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Entre gritos Melquíades insistía en no dejarse vendar, en que sus heridas muy solas iban a sanar, repetía una y mil veces, como perorata nada barata: ¡Es una bruja! ¡Ella tiene la mente torcida y quiere limpiar con sangre una vieja maldición! Es su venganza contra nosotros, contra el demonio que toda la vida la ha atormentado y todo es mi culpa.

—¿Su culpa? —inquirió Natalia —No entiendo.

—¡Vamos no es nuestra culpa! —intervino el padre Rafael, visiblemente molesto —Éramos unos niños y eso era... Era solo un juego

—¡Un juego que la volvió loca! —Don José puso la mano en su cabeza —No debimos asustarla así, ella ya había pasado por mucho, fuimos unos tarados. Ahora nos la cobrará.

—¿Qué juego? —Se desesperó Natalia —¡Alguien explíqueme porque estoy al borde de la locura!

Don José se sentó y le hizo señas a Natalia de que se sentara en uno de los viejos sillones. Con pesar empezó una historia, una que había guardado por años en su alma, atormentando la paz de todos.

Enriqueta, en realidad, no nació en San Fermín, fue una niña traída desde la capital, una nena huérfana que aquí fue adoptada. Pero desde que llegó, la gente la empezó a aislar. Todos decían que era extraña, los adultos nos decían que no nos acercáramos, las maestras de la escuela le tenían pánico, incluso las personas que traían leche a la mansión, ya no se acercaban. Era el rumor de que había algo mal con ella, en su cabeza. Esto se hizo mucho más grave con la muerte de doña Ana, la madre adoptiva. Simplemente cayó una tarde por las escaleras, una en que todo el pueblo se paralizó de miedo Pues bueno, yo era valiente y tenía de amigos a Rafael, Melquíades y a Regina, quien no creía en los que decían de la niña.

Así que decidimos ir a apoyarla por la muerte de su segunda madre, estuvimos horas y horas abrazándola, mientras ella lloraba ante la tumba. Pronto se nos hizo costumbre venir a la mansión, una que nos jugó en contra un día. En esta misma fecha, de un día como hoy. Vinimos manejando nuestras bicicletas, emocionados por jugar con ella. Y nos propuso una broma inocente, una donde les provocaríamos dolor de estómago a los sacerdotes del pueblo. Era sencillo, ir y poner el vino caducado en el gran copón.

—¿Ahí viene la parte del juego? —interrumpió Natalia

Sí y no. Sí, porque para nosotros fue un juego, pero para ella era más que eso. Enriqueta nunca tocó los copones, todo lo hicimos nosotros. Colocamos el líquido y nos escondimos bajo una gran mesa cubierta por un mantel. Vimos llegar a tres sacerdotes y a dos monjas. Se sirvieron el vino, nosotros apenas conteníamos la risa de nuestra inocentada.

De pronto todo se volvió oscuro, los gritos de dolor jamás los borraré de mis oídos, la espuma blanca tampoco. Fue un acto horrible, ver morir a cinco personas es algo que ningún niño de doce años debería presenciar. Cuando salimos, todos, menos Enriqueta llorábamos. Ella solo sonreía.

La monja antes de morir, nos gritó que ahora estábamos malditos, que un día solo un heredero de nuestra sangre podría limpiarnos, que nuestras muertes serían equivalentes a lo que hicimos. Jamás se lo dijimos a nadie, vivimos con el miedo, tratando de olvidar todo. Pero Enriqueta no lo hizo. Ella se aferró a que un día se limpiaría la maldición. Se dedicó por completo a buscar una cura, eso la volvió completamente desquiciada. Aferrada a los hechizos y a la religión. Ana y María pagaron las consecuencias, sus propias hijas. Ana se suicidó lanzándose al río en plena correntada y María...María murió días después de dar a luz a Sara.

Enriqueta un día nos propuso un juego: uno del que nos arrepentiríamos años después que nos condenaría. Este consistía en meternos a la capilla y poner vino caducado en los copones, era sencillo. Iríamos, pondríamos y luego los veríamos retorcerse por el dolor de estómago. Nadie sospechó que ella ya había colocado veneno antes, la imagen de ellos retorciéndose y botando espuma por la boca, no lo olvidaré jamás. Yo gritaba, Regina lloraba, Melquíades intentaba ayudar a levantarse a algunos y ella...Ella sonreía, Los miraba y lanzaba sonoras carcajadas

El padre Rafael se entrometió de pronto —Ella dijo que todos estábamos malditos, que la sangre de los curas esos nos perseguiría. Nosotros estábamos asustados y mucho más cuando ella nos contó que era hija de una bruja, el miedo no nos dejaba dormir.

—Nos dio una solución para eso, jugó con nuestras mentes, solo era cuestión de un ritual. Un tonto ritual que terminaría con todo —Melquíades habló entrecortado —Una noche fuimos al río y ella hizo que cada uno se hiciera una cortada en la muñeca, nuestra sangre cayó en un caldero con un agua que ella puso. Con lo que no contábamos era con que Enriqueta quisiera que repitiéramos cada cinco años eso. En una fecha como hoy, en un día como este, dimos gotas de sangre para liberarnos.

—¿Y lo lograron? —Natalia los miró de uno al otro —¿Cuándo acaba todo eso?

—No termina nunca —Don José se tapó el rostro —Porque falta la clave, falta mi Regina.

—¿Su esposa?

—Sara es nieta de Regina, porque mi esposa tenía un hijo de otro matrimonio, hijo que se metió con María. De ahí nació Sarita, de ese amor infinito que se tenían.

—El padre Rafael se puso en pie —Cuando Sara tenía tres años, era hora del ritual. Pero Regina escondió a la niña, la ocultó de su abuela, porque no quería que la lastimara. Ella no iba a permitir que alguien le haga daño. Lo siento José, pero a tu mujer la mató tu amante. Me lo dijo en secreto de confesión.

—¡Y tú lo sabías! ¡Todos estos años! —Don José levantó la voz —¿Cómo pudiste ocultarlo? ¡Tú dijiste que fue un accidente! Incluso me aseguraste que mi mujer fue y le entregó la niña ¡Entonces a mi esposa le quitaron a su propia nieta!

—Yo lo hice —Melquíades susurró —Yo... Yo sabía que le quitaría la niña. Perdón.

—¿Perdón? ¡Me dicen perdón! ¡Solo espero que ustedes, sarta de hipócritas ardan en el infierno! —Estalló el anciano.

Mientras ellos discutían, Natalia se dio cuenta de un pequeño detalle, los tablones removidos y como llevada por un instinto, miró a los demás y se arrojó. Aún a regañadientes, uno tras otro fueron bajando, encontrando en el camino cosas que Natalia identificó rápidamente

Mi DelitoWhere stories live. Discover now