su cabeza, «este es el mortal por el que darías cualquier cosa».

Y aún no me has respondido — Lucas le recordó.

Sí, Lucas, me gusta — Samael admitió, dándole un corto beso en los labios —. Me gusta más de lo que debería.

Lucas sonrió, sin saber por qué eso, de alguna forma, lo hacía sentir aún más satisfecho.

A mí también — murmuró.

Escucharlo hizo que el corazón de Samael palpitara con fuerza, y reconoció para sí mismo, que aquello, el simple hecho de tener a Lucas así de cerca, era mejor que el Paraíso del que fue expulsado. Ese mortal podría pedirle el mundo entero y se lo daría. Podría pedirle que destruyera el Infierno y no se lo pensaría dos veces. Podría pedirle que se arrodillara y no lo cuestionaría, de eso no tenía ninguna duda.

Te quiero, Sami — Lucas susurró, como si sencillamente fuera un pensamiento que necesitaba poner en palabras.

Ya no me conformo con eso, cachorrito.

¿Quieres escuchar que te amo?

Yo te amo a ti.

Samael conocía muy bien a Lucas. Quizás lo conocía mejor de lo que se conocía a sí mismo; sabía las cosas que le encantaban y las que odiaba. Sabía que era muy sensible y también muy orgulloso. Y había aprendido a deducir su estado de ánimo a través de sus gestos, porque después de tanto tiempo, finalmente se habían quedado grabados en su memoria.

Y sin embargo, sentía que había perdido todo eso en un par de días, que esa esencia que sólo reconocía en Lucas... Ya no estaba ahí.

Los días que parecieron ser demasiado buenos, se redujeron a un vaivén de conflictos con los que Samael no sabía cómo lidiar; por supuesto que había notado que el mortal, de repente, lo evitaba. Habían pasado días en los que apenas podía cruzar una palabra con él porque Lucas siempre encontraba una excusa para evitarlo, y estas excusas siempre radicaban en algo en lo que Samael no podía entrometerse: su trabajo.

Desde el principio, Lucas dejó en claro que sus objetivos principales no estaban en vivir un romance, y no tenía que decirlo en voz alta para que Samael lo entendiera. Su trabajo, por lo tanto, era algo en lo que siempre intentaba trazar una línea que no debía cruzar, y Lucas la estaba usando para no tener que verlo, porque desde que Remiel había corrompido su alma, bueno... Lucas sentía que algo había esclarecido su vista, y no podía evitar abrazar el pensamiento de que Samael era el origen de todos sus problemas.

No obstante, Samael creyó que con tener encerrado a Remiel en un bucle eterno en el Infierno, los problemas comenzarían a reducirse, pero lo cierto es que, al final de todo, eso no importó en absoluto.

El Rey del Infierno esperaba que sucedieran muchas cosas cuando regresara al Plano Terrenal, pero ninguna tenía que ver con tener esa vista de Lucas con un frasco de Ambrosía en las manos.

Para empezar, se suponía que Samael visitaría a Lucas para poder hablar con él, para intentar comprender el porqué de su rechazo constante, por eso, luego de dejar a Remiel encerrado en el Infierno, lo primero que hizo fue ir a casa de Lucas; iba a ser la primera vez que cruzaría ese límite, que se presentaría ante el mortal a pesar de sus deseos de no verlo, pero lo necesitaba... Ambos lo necesitaban, y en ese momento no le importaba que Lucas pensara que sus motivos eran egoístas, porque Samael sabía que el mortal no estaba bien, y si solo seguía cediendo ante sus rechazos, nada iba a mejorar.

Sin embargo, cuando Samael estuvo frente a la puerta, su primera acción no fue tocar y esperar por una respuesta; sentía el aura de un arcángel viniendo dese adentro, así que, simplemente, entró.

Sin poder evitarlo, todo su cuerpo entró en una especie de pánico que adormeció sus brazos cuando vio la escena frente a sus ojos.

El Diablo sólo había experimentado los sueños una vez desde su creación, pero el concepto de «pesadilla» no lo había vivido hasta que vio al mortal que más amaba sostener en sus manos lo que más odiaba en todo el mundo.

— ¿Qué... qué haces? — Preguntó, pasando por alto la presencia de Metatrón, pero, ¿cómo iba a fijarse en él cuando Lucas parecía estar dispuesto a beberse ese frasco de ambrosía?

El mortal tenía los ojos llenos de lágrimas, y veía el frasco como si no existiera ninguna otra cosa en el mundo, pero al escuchar la voz de Samael desde la puerta, levantó la cara y se encontró con una expresión de miedo que no fue capaz de hacerle replantearse lo que estaba a punto de hacer.

Esa, eventualmente, era una de las otras tantas cosas que Lucas no lograba entender; sabía que una parte de él habría soltado ese frasco y se deleitaría viéndolo hacerse pedazos en el suelo, pero no encontraba esa parte perdida. No la sentía. Era como si ese Lucas fuese una versión completamente diferente a la que Samael tenía frente a sus ojos.

Y aun así, lo que resultó aún más extraño, fue que, mecánicamente, ladeó la cabeza para encontrar apoyo en el arcángel que le había dado la ambrosía, pero Metatrón se había esfumado.

—Lucas... ¿Qué estás haciendo? — Insistió, dando pasos cuidadosos hacia él.

No sabía cómo proceder, porque con cada paso que daba, Lucas parecía estar más convencido de lo que hacía.

Pero, a pesar de todo, Lucas solo pudo decir una cosa:

—Siempre supiste que Román hizo un trato con un demonio y por eso mi madre murió, ¿no?

Samael se tensó; comenzaba a darse cuenta de dónde venían sus decisiones.

—Es algo que debías escuchar de tu papá.

—Por supuesto — dijo —. Siempre tienes una excusa para todo.

—No es una excusa — rebatió —. Román debía asumir la responsabilidad por eso. Nadie lo obligó a hacer un trato con un demonio.

El mortal emitió una risa llena de sarcasmo.

— ¿Y qué hay de cuando intentaste comprarme? — Preguntó.

Samael abrió la boca para decir algo, pero, ciertamente, era algo que no podía negar; desde que Román llamó a Lucas para hablar con él, imaginaba que algo así podría suceder, pero había olvidado ese oscuro momento en el que le ofreció a Román Allué darle cualquier cosa a cambio de su hijo.

—Lucas...

— ¿Qué? ¿Vas a decirme que eso también era responsabilidad de Román?

La decepción que vio en los ojos de Lucas se sintió como si algo dentro de su pecho comenzara a perforarlo.

—Escúchame...

— ¡No! — Gritó, y aunque había mantenido la calma hasta ese momento, el mortal comenzaba a romperse —. Estoy cansado de esta mierda. Desde que te conozco... todo solo ha ido empeorando — comenzaba a exaltarse —. Dios, los ángeles... El Infierno... No puedo con eso... No quiero nada de esto, solo... Solo quiero que mi vida sea como antes.

— ¿Antes de mí? — Inquirió, temiendo escuchar la respuesta.

—Sí.

Samael no creía que escuchar algo así se sentiría como perder una parte de sí mismo, y deseó que todo aquello solo fuera un mal sueño.

— ¿Esa es la razón por la que me has estado evitando? — Preguntó con calma, creyendo que ninguna respuesta podía ser peor.

—No soporto estar cerca de ti.

El Rey del Infierno se pasó una mano por el cabello. No quería seguir mirando a Lucas. No podía. Le dolía ver esa expresión de cansancio, ese aspecto derrotado... Pero también temía que, en cuanto apartara la mirada, es frasco de ambrosía quedara vacío.

—No sé...— Carraspeó; un nudo se había instalado en su garganta —. No sé qué es lo que te sucede, pero esto no suena como tú — comentó —. Tampoco sé lo que te dijo ese estúpido arcángel, pero...

—Él me dijo todo lo que tú nunca te atreviste a decirme — lo interrumpió —. Y todo esto... ángeles, demonios... No quiero ser parte de eso.

—Puedo arreglarlo — dijo Samael, acercándose más a él —. Haré lo que sea para solucionarlo, voy a encontrar una manera, solo... Por favor, no bebas eso.

— ¡No! — Exclamó, dando un paso atrás —. ¿Por qué no eres capaz de entenderlo? Yo no...

— ¡Porque te amo y no quiero perderte! — Gritó —. Eres tú quien no lo entiende. Haría cualquier cosa, lo que sea. Mataría a legiones de demonios y ángeles solo para que tú estés bien. No dejaré que nada te pase otra vez. No voy a cometer ese error otra vez...

— ¡Pero esto no es lo que yo quiero!

Samael sentía los latidos de su corazón retumbando dolorosamente en su pecho porque finalmente pudo ver la desesperación de Lucas, y lo mal que estaba debido a él.

— ¿De verdad estás convencido de hacer esto?

Lucas asintió.

—No dejaré que lo hagas.

—No me...

—Lo haré yo — determinó —. Solo... Dame algo de tiempo.

Lentamente se acercó a Lucas para quitarle ese frasco de las manos. Su tacto era tan frío que un estremecimiento recorrió su cuerpo.

— ¿Para qué?

—Sabes lo que hace esto, ¿no? — Inquirió, señalando el frasco con un movimiento de cabeza.

Lucas asintió una vez más.

—Si es tu deseo sacarme de tu vida, no debe existir nada que me ate a ti — explicó —. Porque si hay algo, por mínimo que sea, no tengas ninguna duda de que volveré a tu lado.

— ¿Será así de fácil?

—Nunca he hecho nada que no quieras, cariño — Samael se permitió acunar en su mano la mejilla de Lucas, y maravillarse en esos ojos verdes llenos de lágrimas —. Vas a hacerme romper una promesa — murmuró con la voz rota, sin darse cuenta que de sus ojos las lágrimas habían empezado a salir.

Lucas contuvo la respiración; nunca había visto llorar a Samael.

— ¿Por qué? — Preguntó en un susurro.

—Porque te prometí que no me iría.

Lucas tensó la mandíbula.

—Yo quiero que lo hagas.









***







En un tiempo muy atrás, a Samael Estrella de la Mañana no le habría importado tener que renunciar a un mortal.

Se había cruzado con cientos de humanos desde que puso un pie en el Plano Terrenal, y a excepción de Killian, ninguno había sido tan trascendente como para que deseara algo más, y todavía que el renunciar a ellos le doliera tanto como le dolía tener que dejar a Lucas, pero aun en contra de sus propios deseos, sabía que Lucas nunca iba a estar bien si Samael seguía interfiriendo.

Odiaba la idea de tener que dejarlo, de que las palabras de Remiel terminaran siendo ciertas: «Tú vas a perder», pero al ver a Lucas en ese estado, con toda esa frustración contenida y esa mirada en sus ojos que le gritaba «Todo lo malo que ha pasado en mi vida, comenzó cuando te conocí», tuvo la fuerte sensación de que, por más que se esforzara, por mucho que intentara hacerlo feliz, la Legión de Ángeles siempre encontraría la forma de interferir y hacer que todas estas dudas que Lucas albergaba, regresaran a él una y otra vez.

Así pues, desde el último día que se vieron, Samael lo había pensado mucho. Había evaluado todas sus posibilidades y determinó que, en su entorno, no confiaba en nadie más que en Lucas, y no habría deseado nada más que darle su Sello a él, pero el mortal ya tenía demasiados problemas, y todavía podía escuchar su voz reprochándole que todo en su vida se había desmoronado cuando lo conoció, por eso supo que la única manera —la más segura— de que ese Sello pudiera llegar a las manos correctas, solo podía ser a través de la persona en la que Lucas más confiaba: Alexander.

El único concepto que Samael tenía de él, de hecho no era nada malo. No le agradaba del todo, pero reconocía que eso sólo era algo más personal, y fuera de eso... Bueno, la Legión de Ángeles no le prestaba atención a Alexander porque no lo veían como un peligro, y eso ya era una gran ventaja.

No obstante, aunque Alexander no esperó recibir un mensaje de Samael diciéndole que quería hablar con él en un lugar privado, lo que más le sorprendió fue que, más que un encuentro social, se debía a algo mucho más delicado.

Así pues, Samael le pidió encontrarse con él en el HADES apenas entrada la tarde; antes de eso, tenía que resolver varías cosas, pues no quería dejar nada a la casualidad y, por supuesto, no podía tener nada que representara un motivo para regresar al Plano Terrenal.

—No tiene mucho que compró este lugar, apenas hará un año y está en su mejor momento — le dijo el hombre frente a él, quien se había encargado de la administración del HADES desde que Samael lo compró —. ¿Está seguro que quiere venderlo?

Al Diablo le pareció una pregunta muy estúpida; el HADES fue el lugar en el que conoció a Lucas por primera vez, y lo había comprado por esa única razón, así que, en definitiva, venderlo no estaba en sus planes próximos, ni siquiera lo estaba en los futuros, pero el mortal había sido muy claro con él, y si Samael conservaba el HADES, sabía que, de alguna u otra forma... las cosas terminarían de la misma manera.

—Estoy seguro — respondió.

—Podría reconsiderarlo — el hombre insistió —. Este lugar es el bar más concurrido de la ciudad, venderlo en este momento sería...

—No me importa. Solo hazlo.

La convicción con la que habló, no le dio oportunidad a aquel tipo de seguir insistiendo, aunque aún si lo hubiese hecho, ninguno de los motivos habría sido suficiente, porque Samael no compró el HADES esperando que se convirtiera en un lugar muy popular; sus intenciones habían sido claras desde el principio, y ahora... Ya no tenía razones para conservarlo.

Cuando el hombre se marchó, el Diablo sacó el frasco de ambrosía que llevaba en el bolsillo de su pantalón. Era muy pequeño en la palma de su mano, y pensó que sería tan fácil hacerlo pedazos... pero tuvo que contenerse de hacerlo.

Lucas había sido muy claro con él, y aunque todavía esperaba que lo llamara diciendo que estaba arrepentido y que no había pensado bien las cosas, sabía que eso no iba a suceder.

—Hola — Alexander saludó cuando abrió la puerta para entrar, pero Samael no respondió. Tampoco se molestó en mirarlo, solo se limitó a guardar ese pequeño frasco nuevamente —. Uhm... Me... — carraspeó —. Me sorprendió que quisieras hablar conmigo, ¿todo está bien?

— ¿Castiel sabe que estás aquí? — Samael preguntó, ignorando su pregunta.

¿Cómo iba a estar bien? ¿Cómo iba siquiera a pensar en estarlo?

—No lo he visto en todo el día — Alex respondió —. Parece que las cosas en el Cielo no están muy bien.

El Rey del Infierno, que había estado sentado en el sofá desde hace un rato, se puso en pie.

—Vamos afuera — indicó.

Alexander caminó detrás de él fuera del HADES. Podía percibir el estado de ánimo de Samael con tan solo verlo, y aunque quiso preguntarle una vez más si todo estaba bien, no fue capaz de decir nada.

En el exterior, el clima era cálido y las calles estaban vacías. Durante varios minutos, ninguno dijo nada, solo estuvieron de pie el uno al lado del otro hasta que Samael, sin decir una palabra, le entregó algo a Alexander.

— ¿Qué es esto? — Alex vio con el ceño fruncido el objeto que Samael puso sobre la palma de su mano.

Se trataba de un collar de plata del que colgaba un pequeño símbolo. Apenas medía tres centímetros.

—Cree este Sello cuando era un arcángel — respondió, pero sus palabras no significaron nada para Alex; Samael olvidaba muy a menudo que el mundo celestial era, en ocasiones, demasiado complejo para los humanos —. Un Sello es un objeto divino que sólo puede ser forjado en el Paraíso. Los arcángeles crearon los primeros Sellos en el inicio del tiempo, como una forma de contener cierta parte de su poder. Cada Sello es poderoso a su propia manera, algunos incluso pueden ser letales.

Alex, sorprendido, mantuvo los ojos puestos sobre esa cadena que permanecía en su mano. No podía creer que algo tan pequeño y de apariencia insignificante pudiera ser tan antiguo como la Tierra.

—La función principal de este Sello es invocar conocimiento teológico — añadió —. Es capaz de hacerte ver la verdad sobre Dios, el Paraíso y los ángeles. También puede funcionar como un Sello protector, pero en ese aspecto no es tan fuerte como el del arcángel Metatrón.

Para los arcángeles, cualquiera de los Sellos era sumamente importante, pero el Sello de Samael lo era todavía más porque tenía la capacidad de mostrar todo lo relacionado al Paraíso —y en especial de Dios— como realmente era. Samael quiso usarlo hacia mucho tiempo para que algunos Profetas de Dios vieran la verdad de la deidad a la que servían, y los arcángeles no estaban muy de acuerdo con eso.

— ¿Por qué me lo das a mí? — Fue lo siguiente que Alex preguntó.

—Eres lento, ¿no? — Samael inquirió, alzando una ceja —. Eres la persona en la que Lucas más confía.

— ¿Y eso es suficiente para darme algo que, según dices, es muy poderoso?

—Lo es para mí — contestó.

—Podría no ser una buena idea... Yo no sé mucho sobre estas cosas.

—Lo sé — dijo —. Sin embargo, no puedo dárselo a nadie más, y no puedo irme sin asegurarme que Lucas estará bien — hizo una pausa, y luego añadió —. Eso incluye al supuesto niño.

Alex había escuchado de Castiel que la Legión de Ángeles trataba el tema de «el niño que será creado a partir de las alas que Luzbel perdió en el Paraíso» con absoluto cuidado, y que había sido la razón principal por la que los arcángeles hacían lo posible por regresar a Samael al Infierno.

Al parecer, tenían la fuerte teoría de que, si Samael conocía a ese niño, ambos formarían un vínculo muy fuerte que alejaría al niño de su verdadero propósito: servir al Paraíso, y que el Diablo lo usaría para sus propios fines.

—Ese tema del niño es lo que tiene al Cielo hecho un lío, ¿no? — Alexander aventuró.

—En gran parte — admitió —. Por un tiempo quise creer que solo era un capricho de mi Padre para fastidiarme, pero con toda la mierda que ha hecho últimamente, sé que se lo está tomando muy en serio — dijo, mientras ladeaba la cabeza para mirar a Alexander —. Sin embargo, con ese Sello al menos tengo la certeza de que ese niño podrá ver la verdad.

— ¿Sobre qué?

—Todo — respondió —. Mi Padre hará lo posible para que cumpla aquello para lo que se supone que será creado, pero no quiero que una parte de mí sea condenada de nuevo — confesó —. Con el Sello podrá ver la verdad. De los ángeles, de los demonios, de mí... Tiene que verlo todo con sus propios ojos.

— ¿Y eso en que te beneficia a ti?

— ¿Crees que lo hago esperando obtener una ventaja?

—Oh... Mm... Bueno...

—No seas idiota — gruñó —. No lo hago por mí. No espero obtener un beneficio de esto. Conozco a Lucas, y sé que amará a ese niño como a nadie más en el mundo — comentó —. No quiero que nadie le arrebate lo que más ama, y no quiero que su hijo esté sujeto a los caprichos de un Dios iracundo.

— ¿Aunque sea creado para eso?

Samael rio con absoluta ironía.

—Lo van a encadenar a un propósito — enfatizó, alzando la voz —. Lo crearán para quitarle su libre albedrío, y Dios no quiere que decida por sí mismo su propio futuro. Cuando Lucas me contó como imaginaba a su hijo, dijo que quería que fuera feliz, y no lo será si lo convierten en un esclavo.

Alex comprendió sus razones, y aunque no era su intención, le fascinó ser testigo de cómo el Diablo terminó rendido y dispuesto a todo por su mejor amigo, tanto que ahora estaba recurriendo a él para asegurarse de que Lucas estará bien, aunque Samael no esté con él.

No obstante, se dio cuenta de que lo que Samael le estaba pidiendo no era cualquier cosa, y no se sentía tan capaz de mantener ese Sello tan a salvo.

— ¿Por qué no se lo das a Cas? — Opinó, intentando lograr que Samael notara lo que para Alex era muy evidente: alguien que no sabía mucho de objetos celestiales, no sería un buen guardián —. Él podría cuidarlo mejor que...

—No confío en Castiel — sentenció, interrumpiéndolo —. La Legión de Ángeles lo tiene atado de manos. Si saben que tiene mi Sello, no lo dejarán en paz, y todo esto no habrá servido de nada.

— ¿Y qué te asegura que estará a salvo conmigo? Yo no... No sé nada de estas cosas...

—No tienes que saberlo — le aseguró —. El Sello está inactivo, por eso los ángeles no han podido rastrearlo. Y tú, por supuesto, no tienes idea de cómo usarlo. Eso es un seguro para mí de que no harás algo estúpido.

Aunque no lo dijo —pues estaba seguro de que Alex no lo entendería completamente—, también pensó en dárselo a Lilith, pero nada le aseguraba que ella haría que el Sello llegara a donde debía, y así como él, Lilith podía ser muy impredecible.

Aunado a eso, la Diosa madre actualmente estaba muy ocupada haciéndose cargo de Casandra de Troya, y según sus propias palabras «prepararla para situaciones más graves que perder el don de los Profetas».

Por su parte, Alexander frotó su frente, pensándolo.

—Me estás metiendo en una situación difícil — expresó —. Algo me dice que Cas tampoco puede saber que tengo esto.

—No tendrás que esforzarte mucho — acotó —. Como dije, el Sello está inactivo. Ante los ojos de cualquiera, sólo es un simple collar.

Sus palabras, para Alex, no representaron ningún consuelo.

—De todas formas, no quiero tener que ocultarle esto a Castiel, pero sobre todo, no quiero ocultárselo a Lucas — admitió —. Todavía me siento culpable por no decirle quién eras.

—Sabes que si lo hacías eso no iba a terminar bien para ti, ¿no?

Alexander encogió los hombros.

—Quizás debí correr ese riesgo — suspiró —. No sé. A pesar de que Lucas dijo que estaba bien, sé que le sigue molestando que no le dijera nada.

El Rey del Infierno nunca tuvo seres cercanos a los que considerara «amigos». Para él, las relaciones sólo funcionaban de una forma, y siempre debía existir un beneficio. Con Lucas logró comprender mejor lo que era la reciprocidad. Y aunque de todos sus hermanos sólo logró conectar realmente con Castiel, ahora su relación fraternal estaba muy fracturada.

—Debí decírselo yo. Evadí esa responsabilidad y solo logré que todo empeorara — dijo, esperando que eso aliviara, al menos mínimamente, las dudas de Alexander —. Sin embargo, no imaginé que llegaríamos a tanto. Su personalidad y la mía son ambivalentes, y aun así, él se convirtió en lo más valioso para mí — chasqueó la lengua —. Después de hoy no sé qué va a pasar. Lo único que espero es que Lucas esté bien.

Había sinceridad en su voz, y Alexander sopesó que realmente estaba siendo muy difícil para Samael.

— ¿Puedo hacerte una pregunta?

Samael asintió.

— ¿Por qué accediste a hacer esto tan fácilmente? ¿Es porque Lucas te lo pidió? — Cuestionó —. Porque, digo, considerando tu personalidad... Creí que lo intentarías un poco más.

—Lucas no está bien — respondió —. Cuando fui expulsado del Paraíso, mi Padre puso una maldición en mí para atarme al Infierno, y me confié porque esa maldición no estaba afectando a Lucas, pero no sabía que la marca que puse en él era lo que lo estaba protegiendo hasta que Remiel se la quitó, y... — inhaló —. Bueno, la última vez que vi a Lucas, no estaba bien, en ningún sentido.

Samael se llevó una mano a la frente y cerró los ojos. El nudo en su garganta era tan doloroso que no pudo decir una palabra más; pero recordar el aspecto que Lucas tenía la última vez que lo vio, era como revivir una pesadilla una y otra vez.

—Lo cuidaré — Alex prometió, asegurándose de decirle entre líneas que eso también incluía a Lucas.

Samael asintió y, sin decir nada más, pero sintiéndose un poco más tranquilo de escucharlo, se dio la vuelta para irse.

En cuanto dio los primeros pasos, Alex lo detuvo para hacer una última pregunta:

— ¿A dónde irás?

—Lejos.

Alexander rápidamente le dio un significado a esa palabra, y observó el Sello en su mano. Todavía no lograba dimensionar que un objeto muy poderoso ahora estaba bajo su cuidado, pero estaba seguro de que lo haría llegar a las manos correctas, aunque aún faltaba mucho para eso.

—Una cosa más — escuchó la voz de Samael y Alexander levantó la cara.

El Rey del Infierno de nuevo lo miraba, y Alex sintió un ligero escalofrío al reparar en que sus ojos eran de un tono rojo muy intenso.

— ¿Qué?

—Jamás, bajo ninguna maldita circunstancia, pienses en hablarle sobre mí — advirtió —. No quiero que de tu maldita boca salga mi nombre en su presencia. ¿Lo entiendes?

Alexander asintió, y eso fue suficiente para que Samael se diera la vuelta y se marchara, dejándolo solo.

Esa fue la última vez que Samael estuvo el HADES.







***







El Diablo nunca se consideró sentimental.

Existían muchas versiones de él que no solo lo apuntaban como el mal encarnado, sino que cada versión podía llegar a ser peor que la anterior, y aunque el Diablo reconocía que «bondad» no era una palabra que estuviese escrita dentro de la infinidad de características que se le atribuían, tampoco le representaba ningún problema.

Sabía quién era. Sabía quién le regresaba la miraba cuando veía su reflejo en un espejo, pero hace tiempo había aceptado que le gustaba más quién era cuando Lucas lo veía.

Eso pensaba mientras estaba en el sofá del departamento en el que había vivido durante tantos meses; nunca fue un lugar que estuviera lleno de adornos y fotografías, como cualquier hogar mundano tendría, y aunque su simpleza le otorgaba un aspecto de elegancia monocromática, lo cierto es que Samael prescindía de costumbres tan mundanas como los adornos y, en especial, de las fotografías, hasta que al mirar a su alrededor, de repente lo embargó el deseo de tener al menos una fotografía de Lucas.

Lo único que tenía eran los recuerdos y las experiencias que había vivido con él, y los únicos testigos, eran esas gruesas paredes que ahora lo rodeaban y llenaban de un silencio que no podía llenar.

Así pues, solo le quedaba una cosa por hacer: sacó el frasco de ambrosía que había permanecido en el bolsillo de su pantalón y se obligó a apartar esa fuerte necesidad de hacerlo pedazos.

Lo odiaba. Odiaba verlo. Odiaba saber que algo tan pequeño e insulso tenía un poder tan grande, y odiaba que las palabras de Remiel se repitieran una y otra vez en su cabeza.

«Tú vas a perder»

No, no podía aceptarlo.

«Tú vas a perder»

Quizás, todavía podía hacer algo más...

«Tú vas a perder»

Quizás no era demasiado tarde...

«Tú perdiste»

Sí.

Perdió.

El Rey del Infierno destapó el frasco de la ambrosía, e intentó recordar un último momento con Lucas, uno feliz, uno en el que ambos se sonreían el uno al otro, en el que escuchaba al mortal diciéndole que lo amaba...

Samael quería tener un último recuerdo feliz y aferrarse a él tanto como podía, el tiempo que le quedaba... Porque una vez que bebió la ambrosía, todo se volvió negro.







◇◆◇







Una mañana de invierno, el sonido de una alarma despertó a Lucas Allué de lo que le pareció un sueño muy largo.

Abrió los ojos y tanteó la mesita de noche para buscar su celular, luego, apagó la alarma y suspiró, mientras frotaba sus ojos; se sentían hinchados y ardían, como si hubiese llorado toda la noche, pero simplemente lo atribuyó a que, últimamente, el cansancio y estrés del trabajo comenzaban a cobrarle factura porque, ¿qué otra cosa podría ser?

Además, aquel pensamiento cobró fuerza cuando se levantó de la cama para darse una ducha; todavía seguía algo adormilado. Quería regresar a su cómoda cama y dormir un poco más, pero ya no era un adolescente que podía, simplemente, decidir faltar a la escuela, porque...

—Ahora tú eres el profesor, amigo — se dijo a sí mismo cuando se miró en el espejo del baño.

Notó su aspecto cansado, pero a diferencia de días anteriores —que en su mente se veían bastante borrosos—, no se veía enfermo, y físicamente se sentía muy bien. No obstante, se prometió que, en cuanto tuviera oportunidad, se tomaría unas largas vacaciones

Así pues, la ducha lo ayudó a espabilarse y terminar de despertar. Más tarde, continuó con su rutina sin complicaciones; desayunó algo ligero mientras repasaba un libro y hacía un par de anotaciones, y no tuvo tiempo de pensar en ninguna otra cosa hasta que revisó la hora en su celular y se percató de que comenzaba a hacerse tarde.

A pesar de que el clima afuera era bastante gélido, Lucas estaba de muy buen humor esa mañana, y tenía el presentimiento de que el resto del día sería igual, sin embargo, también tenía la fuerte sensación de que algo... faltaba.

No era capaz de decir «qué» precisamente, pero el sentimiento de vacío era ligeramente agudo y le estaba molestando, como cuando perdía algo en su propia casa, o como cuando olvidaba en donde había dejado las llaves de su auto... Esas eran nimiedades que no tardaba mucho en resolver, pero aquella otra sensación le parecía un poco más compleja.

«Quizás olvidé comprar algo» se dijo, y fue suficiente para convencerse de que era eso y nada más porque, de haberse tratado de algo aún más importante, estaba seguro de que, sencillamente, no habría podido olvidarlo.

Luego entonces, durante el camino hacia su trabajo prefirió no pensar en eso; puso un par de canciones de ABBA en el reproductor del auto, y condujo repasando en su mente los temas que tenía programados para sus clases de ese día, además de hacer una lista mental de todo lo que tenía que hacer luego de que el trabajo terminara.

Para él, nada en su rutina había cambiado y, sobretodo, no había nada fuera de lo común, y lo único que alteró mínimamente el orden de las cosas, sucedió durante la hora de receso, mientras estaba en el salón de maestros revisando su celular; tenía llamadas perdidas de su papá que eran del día anterior.

Frunció el ceño y, más preocupado que otra cosa, le llamó.

— ¿Lucas? — Román preguntó al otro lado de la línea.

—Hola — saludó —. Lamento no responder, creo que anoche me quedé dormido.

Pero Román no notó en su voz ningún rastro de la molestia con la que le había gritado la última vez que hablaron. Es más, era como si Lucas no recordara nada de lo que pasó.

— ¿Todo está bien? ¿Pasó algo grave? — Preguntó el ojiverde, motivado por el prolongado silencio de Román.

—Sí, bien — aseguró —. Todo está bien.

—Tengo muchas llamadas tuyas, papá, ¿seguro que estás bien?

Román sintió tanto alivió cuando Lucas lo llamó «papá» que se arrepintió por no haber creído del todo las palabras de Metatrón cuando le dijo que no se preocupara.

—No es nada — mintió —. ¿Quieres comer conmigo más tarde?

—Sí, seguro — accedió.

Más tarde volvió al trabajo, el resto de su jornada continuó con normalidad, y aquella sensación con la que había despertado esa mañana, fue desapareciendo rápidamente hasta que Lucas, finalmente, se olvidó de ella.

— ¡Lucas! — Fernanda lo llamó cuando las clases terminaron —. ¿Cómo estás? — Preguntó, aproximándose a él.

Ella seguía preocupada por el estado en el que Lucas se había ido la última vez que hablaron, pero al verlo nuevamente, lucía tan deslumbrante como el día en el que lo conoció y le dio la bienvenida.

—Bien — Lucas le respondió, sonriente —. ¿Qué hay de ti? Pareces bastante agitada.

—La siguiente semana es temporada de evaluaciones. Hay tantas cosas que debo revisar que me estoy volviendo loca.

— ¿Necesitas ayuda con algo? — Se ofreció —. Aunque no lo creas, no soy tan malo en matemáticas.

— ¿Sabes algo de la regla de l'Hôpital?

—Tampoco soy un genio — bromeó.

Fernanda se echó a reír, y Lucas también.

—Me alegra ver que estás mejor — comentó.

Lucas entornó los ojos.

— ¿De qué hablas?

Por la manera en la que lo preguntó, Fernanda infirió que, quizás, Lucas no quería hablar sobre su repentina visita a la enfermería la vez pasada, y lo entendió; de haber estado en su posición, quizás ella tampoco habría querido siquiera recordarlo.

—Bueno, últimamente te veías bastante... tenso.

—Oh... — murmuró, avergonzado, pero interpretándolo de un modo diferente —. Lo siento. Sé que puedo ser bastante irritable cuando estoy muy estresado, y lamento mucho si te hice sentir incómoda.

—No te preocupes. Sé cómo es tener días difíciles. Creo que estoy en uno de esos — dijo, con una sonrisa —. Aunque deberías ser más cuidadoso contigo mismo, y si necesitas ayuda con algo, estaré encantada de ayudarte.

Lucas estuvo a punto de agradecerle cuando el sonido de su celular se lo impidió; era un mensaje de su padre recordándole que comerían juntos esa tarde.

—Carajo, digo... Perdón — rió de forma nerviosa —. Tengo que irme, ¿podemos hablar más tarde?

—Seguro — aseveró —. Nos vemos.

A pesar de que Lucas intentó llegar con su padre tan rápido como pudo —pues sabía que Román Allué odiaba la impuntualidad—, al final decidió enviarle un mensaje para hacerle saber que llegaría tarde usando como excusa que el restaurante en el que se reunirían se encontraba en un barrio muy concurrido, por lo que tuvo que estacionar su auto un par de calles antes y tendría que caminar.

Para su sorpresa, Román no pareció molestarse por eso, y le respondió diciendo que no se preocupara. Eso, por alguna razón, hizo que Lucas sonriera; su padre nunca había sido tan comprensivo, mucho menos en algo que, según él, se trataba de «tener modales y el mínimo de decencia».

Guardó el celular en el bolsillo de su pantalón luego de leer su último mensaje, y continuó su camino, sin embargo, al levantar la mirada, alguien a lo lejos llamó su atención; caminaba en la dirección contraria, y con cada paso seguían acercándose cada vez más.

El tipo era un hombre alto, de cabello oscuro y ojos avellana. Vestía ropa oscura y su expresión de seriedad llamó la atención de Lucas tanto como lo hicieron sus ojos.

Cuando estuvieron casi el uno frente al otro, Lucas sintió que su pulso se aceleró, como si esperara que aquel tipo, que respondía al nombre de Luzbel, se detuviera frente a él, pero no lo hizo; siguió su camino sin mirar atrás, sin reparar un solo segundo en los ojos verdes de un mortal que lo miraba con curiosidad.

Pero, por otro lado, Luzbel caminaba confundido, preguntándose qué estaba haciendo en el Plano Terrenal, y aquel camino que tomaba en la dirección contraria al mortal, solo era para buscar el regreso al único hogar que conocía: el Infierno.

Aun así, Lucas se detuvo y se dio la vuelta, tan solo quedándose expectante al ver cómo aquel hombre se alejaba. Permaneció así por un par de segundos antes de reanudar su camino para encontrarse con Román.

No supo por qué, pero durante un segundo tuvo la fuerte sensación de que lo conocía, sin embargo, fue un pensamiento que desechó con rapidez, porque de haber conocido a aquel hombre de ojos avellana, estaba seguro de que no lo habría olvidado.



______________

AAAAH, CREÍ QUE ESTE DÍA NUNCA LLEGARÍA, SE VEÍA TAN LEJANO CUANDO COMENCÉ A ESCRIBIR ESTA HISTORIA😭💗

Que no se pierda la bonita costumbre: ¿a qué hora están leyendo este capítulo?👀

No diré mucho porque todavía falta el Epílogo (lo subiré la siguiente semana, resultó ser más extenso de lo que esperaba), pero aquí pueden desahogarse y contarme qué les pareció 💗

Nos leemos en el Epílogo 💛💛

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