Hidromiel. ✔

By itswolowizard

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Luzbel sabía, entre muchas otras cosas, que tenía terminantemente prohibido enamorarse de un mortal. No era u... More

Hidromiel.
Prólogo.
Canto I.
Canto II.
Canto III.
Canto IV.
Canto V.
Canto VI.
Canto VII.
Canto VIII.
Canto IX.
Canto X.
Canto XI.
Canto XII.
Canto XIV.
Canto XV.
Canto XVI.
Canto XVII.
Canto XVIII.
Canto XIX.
Canto XX.
Canto XXI.
Canto XXI (Parte 2)
Canto XXII.
Canto XXIII.
Canto XXIV.
Canto XXV.
Canto XXVI.
Canto XXVII.
Canto XXVIII.
Canto XXVIII. (Parte 2)
Canto XXIX.
EXTRA.
Canto XXX.
Canto XXXI.
Canto XXXII.
Canto XXXII (Parte 2)
Canto XXXIII.
Canto XXXIV.
Canto XXXV.
Canto XXXVI.
Canto XXXVII.
Canto XXXVIII.
Canto XXXIX - Final
Epílogo.
Absenta.

Canto XIII.

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By itswolowizard

Si las palabras de Samael hubiesen sido una metáfora, quizás el destino de aquellos tres tipos que lastimaron a Lucas, no habría sido tan grave.

Estaba enojado. Tanto como no lo había estado en mucho tiempo, y su negativa emoción lo estaba cegando hasta el punto en el que, tan solo por unos segundos, pensó en lo fácil que sería romperle el cuello al tipo que tenía bajo su agarre, pero Samael disfrutaba de extender el dolor y la agonía. Era todo un experto en hacer sufrir a otros y hacer parecer a la muerte como el mayor de los perdones, pero él no sabía de perdón. No lo conocía ni tampoco quería hacerlo, por lo que las súplicas ahogadas que profería el tipo, se le antojaron innecesarias.

En su mente sólo tenía clara una cosa: lo haría sufrir. No de una forma suave. No sería condescendiente ni le daría ningún tipo de consideraciones por ser mortal. Y por supuesto que iba a hacer lo mismo con todos esos mortales que retrocedían a paso lento, intentando escapar del mismo Diablo; sus rostros consternados ante la visión que tenían frente a ellos de un hombre con una mirada que guardaba el Infierno mismo, los estaba enloqueciendo de a poco porque su incredulidad luchaba contra el miedo que su simple presencia les provocaba.

Samael ni siquiera tenía que tocarlos para tenerlos con las extremidades entumecidas y los pies aferrados al suelo, volviéndolos incapaces de correr, y aunque hubiesen podido hacerlo, tenían la certeza de que el Diablo los encontraría. No podían escapar de él.

Aquello era alucinante, pero sobretodo aterrador. Seguramente los tacharían de locos si llegaban a contar lo vivido en aquel pequeño y oscuro callejón, si es que lograban salir de ahí con algo de cordura.

Quizás la furia de Samael se había desatado de una forma muy drástica, pero esperar a que el Diablo mostrara piedad, era una pérdida de tiempo; no le mostró piedad a Judas cuando lo partió por la mitad derramando sus entrañas y bañando Acéldama con su sangre, el mismo campo que compró con las treinta monedas de oro que obtuvo por traicionar a Jesús. Más tarde, lo hizo revivir ese momento una y otra vez hasta que se cansó y se lo entregó a Leviatán para que lo devorara por toda la eternidad.

Si Samael no tenía contemplaciones con un traidor, mucho menos las tendría con quienes habían lastimado a Lucas.

— ¡Amigo, perdóname! — Escuchó lloriquear al tipo —. ¡En serio lo lamento!

—Yo no soy tu amigo — espetó con fingida calma.

El Diablo podía sentir su temor bajo la mano, el tiritar de su cuerpo y reparaba en su piel pálida igual que un cadáver. Su vitalidad, aparentemente, se había consumido y, con ella, la supuesta superioridad con la que se había comportado antes de que Samael llegara.

— ¿Sabes? A mí me gustan las mujeres — expresó, despertando la confusión del tipo —. Carajo, son tan divinas, y tu lamentable especie sigue sin apreciarlas. Deberían valorarlas más, ¿no crees? — El cobarde asintió frenéticamente con la cabeza —. También me gustan los hombres y eso, para ti, parece ser un problema, amigo — hizo énfasis en la última palabra —. ¿Por qué no me insultas como lo hiciste con él? Quiero que todo lo que le dijiste a Lucas, me lo digas a la cara.

—P-perdón — sollozó —. No quise... En serio, lo lamento...

—Llora, implora y grita tanto como quieras. Nadie, a excepción de mí y tus idiotas amigos, van a escuchar como agonizas y me imploras que te mate.

—No me lastimes, te lo sup...

— ¿Lastimarte? — Rio con malicia —. No te atrevas a ofenderme de esa manera. Yo no soy un maldito bufón, y no necesito hacerte ningún rasguño para torcer tu supuesta hombría — gruñó —. ¿Crees que eres el jodido epítome de la masculinidad? Porque lo único que veo es a un cobarde que se está meando de miedo y ya no se siente tan valiente como antes — se relamió los labios, sus ojos destellaron —. Y las almas de los cobardes como tú, son mi comida favorita.

La apariencia de Samael comenzó a cambiar. Su cuerpo reveló las runas que invadían su piel y el tipo sintió que su tacto era caliente hasta el punto de quemar pero, extrañamente, aquel ardor emergía desde adentro.

Los gritos que profirió desde lo profundo de su garganta, hicieron que los otros dos observaran asustados y atónitos cómo su amigo se retorcía de dolor por, aparentemente, nada, pues Samael sólo lo seguía sosteniendo del cuello y no parecía hacer nada más. Tal como había dicho, no le estaba haciendo ningún rasguño, su piel seguía inmaculada, libre de evidencias que demostraran daño alguno.

Lo que ignoraban era que el mismo Diablo le estaba tocando el alma y quería arrancársela del cuerpo. Estaba ansioso por arrebatarle ese suspiro que representaba la línea entre la vida y la muerte. Lo dejaría vacío y devoraría su alma hasta saborear cada una de sus súplicas. Luego haría lo mismo con los otros dos e iba a ser tan jodidamente satisfactorio que les regalaría las sobras a los demonios.

Pero estaba olvidando una cosa.

Beliel había salido del bar luego de darse cuenta de que Samael no estaba por ningún lado y sentir algo oscuro dominando el ambiente. Fácilmente pudo encontrarlo en ese callejón que parecía estar en silencio y fuera de la atención pública, pero al acercarse, vio a Lucas sentado en el suelo batallando por no desmayarse del dolor que había asistido todo su cuerpo. Samael le daba la espalda, pues parecía enfocado en otra cosa y, al acercarse un poco más, comprendió todo.

Por esa razón, se envolvió en aquella vicisitud para recordarle a su hermano que Lucas seguía ahí, intentando mantener los ojos abiertos y esforzándose infructuosamente por prestar atención a lo que sucedía en ese momento.

— ¡Hermano! — Exclamó el demonio, tocándole el hombro para tener su atención.

El rostro del Diablo se había descompuesto y Beliel tuvo la sensación de que podía matarlo tan solo con una mirada.

—El mortal... No se ve muy bien — anunció.

Samael entornó los ojos tras escuchar las palabras de su hermano, pero estaba tan molesto que no podía enfocarse en nada más. Incluso, al abrir la boca para decir algo, se dio cuenta de que no sabía qué decir con exactitud.

—Ve con él — Beliel dijo en su lugar —. Yo no puedo acercarme porque dijiste que el mortal es tuyo, y nadie debe tocar lo que es preciado para el Rey.

Un demonio, precisamente, no se caracterizaba por mostrar respeto por nada ni nadie, pero en el Infierno, Samael no era «nadie». Lo era todo. Era el Rey que lideraba legiones de demonios. Era el ángel caído del que muchos temían tan solo pronunciar su nombre. Debían respetarlo. Habían aprendido a hacerlo y nadie era una excepción.

—Ellos son un problema — gruñó finalmente.

—Yo me ocuparé — se ofreció —. No me he divertido con la carne mortal en un tiempo. Va a ser divertido.

Samael tensó la mandíbula. Su agarre no disminuyó.

—No me escaparé — añadió —. Tienes mi completa lealtad.

—No uses términos que no comprendes, Beliel.

—Entiendo que dudes de mí, yo también lo haría, honestamente — rio —, pero no tengo como irme de este Plano, así que no escaparé — se llevó una mano al pecho —. Lo juro. Ve con el mortal, yo me divertiré mucho con estos hijos de puta.





***







Samael todavía estaba intentando deducir por qué ver a Lucas en ese estado —con el rostro ensangrentado y escuchándolo intentar reprimir sus quejidos de dolor—, lo tenía tan cabreado.

Lo había llevado a su departamento en ese gran edificio de lujo en el que vivía porque no se sintió capaz de llevarlo a ningún otro lugar; el enojo que se ceñía sobre él cada vez que lo miraba, ardía como el jodido Infierno, y la simple idea de dejarlo solo, pronto se instaló en su pecho como una inquietud amarga.

Por fortuna para él, Lucas no opuso resistencia, tampoco expresó ninguna objeción al respecto, pero el chico estaba tan concentrado en su propio dolor y en no dejarse vencer por el desmayo que pelear con Samael por una razón como esa, le pareció sorprendentemente absurdo —y algo con lo que no tenía las mínimas ganas de lidiar—, así que solo se dejó llevar, aferrándose únicamente a la amabilidad que el dueño del HADES le estaba mostrando porque, incluso, aquel moreno con el que se había estado besando, lo abandonó sin remordimiento alguno. No lo culpaba, tampoco cuestionaba sus motivos, no obstante, le dio la sensación de que fungió como la distracción de aquellos imbéciles para que su prosaico amante pudiera huir y pasar desapercibido.

Samael, por otro lado, apareció en el momento justo, y aunque no le gustaba la idea de que alguien más peleara los altercados en los que se metía, el mal golpe que recibió lo dejó lo suficientemente débil como para hacer más grande la desventaja que tenía en contra de tres tipos que descargaban su odio en contra de él.

Desafortunadamente, para Lucas la situación no era nada nuevo; en años anteriores había tenido conflictos similares por cosas tan simples como ir tomado de la mano de otro chico. Muchas veces —en relaciones pasadas— llegó a cuestionarse sobre si era correcto sostener la mano de su pareja cuando iban de paseo por el parque o un centro comercial, y no era porque le avergonzara —de hecho, era alguien en demasía amoroso—, sino porque las miradas y los murmullos no se hacían esperar, y temía que algo saliera mal como esa noche en el HADES.

Ciertamente, cuando decidió salir con ese chico a besarse bajo la escueta luz de un callejón, no se le pasó por la cabeza que representaría un problema tan grave; algo que para él era tan normal, para otros de verdad era visto como una monstruosidad. Era algo hasta ese grado de intolerable que le valió un cuerpo lleno de golpes y un dolor venenoso que se entremezclaba con su orgullo herido.

Siendo así, no expresó queja alguna cuando sintió los brazos de Samael rodeándole el cuerpo para ayudarlo a ir hasta la habitación; al principio su agarre fue brusco, pues Lucas soltó varios «Auch» cada vez que Samael ejercía un poco de presión en las zonas adoloridas, y es que ser delicado no se le daba bien en lo absoluto.

No quería lastimar más a Lucas, pero tampoco sabía cómo tocarlo «delicadamente». Aun así, hizo lo mejor que pudo y se convenció de que en sus manos había algo valioso que no debía dañarse. De esa manera, antes de salir de la habitación logró llevarlo hasta la cama donde Lucas se sentó y recostó la espalda en la cabecera mientras cerraba los ojos y liberaba un suspiro.

La suavidad del colchón bajo su cuerpo, representó un nivel importante de alivio, pues sintió que sus pulmones se abrían afanosamente y que por fin podía respirar. Además, al estar por fin en una comodidad así, todos sus músculos lograron relajarse un poco.

Rápidamente —y luego de varios minutos—, se dio cuenta de que sus recuerdos sobre lo que había pasado luego de que Samael apareciera, eran bastante borrosos; recordaba muy vagamente voces discutiendo, incluso estaba seguro de haber escuchado la risa de alguien, pero no pudo prestar atención a nada de lo que sucedió después de eso, y sus ganas de saber pasaron a segundo plano cuando metió las manos a los bolsillos de sus pantalones y se encontró con un par de monedas y un celular con la pantalla rota.

—Hijos de perra — blasfemó en un susurro; casi todo su dinero se había caído y, pese a que su celular no terminó abandonado en aquel callejón, no se veía en buen estado.

Quiso llorar, pero no de tristeza; sentía impotencia por haberse involucrado en una pelea causada por un simple beso, y no estaba arrepentido por haber intentado defenderse y responder a esos ataques tanto como pudo, pero el sentimiento de que había perdido más con ese intento de alegato, era más fuerte que él, y hacía que el enojo se exacerbara dentro de su pecho con una intensidad dolorosa.

Se llevó una mano a la frente, tomó una bocanada de aire y lo retuvo unos momentos, esperando que, de esa manera, las ganas de llorar no lo dominaran, pues sentía que sus lágrimas serían la victoria de esos que lo lastimaron, y su orgullo ya estaba lo suficientemente herido como para permitirse darles esa clase de satisfacción.

Al abrir los ojos de nuevo, Samael ya se encontraba a su lado sosteniendo un vaso de agua y fue cuando Lucas reparó en que, de hecho, tenía la boca muy seca.

Sin decir nada, el Diablo extendió el vaso que el mortal sostuvo con la mano temblorosa; parecía ser demasiado pesado para él y Samael, rápidamente, lo notó, así que lo ayudó a llevárselo a los labios.

El chico tenía tanta sed que se terminó el contenido de un solo trago, permitiendo que la vitalidad del agua lo ayudara a refrescarse y sentirse mejor. Más tarde, ambos estuvieron en completo silencio, pero Samael no tenía que decir nada para evidenciar su molestia a través de una mandíbula tensada; daba la sensación de que, de tan solo abrir la boca, lo único que soltaría serían maldiciones. No hacia Lucas, sino hacia el hecho de saber que, de haberle prestado un poco más de atención, no habría terminado en ese estado.

Ahora solo quería confiar en que Beliel realmente estuviera haciendo que esos tipos se retorcieran en su propia miseria de la forma más jodida posible. Aunque, si era honesto, lamentaba no poder hacerlo él mismo, pero su interés principal en ese momento, era que Lucas estuviera bien.

— ¿Puedes... prestarme dinero? — El chico preguntó repentinamente, luego de que Samael dejara el vaso sobre la mesa de noche.

— ¿Justo ahora? — Lucas asintió —. ¿A quién le debes dinero? — Samael ni siquiera lo estaba mirando... Se obligaba a no hacerlo y no entendía por qué.

Quizás no quería lidiar con el tumulto de emociones que se arrinconaban en su pecho al ver el rostro de Lucas lleno de heridas y sangre.

Quizás no era enojo lo que sentía... Quizás era una agobiante preocupación que solo había experimentado una vez con una sola persona: Killian.

—No tengo deudas — respondió el mortal, recargándose nuevamente en la cabecera —. Mi dinero debió caerse en esa estúpida pelea y no tengo cómo pagarle a un taxi que me lleve a mi casa.

Lucas no le habría pedido dinero si no lo hubiese encontrado absolutamente necesario: lo que tenía era muy poco para pagar un taxi y, ya que eran pasadas la una de la mañana, no había transporte público disponible. Tampoco quería llamar a Alex porque sabía que las noches de fin de semana, para él y Castiel eran algo así como «sagradas» y no quería ser inoportuno.

— ¿Estás...? ¿Tú de verdad...? — Samael se llevó una mano a la cara, irritado —. Dime que es una puta broma.

—No me estoy riendo — para él, su petición tenía absoluto sentido, pero Samael estaba sorprendido de que pensara en irse cuando apenas podía caminar.

— ¿En serio piensas irte así como estás?

—Estoy lleno de sangre, quiero bañarme, cambiarme e irme a dormir.

Samael respiró con pesadez y su mandíbula volvió a tensarse. Entonces, por primera vez desde que se fueron del HADES, ladeó la cabeza para observarlo a detalle; el mortal tenía el labio roto, el ojo morado y varias heridas más en la cara.

—Puedes hacer todo eso aquí — hizo saber y se inclinó, colocando las manos contra la cabecera, a los costados de Lucas.

El ojiverde se sintió acorralado cuando tuvo el rostro de Samael cerca del suyo. Aunque hubiese querido, no pudo retroceder más.

—Si quieres bañarte, usa la maldita regadera, ponte mi ropa y duerme en mi cama, pero no te irás en este estado, ¿lo entiendes?

—No me des órdenes — Murmuró, buscando aquellos ojos molestos.

Samael no podía negar que la forma tan desafiante que Lucas tenía para responder; sin acobardarse, sin titubear, sin demostrar ningún rastro de miedo y sin estar dispuesto a dejarse dominar por nadie, le fascinaba en sobremanera.

Y como si esos ojos verdes pudieran ser capaces de menguar la ira del Diablo, terminaba cediendo ante él:

—Por favor, ¿puedes quedarte? — Pidió a regañadientes.

Lucas se mordió el interior de la mejilla para no reírse, hizo su mejor expresión de seriedad y asintió.

Sabía que podía darse el lujo de poner resistencia un poco más, pero irritar a Samael no entraba dentro de sus prioridades en ese instante; se sentía sucio y solo anhelaba la calidez del agua tibia purificando su cuerpo. Naturalmente, eso no iba a borrarle los golpes, pero al menos lo haría sentir un poco mejor.

Samael experimentó cierto alivio al saber que Lucas se quedaría. Lo ayudó a levantarse nuevamente para dirigirse hasta el baño y, poco después, le dio privacidad dejándolo solo.

Cuando Lucas se desvistió para meterse a la regadera, vio los moretones que comenzaban a formarse en su pecho, brazos y piernas. No eran nada bonitos, seguían doliendo y sentía que su aspecto era como el de un árbol de navidad con cardenales en lugar de bonitas esferas y luces brillantes. Probablemente iban a tardar semanas en desaparecer y, con suerte, solo tendría que esperar un par de días para que su tono purpúreo se volviera marrón claro.

Pero su mayor preocupación, más allá de su aspecto, era la historia que tendría que inventarse en el trabajo si los golpes en su rostro no menguaban hasta que llegara el lunes, pues un profesor con apariencia maltrecha no iba a ser muy bien visto dentro de un gremio en el que reinaban las camisas bien planchadas. No obstante, el que creía que era su mayor resquemor pasó a segundo plano cuando cada movimiento brusco que hacía le recordó que los moretones seguían ahí, tan vivos y recientes como para ser ignorados de forma tan osada.

Debido a eso, tardó más tiempo en ducharse y, aún más, en enfundarse en la ropa que Samael dejó para él. Volvió a la cama a paso lento. Samael ya no estaba en la habitación, pero Lucas seguía adolorido y, en lugar de ir a buscarlo, se sentó en la cama con el celular en las manos para inspeccionar el mal estado en el que estaba; tenía la pantalla estrellada, pero logró encender.

Varios mensajes y llamadas perdidas de sus amigos preguntando en dónde estaba, aparecieron en sus notificaciones. Se limitó a responder un «Volví a casa, lamento haberme ido así» en el chat grupal que tenía con ellos y todos asumieron que con «Volví a casa», se refería a que se había ido a pasar un buen rato con el desconocido con el que se había besuqueado, así que no insistieron más y, en parte, Lucas lo agradeció.

Samael no tardó mucho en regresar y, antes de decir cualquier otra cosa, le hizo saber que su ropa ya estaba en la lavandería. Omitió decir que el asustado guardia del edificio se había encargado de eso y de proporcionarle agua salina y gasas para tratar las heridas de Lucas; el Diablo tenía conocimientos nulos sobre cómo atender laceraciones, pues nunca había tenido que recurrir a algo como eso considerando que su cuerpo podía curarse por sí solo en cuestión de segundos, sin embargo, su sentido común le recordó que el cuerpo mortal tenía la capacidad de hacer lo mismo pero a un ritmo lamentablemente lento que abarcaba días y hasta semanas.

Como fuera, no perdió más el tiempo y se sentó a su lado. Empapó una gasa con solución salina y dio toquecitos en el pómulo de Lucas, en donde había una herida todavía abierta.

Lucas estaba consternado por la situación, en especial porque Samael no decía nada, simplemente se concentraba en tratar la herida con su singular delicadeza.

—Auch — el chico se quejó y apartó el rostro de los torpes movimientos de Samael sobre su cara.

—Mierda, quédate quieto — demandó.

—Me arde — respondió y le quitó la gasa de los dedos —. Puedo hacerlo yo mismo.

El Diablo no rebatió. Recargó los codos sobre las rodillas y depositó la vista en el suelo, intentando controlar el propio color de sus orbes porque sentía que era difícil hacerlo. Ni siquiera todo el oro del mundo parecía suficiente para controlar el pútrido reflejo de su alma que podía apreciarse a través del color rubí de sus ojos.

La bruma negra que rodeaba a Samael, podía sentirse a kilómetros. Su frustración, quizás, era más grande que la de Lucas porque sabía que podía quitarle esos moretones. Sabía que podía borrar de su rostro esas heridas que intentaba curar con solución salina, pero el precio a pagar era muy alto y le inquietaba no tener una sola jodida idea de cómo reaccionaría Lucas si tan solo supiera que Samael era el Diablo.

El mortal era impredecible. Ya lo había comprobado muchas veces. No le parecía que valiera la pena arriesgarse tanto. Al menos no en una situación como esa.

—Mm — musitó Lucas, comenzando a incomodarse con tanto silencio y un Diablo visiblemente airado —. No te lo tomes a mal pero, ¿por qué me estás cuidando?

—Lo que te pasó no le da buena imagen al HADES.

— ¿Esa es tu manera de fingir que no te importa?

—No estoy fingiendo nada — respondió, cerrando los ojos con fuerza durante algunos segundos y, luego de asegurarse de que sus ojos ya no tenían un escandaloso color bermellón, finalmente lo miró —. Me importas.

Sí, le importaba saber por qué carajo era tan especial para Remiel... Pero, en parte, sentía que ya no se trataba únicamente de eso.

—Bueno, sea la razón que sea... Gracias.

—No lo dices muy convencido.

—Agradezco que hayas intervenido, de verdad — Lucas bajó la cabeza, observando la gasa entre sus dedos —, pero no me gusta sentir que no puedo pelear mis propias batallas solo, eso... Hace parecer que necesito que otros me defiendan.

— ¿Defenderte? — Repitió —. No dudo de tu capacidad para defenderte tú solo.

—No te burles — chilló.

—Lo digo en serio — al mirar en sus ojos verdes, pudo sentir su frustración —. No creo que seas débil. Nunca, ni por un solo segundo, he creído que lo eres. Tu desventaja era evidente. Y perder solo debería darte más motivos para ganar — Samael hablaba desde su propia experiencia, pues desde su infructuosa rebelión en el Paraíso, sus ansias de ganar a veces podían más que él.

Lucas lo miró, intentando encontrar la mentira a través de sus ojos, pero estaba siendo honesto. Sin saberlo, el Diablo le estaba subiendo el ánimo. Al menos un poco.

— ¿Cómo supiste lo que estaba pasando? — Indagó.

—Salí a fumar y escuché un alboroto — respondió —. No pensaba intervenir, pero te vi, y esa vista no me gustó.

—Dices... que yo fui el único motivo por el que interviniste.

—Básicamente.

—Y supongo que eso tiene que ver con eso de que crees que te gusto...

—Estoy completamente seguro de que no utilicé la palabra «creo». Y no lo hice porque no tengo dudas, aunque tú sí debes tener muchas.

El mortal frunció los labios y asintió.

—No me hace mucho sentido — masculló —. Me dijiste que habernos acostado no me hacía especial para ti, ¿y de repente me dices que te gusto?

—Bueno — comenzó —, te follé por segunda vez y mi perspectiva cambió un poco.

Lucas rio, mientras negaba con la cabeza.

—Entonces no te gusto yo, Samael. Te gusta tener sexo conmigo — encogió los hombros —. Pero está bien, a mí lo único que me gusta de ti es tu verga. ¿Le puedo decir que me gusta personalmente?

—No — apenas se rio —. Pero me sorprende que a mí me llamen vulgar, y tú, con ese rostro de cachorrito que tienes, eres tan obsceno que nadie me creería si se lo dijera.

—Sé cuándo comportarme, Sami.

—No lo hagas frente a mí — estiró el brazo hasta tocar sus labios con la yema de los dedos —. Me gusta esa sucia boca que tienes.

—Es bueno saberlo — sonrió con picardía —. Chúpamela y tendrás un premio.

Samael se echó a reír. Siguiéndole el juego, preguntó:

— ¿Cuál?

—Mi orgasmo — replicó con tono burlón.

— ¿En serio estás pensando en sexo ahora mismo?

—Es proba... Carajo — gimió, luego de que una corriente de dolor lo asaltara.

Lucas se crispó en su sitio, como si de esa manera la sensación fuese a disminuir, pero no lo hizo y solo le arrancó un par de quejidos en protesta.

—Ven aquí — Samael ordenó, poniéndose de pie y ofreciéndole la mano.

—Ven tú —pese a que sonó petulante, lo cierto era que no quería moverse porque temía que el dolor se extendiera.

El Diablo puso los ojos en blanco, tomó una inspiración profunda y se acomodó junto a Lucas; deslizó la mano sobre la cintura del cuerpo contrario y, pese a que el tacto estaba por encima de la tela, la piel del mortal se erizó.

—No dije que podías tocarme — protestó en voz baja.

—Deja de hacérmelo tan difícil, solo intento ayudarte.

— ¿A qué?

—No sentir dolor.

Lucas no lo comprendió, pero no tenía cabeza para hacerlo; si para Samael aquello era un pretexto, sin duda no le interesaba porque el dolor solo logró disminuir un poco cuando salió de la ducha, empero, volvió a hacerse presente por todo su cuerpo y comenzaba a aumentar con cada movimiento.

Samael tenía todas las intenciones de quitarle ese dolor cuando lo impulsó hasta hacerlo sentar en su regazo, con las piernas alrededor de su cintura; lo apretujó muy suavemente contra su cuerpo hasta que el pecho de Lucas tocó el de Samael, pero el cuerpo del mortal se sentía muy tenso.

—Intenta relajarte — indicó con suavidad, pasándole una mano por la espalda.

Lucas rio luego de acomodarse y sentir algo duro en la entrepierna de Samael.

Una abejita, seguro me quiere picar... — canturreó, colocando los brazos alrededor de su cuello.

El Diablo hizo de oídos sordos, pretiriendo centrar toda su atención en su propósito inicial y no en la erección que los suaves movimientos de Lucas le estaban despertando.

—Joder, deja de moverte — ordenó.

—Tengamos sexo, Sami — ronroneó, tirando cuidadosamente del lóbulo de su oreja.

Era difícil saber si Lucas lo estaba diciendo en serio o solo quería provocarlo, aunque en definitiva sus palabras y movimientos estaban causando algo.

Aun así, en otras circunstancias, Samael no habría tenido la necesidad de escuchar aquella tentadora propuesta dos veces; por el contrario, se habría limitado a poseer ferozmente los labios de Lucas, arrancarle la ropa y follarlo sobre la cama hasta que lo único que pudiera escuchar fuera su nombre entre jadeos embelesados.

Sí, eso hubiese hecho si tan solo Lucas estuviera lúcido porque había recibido un golpe en la cabeza, y no parecía estar razonando adecuadamente.

—No voy a tocarte — dijo con firmeza —. No de esa manera.

— ¿Por qué? — Se apartó para darse un poco de espacio y poder mirarle la cara —. Ya te di permiso.

—No estás bien, Lucas, y sólo por eso no es un buen momento.

—Si voy a estar adolorido, prefiero que sea por otra cosa.

Samael sonrió.

— ¿El lindo cachorrito que casi juro que no volvería a costarse conmigo, me está pidiendo que tengamos sexo? Debo estar soñando.

—Me gusta el sexo contigo. Eso no significa que quiera de ti algo más allá de eso — admitió, colocando las manos a los costados de su cuello —. Y no te preocupes, si lo hacemos culparé a mi golpe en la cabeza y mañana voy a detestarte de nuevo.

—No soy el error de nadie, cachorrito.

—Has sido el mío desde que te conozco — lo miró fijamente —. Siempre que quiero hacer algo estúpido, estás ahí para hacerlo conmigo.

—Deja de escupir tantas mentiras — deslizó la mano por su cuello para sostenerlo con firmeza —. Dicen que de los errores se aprende, y tú, LuLu, no has aprendido nada.

Con la mano libre levantó la camisa de Lucas un par de centímetros para ingresar su mano. Las yemas de sus dedos encontraron una piel tersa y caliente que se erizó como reacción a su toque. El cuerpo del mortal se debilitó súbitamente al sentir esos dedos subiendo poco a poco desde su espalda baja y, durante el pequeño recorrido, gimió aliviado porque el dolor se distendió tanto que, por fin, le permitió a su cuerpo relajarse completamente.

Más allá de un poder sobrenatural, Lucas creyó que su libido comenzaba a emerger y eso había dejado en segundo plano a su dolor físico. Además, la ventaja de Samael era que sabía cómo tocarlo. Reconocía esas partes de su cuerpo que eran más sensibles a las caricias y les daba la debida atención hasta que escuchaba los gemidos taciturnos de Lucas que para él ya sonaban como melodías.

—Esos sonidos imprudentes que salen de tu boca, van a volverme loco — advirtió, muy cerca de su oído —. ¿Lo haces a propósito porque sabes que no puedo follarte ahora mismo?

—Más o menos... — Balbuceó. Su cuerpo se sentía sobrellevado por las sensaciones provocadas por los roces de Samael.

Al mirarlo a la cara, notó en sus ojos los destellos de un libido que intentaba ser reprimido. Sostuvo su rostro con ambas manos, pasando el pulgar por sus labios. Samael no se movió; le permitió explorar, hacer lo que quisiera, no tenía intenciones de expresar ninguna objeción porque el rostro enrojecido de Lucas y sus ojos verdes como dos esmeraldas, lo tenían embelesado; por fin había dejado de fijarse en esas heridas que lo ponían de mal humor para concentrarse únicamente en lo que de verdad le importaba.

Lograba ver un alma pura a través de sus ojos. Un alma que nunca tendría que pisar las repugnantes fosas del Infierno. Y, durante unos momentos, el anhelo de poseerlo le hizo darse cuenta de que quería a Lucas no para molestar a Remiel, sino para corromper su alma colmada de pureza y hacerlo suyo... Oh, probablemente su raciocinio comenzaba a apagarse porque el deseo de hundirse en su interior era más fuerte que su necedad de trastornar el supuesto ardid liderado por su hermano.

—Sami... — cuando pronunciaba su nombre de esa manera, su pecho se llenaba de un calor apabullante —. Creo que tienes una erección.

—Te haré responsable de eso en otro momento.

—Puedo hacerlo ahora.

Samael tomó su muñeca con cuidado. Depositó un beso en la palma de su mano, sin quitarle los ojos de encima.

—No — sentenció —. Sé un buen chico y deja de provocarme.

—Pídelo por favor.

—Por favor, ¿puedes dejar de ser tan jodidamente ardiente?

Los labios de Lucas se alzaron en una sonrisa satisfecha.

—Hoy estás siendo muy lindo, solo falta que me des flores — bromeó —. Si sigues así, probablemente pueda creerte eso de que te gusto.

Samael dejó las manos quietas en su cintura, dándose cuenta de que a ninguno de los dos le convenía hacerse ilusiones tan grandes.

—Es importante que sepas que no me gustan los romances ni las relaciones de color rosa — comenzó —. No te estoy prometiendo una historia de amor y no te la daré. Te dije que me gustas y eso no es mentira, pero no significa que vas a recibir de mí palabras bonitas porque eso no soy yo — dijo —. Y, ¿sabes, LuLu? Incluso si llegara a quererte hasta perder la maldita cabeza, tampoco te daría flores — se acercó tanto hasta casi rozar sus labios —. Yo te pondría una corona.

— ¿Una... corona?

—Sí — respondió —. Una corona que le advertirá a la humanidad entera que nadie puede tocarte. Ni siquiera el mismo Dios se atreverá a poner un dedo encima de ti, y si lo hacen — rio suavemente contra sus labios —, oh, si alguien te toca no vivirá para contarlo.

Lucas nunca había tenido tantas ganas de besar a alguien como las que lo acometieron en ese preciso instante. No tenía ningún impedimento para hacerlo y no le daba miedo dar ese paso porque solo iba a ser un beso, uno que le permitiera saborear la lengua tibia de Samael y embriagarse de él.

—Debería ir a dormir... — susurró débilmente

—Sí, deberías.

La mano de Samael seguía en su cintura, acariciando su piel por debajo de la camisa.

Sus rostros estaban muy cerca. Podían sentir el cálido aliento del otro y cualquiera podía darse cuenta de lo mucho que ansiaban perderse en el arrebato de un beso.

—Buenas noches, Lu — zanjó el Diablo, sabiendo que, de tan solo ceder a su capricho dándole un beso, no habría poder humano que lo detuviera de ir más allá.

Se recostó en la cama con Lucas en brazos; el mortal descansó la cabeza en su pecho mientras sentía los brazos de Samael rodeando su cuerpo, aliviando su dolor y permitiéndole saborear del sueño que poco a poco comenzaba a acometerlo, hasta que un pensamiento intrusivo apareció y lo obligó a preguntar con algo de vergüenza:

— ¿Te vas a quedar?

El Diablo frunció el ceño, confundido.

— ¿Por qué tienes interés en eso?

—Tienes cierta tendencia a desaparecer por las mañanas.

El rostro de Lucas reflejaba genuino agobio respecto a eso. Samael no entendió por qué, pero tampoco le pareció apropiado preguntar. Ya lo haría en otro momento.

—Me quedaré — dijo y Lucas por fin pudo quedarse dormido.

Definitivamente, pedirle que se quedara no era algo que planeara para esa noche y su orgullo, quizás, no se lo habría permitido, pero se dio ánimos diciéndose que ya culparía a su dolor de cabeza por la mañana.





***







Al día siguiente, Lucas despertó más tarde de lo usual.

Cuando abrió los ojos, la cama estaba vacía y la habitación en silencio. Lo único que irrumpió en la quietud del pequeño recinto, fue el gemido que emitió cuando intentó sentarse; dormir le había sentado muy bien. Tuvo sueños tranquilos que parecieron ser provocados por los brazos que lo sostuvieron hasta que se durmió, por eso al despertar había olvidado lo sucedido la noche anterior hasta que, nuevamente, el dolor se lo recordó.

Se frotó los ojos y bostezó mientras ladeaba la cabeza para ver el lado contrario de la enorme cama. No le sorprendía que Samael no estuviera con él ni que tampoco hubiese mostrado un poco de amabilidad dejando una nota... Pero el Diablo no se había ido para molestarlo o algo así, de hecho, luego de un par de minutos, cruzó la puerta con una bolsa de papel en la mano. En el centro tenía impresa una enorme M de color amarillo, al igual que el vaso que sostenía al mismo tiempo.

—Buenos días, Sami — saludó con una sonrisa.

— ¿Cómo te sientes? — Pasar de largo las cortesías no le importaba. Había estado pensando en eso desde que salió.

—Mejor. ¿Qué es eso? — Señaló la bolsa.

—Comida — colocó el vaso en la mesa de noche y le entregó a Lucas la bolsa de papel —. Para ti.

— ¿Fuiste a un McDonald's por un desayuno para mí?

—No sé cómo debería interpretar tu evidente incredulidad.

Lucas encogió los hombros.

—Cuando fuimos a McDonald's, no te veías muy contento.

—Pero a ti te gusta, ¿o no?

Lucas se limitó a asentir, centrando toda su atención en la bolsa. Sus mejillas adquirieron un tono carmín luego de darse cuenta de que Samael había conducido hasta un McDonald's solo porque sabía —o al menos deducía— que el mortal tenía gusto por esa comida.

Al ver en el interior, se encontró con un McMuffin y un pie de manzana. El olor inundó sus fosas nasales y su estómago rugió. No tardó mucho en sacar el McMuffin de la bolsa y darle una gran mordida que le supo a gloria.

Samael estaba sorprendido al verlo con las mejillas infladas, saboreando el bocado y disfrutando de la algarabía de sabores que se había disparado en su boca gracias a esa pequeña hamburguesa que sostenía con ambas manos.

—Gracias, Sami — expresó con la boca llena.

— ¿Es bueno?

Lucas asintió y le ofreció de su comida diciendo:

— ¿Quieres un poco? Di que no, sólo lo pregunto por educación.

—La envidia es un pecado — habló mezquino.

—No me importaría arder en el Infierno. El diablo debe ser tan jodidamente sexi.

Samael sonrió de lado, con un único pensamiento en la cabeza «Lo tienes justo enfrente de ti», pero decidió no vocalizarlo.

— ¿Eso crees? — Instó.

—Ajá — sus ojos estaban muy concentrados en su hamburguesa —. ¿Crees que le guste la comida de McDonald's? Para que le lleve una cajita feliz cuando me lo encuentre en el Infierno.

—Come y deja de hacer conjeturas estúpidas.

Lucas le mostró el dedo medio y, por primera vez, obedeció.

Después de aquel pequeño desayuno, Samael llevó al chico a su casa luego de que insistiera en que quería irse porque tenía cosas que hacer.

El Diablo resolvió que no tenía ningún derecho a retenerlo, a pesar de que todavía le azoraba la idea de dejarlo solo en caso de que necesitara algo o que el dolor volviera a ser insoportable, sin embargo, Lucas se veía mejor y realmente quería irse a casa. Aunque otra de las razones, era que comenzaba a encontrar comodidad en la compañía de Samael.

Sin mencionar el asunto de la pelea y los golpes, la noche que pasaron juntos le pareció adorable, intensa y con una tensión que se volvía más fuerte con simples miradas. Su química sexual fue innegable desde el principio. Se desenvolvían tan bien estando juntos que, en ocasiones, a Lucas le parecía irreal y había momentos en los que genuinamente quería dejarse llevar, pero con frecuencia intentaba recordarse que no debía dejarse cegar por un par de momentos bonitos.

Ya había cometido ese error muchas veces y no estaba dispuesto a volver a hacerlo una vez más. Y aunque era probable que lo estuviera viendo de una forma muy dramática, no podía evitarlo.

Muy entrada la tarde, aceptó salir con Alexander cuando éste le envió un mensaje diciendo que estaba en una cafetería a pocas calles de su casa.

Ansiaba distraerse un rato de los hechos por los que había atravesado recientemente, aunque no consideró que su mejor amigo tendría muchas preguntas cuando viera su rostro todavía magullado, pues hasta ese momento, todavía no le había hecho saber lo que sucedió la noche anterior.

En realidad, nadie más lo sabía a excepción de Samael, y el motivo era muy simple: no quería preocupar a nadie.

Aunque, naturalmente, su aspecto fue lo que más llamó la atención de Alexander cuando vio a Lucas acercándose a la mesa mientras agitaba una mano enérgicamente.

— ¿Qué te pasó? — Preguntó preocupado.

Se puso en pie y dio los pocos pasos que faltaban para tener a Lucas de frente. De inmediato sostuvo su rostro entre las manos, analizándolo a detalle y preguntándose en qué demonios se había metido Lucas para tener la cara así, pero a veces olvidaba que su amigo no solía tomarse algunas cosas muy en serio.

— ¿Me vas a dar un besito? — El ojiverde finalizó su pregunta apretando los labios y cerrando los ojos.

—Román, no estoy jugando — Alex dijo con seriedad —. ¿Qué demonios te pasó?

—Tuve una pelea afuera del HADES — respondió Lucas tranquilamente —. No es tan grave.

—Tu cara dice lo contrario.

—Estoy bien, sigo siendo precioso.

—Nada podrá quitarte ese ego, ¿eh? — Se apartó y volvió a sentarse. Lucas lo imitó.

—Viejo, no creo que esté mal que me alague un poco a mí mismo. Me preocuparé cuando comience a convertirse en una costumbre narcisista, pero por ahora mi autoestima siente bonito.

—Bueno, precioso, ¿me dirás que te pasó?

—Um... Me estaba besando con un tipo afuera del bar y a un idiota no le gustó ver esa escena — sus ojos repararon en el frappé mocha que tenía frente a él —. ¿Este es para mí?

Alexander asintió y cruzó los brazos. Lucas, todavía con aire despreocupado, sostuvo la bebida y le dio un sorbo.

—Ay, joder, lo pediste con shot de menta — añadió enternecido —. Alimentarme así te llevara a un lugar hermoso, Alexy.

— ¿Cuál?

—Mi corazón — apretó los labios nuevamente y fingió lanzarle un beso.

Alexander puso los ojos en blanco.

—Ajá — musitó—. ¿Por qué no llamaste luego de lo que te pasó?

—Mm... No quería molestarte. Ya te dije que no fue grave. Además, Samael terminó cuidándome y lo olvidé.

Escuchar aquel nombre, despertó cierto interés en Alexander y su rostro sorprendido fue suficiente para hacérselo saber a Lucas, así que, respondiendo a una pregunta que ni siquiera fue formulada, dijo:

—Lo sé, también me sorprendió, pero fue muy amable.

Los siguientes minutos, Lucas le contó a detalle todo lo sucedido mientras se terminaba su bebida.

Alexander lo escuchó atento pues, por lo poco que Castiel le había contado de Samael, creía que era la clase de hombre que no sentía genuina preocupación por otros o que, al menos, no se tomaba las cosas muy en serio y difícilmente se permitía sentir apego por alguien. Sin embargo, lo que escuchó de la propia boca de Lucas, lo dejó boquiabierto, pero aún más lo que hizo cuando su celular emitió un pitido estruendoso: observó la pantalla, arrugó la nariz y colgó.

— ¿Quién era?

—Samael — respondió Lucas, dándole el último sorbo a su bebida.

— ¿Y le colgaste? — La respuesta era obvia, pero estaba consternado.

Lucas Allué se había dado el gusto de rechazar la llamada del Rey del Infierno. Alexander dudaba que existiera otro ser en el mundo que fuera capaz de hacer una cosa así.

—Sé que fue grosero, pero no quiero dejarme llevar tanto — se sinceró —. Sabes mejor que nadie que cuando alguien me gusta, pierdo un poco la razón sobre mí mismo y empiezo a anteponer los deseos de la otra persona por encima de los míos — apretó los labios —. Samael me gusta, y mucho, pero no quiero equivocarme de nuevo y darle la libertad de hacer conmigo lo que quiera — levantó la mirada —. Quizás lo estoy haciendo mal... O no lo sé.

Alexander negó con la cabeza.

—Quieres protegerte a ti mismo, y eso está bien — cruzó los brazos —. En parte, me alegra que te lo tomes con calma.

—No haré nada imprudente.

—Algo así dijiste antes y volviste a acostarte con Samael.

—Fue un accidente — se defendió —. Iba caminando y de repente me tropecé y caí en su verga.

Alexander soltó una carcajada tan fuerte que llamó la atención de unos cuantos.

—Maldición, Román — gruñó por lo bajo —. ¿De dónde te apagarás? — Lucas abrió la boca para responder, pero temiendo que soltara algún improperio, Alexander añadió —: No me respondas.

—Mojigato — se burló.

Cuando ambos se terminaron sus bebidas y salieron del establecimiento, fueron directamente a casa de Alexander, ya que querían conversar un rato más.

El viaje no fue muy largo. En el trayecto, Samael llamó una vez más y Lucas le volvió a colgar, riendo internamente al imaginarse el hastío que seguro debía reflejar el rostro del Diablo en ese momento. Se dijo que probablemente estaba siendo muy cruel, pero no podía negar que le causaba algo de emoción.

Al llegar y entrar a la casa, Lucas no notó nada extraño, pero Alexander sí; conocía el aura de Castiel como ninguna otra. Su esencia, muchas veces, llegaba a él como si lo recibiera con un abrazo cálido y era fuerte, pero no molesta y estaba tan acostumbrado a ella que le agradaba.

No obstante, ese día, al cruzar la puerta de su casa, el ambiente se sentía muy pesado. Como si la gravedad intentara derrumbarlo contra el suelo.

—Alex... — murmuró Castiel, levantándose del sofá. A su lado había alguien más.

— ¡Hola! — Saludó su acompañante y también se levantó.

—Esto... Hola... — murmuró, confundido.

La persona que tenía frente a sus ojos era un chico de aspecto joven y atractivo. Su cabello, de color castaño oscuro, era corto y realzaba sus facciones armoniosamente. Aunado a eso, sus ojos desprendían inocencia, alegría y, al sonreír, daba la impresión de ser más joven de lo que su aspecto serio sugería.

Alexander lo miraba con cautela. Lucas, por su parte, escrutaba en el rostro del desconocido sin disimulo alguno. No estaba fascinado por la innegable belleza de aquel tipo, más bien estaba curioso por saber quién era, y Alexander también, pero a diferencia del ojiverde, él prefirió esperar a que el desconocido se presentara.

Pero Lucas decidió acelerar las cosas y lanzó la pregunta directamente:

— ¿Quién eres? — Su tono hosco hizo que Alex le reprendiera con un ligero codazo.

—Lamento no haberme presentado. Mi nombre es Remiel — sonrió y extendió su mano —. Es un placer conocerlos.





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Acéldama: Es un pequeño terreno ubicado en Jerusalén. Su significado bíblico es Campo de Sangre y adquirió este nombre luego de que Judas Iscariote traicionara a Jesús.

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¡Hola, solecitos! ¿Cómo están? ¿Cómo les trata la vida? ¿A qué hora están leyendo este capítulo? 👀

Cuéntenme, ¿qué les pareció?

¿Cuál fue su parte favorita?

¿Creen que se viene mucho drama? Porque puedo decir que absolutamente no ;)

Por otra parte, ¡espero que les haya gustado! También espero poder traer el capítulo siguiente por estos días. Sus votos y comentarios siempre son bienvenidos.

Nos leemos en el capítulo 14 💛

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