UNSTOPPABLE ━━Percy Jackson

By -beifong

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❝No puedo dejar de mirar esos ojos oceánicos ❞ ⇝ Basado en la... More

━━━ Unstoppable
01. Problema a futuro
━━ Acto I. Alma frágil ━━
02. Percy Jackson aka pececito
03. Que comience la odisea
04. Una promesa que solo la muerte puede romper
05. En medio del caos
06. Más preguntas que respuestas
07. Los límites de la hospitalidad
08. Iluminas mi camino
09. Poder creciente
10. Energía que se agota fácilmente
11. Sembrando dudas peligrosas
12. Sacrificio
13. Hacia la tormenta
14. Demuestra tu valor
15. Tregua perdida
16. Sentimientos encontrados
17. Intervención divina
18. Masticar el cristal roto
19. Dolor de un corazón ajeno
20. Blackjack
21. Entra al vacío, alma frágil
22. Bajo las estrellas
23. Lazos irrompibles
24. Calma que precede a la tempestad
25. La herencia de las sombras
26. Los hijos de la noche
27. Solo quieren crueldad
28. Las desgracias no vienen solas
29. La misericordia de una madre
30. Máscara de porcelana frágil
31. Presenta nuestros respetos
32. La sombra de una leyenda
33. Un legado familiar
34. El hedor de la traición
35. Secretos que matan
━━ Acto II. Voluntad de Hierro ━━
36. En tierra extraña
37. Aún más profundo
38. Demonios al asecho
39. Una dinastía maldita
40. Este no es mi sitio
41. La muerte está en el aire
43. Corazón de guerrera
━━ Acto III: Dulce Venganza ━━
44. La trampa está tendida
45. Deserta si te atreves
46. Respuestas en las cenizas
47. Lobo solitario
48. Nacidos para la batalla
49. El final del viaje
50. En busca de una voz propia
51. La venganza se sirve fría
52. Vencer o morir
53. Prepárate para la gloria...
54. Epílogo
Curiosidades

42. Antes morir que perder el honor

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By -beifong

















CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

Antes morir que perder el honor




Era vagamente consciente del ejército de monstruos que se arremolinaban a nuestro alrededor. Percy y yo deberíamos estar hechos pedazos a estas alturas. Sin embargo, los monstruos guardaban las distancias, esperando a que Tártaro actuará. El dios del foso flexiono los dedos y se examinó las pulidas garras negras. No tenía expresión, pero irguió los hombros como si estuviera satisfecho.

Es agradable tener forma, entonó. Con estas manos, podré destriparlos.

Alargó su enorme mano morada. Podría haber arrancado a Percy como una mala hierba, pero Bob lo interrumpió.

— ¡Fuera de aquí! —el titán apuntó al dios con su lanza— ¡No tienes ningún derecho a entrometerte!

¿Entrometerme? Tártaro se volvió. Soy el señor de todas las criaturas de la oscuridad, insignificante Jápeto. Puedo hacer lo que se me venga en gana.

El ciclón negro de su rostro empezó a girar más rápido. El aullido que emitía era tan horrible que caí de rodillas y me tapé los oídos. Bob tropezó, y su fuerza vital, etérea como la cola de una cometa, se alargó al ser absorbida por la cara del dios.

Bob rugió desafiante. Atacó y arremetió con su lanza contra el pecho de Tártaro. Antes de que pudiera alcanzarlo, Tártaro lo apartó de un manotazo, como si fuera un molesto insecto. El titán cayó rodando por el suelo.

¿Por qué no te desintegras?, preguntó Tártaro. No eres nada. Eres todavía más débil que Crío e Hiperión.

— Soy Bob —dijo Bob.

Tártaro susurró:

¿Qué es eso? ¿Qué es Bob?

— He elegido ser algo más que Jápeto —dijo el titán— Tú no me controlas. No soy como mis hermanos.

De pronto Bob el Pequeño cayó en el suelo delante de su amo, arqueó el lomo y siseó al señor del abismo. Mientras observaba, Bob el Pequeño empezó a crecer, y su figura parpadeó hasta que el gatito se convirtió en un tigre dientes de sable de tamaño natural, esquelético y translúcido.

— Además —anunció Bob— Tengo un buen gato.

Bob el ex Pequeño se abalanzó sobre Tártaro y clavó sus garras en el muslo del dios. El tigre trepó por su pierna y se metió debajo de su falda de malla. Tártaro se puso a dar patadas y alaridos, al parecer no tan entusiasmado de tener forma física. Mientras tanto, Bob clavó su lanza en el costado del dios, justo por debajo de su coraza. Tártaro rugió. Trató de aplastar a Bob, pero el titán retrocedió y se situó fuera de su alcance.

Bob alargó los dedos. Su lanza se desprendió de la carne del dios y volvió volando a su mano. Nunca había imaginado que una escoba pudiera tener tantos usos prácticos. Bob el Pequeño se soltó de debajo de la falda de Tártaro y corrió al lado de su amo con sus colmillos de diente de sable goteando icor dorado.

Tú morirás primero, Jápeto, decidió Tártaro. Después añadiré tu alma a mi armadura, donde se disolverá poco a poco, una y otra vez, en una agonía eterna.

Tártaro golpeó su coraza con el puño. Rostros blanquecinos se arremolinaron en el metal, gritando en silencio para escapar.

De pronto, Damián llegó a nuestro lado, tomando fuertemente nuestros brazos, haciéndome regresar a la realidad. Habíamos estado tan paralizados del miedo que por un momento olvidamos lo que debíamos de hacer.

— Váyanse ahora —ordenó— Yo me ocuparé del botón.

— Y yo me ocuparé de Tártaro —señaló Bob.

Tártaro echó la cabeza atrás y rugió, y creó una fuerza de succión tan intensa que los diablos voladores más cercanos fueron absorbidos por el vórtice de su rostro.

¿Ocuparte de mí?, dijo el dios en tono de mofa. ¡No eres más que un titán, un ridículo hijo de Gaia! Te haré sufrir por tu arrogancia. Y por lo que respecta a tus amigos mortales...

Tártaro movió la mano hacia el ejército de monstruos y les hizo señas para que avanzaran.

¡ACABEN CON ELLOS!



















— ¡Percy! ¡Las cadenas!

El mencionado sacudió su cabeza regresando a la realidad y corrió a las cadenas para romperlas. Mientras tanto, Damián blandió su lanza e hizo retroceder a la primera oleada de monstruos. Asestó una estocada a una arai y gritó:

— Láncenme todas las maldiciones que quieran —se burló— De todos modos, ya estoy muerto.

A continuación, se deshizo de media docena de telquines. Su forma de pelea era formidable, pero aun cuando estuviera derribando a un montón de monstruos él solo no iba a sobrevivir así que de un movimiento me posicione a su lado para ayudarlo.

Cuando Percy logró cortar las dos cadenas las puertas vibraron para luego abrirse emitiendo un sonido: ¡Ring!

Bob y su secuaz de dientes de sable siguieron zigzagueando alrededor de las piernas de Tártaro, atacando y haciendo fintas para escapar de sus garras. No parecían estarle causando muchos daños, pero Tártaro se tambaleaba de un lado al otro; saltaba a la vista que no estaba acostumbrado a luchar con un cuerpo de humanoide. Todos los golpes que asestaba erraban el blanco.

Más monstruos se acercaron en tropel a las puertas. Una lanza cortó el aire al lado de mi cabeza. Damián se movió con rapidez, cubriendo mi lado derecho, mientras que yo protegía sus puntos ciegos. Daba la sensación de que habíamos entrenado toda la vida porque nuestros ataques estaban perfectamente sincronizados para resguardar la vida del otro sin problemas.

Una parte de mi se encendió debido a la adrenalina de la batalla. Incluso los monstruos retrocedían cada cierto tiempo en busca de una abertura en nuestro escudo, pero no lograban ni dar un paso atrás cuando mi magia o la lanza de Damián los convertían en polvo.

Una oleada de inquietud recorrió el ejército. A lo lejos, escuché chillidos y un Nacido de la Tierra soltó por los aires dando vueltas como si lo hubieran lanzado. Un drakon apareció por las alturas y aniquiló a un batallón de ogros. Montado a su lomo iba un gigante de verde con flores en sus trenzas, un chaleco de cuero verde y una lanza de costilla de drakon en la mano.

— ¡Damasén! —grité.

El gigante inclinó la cabeza.

— He seguido su consejo. Y he elegido un nuevo destino.

¿Qué es esto?, susurró el dios del foso. ¿Por qué has venido, mi deshonroso hijo?

Damasén nos miró y me transmitió un mensaje claro con los ojos: Váyanse ahora. Luego se volvió hacia Tártaro. El drakon pateó el suelo y gruñó.

— ¿Deseabas un adversario más digno, padre? —preguntó Damasén con serenidad— Yo soy uno de los gigantes de los que tanto te enorgulleces. ¿Deseabas que fuera más belicoso? ¡Pues tal vez empiece acabando contigo!

Damasén apuntó con su lanza y atacó. El ejército de monstruos se arremolinó alrededor de él, pero el drakon lo arrasaba todo a su paso, agitando su cola y expulsando veneno mientras Damasén lanzaba estocadas a Tártaro y obligaba al dios a retroceder como un león acorralado.

Bob se alejó de la batalla dando traspiés, acompañado de su gato dientes de sable y Percy les ofreció toda la protección que pudo haciendo estallar un vaso sanguíneo detrás de otro en el suelo. Algunos monstruos se volatilizaban con agua de la laguna Estigia. Otros recibían una ducha del Cocito y se desplomaban, gimiendo sin poder contenerse. Otros se remojaban en líquido del Lete y miraban sin comprender a su alrededor, sin saber dónde estaban ni quiénes eran.

Todos parecía estar yendo bien hasta que unas simples palabras me golpearon con tanta fuerza que el furor de la batalla se extinguió de mi cuerpo por completo.

— Es hora de irse —ordenó Damián— Bob y yo los cubriremos.

Sin dejarme responder Percy tomó mi mano y me obligo a correr hacia la puerta. Sin embargo, no pude ser capaz de apartar la mirada de Damián, aquella persona que se parecía demasiado a mi padre como hacerme pensar que era a él quien lo dejaba a atrás y no a mi tío.

¡No! bramó Tártaro a lo lejos. No vas a irte sin haber pagado tu insulto, hija de Hércules.

Y entonces, todo pasó demasiado rápido como para que siquiera pudiera moverme.

Tártaro apartó de un manotazo a Damasén, tomó la espada que en su momento perteneció a Hiperión y la lanzo hacia mi dirección. La hoja afilada cortó el aire, brillando imponente mientras avanzaba a una velocidad tremenda. Y tan pronto como la vi dirigirse hacia mí, un cuerpo se interpuso bloqueándome la vista.

Lamentablemente también bloqueando la espada.

Damián cayó de rodillas enseguida y su sangre no tardó en bañar el suelo. La enorme espada atravesaba casi todo su pecho. Grité su nombre y me zafé del agarré de Percy para correr hacia él.

El mundo se habia detenido casi literalmente. Los monstruos se detuvieron, Bob, Percy y Damasén clavaron los ojos hacia mi dirección y Tártaro se irguió con superioridad, gozando de su acto. Disfrutando de mi sufrimiento dejo que me quebrara por más tiempo del que desee.

— N-No... No otra vez —dije sollozando mientras caía de rodillas frente a Damián— Tienes que resistir. No me puedes dejar.

Mis manos temblaban mientras acariciaba su rostro, apreté los ojos con fuerza, deseando que cuando volviera a abrirlos todo esto fuera una ilusión, un sueño que no era real. Este tipo de cosas no podían estar pasándome otra vez. Las moiras no me podían estar quitándonme a alguien de nuevo. Las personas que quería no podían estar yéndose por mi culpa. Tener tantas muertes encima estaba derrumbándome.

— No retrocedemos, no nos rendimos —susurró con una voz apenas audible— Somos una familia y tenemos suerte si morimos protegiéndola. Es una muerte digna, así que no estés triste.

— Eres la única familia que me queda —mi voz se había roto como un vidrio al ser golpeado, incluso podía sentir los cristales cortarme la garganta.

— Tus amigos también son tu familia y yo ya estoy muerto, Mel. Desear vivir otra vez era algo muy ambicioso de mi parte. Vive y rompe nuestra maldición. Y recuerda: los hijos de Esparta nunca mueren, solo desaparecen en combate...

Su voz se apagó y su rostro cayó en mi pecho. Y un segundo después su cuerpo se desvaneció en una bruma demasiado blanca que tuve que entrecerrar los ojos, fue un suceso que solo duró un instante antes de desaparecer por completo.

¡Ja! rugió victorioso Tártaro. Te dije que ibas a pagarme tu insolencia. Ahora prepárate para morir. Recorrerás el mismo destino que el inútil de tu tío.

Estaba completamente consiente de la energía que me recorría el cuerpo y que luchaba desesperadamente por salir. Y esta vez, no fue tristeza lo que ocasionó que una explosión roja brotara de mi cuerpo, sino furia, tan intensa que casi podía palparla. Mi magia se llevó a los primeros monstruos cercanos, causando que los demás retrocedieran alarmados, pero yo no había acabado.

Mis manos se juntaron formando una enorme esfera de luz roja y la lancé hacia el rostro de Tártaro con tanta fuerza que el dios cayó de bruces contra el suelo.

— ¿De verdad crees que tu estúpida magia va a vencerme? —bramó, mientras se incorporaba tambaleante. Lo había logrado aturdir, pero no le había hecho ningún daño.

Estaba a punto de lanzarle otro ataque, olvidándome por completo de que esta batalla no iba a ganarla, por más que quisiera. Alguien tomo mi mano en lo alto, ocasionando que volteara a verlo con los ojos rojos, a estas alturas ya no sabía si los tenía así debido a que seguía llorando o por la cólera que recorría mi interior.

— Vete, rojita —me susurro Bob con una voz suave, a lo lejos Damasén habia vuelto a la pelea— No eches por la borda el sacrificio de Damián. Ni el de nosotros.

— ¡No lo hagas, Bob! —dijo Percy, con mirada suplicante— Acabará contigo para siempre. No podrás volver. No te podrás regenerar.

Bob se encogió de hombros.

—¿Quién sabe lo que pasará? Deben irse. Tártaro tiene razón en una cosa: no podemos vencerlo. Solo puedo darles algo de tiempo.

Las puertas comenzaban a cerrarse.

— Doce minutos —dijo el titán— Es todo lo que puedo ofrecerles.

Salté y lo abracé del cuello. Luego le di un beso en la mejilla, con los ojos aun llenos de lágrimas. La cara barbuda de Bob olía a productos de limpieza: cera para muebles con aroma a limón y jabón para madera.

— Los monstruos son eternos —le dije— Los recordaremos a los tres como héroes. Les hablaremos a todos sobre ustedes. Mantendremos la historia viva. Y, algún día, Damasén y tú se regenerarán.

Bob me revolvió el pelo. Alrededor de sus ojos aparecieron las arrugas que se le formaban cuando sonreía.

— Eso está bien. Hasta entonces, amigos míos, saluden al sol y a las estrellas de mi parte. Y sean fuertes. Puede que este no sea el único sacrificio que deban hacer para detener a Gaia. Se ha acabado el tiempo. Váyanse.

Nos empujó dentro de las puertas y lo último que vislumbre antes que estas se cerrarán fue al dios del foso señalar hacia nosotros, gritando: ¡Monstruos, deténganlos! Bob el Pequeño se agazapó y gruñó, listo para la acción.

Bob nos guiñó el ojo.

— Mantengan las puertas cerradas por dentro —dijo— Se resistirá a llevarlos.

Y entonces los paneles se cerraron.





















— Mera, ayúdame —me gritó Percy, sacándome de mi ensoñación.

El hijo de Poseidón empujaba la puerta derecha con todo su cuerpo. Asentí en su dirección y acto seguido las puertas se cubrieron de un aura roja y junté las manos con fuerza para mantenerlas cerradas. Mientras la caja del ascensor se elevaba, las puertas se sacudieron y trataron de abrirse, amenazando con expulsarnos a lo que sea que hubiera entre la vida y la muerte.

— Hemos abandonado a Bob y Damasén. Morirán por nosotros —dijo Percy, luego me dio una mirada rápida cargada de compasión— Y Damián...

— A veces no podemos proteger a todos, pececito —dije, aunque esas palabras iban dirigidas más hacia mi que hacia él. Necesitaba aferrarme a algo para no caer— Aun cuando quisiéramos... La vida me lo ha enseñado con lecciones dolorosas.

Los paneles habían empezado a deslizarse y habían dejado entrar una vaharada de... ¿ozono? ¿Azufre? Percy empujó furiosamente en su lado, y la rendija se cerró. El chico echaba chispas por los ojos.

— Voy a matar a Gaia —murmuró— La voy a hacer trizas con mis propias manos.

— No eres el único que desea eso —dije con firmeza, aún empujando las puertas— Te prometo que la destruiremos. Y ella se arrepentirá de haber siquiera pensado en despertar.

Mantuvimos las puertas cerradas al mismo tiempo que el ascensor vibraba y una horrible música sonaba, mientras, en algún lugar debajo de nosotros, un titán y un gigante sacrificaban sus vidas para que lográramos escapar.





























Cuando desperté mi vista aún estaba nublada y mi cuerpo demasiado débil. A unos cuantos pasos de nosotros escuche ruido, aunque aun estaba muy mareada como para distinguir de qué se trataba. Cuando mi vista se aclaro pude ver a Hazel con su espada en la mano.

Percy y yo nos ayudamos mutuamente a ponernos de pie en cuanto pudimos. Delante de nosotros un gigante se encontraba acorralado y siendo atacado por semidioses que conocía a la perfección. Clitio, como lo había llamado Hazel, gruñía mirando todos mientras se decidía a cuál de mis amigos matar primero.

¡Esperen! ¡Quédense quietos!

La oscuridad que lo envolvía se disipó por completo, sin dejarle más protección que su maltrecha armadura. Le salía icor de una docena de heridas. Los daños se curaban casi tan rápido como eran infligidos, pero se notaba que el gigante estaba cansado. Jason se lanzó volando contra él por última vez, le dio una patada en el torso, y el peto del gigante se hizo pedazos. Clitio se tambaleó hacia atrás. Su espada cayó al suelo. Se desplomó de rodillas, y aun con las pocas fuerzas que estábamos recuperando Percy y yo nos unimos a la pelea.

Fue entonces que note que Hécate estaba ahí, ella avanzó con las antorchas levantadas en ambas manos. La Niebla se arremolino alrededor del gigante siseando y burbujeando al entrar en contacto con su piel.

— Aquí termina la historia —dijo Hécate, luego sus ojos verdes voltearon a verme— ¿Te importaría?

Vinmor se desenrosco de mi mano y en un instante voló por los aires para luego encontrar espacio en el pecho del gigante. Hécate volvió sus antorchas al revés y las lanzó como si fueran dagas a la cabeza de Clitio. El pelo del gigante se encendió más rápido que la yesca seca, se propagó por su cabeza y a través de su cuerpo hasta que sentí el calor de la hoguera, haciéndome estremecer y dando, por impulso, dos pasos hacia atrás. El fuego comenzaba a asustarme de una manera aterradora, tal vez porque nunca había sentido en carne propia lo que era consumirse en llamas hasta hace unos días, con las arai.

Clitio cayó de bruces entre los escombros del altar de Hades sin hacer ruido. Su cuerpo de deshizo en cenizas.

— Deben irse, Mera —me dijo mi madre— Saca a tus amigos de aquí.

A mi lado Hazel apretó los dientes, tratando de dominar su ira.

— ¿Eso es todo? ¿Ni un gracias al menos?

La diosa inclinó la cabeza. Galantis, la comadreja que siempre la acompañaba desapareció entre los pliegues de la falda de su ama.

— Si buscas gratitud de equivocaste de persona —le dije a Hazel, antes de que mi madre lo hiciera— Parece que olvidaste que los dioses no son agradecidos, ni siquiera cuando alguien más les salva la vida.

Hécate me miró, levantando una ceja.

— Corran a Atenas. Clitio no estaba equivocado —señaló, restándole importancia a mi comentario— Los gigantes se han alzado; todos, más fuertes que nunca. Gaia está a punto de despertar. La fiesta de la Esperanza tendrá un nombre de lo más desacertado a menos que lleguen a tiempo para detenerla.

La cámara retumbo. Este lugar se caía a pedazos.

—La casa de Hades es inestable —explicó Hécate— Márchense ya. Volveremos a vernos

Mi madre se desvaneció y la niebla se evaporó.

— Que simpática —masculló Percy.

— Viene de familia —dije sarcástica.

Los demás se volvieron hacia nosotros, como si acabaran de darse cuenta de que estábamos ahí. Jason fue el primero en correr hacia mí, rápidamente sentí la familiaridad de su abrazo.

— Rompes mis costillas más de lo que ya están —dije, sonriendo y abrazándolo— También te extrañé, chispitas.

— ¡Los desaparecidos del Tártaro! —Leo gritó de alegría— ¡Bravo!

— Tenemos que irnos —nos recordó Hazel, luego se volvió hacia su hermano— Nico, tenemos que viajar por las sombras. Te ayudaré.

Una sección entera de baldosas se desprendieron del techo.

— ¡Tómense de las manos! —ordenó Nico.

Formamos un círculo a toda prisa y en cuanto la caverna se desplomó, sentí que me deshacía en las sombras.

Aparecimos en la ladera que daba al río Aqueronte. El sol estaba saliendo, haciendo relucir el agua y tiñendo las nubes de naranja. El frío aire matutino olía a madre selva. Mis pulmones agradecieron por fin aspirar aire puro.

Afortunadamente todos estábamos vivos y, en su mayoría sanos. La luz del sol entre los árboles era una imagen de lo mas hermosa. Casi me parecía imposible saber que en verdad habíamos salido del Tártaro y que esto no se trataba de un sueño. Quería vivir este momento, libre de monstruos, dioses, espíritus malignos y responsabilidades sobre mi legado.

Entonces mis amigos empezaron moverse. Nico se dio cuenta de que estaba tomando la mano de Percy y la soltó rápidamente. Leo se tambaleó hacia atrás.

— ¿Saben...? Creo que me voy a sentar.

Se desplomó. Los demás imitamos su acción. El Argo II seguía flotando sobre el río a varios centros de metros de distancia, mientras tanto llegó el momento de intercambiar historias.

Frank explicó que habia dirigido una la legión espectral contra un ejército de monstruos, también relató como Nico intervino con el cetro de Diocleciano y el valor con el que Jason y Piper habían luchado.

— Frank está siendo modesto —dijo Jason— Él controló la legión entera. Deberías haberlo visto. Ah, por cierto... —miró a Percy— He renunciado a mi puesto...

— ¡¿Qué has hecho que?! —mi voz se elevó más de lo esperado y es que sus palabras habían sido como arrojarme un balde de agua fría. Todos voltearon a verme— Lo siento, me tomó por sorpresa.

Jason me miró por unos segundos más antes de volver su atención a Percy.

— He ascendido a Frank a pretor, a menos que tú no estes de acuerdo con la decisión.

Percy sonrió.

— No hay nada que discutir.

¡Pero claro que lo hay!, quise replicar. Mi corazón comenzó a latir más rápido de lo normal y mis nervios se elevaron al segundo, y pronto me encontré concentrada en mis propios pensamientos: ¿por qué Jason lo había hecho? ¿era una señal de que...? No, él no podía irse...

La noticia me golpeó de una manera que no debería. Estaba comportándome de una forma incorrecta y muy en el fondo lo sabía. Frank había demostrado tener todas las cualidades de un líder, claro que merecía el puesto de pretor... pero por más que quería estar feliz por la noticia no podía aceptar que Jason ya no fuera uno de los líderes del campamento.

— Su historia en el Tártaro debe ser increíble...

La sola mención del dios del foso bastó para sacarme de mis pensamientos.

— ¿Qué pasó allí? —continuo Frank— ¿Cómo lo consiguieron?

Sentí la mano de Percy entrelazándose con la mía.

— Se los contaremos —les prometió Percy— Pero todavía no, ¿esta bien? No estoy listo para recordar ese sitio.

— No... —convine con él— Además creo que nuestro transporte se acerca.

El Argo II viró a babor, con sus remos aéreos en movimiento y sus velas recibiendo el viento. La cabeza de Festo brillaba al sol. Pese a la distancia, se podía escuchar sus chirridos y sonidos metálicos.

— ¡Genial! —gritó Leo a medida que el barco se acercaba.

Alcance a ver al entrenador Hedge en la proa.

— ¡Ya era hora! —gritó el entrenador. Estaba haciendo todo lo posible por fruncir el entrecejo, pero sus ojos brillaban como si tal vez, y solo tal vez, se alegrara de vernos— ¿Por qué han tardado tanto? ¡Han hecho esperar a su vista!

— ¿Visita? —murmuró Hazel.

Detrás del pasamanos, al lado del entrenador, apareció una chica morena con una capa morada y la cara cubierta de hollín y arañazos ensangrentados. Aun cuando se encontraba en ese estado no pude evitar sonreír de oreja a oreja cuando la vi.

Reyna había llegado.








Llorando ando :( F por Damián, pero él tenía razón: desear vivir otra vez era algo muy ambicioso.
¿Se veían venir su muerte? Apuesto que si jajajaja

Sin embargo, que Mera lo haya conocido y platicado con él marcará una parte fundamental en la vida de nuestra protagonista.

En fin, les anuncio que este es el penúltimo capítulo del Acto II. Algo corto, pero no por eso menos importante.

Estoy muy emocionada por las cosas que se vienen.

Como siempre mil gracias por seguir aquí y dar su apoyo a esta historia. ❤️

¡Hasta el siguiente cap!
—B.

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