Hidromiel. ✔

By itswolowizard

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Luzbel sabía, entre muchas otras cosas, que tenía terminantemente prohibido enamorarse de un mortal. No era u... More

Hidromiel.
Prólogo.
Canto I.
Canto II.
Canto III.
Canto IV.
Canto VI.
Canto VII.
Canto VIII.
Canto IX.
Canto X.
Canto XI.
Canto XII.
Canto XIII.
Canto XIV.
Canto XV.
Canto XVI.
Canto XVII.
Canto XVIII.
Canto XIX.
Canto XX.
Canto XXI.
Canto XXI (Parte 2)
Canto XXII.
Canto XXIII.
Canto XXIV.
Canto XXV.
Canto XXVI.
Canto XXVII.
Canto XXVIII.
Canto XXVIII. (Parte 2)
Canto XXIX.
EXTRA.
Canto XXX.
Canto XXXI.
Canto XXXII.
Canto XXXII (Parte 2)
Canto XXXIII.
Canto XXXIV.
Canto XXXV.
Canto XXXVI.
Canto XXXVII.
Canto XXXVIII.
Canto XXXIX - Final
Epílogo.
Absenta.

Canto V.

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By itswolowizard

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Castiel estaba sentado en el balcón de la casa con los ojos fijos en el cielo y un gatito echado sobre sus piernas.

Por su mente pasaban una infinidad de pensamientos que giraban en torno a Samael y ese encuentro que mencionó tener con Lucas; no podía dejar de pensar en ello porque le preocupaba que su hermano y el mejor amigo de su novio hubiesen tenido algo que ver. Algo que fuese más allá de un encuentro casual... Y su preocupación era tanta que ya llevaba días pensando sobre eso, incluso Alexander lo había notado algo distante.

—Mira qué te traje — dijo el rizado, sentándose a su lado y extendiéndole una copa cuyo líquido ámbar hizo sonreír a Castiel.

— ¿Preparaste hidromiel? — preguntó con sorpresa.

—Ujum — sonrió con satisfacción —. Dijiste que era tu bebida favorita y estoy seguro que no te referías a este tipo de hidromiel, pero ignoro cómo es que la preparan los ángeles, así que te preparé el único tipo de hidromiel que conozco.

— ¿El que crearon los mortales?

—Sí... justo eso.

Castiel no tardó mucho en llevarse aquella copa a los labios hasta que el líquido comenzó a deslizarse por su boca, pero para su sorpresa, no encontró ninguna clase de sabor en eso; se suponía que el hidromiel debía ser dulce, aunque en ocasiones las que contenían lúpulo ocasionaba que supiera más amargo... Y a Castiel no le supo ni dulce ni amarga. Sabía... a nada, igual que probar un vaso de agua.

Aun así, no quiso que Alexander se sintiera decepcionado de sí mismo por algo como eso, así que el ángel pretendía ser amable al decir:

—Es... deliciosa — dijo, pero Alexander lo conocía demasiado bien.

—No te sabe a nada, ¿verdad?

El ángel frunció los labios y negó con la cabeza, avergonzado.

—Lo lamento...

—No te preocupes — Alex rio —. Debí pensar en eso antes de prepararla.

El demonio recordó abruptamente aquella vez en la que le dio a probar una cerveza y esta no le supo a absolutamente nada, porque Castiel estaba demasiado acostumbrado a bebidas muy fuertes. Bebidas —que él mismo expresó—, derrumbarían a un mortal con un simple trago.

Como fuera, Alex le quitó la copa de las manos y le dio pequeños tragos al resto de hidromiel que quedaba en el fondo; a él sí le sabía bastante dulce, y pese a que no era —ni de lejos— su bebida favorita, tampoco pensaba en desperdiciarla porque había sido todo un lío poder prepararla.

Por otra parte, Castiel regresó la vista al cielo, pensando nuevamente en su hermano.

— ¿Estás bien? — La pregunta, formulada por Alexander, había rondado en su mente durante días, pero no se había animado a hacerla porque no encontraba el momento adecuado.

—Sí — el ángel le dedicó una sonrisa, pero eso no logró convencer a Alex.

—Oye, sé que a veces necesitas tu espacio y nunca intento cruzar ese límite, pero estos días te he notado algo diferente... y distante — masculló —. Y la última vez que te comportaste de esa manera, te... fuiste...

El miedo de Alex estaba fundamentado con experiencias pasadas y eso le inquietaba bastante; no le gustaba que Castiel se viera tan preocupado ni que se negara a expresar todos sus resquemores para lidiar con ellos en un doloroso silencio, pero aún seguía trabajando en eso y se sintió conmovido por las palabras de Alex; algo en su interior se removió luego de recordar aquella época tan difícil, así que se acercó a él, le dio un beso en los labios y luego le dijo en voz baja:

—No tengo ninguna razón para irme, Alex, y tampoco quiero hacerlo.

El rizado dejó escapar todo el aire que había estado reteniendo en sus pulmones.

—Por Dios, qué alivio. Ya estaba preparando todo un discurso.

Castiel se echó a reír.

—No voy a irme, Alex.

— ¿Entonces ocurrió algo malo? ¿Hay algo que te preocupe?

—Um... ¿recuerdas cuando te conté sobre mi... familia? — en sus labios aquella última palabra se sintió extraña, incluso demasiado ajena e incorrecta para definir la relación que los ángeles y Dios tenían... El Paraíso, una deidad, la Legión de Ángeles y los Coros Angelicales no se escuchaban como una estructura familiar, sino como una serie de engranajes cuyo único propósito era hacer funcionar un sistema.

—Sí, no podría olvidarlo; esa noche ni siquiera pude dormir.

Aquello le arrancó una risa a Castiel.

— ¿Y recuerdas cuando te mencioné a mis hermanos?

—Sí.

—Bueno... uno de ellos... Luzbel...

— ¿Es el diablo? — Interrumpió Alex. Castiel asintió —. Sí, recuerdo que dijiste eso, y me asustó un poco, lo admito, pero cuando nos presentaste no lucía tan mal.

—Si hubieses visto su forma de diablo, probablemente sí te habrías asustado.

— ¿Tu hermano tiene formas? — Bromeó.

—Sabe hacer cosas — rio —. Y esas cosas le fueron muy útiles en el Jardín del Edén...

—Espera — Alexander no tardó en interpretar las palabras del ángel —. ¿Tu hermano fue la serpiente que corrompió a Eva?

—Sí — respondió Castiel con una sonrisa divertida al ver la expresión de sorpresa en el rostro de su novio.

—Vaya...

De repente ambos estuvieron en silencio; para Alexander seguía siendo increíble que de su boca salieran preguntas de ese tipo, pues antes de conocer a Castiel, difícilmente creía en esas historias bíblicas.

—Um... — musitó el ángel para romper el silencio.

— ¿Lo que te preocupa tiene que ver con tu hermano?

—Sí... — le costó mucho responder —. Es alguien bastante impredecible y muy rebelde; odia que le den órdenes y le encanta romper cualquier tipo de regla. Si alguien le dice que no haga algo, se lo toma como reto personal, y hace poco le dije que no saliera del Infierno — confesó, recordando que la confianza era una de las cosas que Alex más apreciaba y que habían acordado no ocultarse nada —. Espero que me haga caso, pero al mismo tiempo estoy seguro de que hará lo que quiera.

— ¿Es tan malo que salga del Infierno? — Preguntó Alex.

Castiel abrazó sus piernas y observó el rostro de su novio, quien se veía atento esperando una respuesta.

—Escucha... — iba a decirle la verdad, no pensaba ocultarle que su hermano y Lucas se habían conocido, el asunto era que debía decirlo con cuidado y sutileza para que no se asustara —. Aquella vez en la que te conté sobre mis hermanos, olvidé decirte que Luzbel solía tener otro nombre. En ese momento no lo consideré importante porque dejó de usar su nombre real cuando fue expulsado del Paraíso, pero ahora creo que sí es necesario que lo sepas.

Alexander frunció el ceño, comenzando a confundirse.

— ¿Luzbel solo es como un apodo? — Cuestionó.

—Um... algo así. Cuando cayó al Infierno, quiso deshacerse de todo lo que tuviera que ver con su vida como arcángel, eso incluyó su nombre.

— ¿Y cómo se llama realmente?

Castiel se tomó su tiempo para responder.

—Samael — dijo finalmente.

Contrario a la reacción que esperaba, Alex soltó una risa pletórica de ironía.

—Es extraño — comentó —. Lucas conoció a alguien con... — al darse cuenta de la expresión agobiada del ángel, pudo deducirlo finalmente —. ¿Es él? ¿T-tu hermano... s-se acostó... con Lucas?

El tono y la expresión atónita de Alexander no fueron ninguna sorpresa para Castiel, pues la enorme coincidencia que existía entre aquel inesperado encuentro entre Lucas y Samael, se había visto como algo bastante improbable tan solo unos minutos atrás.

— ¿Es... broma? — Fue la siguiente pregunta del rizado.

Castiel negó con la cabeza.

—Hace unos días, al llegar a casa, escuché a Lucas decir el nombre de Samael — explicó el ángel —. Pensé que se refería a otra persona, pero luego de escuchar un poco más, supe que realmente se trataba de mi hermano.

Alex no tenía idea de qué decir, por lo que Castiel llenó su silencio:

—No te preocupes, hablé con Samael — dijo, tomando su mano.

—Pero... ¿Cómo pasó? ¿Tu... hermano...? ¿Y Lucas...?

—Fue una coincidencia — indicó, aunque no estaba del todo seguro de ello —. Samael ya ni siquiera se acordaba de él cuando lo mencioné, y le pedí que no regresara al Plano Terrenal.

—Estoy seguro que Lucas no tiene idea de que... él es...

—No — se apresuró a decir —. No lo sabe. Tampoco creo que sea necesario agobiarlo con eso porque quiero confiar en que Samael hará lo que le pedí.

Contrario a las palabras de Castiel —cuyo objetivo era, de alguna manera, tranquilizarlo respecto al tema—, el rizado no se sintió completamente aliviado sobre ello porque Lucas era su mejor amigo, la persona a la que era más cercano superando incluso la relación con sus padres y siempre se esforzaban en cuidarse mutuamente. Aunado a eso, Alexander —mejor que nadie— conocía los riesgos de involucrarse tanto con un ser celestial y, pese a que Samael Estrella de la Mañana ya no era un ángel, él, por encima de los demás, había recibido uno de los peores castigos de todos.

— ¿Estás seguro de que tu hermano... se quedará en el Infierno? — Aventuró.

—Tiene que hacerlo.

— ¿Y si no lo hace?

Castiel se mordió el interior de la mejilla para poder pensar en su siguiente respuesta.

—Lucas estará bien, Alex — sabía que eso era exactamente por lo que su novio estaba preguntando en realidad —. Samael no suele tener un interés real por los mortales; se relaciona con ellos de formas muy efímeras.

Pero en ese momento, el ángel de la muerte ignoraba que el diablo ya había salido de las fosas del Infierno.



***


Samael


Hace décadas atrás me enamoré de un mortal.

Su nombre era Killian y era la criatura más hermosa con la que pude haberme encontrado.

Él me hizo sentir, por primera vez desde que soy consciente de mi existencia, que no era digno de algo y eso no sucedía muy a menudo, pero cada vez que sus ojos azules se encontraban con los míos, mostrándome la profundidad de un azul que era tan hermoso como el cielo, de repente Killian se transformaba en una debilidad mucho más fuerte que el oro y me derrumbaba con tanta fuerza que sólo la razón me permitía mantenerme de pie, observando esos ojos azules con dureza como si intentara hacerle saber que su simple sonrisa no me hacía tan vulnerable... Pero así era, y con el tiempo amé esa vulnerabilidad.

Aún pensaba en él de vez en cuando. Ya no con la misma frecuencia de antes porque el tiempo desde que ya no estaba conmigo era bastante, y porque odiaba los sentimentalismos; son la clase de cosas que sólo hacen los mortales cuando se lamentan y autocompadecen, por lo que me resulta exasperante esa sensación de añoranza que se instala en mi pecho cada vez que estoy en el Infierno, de pie sobre el borde de un acantilado que desde mi posición parece infinito, donde las cabezas de los demonios ruedan hasta caer y se pierden cuando alguno tiene la osadía de hacerme enojar.

El lugar en sí ya de por sí es bastante deprimente. Los lamentos emergen desde el abismo y cuando intento hacerlos callar, lo único que puedo hacer es cerrar los ojos e imaginarme sosteniendo la mano de Killian en los límites de una autopista fuera de alguna ciudad.

Muy al principio, las imágenes en mi mente solían ser bastante nítidas, pero con el tiempo comenzaron a ser borrosas; el recuerdo de su voz ya no suena igual que antes, pero la intensidad de sus orbes índigos es algo en lo que me esfuerzo para que mi mente no borre jamás.

Dentro de un camaro negro, conducía a toda velocidad por una autopista vacía.

A través de las bocinas del auto sonaba Welcome To The Jungle a todo volumen, acompañando un escenario bastante insensato considerando lo rápido que conducía, pero yo no tenía especial interés en reducir la velocidad ni tampoco detenerme.

La sensación era jodidamente placentera. Tanto, que desde que estoy en el Plano Terrenal, he experimentado esa necesidad de salir muy temprano por la mañana en un auto de lujo cuando los primeros rayos del Sol comienzan a encender el cielo. Disfruto de conducir a lo largo de esa autopista carente de automóviles, deslizándome a través de sus curvaturas, mientras el aire frío se filtra por la ventana.

Es bastante satisfactorio ver el amanecer de esa manera, con una sensación de peligro en mi sistema que nunca era del todo real, porque aunque mi auto y yo termináramos cayendo por un barranco, mi cuerpo estaría intacto y el impacto sólo sería una molestia que interrumpiría un amanecer tan bueno y la pérdida total de un automóvil ridículamente costoso, sin embargo, esa mañana en la que me deleitaba con una vista magnífica y un barítono interpretado uno de los mayores éxitos de finales de los 80's, lo que apareció en mi panorama hizo que mi éxtasis cayera hasta el maldito suelo.

Remiel Arcángel estaba varios metros frente a mí, de pie en medio de la carretera presumiendo sus estúpidas alas grisáceas y un absurdo atuendo digno de la simpleza y poco gusto de un ángel.

Al observarlo, un sabor amargo se hizo presente en mi boca; mi disgusto por ese cabrón sobrepasaba los límites de mi nula capacidad para comportarme y una sonrisa mordaz se desplegó en mis labios; seguía sin pensar en detenerme ni de disminuir la velocidad. Tanto así que lo único que hice fue acelerar, ansioso por arrollar a ese maldito ángel traidor.

— ¡Detente! — gritó desde los varios metros lejos que estaba de mí, pero yo no sabía qué demonios le hacía pensar que haría una cosa así.

Pisé el acelerador hasta el límite y el rostro de ese maldito, cada vez más cerca, me concedió una expresión rígida que quizás buscaba intimidarme y llevarme a reducir la velocidad, pero eso no iba a pasar de ninguna jodida manera.

— ¡Luzbel Estrella de la Mañana! — gritó nuevamente.

Las alas detrás de su espalda se alzaron y justo cuando el camaro estuvo a punto de arrollarlo, se elevó por el aire, apartándose de mi camino.

—Maldito cobarde — me burlé.

Luego entonces, cuando escuché cómo algo se dejaba caer sobre el techo del auto, mi molestia desencadenada por su simple presencia, me hizo frenar tan bruscamente que Remiel tuvo que elevarse nuevamente para no caer al suelo.

Salí del auto, observando al ángel de pie a varios metros lejos de mí; intentaba recomponerse y cerciorarse de que no había nada fuera de su lugar.

— ¿Qué demonios haces perturbando mi día? — gruñí, cerrando la puerta del auto con fuerza pero no lo suficiente como para causarle algún daño.

—Saliste del Infierno — respondió, adoptando una postura erguida luego de sacudirse la ropa.

—No, imbécil, hice una maldita proyección astral — repliqué con ironía; odiaba cuando hacía aseveraciones tan obvias.

—Este no es tu lugar, Luzbel.

—Eso tú no lo decides — dije —, así que ve a hacer tu mierda angelical a otro lado y déjame en paz.

— ¡Padre te castigó! — gritó a mis espaldas cuando abrí la puerta del camaro para irme —. Dijo que tenías prohibido salir del Infierno.

—Tu Padre dice tantas cosas que me niego a escuchar — rebatí y lo miré —. Después de todo, Él hace lo mismo ¿no?

Las palabras parecieron quedarse atrapadas en su garganta, pues lo único que hizo fue apretar la mano en un puño y mirarme como si pretendiera atravesarme la cabeza a través de la mirada más furtiva que su estúpido rostro de ángel bueno le permitía, porque Remiel Arcángel daba toda la impresión de ser incapaz de matar a una mosca, pero el maldito presumía de todas las cualidades de un manipulador y, sobretodo, de un traidor; él cree que se merece el puesto que tiene. Ser un arcángel, en el Plano Celestial, es casi un honor para aquel que obtiene ese rango y Remiel no duda en jactarse de ello siempre que puede.

Hacía siglos que no lo había visto, tanto que olvidé gran parte de sus viejas costumbres —en parte, porque me importan una mierda—, pero al volver a tenerlo frente a mí, me daba cuenta de que seguía siendo la misma cucaracha insignificante de siempre. Y me divertía tanto ver cómo intentaba darme órdenes a mí, el diablo que para los insulsos mortales es considerado el ícono de la rebeldía, el adversario, el padre de las mentiras y todos esos sobrenombres que me parecen ridículos.

—Ya lárgate, Remiel — le dije.

—Lo haré cuando regreses a donde perteneces.

Chasqueé la lengua, observé mi reflejo a través de la ventana del camaro durante algunos segundos y, más tarde, luego de convencerme de que Remiel no se iría a menos que lo obligara a hacerlo, comencé a dar pasos en su dirección dispuesto a hacer lo necesario para que se largara, incluso si eso significaba matarlo, que esperaba que así fuera; lo que hizo Remiel hace eones, el simple acto de traicionarme, era algo que no había perdonado en absoluto porque yo no soy de esos que perdonan y tampoco olvidan.

Soy de los que se deshacen de lo que les molesta.

Y Remiel me molesta.

Mucho.

—No lo voy a repetir dos veces — amenacé sin detenerme.

—Siempre quieres hacer lo que se te da la gana. Pones tus deseos y tus tontos caprichos por encima de todo y de todos. ¿No crees que deberías empezar a obedecer?

— ¿Obedecer? ¿De esa manera justificas tu humillante sumisión? No me jodas.

—Lo digo en serio, Luzbel, te arrepentirás si no regresas al Infierno.

—Hablas mucho, hermanito, quizás si te arranco la lengua por fin te calles.

Al estar cada vez más cerca, la expresión corporal de Remiel me indicó que comenzaba a ponerse alerta y tan solo en unos segundos, blandió una espada que me hizo echar el cuerpo hacia atrás para evitar cualquier rasguño; observé la punta de la espada apuntándome, y luego alcé la vista hasta encontrarme con él rostro del traidor.

— Por el Infierno, baja esa espada, Remiel — le dije, con una sonrisa burlona —. No te vayas a lastimar.

—Si te acercas más a mí, te clavaré esto en el corazón.

— ¿Por qué estás tan asustado? — Inquirí — ¿Tienes miedo de que te arranque la cabeza y después la cuelgue en mi pared? O mejor aún, adornando la puerta del Noveno Círculo del Infierno.

Remiel apretó las manos sobre el mango de la espada y tensó la mandíbula.

—No te permitiré hacerme nada. Tú eres un Caído, no lo olvides, estás por debajo de nosotros.

—Qué imbécil eres, ¿crees que no he pasado eones masacrando ángeles y castigando a esas estúpidas almas? ¿Crees que no sé cuál es la manera correcta para doblegar a un maldito arcángel? — Remiel no respondió —. ¿Por qué crees que ni tú, ni tus estúpidos hermanitos se atreven a ir al Infierno?

—Azrael...

—Azrael no es un maldito cobarde y traidor como tú, Remiel, así que no te humilles más intentando compararte con él.

Soltó una risa.

— ¿En serio crees que te tengo miedo? — Preguntó, sosteniendo la espada con fuerza —. Tú no tienes nada... Samael, perdiste tus alas.

— ¿No tienes algo mejor con lo que puedas intentar hacerme sentir mal? Es cierto que no tengo alas, pero no las necesito para matarte.

Coloqué mi dedo índice sobre la punta de la espada, ese gesto hizo que Remiel pasara saliva y, quizás temiendo un mal movimiento de mi parte, impulsó la espada en dirección a mi cuello, sin embargo, él era tan predecible que supe que haría eso en algún momento, así que sin ningún reparo, envolví la hoja de la espada con mi mano para alejarla de mí.

Sentí el filo cortándome la piel, pues los anillos de oro que tenía en cada dedo no me facilitaban las cosas, no obstante, eso no me importó y tampoco me importó la sangre deslizándose por mis manos hasta bajar por la hoja plateada; no podía sentir ninguna clase de dolor cuando tenía la expresión preocupada de Remiel frente a mis ojos, haciendo uso de ambas manos para sostener la espada correctamente.

—Escúchame bien, arcángel de mierda — bramé, haciéndolo retroceder —, me jacto de ser alguien bastante justo, ¿sabes? Y no quiero que armemos un alboroto aquí porque ambos sabemos cómo reaccionan los mortales cuando contemplan algo que sus ínfimos cerebros no pueden comprender, así que vete y hazte un favor: no vuelvas a molestarme, o ni siquiera me lo pensaré dos veces para arrancarte esas alas que tanto presumes.

Solté la hoja de la espada una vez que noté cómo Remiel aflojaba el agarre sobre el mango y su expresión comenzaba a mostrar que no tenía tanto interés de hacerme daño en ese momento, aunque sus ojos desprendían todo el odio que me tenía, o quizás solo era un poco de envidia, porque él nunca fue un arcángel destacable y, luego de haberme traicionado a mí, sabía que todos los demás lo trataban con cierta cautela, como si temieran que hiciera lo mismo con ellos, y yo tenía conocimiento sobre ello porque Gabriel me lo había contado alguna vez.

Le di la espalda para dirigir mis pasos de nuevo hasta el camaro, y al girarme para comprobar si todavía seguía ahí, viéndome con cara de idiota, me di cuenta de que, en realidad, por fin se había ido.

Siendo así, me monté en mi auto y me largué de ahí con un sabor amargo en la boca; hablar con mis hermanos siempre me resultaba molesto. Tanto que dejaba una desazón en mi humor y que, en consecuencia, apagaba todas mis buenas intenciones de beber el ridículo alcohol barato de los mortales y acostarme con alguno para divertirme un rato, porque los arcángeles como Remiel eran molestos hasta el carajo. Además, sabía que el muy imbécil tenía una razón de peso para haberse tomado la molestia de venir y exigirme que me largara porque no nos veíamos desde hace eones.

Te tiene miedo o algo así — me confesó Gabriel hace cientos de siglos atrás, en los que la idea de romantizar tragedias, ni siquiera era una concepción.

Yo me eché a reír con ganas.

Dudo mucho que Remiel haya dicho algo como eso — respondí.

No lo dijo, pero no es un secreto para nadie porque se le nota bastante — encogió los hombros —. Tengo mis teorías sobre lo que realmente siente Remiel hacia ti, y todo me lleva a que desearía que no existieras porque, desde nuestra creación, solo tú has sido lo suficientemente relevante incluso para Padre... Azrael también, pero sabes que él es más de los que prefieren no ser el centro de atención. Y Remiel quiere que se le reconozca de alguna manera.

¿Y lo logrará matándome? — Expresé con burla —. Que se pudra.

Piensa sobre ello, Luci — me miró —. Probablemente estamos subestimando mucho a Remiel, pero es astuto, y si llegara a matarte, sabes que no existiría ninguna clase de castigo para él porque es un arcángel y tú eres el diablo. Y me parece que, si llegara a lograrlo, a él lo venerarían, se convertiría en un ídolo... Sería el ángel que logró matar al diablo — hizo una pausa corta, más tarde añadió —: Esto sonará bastante atrevido, pero no me sorprendería que incluso Padre decidiera sentarlo a su diestra, y eso significa tener un poder...

Similar al de un Dios, lo sé, pero no me preocupa en absoluto.

A mí sí — cruzó los brazos —, eres mi hermano favorito, Luci..., aunque tu humor es bastante cruel.

No acompañaste a tu hermano favorito a una rebelión de dimensiones colosales — ataqué, pero más allá de querer echárselo en cara, solo quería bromear con ello.

—Te quiero, pero a veces no tienes muy buenas ideas — me dio palmaditas en el hombro. En sus labios apareció una sonrisa —. En fin, no creo que Remiel tenga intenciones de hacerte algo por ahora.

¿Eso significa que lo hará después?

No sé. Ya veremos. De cualquier forma, le diré que se cuide — sonrió con diversión —. En el Paraíso corren rumores de que eres un diablo muy despiadado, y no creo que Remiel quiera ser testigo de eso.

En ese tiempo, aquella charla con Gabriel no me pareció interesante y, con el paso de los siglos, la olvidé, pues me había dado cuenta de que no era la gran cosa y que Remiel era demasiado cobarde como para intentar hacer cualquier cosa. Además, en todo ese lapso de tiempo, nada extraño sucedió; todo seguía su curso de forma normal... hasta esta mañana, en la que atreverse a venir a verme, me pareció la idea más estúpida de todas.

Suspiré cuando bajé del camaro para entrar al edificio y subir a la última planta, en donde estaba el departamento que había adquirido desde hace relativamente poco tiempo.

—Buenos días, señor — me saludó el tipo de la entrada, al cual intenté pasar de largo hasta que preguntó —: ¿Se encuentra bien?

—Sí — zanjé, siguiendo mi camino.

—Es que tiene sangre en la mano — acotó y yo me detuve en seco.

Observé mi mano, encontrándome con ese líquido carmín que ya se había secado y una herida que ya había sanado; no había ningún rastro del corte a excepción de la sangre, sin embargo, el aspecto era llamativo, lo suficiente como para no pasar desapercibido para nadie.

— ¿Quiere que llame a un doctor?

—No — respondí, pero noté su rostro de circunstancia y supe que cientos de teorías ya se habían formado en su cabeza porque mi aspecto no era, precisamente, el de un tipo muy bueno.

Me dirigí a él y retrocedió, ligeramente asustado. No obstante, mis ojos se habían posado en la cadena de oro que colgaba de su cuello, la cual tenía forma de cruz.

— ¿Eres un hombre de fe? — Le cuestioné, señalando con un movimiento de cabeza la cadena en su cuello; sus ojos expresaron cierta confusión, por lo que tuve que ser más específico —. ¿Crees en Dios?

—S-sí... señor...

— ¿Y te hincas a rezarle todas las noches? — Inquirí sin dejar de acercarme a pasos cortos —. ¿Vas a escuchar sermones cada domingo? Incluso puedo imaginar que las paredes de tu casa deben estar llenas de crucifijos e imágenes de santos. Debes saberte de memoria algunos versículos, al menos.

Asintió como respuesta.

—Hay un versículo que me gusta, es algo como: Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo — me detuve una vez que estuve lo suficientemente cerca de él —. ¿Lo habías escuchado?

—S-sí... — murmuró.

Apartó el rostro cuando mi dedo índice tocó la cruz de oro.

Oh, pobre Jesús, ¿por qué nuestro Padre te dejó morir en la cruz? ¿En serio pretendía darle lecciones a la humanidad de esa manera? Ni siquiera yo soy tan cruel.

—Eso debe consolarte mucho, ¿no? Tener la certeza de que el diablo no va a hacerte nada porque eres un hombre de fe, debe ser reconfortante — me burlé.

El tipo temblaba, no dejaba de temblar porque toda mi aura había hecho que el ambiente se volviera pesado y era obvio que su fe debía ser bastante grande para no sentirse tan atraído por mí como lo hubiese estado un ateo, un agnóstico o un escéptico, ya que una cosa era cierta: mi presencia, mi simple aspecto despertaba una clase de deseo en los mortales que no podía reprimirse por más que se intentase; eso, por supuesto, tenía que ver con que solía ser un ángel, pero con aquellos mortales cuya fe y devoción por Dios era inquebrantable, nada de eso funcionaba.

Esa clase de mortales, los creyentes, eran capaces de sentir que algo conmigo no estaba bien, y temían, porque muy en el fondo sabían quién era yo y este tipo frente a mí presumía de una fe que hasta se me antojó asquerosa.

—Mi mano está bien — hice saber, con una sonrisa ladina cuyo único propósito era asustarlo más de lo que ya lo estaba simplemente porque me parecía divertido molestarlo, y porque intentó ser discreto para que yo no notara que buscaba el teléfono con desespero para llamar y decir que el tipo que vive en el último piso, es probablemente un psicópata —. Me ocuparé de esto yo mismo.

Busqué su mirada hasta que nuestros ojos se encontraron y él pareció perdido en eso, casi hipnotizado.

— ¿Por qué no haces tu trabajo y te olvidas de esto?

Asintió y lentamente dejó el teléfono en su lugar. Yo, por otro lado, sonreí satisfecho, luego le di leves palmaditas en la mejilla.

—Qué buen chico.

Aquel truco —cuya verdadera «magia» estaba en la persuasión—, siempre me era muy útil porque lograba que los mortales asustadizos y curiosos no se entrometieran en mis asuntos o hicieran preguntas de más, aquellas que uno difícilmente quiere contestar. También servía cuando quería conseguir algo, como colarme a una estúpida fiesta llena de tipos ricos que no llamaban mi atención porque eran las personas más simples con las que podía estar infestado el Plano Terrenal.

Ya había pasado al menos una semana luego de eso, y todavía seguía preguntándome cómo demonios terminé ahí porque recuerdo bien que ni siquiera me lo cuestioné, y es extraño considerando que yo suelo pensar muy juiciosamente sobre las cosas que hago; cuando actúo impulsivamente, es porque la situación lo amerita, pero en esa ocasión, yo simplemente me vi anudando una estúpida pajarita en mi cuello y luego subir al camaro para ir a esa ridícula fiesta.

Es cierto que había escuchado sobre ello en la televisión porque, al parecer, Román Allué era un hombre muy importante cuando se trataba de negocios y esas mierdas mundanas, así que no era nuevo para nadie que su cara saliera en revistas o en la televisión, pero yo no tenía una sola jodida idea de quién era y, al llegar, el evento se me hizo tan aburrido que pensé seriamente en llevar a algunos demonios que pudieran animar el lugar un poco... pero no fue necesario armar un alboroto para que yo pudiera divertirme, porque entre todo ese tumulto de gente absurda, me encontré con el tipo más interesante, ese que incluso después de tanto tiempo de habernos visto por primera vez, seguía pareciéndome un cachorrito.

Si soy honesto, para ese entonces ya había olvidado un poco su rostro, pero al volver a verlo, inmediatamente vinieron a mi mente los recuerdos que compartíamos de esa noche en el HADES, aunque no consideré que el hecho de haberme ido al día siguiente, lo tendría tan molesto; quizás esperaba que me recibiera de la forma más condescendiente, como suelen hacer todos esos mortales con los que me acuesto, pero Lucas de verdad estaba hirviendo de molestia, e incluso sentí sus ganas reprimidas de soltarme una bofetada o algo así y me divertía saber que, si lo hacía, yo tan solo me habría echado a reír.

De cualquier forma, hasta este punto ya no me importaba tanto, y no me cuestionaba mucho el por qué pensar en su aspecto molesto me hacía reír. Probablemente se debía a que ese chico era el mortal del que Azrael se tomó la molestia de advertirme, y me pregunté si debía volver a encontrarme con él sólo para molestar a mi hermano.

No obstante, lo curioso de eso, fue que Lucas terminó viniendo a mí pero, de nuevo, al final todo se trató de una simple coincidencia; el sábado por la noche, fui al HADES para terminar de cerrar el contrato de compraventa. Es preciso señalar que el dueño no tenía intenciones de vender el bar, y yo no tenía intenciones —ni ganas— de escuchar un «No», así que lo persuadí en cuanto su rostro me mostró que estaba a punto de rechazar mi oferta y, al final, no se pudo negar.

Al final de la reunión, comencé a caminar hasta la barra y, a lo lejos, pude ver a Lucas sentado en una de las mesas con una copa en la mano y una mujer acompañándolo; ella se reía por lo bajo mientras él hablaba. En ocasiones, se pasaba el pelo detrás de la oreja con una intención muy clara y todo en sus movimientos aparentemente sutiles, gritaba que Lucas le gustaba pero, al parecer, él no lo notaba o simplemente fingía no darse cuenta.

Lo observé durante breves minutos hasta que él alzó la vista y me miró; inmediatamente, su expresión de parsimonia desapareció para abrirle paso a un ceño fruncido. Incluso se tomó la molestia de enderezarse más como si intentara gritarme en la cara que seguía enojado conmigo, aunque eso ni siquiera me interesara en lo más mínimo.

Realmente yo no tenía ningún sentimiento de culpa por eso y estaba sorprendido —aunque no tanto— de que para él de verdad se hubiese convertido en un problema que le impedía dejar de mirarme como si quisiera atravesarme la cabeza con los ojos, por lo que para no pensar tanto en ello, decidí distraerme con una mortal que a los pocos minutos se acercó a mí haciendo un escueto intento de conversación que terminó con ambos besándonos en el baño.

Sus besos eran torpes y la manera tan grotesca en la que su lengua exploraba mi boca —como si no tuviera la más remota idea de lo que hacía—, comenzaba a matar mis deseos por llegar a algo más con ella. Además, de vez en cuando escuchaba sus risitas molestas mientras insistía con que le dijera mi nombre.

—Deja de fastidiarme con eso — zanjé, en cuanto sus labios torpes me dieron algo de espacio.

—Yo me llamo Amanda — dijo entre risas.

—Deja de fastidiarme, Amanda.

— ¿No te gusta tu nombre? ¿Por eso no quieres decírmelo?

—Solo no quiero decírtelo.

Sus labios, manchados de pintalabios, se apretaron en un puchero.

—Voy a irme si no me lo dices — amenazó.

—La puerta es muy amplia.

Me miró con reproche durante un par de minutos y, luego de darse por vencida, tiró de mi cuello para volver a estampar sus labios contra los míos.

—Carajo, si están tan ansiosos, hay un motel a dos calles — esa voz gruñona fue inconfundible para mí.

La mujer frente a mí, de nuevo soltó esas risitas molestas, luego se pasó el dedo por los labios para quitarse los restos de labial que le habían manchado alrededor debido a nuestro lamentable beso.

—Lo sentimos — respondió, mirándome con los ojos brillosos —. ¿Quieres ir a mi casa?

—No — respondí, apartándome de ella.

La vi morderse el labio inferior y llevar el dedo índice hasta mi pecho.

—Dejaré de insistir con tu nombre, lo prometo.

Llegados a ese punto, ya no tenía ningún interés de llegar más lejos con ella porque su insistencia me había aburrido, así que me negué una vez más y aparté su mano de mí.

Chilló algo a mis espaldas cuando me di la vuelta, sin embargo, lo ignoré por completo, porque cierto mortal de aspecto airado acaparó mi atención.

—Agh, por supuesto que debías ser tú — Lucas expresó con agobio luego de verme.

Nada dentro de la mirada que me dedicaba daba indicios de algo bueno; sus ojos verdes estaban ligeramente entornados y me estaban gritando a la cara «Te odio»; el chico no disimulaba en lo absoluto su pequeña aversión hacia mí y, tan solo por un instante, pensé que la castaña diría algo sobre la manera tan ruda en la que Lucas me miraba, pero no se veía interesada en prestarle atención.

—Oye — se colgó de mi brazo de forma juguetona —, no vivo muy lejos, podríamos...

—Vete a casa, eh... — ¿Cómo dijo que se llamaba?

—Amanda — a regañadientes y fingiendo no estar ofendida, terminó la oración por mí.

—Sí, como sea, solo vete.

— ¿En serio no...?

—Adiós, Amanda.

El ceño de la chica se frunció.

—Jódete... como sea que te llames — bramó, para después darme un golpe débil en el pecho y abandonar el lugar.

— ¿A dónde vas? — Lancé la pregunta luego de ver que Lucas disimulaba infructuosamente el no parecer que estaba huyendo de la situación.

—A donde no tenga que ver tu fea cara — apretó los labios con fuerza, como si se reprimiera de algo, ¿acaso iba a sacarme la lengua?

— ¿Crees que soy feo?

—Horrible — chilló —. También creo que eres un imbécil, y un imbécil... ¡oh! Y también un imbécil.

—No es mi culpa que tengas estúpidas ideas románticas luego de follar con desconocidos.

—No las tengo, no tengo quince años — demandó —. ¿Y qué hay de ti? ¿Tu fetiche es besarte con cualquiera en el baño de un bar?

Me habría reído en su cara de no estar seguro que eso lo haría molestarse más, pero es que los mortales son tan simpáticos cuando están celosos y se despierta en ellos la necesidad de poseerlo todo.

—El lugar es lo de menos — respondí —, y no soy prejuicioso, pero no beso a nadie que no me guste lo suficiente.

—Oh, ¿tienes un tipo en específico? — Cruzó los brazos y echó el cuerpo hacia adelante, condecorando su voz con matices sarcásticos que no pasé desapercibidos.

—Todos... y todas, tienen uno. Y normalmente mienten cuando dicen que no.

—Ajá, como sea, solo vine a orinar — me rodeó para dirigirse al mingitorio —. No me mires.

—No tienes nada que no haya visto antes.

— ¿Y qué? Ya no tienes el privilegio de mirarlo — giró la cabeza, dedicándome una mirada amenazante y, esta vez, sí que me sacó la lengua.

Yo, por mi parte —irritado pero medio divertido por la situación— le seguí el juego levantando la mano para mostrarle el dedo medio; este mortal no tiene ninguna maldita idea de quién soy y, pese a que no tengo ganas de hacérselo saber, me pudre que se comporte como si tuviera frente a él a cualquier persona.

Ese cachorrito debería arrodillarse, no sacarme la lengua en el gesto más infantilmente ofensivo de todos.

No obstante, mi respuesta tampoco le hizo mucha gracia, pues ni bien se abrió la bragueta, volvió a cerrarla para, acto seguido, caminar de regreso hasta donde yo me encontraba.

Arrugó la nariz al tenerme cerca y deduje que se debía a las notas de perfume que se habían quedado impregnados en mi camisa luego de besarme con aquella chica. Incluso a mí me molestó ese aroma, aunque ya me preocuparía por eso más tarde.

— ¿Cómo te atreves a hacer eso? — reprochó —. Y en un día como hoy, no tienes... el más mínimo sentido de...

—Tú lo empezaste sacándome la lengua —Carajo, no era posible que estuviera teniendo esa riña absurda con este tipo —. ¿Y qué demonios tiene de especial este día?

Su rostro se ensombreció.

—Es mi cumpleaños — dijo, cruzando los brazos.

— ¿Cumple... años? — Alcé una ceja, procesando lo que había dicho y buscando en mi memoria qué significaba con exactitud la palabra «cumpleaños», pero poco tardé en saber que era una de las tantas costumbres absurdas que se inventaron los mortales como pretexto para darse regalos.

— ¿Qué? ¿No sabes lo que es? — Eventualmente, Lucas había notado mi ligero desconcierto y se mostró extrañado por la forma en la que lo enuncié.

Sonreí.

—Es estar un año más cerca de la muerte.

Su rostro se descompuso ante mi respuesta, y si ya me detestaba antes, seguro que ahora me detestaba el doble.

— ¿Diciéndome que me voy a morir es como esperas que te perdone? — Atacó, ofendido.

—No dije eso y no busco tu perdón — aclaré, intentando no reír —. Y ya que es tu cumpleaños, pide todo lo que quieras, yo lo pagaré.

—No necesito que me presumas lo asquerosamente rico que eres.

Reí.

— ¿Por qué no puedo hacer absolutamente nada por ti sin que te lo tomes tan a pecho? — No recibí respuesta, así que añadí —: El bar es mío.

Parpadeó con asombro y toda su expresión defensiva se suavizó.

— ¿En serio lo compraste?

— ¿Por qué te sorprende tanto?

—Cuando lo mencionaste la otra noche... creí que solo me estabas molestando.

Di un paso al frente y él retrocedió casi por inercia. Entonces busqué su mirada hasta que sus ojos verdes se encontraron con los míos; por un instante, tuve la sensación de que mi capacidad para ocultar el verdadero color de mis ojos, iba a flaquear en mi intento de provocar al mortal frente a mí, así que hice uso de todo mi autocontrol para no desviarme de mi verdadero propósito, que solo era molestarlo un poco.

—Mis decisiones no giran en torno a ti, Lucas.

— ¿Estás seguro? — Retó.

—Haberte follado no te hace especial para mí. Y no te ofendas, pero serías realmente estúpido si eso fue especial para ti.

Considerando que solía tomarse todo muy personal, comenzaba a prepararme para escucharlo soltarme toda clase de maldiciones y decirme que era «un imbécil», pero a diferencia de todo lo que esperaba, recibí algo diferente:

—No me ofende, de hecho creo que tienes algo de razón — murmuró —. Me consternaba mucho que no pudiera dejar de pensar en ti, pero luego me di cuenta de que estaba muy borracho esa noche y, ya sabes...

— ¿Intentas decirme que no lo recuerdas?

—Es un poco borroso — Alzó los hombros, dándome a entender que le estaba restando importancia. Y eso me molestó —. No sé, probablemente no fue tan memorable como me hice creer.

Fue todo lo que necesité escuchar para avanzar hacia él hasta que su espalda chocó contra la pared.

— ¿Te estás burlando de mí? — Inquirí con hostilidad.

—Si tanto te molesta, podrías... ayudarme a recordar — su voz cantarina gestó en mí la sensación de confusión más extraña de todas.

— ¿Qué?

— ¿Tengo que explicártelo todo? — Bufó —. Estoy diciendo que podríamos volver a hacerlo.

No supe en qué maldito momento comencé a perder el control de la conversación, incluso me cuestioné si llegué a tenerlo en algún momento debido a que, en primera instancia, Lucas parecía estar bromeando, pero la forma tan desafiante en la que me miraba daba la impresión de que estaba hablando en serio.

Y no sabiendo con exactitud qué era realmente lo que ese mortal pretendía, me obligué a mantenerme impasible, esforzándome en no anticiparme a nada.

—No eres muy fiel a ti mismo — repuse.

— ¿Por qué?

—Recuerdo que dijiste algo como "no voy a acostarme contigo de nuevo".

—A veces se puede cambiar de opinión, y yo también puedo jugar a eso de montarte y luego largarme.

— ¿Te atreverías a hacer eso?

Asintió.

—Pero a diferencia de ti, yo no soy un cabrón y tengo un poco del sentido de respeto, así que mínimo te diría algo.

— ¿Cómo qué?

—Lo sabrás cuando suceda... Si es que sucede.

—Dudo que tengas el valor de dar el primer paso.

—Deja de subestimarme tanto, Samael — indicó —. ¿Crees que voy a tratarte bonito solo porque tienes mucho dinero? — rio —. Lamento decirte que eso no va a ser posible.

— ¿No vas a ser igual de obediente que la otra noche?

Negó con la cabeza, llevando sus manos hasta mis costados para envolver mi camisa en sus puños.

—Prefiero hacer las cosas a mi manera — murmuró y tiró de mí hasta que mi pelvis tocó la suya.

El gesto me sorprendió, pero no le concedí el placer de demostrarlo.

—Eso no pasará, cachorrito.

—No siempre puedes tener el control de todo — expresó con seguridad.

— ¿Quieres doblegarme? Ni siquiera en la cama podrías hacerlo.

—Piénsalo bien, Samael, esas son palabras que podría usar a mi favor para reírme de ti en el futuro.

Al principio, creí que solo se comportaba de manera desafiante conmigo porque mis acciones habían atribuido su molestia, sin embargo, en la cena de la otra noche, me di cuenta de que su naturaleza era ser osado, porque ni siquiera titubeó al enfrentarse a un montón de avaros que le lanzaban comentarios despectivos y le concedían expresiones burlonas.

Pocas veces me encontraba con mortales así, que no se acobardaban ante nadie.

Ni siquiera ante el mismo diablo.

—Eso te encantaría, ¿no?

Sonrió ante mi comentario.

—El sexo no es divertido cuando sólo tú lo disfrutas, Samael, pero no pareces entender eso, así que si tanto te preocupa tu propio placer, yo me preocuparé por el mío.

—Debes estar realmente molesto conmigo como para atreverte a confesar en voz alta que solo quieres utilizarme.

—Sólo quiero utilizarte — sus labios se estiraron en una sonrisita burlona que detonó mi enojo.

Llevé mi mano hasta su mentón para acercarlo a mi rostro, no de una forma que indicara que mis intenciones eran besarlo o algo así, sino para que se le borrara esa estúpida sonrisita de la cara luego de tener la maldita osadía de decirme aquello.

—Escucha... — un ruido a mis espaldas me hizo callar. Los ojos de Lucas dejaron de mirarme a mí para buscar algo sobre mi hombro —. Está ocupado — anuncié cuando escuché la puerta abrirse.

Giré un poco la cabeza para ver quién era el intruso; se trataba de un chico flacucho de cabellos bruñidos y aspecto ebrio. Nos miraba con cierto desconcierto mientras sus manos se aferraban a la puerta; ya tenía un pie dentro del baño, pero tras escucharme, no se atrevió a entrar por completo.

—Oye, amigo, no los molestaré, solo usaré el...

—Dije que está ocupado — bramé e hice que mis ojos destellaran liberando su tonalidad rubí.

Sin rechistar, el tipo —igual de asustado como consternado— cerró la puerta dejándonos a Lucas y a mí nuevamente solos.

Cerré los ojos y respiré un poco antes de regresar mi vista al mortal que tenía mi atención hasta antes de que aquel tipo nos interrumpiera.

Era consciente de que necesitaba tomarme unos segundos antes de cometer el error de liberar ese aspecto "demoníaco" que seguramente lo asustaría, pues el color bermellón poco usual del que realmente presumían mis ojos, no era tan escandaloso como ver la verdadera cara del diablo.

—Eso fue grosero, seguro va a mearse en los pantalones — sonaba como si me estuviera dando una reprimenda por haber sido tan poco amable.

Fue entonces cuando lo miré.

—Me tiene sin cuidado.

Lucas soltó mi camisa para colocar ambas manos sobre mi muñeca y apartar mi mano de su mentón.

—Repite lo que dijiste — ordené.

—Vamos, Sami, solo fue un decir, no te lo tomes tan en serio.

No me di cuenta en qué momento comenzó a darse unos centímetros más poniéndose de puntitas para igualar mi estatura, pero el agarre de mi mano en su cara se distendió cuando su aliento golpeó mis labios, sin embargo, ahí fue donde se detuvo y no hizo nada más.

—En fin — suspiró —, ya me voy.

Me hizo a un lado y comenzó a caminar hacia la puerta.

¿Qué carajo había sido eso? ¿En serio este mortal acababa de jugar conmigo otra vez? No podía concebirlo, ¿quién carajo se creía que era?

— ¿A dónde demonios crees que vas? — Escupí.

—Por ahí — sonrió de forma burlona.

— ¿Crees que es gracioso provocarme y luego largarte?

— ¿No te suena familiar?

Antes de que pudiera alcanzar la puerta, sostuve su muñeca con brusquedad.

¿En serio este mortal creía que podía dejarme así? Es la segunda maldita vez que lo hace y no habrá una tercera.

Lo haré tragarse sus propias palabras.

Y él tendrá que suplicar.


________________

¡hey, hey! espero que este capítulo les haya gustado, si es así, cuéntenme qué les pareció c:

Y aprovecho para darles las gracias por sus votos y comentarios, eso me motiva muchísimo y siempre es un placer leerles.

Nos vemos pronto con el capítulo 6.

Amadeo <3

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