Hidromiel. ✔

By itswolowizard

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Luzbel sabía, entre muchas otras cosas, que tenía terminantemente prohibido enamorarse de un mortal. No era u... More

Hidromiel.
Prólogo.
Canto I.
Canto II.
Canto III.
Canto IV.
Canto V.
Canto VI.
Canto VII.
Canto IX.
Canto X.
Canto XI.
Canto XII.
Canto XIII.
Canto XIV.
Canto XV.
Canto XVI.
Canto XVII.
Canto XVIII.
Canto XIX.
Canto XX.
Canto XXI.
Canto XXI (Parte 2)
Canto XXII.
Canto XXIII.
Canto XXIV.
Canto XXV.
Canto XXVI.
Canto XXVII.
Canto XXVIII.
Canto XXVIII. (Parte 2)
Canto XXIX.
EXTRA.
Canto XXX.
Canto XXXI.
Canto XXXII.
Canto XXXII (Parte 2)
Canto XXXIII.
Canto XXXIV.
Canto XXXV.
Canto XXXVI.
Canto XXXVII.
Canto XXXVIII.
Canto XXXIX - Final
Epílogo.
Absenta.

Canto VIII.

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By itswolowizard

════ ════

Remiel

En el inicio, Dios creó la Tierra en siete días.

Dentro de ese lapso de tiempo, los ángeles fuimos creados a partir de la luz como espíritus ministradores, enviados como servicio a favor de los que serán herederos de la salvación.

Entre nosotros, estaba Samael Estrella de la Mañana, quien más tarde abdicaría de ese nombre y comenzaría a referirse a sí mismo como Luzbel.

Era, también, aquel al que se le consideraba de los ángeles más hermosos, inteligentes y, evidentemente, era el favorito de Padre, convirtiéndose así en el supuesto ángel ideal para dirigir al resto de la Legión de Ángeles... Pero Luzbel tenía un defecto. Muchos, en realidad; mi querido hermano estaba cegado por su orgullo y se percibía a sí mismo como un ser cuyo poder superaba el de Dios.

Sus ideales y sus ansias de poder lo orillaron a iniciar una rebelión en contra de su Creador. Arrastró con él a una tercera parte de la Legión de Ángeles, pero sus esfuerzos en busca del dominio y el poder, fueron en vano y terminó siendo desterrado del Paraíso, convirtiéndose así en el primer ángel caído... Pero esa es una historia de la que mucho se sabe y, sin embargo, aún hay muchos que ignoran que Luzbel no fue el único que cayó.

Beliel también fue un ángel y se unió a Luzbel en un intento bastante estúpido de someter a un Dios, por eso —y al igual que nuestro hermano— fue condenado a pasar el resto de la eternidad encerrado en el Infierno.

A diferencia de mí, Beliel no tuvo intenciones de pedir por el perdón de nuestro Padre y aceptó gustoso el castigo que recibió, así que era justo decir que no veía a Beliel desde entonces y el recuerdo que tenía de él distaba colosalmente de lo que tenía frente a mí. Tanto así que, al ver todo su aspecto, me fue casi imposible reconocerlo; sus iris —como era de suponer— eran de un rojo brillante e intenso. La esclerótica de sus ojos era completamente negra, como si toda la luz de la que fue creado, se hubiese apagado. Su piel, por otra parte, era de un color blanquecino y en las partes que no tenía cubiertas con ropa de cuero, se alcanzaba a notar que estaba profanada por tinta negra. Como si eso no fuera suficiente, un par de cuernos, similares a los de una cabra, sobresalían de su cabeza.

— ¿No tienes más de eso? — Preguntó, dejando el cuenco sin una sola gota de sangre en el suelo — Esto que me diste pudo matar a un demonio, ¿sabes eso? — No respondí — Ponerle la sangre de un celestial es un acto bastante pernicioso, hermanito. Pude morir.

—Pero estás vivo, ¿no?

Se echó a reír.

—Es una fortuna que mis antecedentes como uno de los fieles servidores de Padre me precedan, pero otros no habrían tenido la misma suerte — sonrió burlón —. Quiero más de eso, ¿por qué no sacrificas a otra cabrita? ¡Oh, no, espera! Mejor a un mortal... O llena este cuenco con la sangre de un celestial — en su boca, el líquido bermellón se había derramado, dándole un aspecto bastante tétrico.

—Un sacrificio equivale a un favor — respondí a secas —. Yo sólo necesito un favor.

—Pero — comenzó a decir — si el sacrificio es grande, el favor también lo será. Yo sé recompensar bastante bien.

—Lo que necesito es bastante simple, de hecho.

—Lo dudo mucho — se enderezó lentamente —. No cualquiera puede invocar a un demonio del Noveno Círculo, por lo que debes querer algo realmente valioso. Si fuera tan simple como dices, pudiste conformarte con invocar a uno de los primeros niveles.

—No puedo — dije —. Lo que quiero está en el Noveno Círculo.

Beliel me observó de arriba abajo mientras daba algunos pasos en mi dirección. Cuando sus ojos repararon en el círculo que rodeaba el pentagrama, sonrió con más ganas.

— ¿Por qué no quitas el círculo? — Cuestionó.

—Porque no soy idiota y no sacaré tu alma del Infierno.

Comenzó a reír.

—Vamos, Remi, te prometo que no me escaparé. Yo nunca sería capaz de hacer una cosa así.

Puse los ojos en blanco.

—El favor que quiero — cambié el tema — es hablar con Casandra.

—Hermano, hay una sorprendentemente estúpida cantidad de almas que responden a ese nombre.

—Me refiero a la profeta.

En la antiquísima mitología griega, Casandra fue la profetisa del Dios Apolo, a quien le prometió mantener relaciones sexuales con él a cambio de sus dones proféticos.

Según la mitología, Apolo se los concedió, pero Casandra no cumplió con su parte del trato y fue condenada a predicar profecías que eran ciertas pero que en vida ningún mortal creyó. Al morir, su alma terminó condenada al Noveno Círculo del Infierno por traición, y pese a que nadie en vida creyó en su palabra profética, las criaturas del Infierno lo hacían. Sabían que eran ciertas. Incluido Luzbel.

— ¿Para qué? — Beliel indagó.

—No es asunto tuyo y, ciertamente, no creo que tengas verdadero interés en saber.

El demonio chasqueó la lengua. Se pasó el dedo índice por el mentón para limpiarse la sangre derramada, luego lo observó y se lo llevó a la boca.

—Casandra ha estado muy ocupada — me miró —. Invócame otro día.

—No puedes irte hasta que no cumplas con lo que pedí.

—Qué persistencia — suspiró con teatralidad —. Para empezar, no debiste invocarme. Eres un ángel — apuntó —, estás traicionando a los otros con el simple hecho de estar aquí pidiéndome favores.

—Intenté hacerles entrar en razón, pero decidieron no escucharme. Así que, ¿cómo dicen los mortales? A tiempos desesperados, medidas desesperadas — vocalicé —. Casandra es mi medida desesperada.

Beliel resopló.

—Bien — se rindió —. La traeré para ti, hermanito. Sé amable con ella o el próximo cuenco de sangre que me beberé, será uno que tenga la tuya.

Las velas volvieron a apagarse durante un instante que apenas duró segundos; al volver a encenderse, con una llama casi cegadora, me di cuenta de que Beliel ya se había marchado y alguien más ocupaba su lugar; Casandra estaba sentada en el centro del pentagrama. Tenía el cabello largo y tan rojo como el fuego cayendo por su espalda; algunos mechones largos le cubrían la cara, la cual estaba invadida por cenizas, dándole un aspecto sucio que acaparaba toda la atención de sus finos y marcados rasgos griegos.

En los tobillos y manos tenía grilletes con cadenas pesadas que hacían ruido ante el más mínimo movimiento; parecía que tenía esos grilletes hundidos en la carne, porque la piel de alrededor dejaba entrever un color rojo intenso. Además, tenía puesto un largo vestido blanco y todo su cuerpo desprendía humo, como si acabara de salir de una hoguera.

—Es extraño — comenzó diciendo ella, levantando la cara para observarme con atención —. Los ángeles no suelen recurrir a mí, y sin embargo aquí estás, Remiel Arcángel.

— ¿Cómo estás, Casandra? — Le pregunté amablemente, aunque en realidad no tenía ningún interés en saberlo.

— ¿Le preguntas a un alma que ha pasado siglos enteros en el Infierno cómo está? — Alegó con ironía —. Estaría fascinada de darte una respuesta reconfortante, Remiel, pero el Infierno no es como escapar de los muros de Troya para sentarse sobre una enorme y hermosa piedra y admirar el paisaje.

La manera tan romántica en la que expresó aquello, me hizo poner los ojos en blanco.

—Troya ya no existe, ¿recuerdas?

—Existiría si mi pueblo me hubiese escuchado.

Bufé.

—No vine a escuchar tus quejas.

—A Beliel le gusta escuchar mis historias sobre Troya... Puede pasar horas escuchándome y parece no aburrirse de mí — Murmuró, pero me dio la sensación de que se lo estaba diciendo a sí misma.

—Tu amor por Beliel tampoco me importa, Casandra.

— ¿Amor? — Repitió, alzando la mirada —. ¿Mi gratitud hacia ese demonio es en realidad amor?

—Se supone que las preguntas debo hacerlas yo, tu único trabajo es responderlas.

—Lo sé — masculló.

— ¿Sabías que vendría?

—Tuve un sueño, bastante parecido a esto — admitió —. Ahí vi a un demonio, de pie frente a mí... Era una bestia con alas y el aura de un ángel...

—Ten cuidado de lo que dices, Casandra — la interrumpí —. O voy a sacarte los ojos.

—Mi Emperador no permite que nadie toque mis ojos — hizo saber —. Ni los demonios, ni siquiera el mismo Rey del Infierno han sido capaces de tocarlos, y los ángeles no deberían interferir en asuntos relacionados con el Plano Infernal.

—Pues no dudaré en quitarte lo único que te hace tan especial si te atreves a insultarme de nuevo.

Casandra no respondió, solo se limitó a bajar la cabeza.

Los mitos que giraban en torno a ella sólo eran eso: mitos, pero algunos apuntaban a cosas realmente interesantes, como que sus dones podían desaparecer si Casandra perdía la vista. Es decir, quedaría ciega no sólo de su presente, sino también del futuro, y eso —sus profecías—, eran lo único por lo que los demonios e incluido mi hermano Luzbel, eran benevolentes con ella.

— ¿Lo entiendes? — Pregunté.

—Entiendo — asintió —. ¿Y qué es lo que necesita un ángel de una profeta?

—Una respuesta.

— ¿A qué pregunta?

—Luzbel Estrella de la Mañana salió del Infierno.

—Una infinidad de veces, de hecho — señaló ella, esbozando una sonrisa torcida.

— ¿Lo encontró?

— ¿A quién?

—Al mortal... El mortal al que llegará el niño en unos años.

— ¿De qué niño estás hablando?

—Por mi Padre, Casandra, no es el momento para fingir que no lo sabes.

Di un nuevo paso en dirección a la estrella rodeada de velas que había hecho en el suelo; una vez más quería mostrarme amenazante ante Casandra, pero para un alma que había pasado siglos enteros en el Infierno, siendo torturada y castigada por la propia mano del Diablo, parecía que un ángel no le representaba ningún sentido de peligro.

—Hay cosas que es mejor no saberlas hasta que no sea el momento adecuado — replicó —. Así que, mi querido arcángel, no sé de qué me hablas. No lo entiendo.

Tensé la mandíbula. Hice de mi mano un puño y tomé una inspiración profunda.

—Siendo así, responde lo que te pregunté — exigí.

— ¿Sobre qué?

— ¿Luzbel lo encontró? ¿Encontró al mortal?

Una sonrisa que no pude interpretar se asomó en los labios de la pelirroja, y su respuesta fue contundente:

—Sí.



*



Narrador

Lucas no sabía cuál era el momento adecuado para llamar.

Ya había pasado una semana desde la última vez que vio a Samael y, en todo ese lapso de tiempo, lo único en lo que pudo pensar era en las ganas que tenía de llamar y reunirse con él una vez más, pero cada vez que estaba a punto de marcar, se arrepentía porque una vocecita en su cabeza le decía que era demasiado pronto y no quería verse muy desesperado por verlo, ya que no dudaba, ni por un solo segundo, que Samael se burlaría de él.

—Mi madre dice que te toca lavar los platos — anunció Alexander, dejando un vaso en el fregadero.

—Ujum — musitó Lucas, con los ojos puestos la pantalla de su celular en donde se podía leer el nombre «Sami».

— ¿Estás bien?

—Ajá.

—Desde que llegamos no dejas de ver tu celular — apuntó, frunciendo el ceño.

Era viernes y ambos —junto con Castiel— se encontraban en la casa de Nia Millán, la madre de Alexander; por supuesto, la mujer se había mostrado bastante insistente en que quería hacer algo pequeño para celebrar el cumpleaños de Lucas, por lo que llamó anunciando que le preparó un pequeño pastel zanahoria que debía probar con inmediatez o iba a molestarse mucho con él porque realmente se había esforzado.

A diferencia de Alexander —quien siempre se negaba a recibir esa clase de celebraciones debido a que celebrar su cumpleaños no era para él una costumbre—, Lucas siempre accedía porque le encantaban los pasteles de Nia, y porque recordaba las palabras que su propia madre le había dicho alguna vez «Siempre debes ser agradecido» y, siendo así, no podía darse el lujo de rechazarlo.

—Román — llamó Alexander, agitando la mano frente a la cara de su amigo para llamar su atención; hasta ese punto, comenzaba a molestarse de que el ojiverde llevara un buen rato ignorando a todo el mundo.

Lucas sacudió la cabeza y, torpemente, guardó el celular en el bolsillo de su pantalón.

—Perdón. Eh... ¿Qué decías?

—Que debes lavar los platos — los señaló con un movimiento de cabeza.

Lucas se giró para ver la montaña de platos y vasos sucios que habían quedado en el fregadero luego de partir el pastel y, al regresar la vista a su amigo, frunció el ceño.

— ¿Por qué yo? — Preguntó.

—Te toca.

— ¿Me quieres ver la cara de idiota, Alexander? Yo los lavé la última vez que venimos — Se quejó.

—Eso fue el mes pasado. Y tú fiesta, tus platos.

—No es justo, es mi cumpleaños.

—Fue hace una semana — corrigió —. Y antes de que digas que el detergente arruina tus preciosas manos, los guantes están en la gaveta de abajo.

Lucas bufó sonoramente y obedeció.

Nada en la situación era nuevo para él; cuando ambos iban de visita a casa de Nia, antes de irse alguno tenía que lavar los platos sucios porque la mujer se los había hecho una costumbre desde que eran pequeños. Alexander solía decir que su madre se tomó muy en serio eso de considerar a Lucas parte de la familia, y no le molestaba en lo absoluto, de hecho dividirse las tareas domésticas resultó ser un beneficio.

— ¿En dónde está Cas? — Preguntó Lucas, colocándose los guantes de goma.

—Mi mamá está embobada con él — respondió —. Comienzo a creer que lo quiere más que a mí.

—Yo lo quiero más que a ti — dijo burlón.

—Ponte a lavar, Román.

—Son muchos platos, deberías ayudarme.

Alexander se rehusó y, más tarde, se sentó en una de las sillas que formaba parte de la mesa de madera que estaba en medio de la cocina; él había notado, desde antes de llegar a casa de su madre, que Lucas se estaba comportando un poco extraño porque le costaba despegar los ojos del celular, y eso no era algo muy común en él.

— ¿Tienes un problema o algo así? — Cuestionó.

— ¿De qué tipo?

—No lo sé, quizás con tu papá o en el trabajo.

—Mm... En realidad no, ¿por qué? — Lucas replicó, sumergiendo una esponja en detergente líquido disuelto en agua.

—De camino aquí no dejabas de ver el celular, y estás algo distraído.

Lucas se tomó su tiempo para responder; desde aquella noche en el HADES, había evitado tocar el tema con Alexander porque vaticinaba la reprimenda que le daría en cuanto supiera que se había reencontrado con Samael, pero por otra parte, no sentía que tuviese un motivo para ocultárselo, así que solo lo dijo:

—Es probable que haya encontrado a Samael... Bueno, en realidad él me encontró a mí — añadió de inmediato —, fue muy extraño porque...

— ¿Qué? — Cortó Alex, mirándolo con una abrupta expresión atónita.

—No es nada importante, sólo conversamos... Y ya — intentó mentir, pero su tono de voz había cambiado y lo delataba.

— ¡¿Te acostaste con él otra vez, Lucas?! — Alzó la voz sin darse cuenta.

—P-poquito...

— ¿Cómo es poquito, Román?

— ¡No me regañes! — Chilló —. No fue nada importante.

Alexander tomó una inspiración profunda para poder calmarse y no comenzar a gritar; escuchar el nombre de Samael había comenzado a sentirse diferente desde que Castiel le dijo a quién se refería Lucas exactamente, y aunque pasaron bastantes días en los que su mejor amigo ya no lo había mencionado, ahora comenzaba a entender por qué.

—Sí es importante, Lucas — murmuró con voz calmada —. No sé qué tan buena idea sea que te relaciones tanto con él.

—No es tan malo, solo es algo reservado... Y para ser alguien que tiene tanto dinero y es dueño de muchas cosas, internet no lo conoce.

— ¿Lo investigaste? — Pese a que el ánimo de Alex no era el mejor de todos, la simple idea lo hizo reír.

—No a un grado psicópata, solo quería saber si tenía instagram — confesó entre risas —. Como tiene mucho dinero, pensé que todo el mundo hablaría de él, así que lo googlé, pero no encontré nada.

— ¿Y eso no se te hace extraño?

—Sí, pero no quiero juzgarlo antes de tiempo — encogió los hombros —. Se lo preguntaré directamente cuando lo vea.

— ¿A quién? — Intervino Castiel, entrando a la cocina con un plato vacío en la mano.

Alexander sintió que un escalofrío le recorrió el cuerpo. Compartió una mirada con Castiel, intentando decirle que, probablemente, la respuesta de Lucas no iba a gustarle mucho.

—Ah, bueno — comenzó diciendo el ojiverde —, es que hace unos meses conocí a un tipo en un bar. Se llama Samael — explicó —, nos reencontramos en una fiesta de mi papá y me prestó su sacó, así que voy a devolvérselo.

Tras escuchar el nombre de su hermano, el ánimo de Castiel cayó al suelo estrepitosamente y el enojó mermó tanto en su sistema que, pronto, lo llevó a sentirse muy estúpido por tan solo haber creído por un momento que su hermano iba a hacerle caso y se quedaría en el Infierno, pues ahora tenía claro que había hecho exactamente lo contrario.

—Oh... — Fue lo único que pudo decir, aunque su mandíbula tensada expresó su molestia.

Alexander se estiró para tomar la mano de su novio, esperando aliviar su enojo; el contacto tuvo cierto efecto en el ángel, pero al final, solamente estaba pensando en que Samael, definitivamente, era alguien a quien no debió pedirle nada para empezar, solo encerrarlo en el Infierno para ahorrarse los problemas que seguro iba a causarle.







***





A Castiel le tomó un par de días poder encontrar a su hermano.

El diablo era astuto y sabía mezclarse bien entre los mortales, por lo que el ángel no se sorprendió cuando se detuvo frente a un edificio de departamentos que, con su simple fachada, le indicaba que era un lugar bastante opulento, de esos que Alexander solía denominar como «lugares que solo puede permitirse la gente con mucho dinero». Y si alguien como Samael iba a mezclarse con mortales, por supuesto que iba a darse una buena vida.

Al entrar al edificio, se sintió un poco perdido porque el lugar —en el que se suponía que un guardia debía estar sentado para supervisar quién entraba y salía de los departamentos—, estaba completamente vacío, así que solo siguió su camino hasta los elevadores, pensando internamente que podía subir hasta el piso en donde estaba Samael de una manera más fácil, pero no se sentía con ánimos de arriesgarse a que algún mortal lo viera y se escandalizara con ello.

Todavía sentía que le costaba adaptarse a lo mundano, ya que los nervios lo acometieron al momento de entrar a la enorme caja metálica y tuvo que pulsar el botón del último piso para que ésta comenzara a ascender.

El viaje fue corto y rápido. En cuanto las puertas volvieron a abrirse, se sintió extrañamente aliviado, pero el gusto le duró muy poco cuando sus ojos se encontraron con algo que superaba la opulencia de un departamento exorbitantemente costoso.

—Qué demonios — murmuró por puro impulso, pues apenas fue consciente de sus palabras cuando estas ya habían salido de su boca.

Aunque, probablemente, cualquier otro ángel habría reaccionado igual: Samael Estrella de la Mañana se encontraba en el centro de la habitación, empuñando una espada de bronce cuya hoja no era tan larga, pero sí lo suficientemente filosa como para causar algo más que un rasguño.

Algo que llamó su atención por encima de aquel objeto, fue que Samael no tenía puestos los anillos de oro que solía usar siempre ni tampoco tenía camisa, por lo que dejaba a la vista los tatuajes que cubrían gran parte de su piel; en el pecho, tenía grabada una enorme estrella de cinco puntas cuyo interior estaba lleno de símbolos que Castiel apenas logró reconocer. Al rededor —en los brazos, cuello y fuera de la estrella—, ocupaban un lugar diversas runas que, seguramente, representaban algo importante.

Por otra parte, sus ojos refulgían en un tono bermellón que destacaba de una esclerótica completamente negra, pero lo que más había llamado su atención, fue que el lugar en el que se encontraba Samael, lucía exactamente como un rincón del Infierno; las paredes estaban compuestas por toscas piedras rojizas similares a la piedra volcánica. El suelo era de tierra y, alrededor, había algunos monolitos que terminaban justo al borde, en donde no había pared sino un risco por el que se podía apreciar un cielo rojo, el cual estaba lleno de nubes que parecían ser intensas llamas de fuego.

El diablo se veía bastante concentrado en una batalla contra —al parecer— un demonio que, evidentemente, iba perdiendo, pues pocos pasos le faltaban para que Samael lograra acorralarlo contra uno de los monolitos; sus ataques eran tan precisos y rápidos que el demonio se había limitado a defenderse, como si ganarle al diablo no fuera su verdadero propósito.

— ¡Luzbel! — Castiel gritó para llamar su atención, en un esfuerzo de disipar su sorpresa.

—No recuerdo la última vez que me llamaste así — respondió tranquilamente, sin detenerse.

— ¿Es una broma?

—Tampoco recuerdo el chiste.

Castiel entró a la habitación para acercarse a su hermano y este, como si se hubiese aburrido de la incapacidad del demonio para ser un rival digno, atravesó su cabeza con la espada en un movimiento rápido.

Al instante, el demonio desapareció, convirtiéndose en pequeñas partículas que se perdieron contra el suelo terroso como si, en primer lugar, nunca hubiese estado ahí.

— ¿Qué demonios es esto? — Preguntó Castiel, refiriéndose al lugar.

Samael se pasó la mano por el cabello; había sudor en su pecho y bajando por sus sienes, lo que hizo a Castiel inferir que había estado en pequeños duelos contra demonios desde hace un rato.

—No te emociones tanto — dijo el diablo —. Solo es una ilusión.

— ¿Convertiste todo tu piso en una réplica del Infierno?

—Me ayuda a concentrarme.

— ¿Y el demonio?

—Tampoco era real.

Para demostrarlo y como respuesta a la incredulidad de su hermano, a Samael le bastó con hacer un movimiento con la mano para que el aspecto del lugar cambiara por completo, volviendo a su apariencia normal; de nuevo estaban los muebles, los ventanales por los que podían verse los edificios que componían la ciudad, la pequeña cocina y una televisión que estaba encendida y transmitía una serie policiaca.

— ¿Cómo es que sabes hacer eso? — Castiel seguía ligeramente dominado por la sorpresa, pero se esforzó en no ponerse en evidencia.

—Después de mi exilio, tuve mucho tiempo libre y aprendí cosas — respondió —. El Infierno es un lugar en que el que reside una clase de poder bastante... Corrupto, pero te da lo suficiente como para poder crear ilusiones como esta — hizo un nuevo movimiento y, de repente, el lugar se convirtió en uno muy conocido por Castiel.

Ambos estuvieron rodeados de robles blancos sobre los que jilgueros y otras aves cantaban al unísono. El sonido del agua corriendo podía escucharse claramente desde lo lejos, y el pasto bajo sus pies era tan verde que parecía sacado de un cuento de hadas.

— ¿El Paraíso? ¿En serio? — Inquirió incrédulo, observando que los detalles eran casi perfectos.

El diablo bufó.

—Creí que era el Edén... Extraño a la hermosa Eva — sonrió ladino.

—Esto es... sorprendente — reconoció —, pero no vine por eso.

—A veces deseo que tus visitas sean con el motivo de saludar, no de darme sermones estúpidos.

—Sigues dándome motivos para venir a darte esos sermones, Samael.

— ¿Y qué es esta vez?

— ¿Aparte de que te pedí que no salieras del Infierno?

—Seamos honestos, Azrael; jamás iba a hacerte caso con eso. ¿Sabes por qué? Porque no eres nadie para darme putas órdenes.

Con un movimiento más, Samael hizo que todo lo hermoso del lugar volviera a convertirse en un recoveco del Infierno.

Castiel no respondió de inmediato y, cuando lo hizo, prefirió cambiar el tema con la única finalidad de no empezar una pelear verbal contra su hermano, por lo que fue directo a preguntar lo que de verdad quería saber:

— ¿Qué clase de interés tienes por Lucas?

—Ninguno — dijo de inmediato —. No es muy diferente a otros mortales. Es igual... De simple.

—Tan simple que fuiste corriendo detrás de él.

Samael soltó una risa sin ganas.

—Lo creas o no, mi intención nunca fue encontrarme con él.

—Pero así fue — objetó —, y me preocupa.

Samael centró su atención en la espada que todavía tenía en la mano, y las comisuras de sus labios se alzaron con mezquindad cuando una idea —a su parecer bastante interesante—, se le cruzó por la cabeza.

— ¿Quieres arreglar esto de una vez? — Sus palabras estaban teñidas de malicia.

Al mirar nuevamente a Castiel, éste no tardó en interpretar lo que realmente quería decir.

— ¿En serio quieres hacer de esto una pelea y en un lugar como este?

—Que no te agobie hacer un desastre, Azrael. Este lugar es capaz de aguantar cualquier cosa.

—No sé si realmente pelear entre nosotros es una buena idea.

—La última vez te permití golpearme — recordó —. ¿No crees que es justo?

—Creí que lo que estaba pasando con Alex era culpa tuya — expresó —. Lo lamento, pero eso no es un pretexto para mí para pelear contigo ahora, Samael.

—Es la única forma que conozco para resolver cualquier clase de conflictos absurdos.

—Si tan solo hicieras lo que te pedí...

—Sabes que odio las órdenes — lo interrumpió —. Jamás voy a obedecerlas porque, de haberlo hecho, no estaría condenado al Infierno para empezar. Así que considera esto como un trato.

— ¿Y cuáles son los términos?

—Si ganas, no me acercaré al mortal, pero si yo gano, dejarás de fastidiarme.

Castiel escrutó en el rostro de Samael, intentando descifrar el truco en sus palabras porque cuando el diablo hacía tratos, siempre había letras pequeñas que la mayoría nunca leía o no se tomaba en serio.

—No olvides lo que pasó en el Paraíso — el ángel quiso persuadirlo.

—Ahí pasaron muchas cosas — dijo —. Sé más específico.

—Te gané.

—Maldición, hermano, acabas de ser un maldito prepotente por dos segundos. Debería estar orgulloso.

—Solo quería que lo tuvieras en cuenta — Sonrió de lado y Samael estuvo seguro que, de haberlo escuchado de alguien más, ni siquiera le hubiese dado la oportunidad de reconsiderar sus palabras, pero viniendo de su hermano, solo sintió cierta complicidad en eso.

Azrael —o Castiel, como ahora le gustaba ser llamado—, nunca fue alguien que estuviera ansioso por destacar o ser el centro de atención. Era más bien demasiado reservado y, dentro de la Legión de Ángeles, Samael no conocía a uno igual de fuerte que Azrael, y sin embargo, jamás iba por ahí presumiendo de ello ni de sus batallas ganadas.

Azrael no se creía mejor que el resto. No encontraba satisfacción en la presuntuosidad, de hecho parecía más preocupado por disfrutar internamente de sus victorias para no lastimar el ego de sus hermanos.

Y Samael era todo lo contrario.

—Tuve un poco de mala suerte — musitó el diablo después —. Tú tenías a un Dios de tu lado, y yo a un traidor. La balanza no estaba equilibrada.

— ¿Y por qué crees que lo está ahora?

—No eres un tramposo, y yo tampoco. Además, será divertido.

Samael le tendió su espada de bronce y Castiel tardó un par de segundos en aceptarla; no estaba muy convencido de eso, pero una parte de él sentía curiosidad entremezclada con emoción.

Los ángeles comúnmente solían tener pequeñas batallas entre ellos que les servían como entrenamiento, pero no eran nada inofensivas. La mayoría de las veces terminaban con cortes y golpes en todo el cuerpo que se curaban casi al instante, lo que al final de cuentas no resultaba ser un verdadero problema pues pese a las heridas, no eran capaces de sentir dolor.

Castiel recordaba que los duelos eran una de las pocas cosas que a Samael le gustaban del Plano Celestial y, si era honesto consigo mismo, extrañaba tener esos pequeños duelos contra su hermano porque todos los ángeles se reunían para apostar sobre quien ganaría: el ángel de la muerte, o el que tiempo después terminaría convirtiéndose en el primer ángel caído.

—Bien — Castiel accedió —, si gano, no te acercarás a Lucas.

—No pierdo mucho con eso — sonrió burlón —, pero tampoco es como si estuviera dispuesto a perder.

Castiel observó su espada; era algo pesada y en sus manos se veía demasiado grande, por lo que se tomó unos momentos para familiarizarse un poco con ella mientras Samael materializaba una espada similar pero cuya hoja era más corta.

— ¿Estás seguro? — Inquirió el ángel.

—Si alguien va a arrepentirse, no seré yo. Y si no quieres hacerlo, tampoco te obligaré, pero en ese caso tendrás que olvidarte de pedirme estupideces.

—No me negué, solo quise saber si realmente estabas seguro.

—Si piensas ser amable conmigo, no lo hagas, o te mataré.

Antes de responder, Castiel ocupó un lugar en el centro de la habitación, quedando de pie unos pocos metros lejos de Samael.

—No pensaba ser amable, hermano.

El aspecto del ángel de la muerte siempre fue bastante particular; no presumía de grandes músculos, sino de un cuerpo que a simple vista lucía delicado. Su porte tampoco emitía un aire amenazante, y aquellos que no lo conocían, no veían en él a alguien peligroso, pero para sorpresa de todos, Azrael era el más fuerte dentro de la Legión de Ángeles y, hasta el momento, nadie había logrado vencerlo en una batalla porque estaba colmado de una habilidad estratégica que superaba al resto.

Por eso Samael lamentaba que su hermano favorito no se hubiese unido a él en la rebelión que desató en el Paraíso porque, de haberlo hecho, la humanidad habría conocido otra historia.

Así pues, el primer ataque fue por parte de Samael; la punta de su espada viajó directo al cuello de Castiel, quien en un acto reflejo se echó para atrás y retrocedió mientras esquivaba los ataques en busca del momento perfecto para responder, sin embargo, los movimientos precisos y agresivos de su rival no le facilitaron las cosas.

Samael giró sobre su eje, eso le sirvió como impulso para apoyarse sobre una rodilla y dirigir el filo de su arma hacía las piernas de Castiel, pero el ángel bloqueó el ataque usando su espada. Casi de inmediato, el ángel aferró la mano al mango de su propia arma y dejó de retroceder para, finalmente, responder a los ataques de Samael, quien soltó una risita ante los movimientos pugnaces que lanzaba su hermano; estuvo a punto de hacerle un corte en el brazo que apenas esquivó.

Un sonido metálico llenaba el ambiente cada vez que las espadas chocaban, y cuanto más tiempo pasaba, la tensión sublevada por las ansias de ambos de ganar, hacía que los movimientos se volvieran más rápidos y los ataques más constantes. No existía ninguna clase de amabilidad en ambos, pues llegó un punto en el que ninguno estaba midiendo la fuerza con la que blandían la espada y buscaban con desespero dañar a su rival.

Castiel sintió el filo rozándole el cuello y Samael se agachó cuando el ataque en respuesta tenía el propósito de rebanarle la cabeza. Pese a que los jadeos de ambos eran lo que acompañaba el sonido de las espadas cruzando, en ningún momento se detuvieron para tomar aire.

Ante los ojos de cualquiera, presenciar aquella escena casi dejaba la certeza de que estaba previamente coordinada para que ninguno terminara con algún rasguño, no obstante, lo cierto era que ambos estaban improvisando y solo se valían de sus propios instintos y experiencias en batalla para responder y atacar; en ciertos momentos, parecía que Castiel estaba teniendo la ventaja, pero luego la perspectiva cambiaba y era Samael quien parecía estar a punto de derribar al ángel de la muerte, pero al final ambos seguían con los pies firmes contra el suelo, sin mostrar intenciones de dejarse vencer.

Sin embargo, luego de unos ataques más, el diablo logró lastimar a su rival.

Castiel sintió un corte en su mejilla que lo hizo trastabillar y retroceder, perdiendo por una fracción de segundo la concentración. Samael aprovechó el poco tiempo de ventaja para empujar a Castiel contra uno de los monolitos.

— ¿Qué? ¿Creíste que no ibas a obtener ningún rasguño? — Murmuró, haciendo presión con el antebrazo en el cuello de Castiel.

Sus palabras detonaron el enojo del ángel, quien apartó el cuerpo contrario de un empujón tan fuerte y brusco que las botas de Samael se hundieron en la tierra dejando un pequeño camino que marcó los pocos centímetros que el ataque lo hizo retroceder.

Luego, ambos se lanzaron a atacarse al mismo tiempo y las hojas de bronce volvieron a encontrarse liberando una fuerza externa que los separó y casi los hizo caer al suelo.

Aunque el impacto los sacudió, ninguno planeaba detenerse ahí porque aún no había un ganador pero, poco antes de que Samael blandiera su espada para atacar a Castiel, tuvo un presentimiento tan intenso que se desconcentró y el ángel, sin darse cuenta de eso, empujó al diablo contra uno de los monolitos; la fuerza ejercida hizo que la piedra se hiciera pedazos, sin embargo, Samael logró mantenerse de pie.

—Carajo — gruñó, pero Castiel supo que no se refería precisamente a su desventaja, pues el diablo ya ni siquiera lo estaba mirando a él.

— ¿Qué sucede? — Inquirió con la respiración agitada.

—Alguien invocó a un demonio — lo dijo de forma directa que sonó notoriamente molesto, tanto que la espada que sostenía, desapareció en un instante.

Por otra parte, lo dicho hizo que Castiel le concediera más importancia a eso que a su duelo inconcluso, pues si a Samael lo había distraído hasta ese grado, no debía simplemente ignorarse.

— ¿Invocar? ¿Hablas de... llamar a un demonio para pedir un favor?— El ángel preguntó.

Samael se limitó a asentir con la cabeza.

—Eso no es tan sencillo. No se puede sacar a un demonio del Infierno — apuntó.

—Es posible si sabes cómo hacerlo.

Castiel estaba confundido; durante eones, parte de su trabajo había sido mantener a los demonios encerrados en el Infierno sin ninguna posibilidad de salir, y hasta donde recordaba, nunca había fallado en eso a excepción de ese lapso de tiempo en el que estuvo atrapado en el mundo mortal, y estaba seguro de que eso de invocar demonios solo había sido parte de historias que a lo largo de los siglos se inventaron los mortales en un afán bastante absurdo de comprobar la veracidad de algo divino y siniestro.

—Durante milenios, los demonios buscaron formas de ir al Plano Terrenal luego de que los encerraras en el Infierno — explicó Samael, recuperando el aliento —. En el Diluvio, se dieron cuenta de que todos los celestiales estaban muy concentrados presenciando al mayor genocida de la historia exterminar a su propia creación, así que usaron el Diluvio como cortina de humo para dejar pergaminos en el Plano Terrenal... En esencia, son instrucciones precisas para invocar demonios... De la forma correcta, por supuesto, no las estupideces que vienen haciendo los mortales desde el oscurantismo.

—Creí que eso solo eran mitos.

—Se convirtieron en mitos porque tuvieron que pasar siglos para que los mortales lograran encontrar los pergaminos, y cuando lo hicieron, tardaron siglos más en poder descifrarlos porque están escritos en lenguas muertas — dijo —. Las brujas fueron las únicas que lograron traducir algunos, y esos pergaminos eran de los primeros niveles del Infierno. Los de niveles más altos les fueron imposibles de traducir porque estaban escritos en lilim — observó a Castiel —. Y no existe ningún mortal con vida que sepa hablar la lengua de los demonios.

—Los demonios no pueden salir del Infierno, Samael — insistió —. No es...

—Ya te dije que sí es posible — bramó —. La razón por la que tú no te das cuenta, es porque lo único que logra salir del Plano Infernal, es su alma. Su cuerpo físico se queda en el Infierno, y eso crea un equilibrio que los hace imposibles de percibir.

Castiel se echó a reír con ironía.

—Entonces las historias de los mortales invocando demonios, no son falsas.

—No.

— ¿Y tú permitiste que regaran sus pergaminos en el Plano Terrenal?

—Lo hice — admitió —. Piensa que no habría sido así si no hubieran estado tan ocupados por Noé y su estúpida arca mientras se aproximaba el primer fin del mundo. Millones de mortales murieron por la mezquindad de nuestro querido Padre, pero nadie se detiene a pensar sobre eso porque no es importante, y porque si un todopoderoso de repente tiene el capricho de exterminar a la humanidad, no se le puede juzgar porque es Dios, y Dios es justo, y seguramente debía tener buenas razones para ahogar incluso a niños que no tenían la edad suficiente para pecar — sonrió mezquino —. Yo también soy justo, y tenía buenas razones para permitir que los demonios dejaran sus pergaminos en el Plano Terrenal.

— ¿Y cuáles eran?

—Los demonios cumplen toda clase de favores — respondió —. Usa tu imaginación.

— ¿No crees que es irónico? Dices que tenías buenas razones pero ahora te preocupa el hecho de que alguien haya invocado a uno — Castiel atacó.

—El demonio que invocaron es del Noveno Círculo, y es imposible que un mortal haya logrado traducir sus pergaminos — dijo —. Además, aparte de las criaturas del Infierno, los únicos que entienden lilim son los ángeles.

— ¿Y tú vínculo con el Infierno es tan fuerte como para saber cuándo un demonio fue invocado?

—No es difícil saberlo porque cuando eso pasa, se siente inestable — respondió, esta vez con más calma —. El Infierno es mi dominio, Castiel.

—Bien — zanjó, soltó la espada que seguía en su mano y se dio la vuelta para dirigirse hacia el elevador.

— ¿A dónde vas?

—Hablaré con la Legión de Ángeles.

— ¿Y qué pasará con el mortal?

Castiel se detuvo para meditarlo por un segundo y estuvo seguro de una cosa: Samael nunca haría caso a una petición, y aquella pequeña batalla que tuvieron hace minutos atrás, era la única manera en la que pudo haberse asegurado de que no se acercaría a Lucas, pero había quedado inconclusa y ahora tenía algo más importante de lo qué preocuparse.

Se dio la vuelta para encararlo, reparando de inmediato que, nuevamente, Samael se había puesto los anillos y todo su aspecto demoníaco había desaparecido; su cuerpo ya no estaba cubierto de runas y sus ojos de nuevo eran de color avellana.

—Parece... que le gustas a Lucas — fue su respuesta.

La expresión de Samael no cambió en nada.

—Y también parece que eres consciente de eso — añadió.

—Me habría sorprendido si hubieses dicho lo contrario, pero lo de gustarle a un mortal, no es nada nuevo.

—Eres prepotente, egoísta, rozas lo narcisista y aun así le gustas... En serio tiene gustos muy extraños.

Samael se echó a reír.

—Escucha — ordenó luego —, no lo he visto en días y dijo que llamaría pero no lo ha hecho, tampoco creo que lo haga. Y yo no voy a perder mi tiempo buscando mortales, así que para tu alivio, supongo que nuestros encuentros furtivos se terminaron.

Castiel frunció el ceño.

— ¿Entonces por qué me hiciste pelear contra ti?

Samael solo sonrió.

—Me lo debías.

______________

hola, rasita 😙

¿Cómo están? ¿Cómo les trata la vida? ¿Ya tomaron agua? ¿Están durmiendo bien? ¿A qué hora leyeron este capítulo y por qué tan tarde? 👀

Lamento si encuentran alguna falta de ortografía, lo revisé rápido porque quería subirlo ya. De cualquier forma, espero que les haya gustado, si es así, agradeceré que voten y comenten aunque sea para mentarme la madre a mí o a Remiel. REMIEL NADIE TE QUIERE.

Ahora sí, cuéntenmelo todo:

¿Qué piensan de todo lo que ha pasado hasta ahora?

¿Les gustó este capítulo?

Por cierto, quiero aclarar que nada de lo escrito aquí tiene la finalidad de agreder o hacerles cambiar su perspectiva respecto a temas religiosos. Recuerden que todos aquí son personajes ficticios y cada uno tiene una personalidad propia, por lo que agradeceré que no se tomen ninguna de sus palabras de forma literal.

¡Nos leemos en el capítulo 9! 💛

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