29

56 5 9
                                    

Una joven rubia lanzaba a la basura, varias telas quemadas, mientras la espalda le dolía significativamente. Una adolescente con la boca lastimada, con la rabia en el alma y la frustración de sentirse atrapada en una red de mentiras. Pero había algo que atormentaba aún: su madre.

—¿Será que vino ayer? Seguro que no, porque no escuché sus pasos. Aunque tampoco estuve en mi habitación, que extraño que no me haya llegado a buscar. Ella viene cada noche. —Los ojos de la joven se dirigieron entonces al cuarto abierto de su abuela, la puerta con la imagen rasgada de la Virgen y una pequeña luz saliendo —¿Se dará cuenta, si entro y reviso un poco? ¿O mejor no? ¡Además, mi abuela me mintió! Y yo tengo curiosidad.

Pero apenas había terminado de meditar, que acción tomar, la habitación quedó completamente abierta, como si un golpe se le hubiera dado. —Ok... Eso solo significa que debo entrar. Aquí voy, —dio un paso —No tengo miedo... Yo no tengo miedo. —Tocó la madera vieja, con sus dedos —Soy valiente, soy la nieta de Enriqueta Pérez y las Pérez no le tememos a nada. ¡Nosotras somos fuertes!

En cuanto puso un pie dentro, se dio cuenta que ya no había tanta oscuridad, esto porque la cortina que mantenía la penumbra de la habitación, ahora estaba rasgada en dos partes.

—¿Qué guerra de Troya pelearon aquí anoche? —Levantó lo que parecía la falda de un enorme vestido blanco, pero lo arrojó de inmediato, cuando la prenda parecía haber sido usada para limpiar un líquido rojo. —¡Que pasó ayer!! —gritó con todas sus fuerzas.

La puerta de la entrada, fue tocada varias veces y solo ahí pudo la joven rubia, volver en sí, claro que sin dejar de temblar. —¡Voy! —bajó las gradas, mirando el piso, mareada por momentos.

—¡Sarita, mi niña! —apenas abrieron y la mayor, abrazó fuertemente a la adolescente.

—Doña Natalia ¿Cómo está?

—¡Bien nena! Feliz porque Elita ya no va a andar con muletas, claro que no puede correr aún, pero...

—Mami, yo puedo contarle —con un sencillo pantalón jean y una blusa larga, una joven de rizos alborotados, apareció sonriendo —Buenos días, Sara, ¿Siguen cerrándose solas las puertas de tu casa? Mamá no me quiere creer.

—No, las almas en pena siguen jugando. Por lo visto se volvieron agresivas, porque te extrañaron ¿Quieres decirles hola?

Ante el silencio y la mirada de las dos chicas, Natalia soltó una carcajada — ¡Ustedes se llevan cada vez mejor! —tomó por los brazos a las dos muchachas —¡Ahora pasaremos un día genial! ¡Netflix, canguil y una casa vieja para contar historias de terror! Pero antes... ¡Selfie de grupo!

—Mami no creo que sea necesario.

—¡Oh vamos! Esperen y veo cómo funciona este celular, según el que nos lo vendió, tiene doble cámara y desenfoque... Debo aplastar por aquí. —Sara miró curiosa el aparato, según lo que había leído, para tomar fotos se necesitaban grandes aparatos tapados con una tela negra. Y esa cosa, en manos de la madre de Ela, no se le parecía en nada a los dibujos de los libros.

—¡Ya listo! —Apuntó con el celular —¡Digan whisky!

Luego de diez o quince fotos, entre fallidas y buenas, las tres entraron a la vieja mansión. Natalia examinó el lugar en silencio, dejó varias bolsas en uno de los sillones, mientras su mente la lanzó contra una imagen en su cabeza, el primer lugar donde vivió con su esposo, lucía igual de descuidado en sus inicios. Simplemente, no se le podía llamar hogar.

—¿Y bien? Cada una, tome una escoba y a barrer —preguntó, conservando su lozana alegría —Es hora de dejar esto como nuevo.

—¡Mami, pero vinimos de vacaciones! —Ela refunfuñó —¿No podemos simplemente divertirnos?

—Te vas a divertir, en cuanto esta sala esté muy limpia, deberías seguir el ejemplo de Sara, ella fue corriendo por escobas.

—¿Ah? —Salió la joven rubia, de la cocina —Traje manzanas. Bueno, en realidad tenía manzanas en un canasto y creí que... Claro si gustan. Aunque si no, pues... Yo entiendo.

—¡Oh! Como el cuento de blanca nieves —Ela tomó una y le pegó una mordida —Amo las referencias en este pueblo.

—¡Ela no seas grosera, hija!

—No se preocupe, señora, —Sara interrumpió —Pueda que Ela no esté tan equivocada y quien sabe... Lo triste es que no hay príncipes cerca, lo que sí hay es duendes ¿Cree que uno de esos le pueda dar un beso?

—¡Pues yo autorizo! —La mujer de cabello rizado contestó entre risas —Todo lo que sea necesario.

—¡Mami!

—¿Qué? A poco crees que no dejaría que te salven la vida, si toca ya, pues toca.

Las dos adolescentes terminaron barriendo entre bromas, Sara miraba de reojo cada movimiento y trataba de formar parte de las actitudes, sin el miedo de que si hacía algo mal recibiría un golpe o algún grito. Una seguridad extraña se apreciaba en el ambiente. Momentos de calma, que siendo una niña solo recordaba haberlos pasado, con un anciano de sombrero.

—¡Don José! —Grito de pronto —¡Dios! Debe estar asustado y solo. Debo ir a verlo.

—¿José? —Natalia pegó un brinco —¿Qué le sucedió? Sara, cariño ¿Qué pasa?

—¡El muerto! ¡La policía se lo llevará!

Madre e hija se miraron asustadas, no entendían y el nerviosismo de la adolescente, que tartamudeaba, no ayudaba en nada. La única adulta de la casa, tomó entonces la decisión de ir a ver, mientras las chicas se quedaban.

Apenas Natalia había terminado de hablar, cuando la puerta se abrió despacio, por lo que ella hizo seña de silencio a las chicas y les pidió se colocasen tras suyo. De su media sacó una pequeña pistola, que dejó sin palabras a las dos adolescentes.

—¿Mamá por qué llevas eso? —Ela la miró confundida. —Tú siempre dices que es peligroso.

—Por protección cariño, ustedes detrás de ese sillón. Yo arreglo esto.

—¿Buenas? ¡Sarita hija!—una voz de hombre resonó —¿Dónde estás?

La rubia, de inmediato, reconoció aquella voz y salió corriendo, ignorando cualquier palabra de precaución que se dijera, solo para terminar en brazos de un anciano de sombrero.

—¿Está usted bien? ¡El muerto! ¡La policía! ¡Tiene que irse!

—¡Sara! ¡Sara! ¡Sara calma! Mírame estoy completo —dio un giro —El hombre no está muerto y no me voy a ir, sabes que no sin ti. De hecho, por eso vine, tengo que hablar contigo de algo y adems entiendo por qué demoraste, sabes que cuando tu abuela va a sus vigilias, yo vengo a cuidarte.

—¡Pues ahora la cuido yo! —Natalia apareció con las manos en la cintura y su hija a lado —Por lo visto, Doña Enriqueta confía más en mí, que en usted.

—¡No puede ser! ¿Qué usted ya no se había ido?

—Para el disgusto de algunos, yo aún estoy más que asentada en este lugar ¡Que digo asentada! ¡Amo San Fermín!

—¡Pues que bien! Por cierto, su collar ya no lo tengo ¡Seguro lo boté por ahí!

Los colores se le subieron al rostro a Natalia, que se acercó al hombre dando grandes zancadas —¡Pues yo recogí ese collar de una venta de cosas baratas! No vale nada.

—¡Eso lo supe cuando quise venderlo!

—¿Ya se va?

—¡No! ¿Y usted?

—¡Tampoco!

Ela y Sara, una junto a la otra, aguantaban la risa. Ya que la discusión más parecía una obra de teatro, con malos actores, gritos en mal momento y exagerados gestos con las manos. Nada que apuntara a algo que pudieran tomarse en serio.

—¿Don José trajo fideo? —Sara revisó la funda blanca que había traído el hombre —Podríamos cocinar algo y comer todos juntos.

Ela que había ido por agua a la cocina, casi expulsa todo el líquido, al escuchar eso —¡Seremos cómo una gran y amistosa familia! ¡Con la pistola de mi mamá y el muerto de Don José, cómo invitados!

Mi DelitoWhere stories live. Discover now