28 (Parte I)

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Con varias hierbas en su pecho y con la cabeza cubierta por una venda blanca, reposaba Sebastián. Mientras que un anciano desde una silla, ahora con mirada triste y sin ser devoto, pedía a Dios no se le acabe la vida en un momento, que la muerte no se trague los sollozos y que la visita de un cuchillo fantasmal, no arrase con el alma ahí presente.

—Tiene que ponerse bien, seguro en la ciudad lo esperan.

—Soy Soltero —balbuceó el hombre —y viudo.

—Pues tenemos eso en común. Al parecer.

—Me duele la cabeza, ¿Qué hago aquí?

—Sin querer. Bueno, creí que Sara estaba en peligro y lo golpeé.

—Yo quería protegerla de usted, que ironía.

—Tiene que descansar.

—Gracias por no dejarme tirado o lanzarme al río.

Don José quedó petrificado, al oír eso, el nerviosismo se le notaba con cada paso. Fue por una escoba, indeciso de qué lado tomarla.

—He oído rumores, señor. —continúo el hombre —Muchos rumores acerca de —bajó la voz, un poco —Gente lanzada al río. De hecho, una periodista vino hace poco a investigar.

—¿Otra citadina en San Fermín? ¿Acaso cuántos de ustedes hay en este pueblo?

—Pues... Sé que vienen turistas, muchos. Pero me han dicho que no nos identifiquemos, porque puede ser peligroso.

—¡Más peligrosos son ustedes! Con sus enfermedades, sus bichos y su ambición. Yo solo defendí a mi gente, a mi niña.

—Entiendo, no se sulfure, señor. Por cierto, estoy en deuda con usted. Por lo que le diré algo importante, demasiado. Yo no vine porque sí a este pueblo, a mí me trajeron.

—¡Lo que faltaba! Supongo que por decencia me dirá quién.

—El Párroco Rafael y Doña Enriqueta ¡Fueron ellos!

—¡¿Cómo sé que usted dice la verdad?! —bastante alterado Don José, se puso de pie —Puede estar mintiéndome, no lo conozco bien.

—En mi maletín hay fotografías. De usted y de la niña Sara. Hace meses que le siguen los pasos. Antes hubo otros, que también estuvieron por usted. En la ciudad se trabaja, un expediente contra usted.

—Pero ¿Cómo no me di cuenta de esto? —del maletín del hombre sacó un sobre lleno de documentos y fotos —¿Por qué? ¡Yo no he hecho nada! ¡Lo juro! Espere. Esta es mi casita, donde murió mi mujer. ¿Por qué tiene fotos de mi Regina?

—Un juez se decidió a investigar. Usted figura como sospechoso, Don José. De este pueblo han salido cartas, muchas cartas donde se le acusa, de asesinato. Y tiene que ver con su esposa.

—Mi casa se quemó. Se consumió toda. Ella murió dentro.

Sebastián puso la mano en el hombro de Don José —Siéntese por favor, porque lo que tengo que decirle es fuerte. El anciano se aferró a una fotografía, una donde una pareja cargaba a una pequeña bebé, una donde las sonrisas no faltaban y se veían, cuál pareja enamorada.

—Se realizó una nueva investigación y resulta que la señora Regina, ella, murió desangrada. Alguien la apuñaló y yo... Yo vine a investigar. Y ¿Don José, se halla usted bien?

—¿Quiere decir qué...? —Llevó su mano al rostro —Me la mataron, a mi Rina me la quitaron. No fue...

—No, no fue un accidente con una vela.

—¡Mi Rina! —el grito salió de sus labios, sus manos temblaban y las arrugas se acentuaron —¡Me mataron a mi Rina!

—¡Don José lo quieren inculpar! ¡Yo puedo ayudarlo!

El hombre se alejó de la pequeña casa, dejando a Sebastián en su cama, dejando aquella verdad azotando en su cabeza. —¡Don José, espere, por favor!

Pero ya el anciano, dejaba la pequeña habitación y al río, apuntaba su dirección. Sus zapatos quedaron en el camino, los pies descalzos se fundieron con la tierra muerta y el corazón, en el pecho, iba doliendo.

Las risas en casa, se volvieron recuerdo y la sonrisa que nunca entendió, como muchos tenían, el día que llamaron irresponsable a su esposa. La mañana en que la culparon de su propia muerte.

Pero frente al río, cuando estaba a punto de lanzar su cuerpo, cuando sintió que el dolor ya no podía con él, varias hojas cayeron en su cabeza y en el reflejo del agua se dibujó el rostro de una mujer rubia y lo que escuchó, un día antes de la tragedia, llegó a su mente.

<<Mira a Sarita, nuestra niña está creciendo. —la mujer estaba sentada en una mecedora de madera, con una pequeña niña en sus brazos —a pronto cumplirá tres años ¿Cree que podamos hacerle una fiesta? ¡Decoraremos todo con globos y serpentinas, como les hacían las celebraciones a las princesas! De hecho, estoy cosiendo un vestido, su primer vestido elegante>>

En ese mismo instante, algo tuvo sentido, para el rompecabezas que ahora era su vida: "Regina no entregó a Sara, ella no la regaló. Le robaron a la niña ¡Dios! ¡Me robaron a mi nieta! ¡Mataron a mi Rina, para llevársela!"


Mi DelitoWhere stories live. Discover now